Nihilismo y la muerte de Dios
Para Nietzsche, la sociedad se encuentra sumida en un profundo nihilismo que debe superar si no quiere ver su fin. El nihilismo es el advenimiento de repetidas frustraciones en la búsqueda de significado, o más precisamente, «la desvalorización de los valores supremos». En Nietzsche, el nihilismo se refiere al proceso histórico que surge en el reconocimiento de un valor supremo y termina en la asunción o reconocimiento de múltiples cosas valorables, al volverse inoperante lo que antes se mostraba como supremo. El nihilismo acontece en nuestro tiempo como manifestación de la ausencia de una medida única y, al mismo tiempo, como la proliferación de múltiples medidas que, en cada caso, pueden aparecer como válidas.
Nietzsche ve en el despliegue del nihilismo el fundamento de la cultura europea, la cual surge como destino necesario de este proceso. La visión religiosa del mundo había sufrido ya un gran número de cambios por perspectivas contrarias, cayendo en el escepticismo filosófico y en las teorías científicas evolucionistas y heliocéntricas modernas, lo que no hace más que confirmar la desvalorización de los valores supremos. A lo ya señalado, debemos sumar una creciente presencia de lo democrático, que se muestra como la afirmación de una individualidad independiente de Dios y acreedora de la igualdad, de la medianía. La democracia aparece, a los ojos de Nietzsche, como un momento del despliegue del nihilismo, igualmente negador de la vida que los que la antecedieron.
Ambas manifestaciones del nihilismo se muestran a Nietzsche como negaciones de la vida, al negar u olvidar dimensiones de la misma que, a su parecer, aparecen como constitutivas de ella e inalienables a lo que él considera vida. Estas dimensiones negadas de la vida se muestran en ámbitos tan determinantes como el constante devenir y las diferencias entre los hombres. Nietzsche ve esta condición intelectual como un nuevo reto para la cultura europea, que se ha extendido más allá de un punto de no retorno. Nietzsche conceptualiza esto con su famosa frase, «Dios ha muerto», que aparece en La gaya ciencia. Esta frase fue pronunciada también por Hegel veinte años antes de que Nietzsche naciera. Este aforismo, por una parte, señala el fin de lo que antes aparecía como imperante, y por otra, indica un terreno fértil, un terreno inexplorado, en el cual el propio Nietzsche es un colono.
A partir de la frase «Dios ha muerto», Nietzsche se refiere tanto a la ceguera del pasado, en tanto incapacidad de ver esto, como a la asunción de una nueva posibilidad de relacionarse con lo que es, posibilidad dada por la asunción de dicha muerte. Nietzsche trata esta frase no como una mera declaración provocativa, sino casi como una revelación, como si representara el potencial de nihilismo que arrastra el alzamiento y el progreso, en el contexto de un concepto absurdo y sin significado.
Según Nietzsche, el hombre europeo, descendiente de los hiperbóreos, debe asumir la gran e inevitable consecuencia de la muerte en la sociedad occidental de Dios, del Dios judeocristiano, el vengativo y cruel Yahvé. La consecuencia de la muerte de Dios es que los valores vigentes en la sociedad occidental se vienen abajo, según el nihilismo, o no se vienen abajo, sino que los hombres los destruimos. Según Nietzsche, la superación del nihilismo se producirá cuando el Übermensch imponga los nuevos valores de la moral de señores, destruyendo los valores de la moral de esclavos. Resumiendo, destruimos los valores de los hombres para poner en su lugar los valores del Übermensch, que ocupará el lugar de Dios.
Valores
Nietzsche pensaba que había dos clases de hombres: los señores y los siervos, que han dado distinto sentido a la moral. Para los señores, el binomio «bien-mal» equivale a «noble-despreciable». Desprecian como malo todo aquello que es fruto de la cobardía, el temor, la compasión, todo lo que es débil y disminuye el impulso vital. Aprecian como bueno, en cambio, todo lo superior y altivo, fuerte y dominador. La moral de los señores se basa en la fe en sí mismos, el orgullo propio.
Por el contrario, la moral de los siervos nace de los oprimidos y débiles, y comienza por condenar los valores y las cualidades de los poderosos. Una vez denigrado el poderío, el dominio, la gloria de los señores, el esclavo procede a decretar como «buenas» las cualidades de los débiles: la compasión, el servicio, la paciencia, la humildad. Los siervos inventan una moral que haga más llevadera su condición de esclavos. Como tienen que obedecer a los señores, los siervos dicen que la obediencia es buena y que el orgullo es malo. Como los esclavos son débiles, promueven valores como la mansedumbre y la misericordia; por el contrario, critican el egoísmo y la fuerza.
La crítica de Nietzsche a la moral tradicional se centraba en la tipología de moral de «amo» y de «esclavo» y en la descripción de la dinámica que generan; esta dinámica o dialéctica debe ser conocida por los «espíritus libres» para conducir a la humanidad a su superación: una sucesión de continuas superaciones —la moral deja de ser algo cerrado para ser vista como una dinámica de morales yuxtapuestas y reconocibles en la dinámica de las lenguas—. Nietzsche sostuvo que la distinción entre el bien y el mal fue originalmente descriptiva, o sea, una referencia amoral a aquellos que eran privilegiados (los amos), en contraste con los que eran inferiores (los esclavos). El contraste bueno/malvado surge cuando los esclavos se vengan convirtiendo los atributos de la supremacía en vicios. Si los favorecidos (los «buenos») eran poderosos, se decía que los sumisos heredarían la Tierra. El orgullo se volvió pecado, mientras que la caridad, la humildad y la obediencia reemplazaron a la competencia, el orgullo y la autonomía. La insistencia en la absolutidad (Absolutheit) es esencial tanto en la ética religiosa como filosófica y fue clave para el triunfo de la moral de esclavo mediante la presunción de ser la única moral verdadera.
Ética
Nietzsche aborda la ética desde diferentes perspectivas. En términos actuales, podemos decir que sus obras tocan los ámbitos de la metaética, la ética normativa y la ética descriptiva.
En lo referente a la metaética, Nietzsche puede ser clasificado quizá como un escéptico moral. Esto es en la medida en que afirma que todas las sentencias éticas son falsas, porque cualquier tipo de correspondencia entre sentencias morales y hechos es ilusoria y mendaz. Esta afirmación forma parte de aquella otra más general según la cual no existe una verdad universal, pues ninguna corresponde a la realidad más que de una forma aparente. En realidad, las afirmaciones éticas, como todas las afirmaciones, son meras interpretaciones, como mínimo siempre parciales, sobrepuestas a la realidad, fundamentalmente ininterpretable.
A veces, Nietzsche puede parecer tener opiniones muy definidas sobre lo que es moral e inmoral. Hay que notar, no obstante, que las opiniones morales de Nietzsche se pueden explicar sin atribuirle la afirmación de que son ciertas. Según Nietzsche, no necesitamos descartar una afirmación simplemente porque sea falsa. Al contrario, a menudo afirma que la falsedad es esencial para la vida. Posteriormente, menciona a Platón como referente sobre esta última. Esto debería dar una idea de los múltiples niveles interpretativos de su obra, a menudo aparentemente paradójicos si no se toman las debidas cautelas hermenéuticas.
En la disyuntiva entre ética normativa y ética descriptiva, distingue entre la moral de señor y la moral de esclavo. Aunque reconoce que es muy difícil encontrar un ejemplo real de alguien que mantenga una u otra moral pura sin algún tipo de yuxtaposición (de hecho, era consciente de estar haciendo historia al vislumbrar «genealógicamente» esta distinción), las presenta, a lo largo de la historia y actualmente en tanto que pulsiones humanas atemporales, una en contraste de la otra. Algunos de estos contrastes de una moral frente a la otra son:
- Interpretación de lo «bueno» y lo «malo» en oposición a la interpretación de lo «bondadoso» y lo «malvado».
- Moral de la aristocracia frente a la moral del rebaño, de los esclavos, los oprimidos, los rencorosos por constitución.
- Determinación de valores independientemente de fundamentos predeterminados (Naturaleza) por oposición a valores establecidos sobre fundamentos determinados previamente y no discutidos (dogma).
Estas ideas fueron elaboradas en su libro La genealogía de la moral, en el cual además introdujo el concepto clave del resentimiento como base de la moral del esclavo. También es conocido, como hemos dicho, por su frase «Dios ha muerto»; mientras que en la creencia popular se cree que es Nietzsche de donde procede esta frase, es puesta en verdad en boca de un personaje, un hombre loco, en La gaya ciencia. Fue más adelante dicha por el Zaratustra de Nietzsche. Estas frases, malinterpretadas, no proclaman una muerte física, sino un final natural a la creencia en Dios. Está altamente malentendido como una declaración de regocijo, cuando es descrito como un lamento trágico por el personaje de Zaratustra.
La voluntad de poder
La voluntad de poder es un concepto altamente controvertido en la filosofía nietzscheana, generando intenso debate e interpretaciones varias, algunas de las cuales, como la notoria interpretación dada por los intelectuales nazis, fueron intentos deliberados de justificación de tácticas políticas.
Una manera de abordar este concepto es por medio de la crítica nietzscheana a la teoría de la evolución de Darwin. Nietzsche veía en los instintos una fuerza que iba más allá del sólo impulso a sobrevivir, protegerse y reproducirse de todos los seres vivos; de sólo ser esto, la vida se estancaría. La supervivencia era una de las consecuencias de un deseo aún mayor, un impulso hacia una supravivencia, un deseo perpetuo de todo ser vivo por ir más allá de todos, del todo y hasta más allá de sí mismo, más allá de la muerte. Este impulso irracional o deseo perpetuo por expandirse, impreso en cada ser, es lo único que da sentido a la existencia, paradójicamente «razón de ser», y es la fuerza principal dentro de la visión trágica o dionisíaca de Nietzsche.
Las teorías posteriores de Sigmund Freud respecto al inconsciente probablemente fueron inspiradas en gran parte por los conceptos de lo dionisíaco y la voluntad de poder, las cuales Freud relacionó a los instintos sexuales primitivos, por encima de cualquier otro instinto, y su represión y control excesivo por el consciente o parte apolínea del ser como generadores de la histeria y otras dolencias.