El Origen de la Tragedia: Dionisio vs. Apolo
La primera obra de Nietzsche, El origen de la tragedia, contiene el núcleo o embrión de su filosofía: el reconocimiento de la vida como valor fundamental y la convicción de que la cultura occidental la ha rechazado o le ha tenido miedo. En esta, Nietzsche afirma los dos principios que componen la realidad:
- Espíritu dionisíaco (del dios Dionisio), que contiene los valores de la vida.
- Espíritu apolíneo (del dios Apolo), al que corresponden los valores de la razón.
Espíritu Dionisíaco
El dios Dionisio representa los valores de la vida. Además, este es el dios del vino, de la fecundidad y de la salud. También es la imagen de la fuerza instintiva y pasional, de la corriente vital efervescente. El hombre dionisíaco vive en plena armonía con la naturaleza.
Espíritu Apolíneo
El espíritu apolíneo, personificado por el dios griego Apolo, encarna los valores de la razón, la luz, la proporción y la serenidad. Se manifiesta en obras bellas, armoniosas y perfectas. El hombre apolíneo tiende a enmascarar la realidad, ya que la razón predomina en él.
En la Grecia presocrática, tanto el espíritu apolíneo como el dionisíaco coexisten y se complementan. El arte trágico griego, como expresión máxima, refleja la oposición entre estos dos órdenes de valores: los de la vida y los de la razón. A pesar del dolor inherente a la vida, la tragedia representa una valiente aceptación de esta, un sí a la vida. Nietzsche sostiene que la llegada de Sócrates y Platón marcó el comienzo de la decadencia, donde los valores morales e intelectuales comenzaron a prevalecer sobre los valores dionisíacos, con la razón ganando terreno sobre la vida plena.
La Muerte de Dios
La expresión “Dios ha muerto” significa mucho más que la afirmación de algún tipo de ateísmo; es la gran metáfora que expresa la muerte de las verdades absolutas y de las ideas inmutables, el fin de los ideales que guiaban la vida humana. Para él, Dios representa todo aquello que es suprasensible: el mundo de las ideas de Platón, todas las creencias o verdades, todo lo que da sentido a la vida apoyándose en un más allá. Ahora, dice Nietzsche que todo eso está muerto: los ideales ya no impulsan las vidas de las personas, el mundo suprasensible ha perdido toda la fuerza.
Para él, con la muerte de Dios se desmorona nuestra civilización, ya que todos los valores de esta se fundamentan en la creencia de que el sentido del mundo está fuera del mundo. Dios personifica esta creencia.
Aparición del Superhombre
Nietzsche proclama la muerte de Dios, señalando que este no simplemente nunca existió, sino que fue asesinado. Este evento marca el inicio de una nueva era en la que ya no existen ideales, normas o valores supremos. Se plantean dos opciones para el individuo: adoptar la postura del «último hombre», resignado a vivir en el declive de la civilización, o abrazar la del «superhombre«, que emerge como un nuevo tipo de ser humano capaz de afirmar la vida de manera radical.
La Voluntad de Poder
Para crear nuevos valores el superhombre sólo cuenta con la voluntad de poder. Esto significa voluntad de dominio, de fuerza, de potencia vital. Es preciso crear nuevas formas de vida y esto comporta la destrucción de las formas ya agotadas y decadentes que se resisten a morir. Ahora bien, la voluntad de poder no es la ley del más fuerte; es el poder de los creadores, un poder que sin ningún esfuerzo se adueña de la situación por su propia grandeza. La voluntad de poder se opone a la voluntad de igualdad. Cuanto más poderosa y creadora sea una vida, más impondrá la jerarquía y la desigualdad; cuanto más débil e impotente, más tratará de imponer la igualdad. La voluntad de igualdad es el intento de reducir todo lo original y excepcional a ordinario y mediocre.
Nietzsche lucha contra la identificación de igualdad con justicia.
El Eterno Retorno
Quiere decir que los ciclos temporales, que comienzan y acaban constantemente, se repiten de manera infinita. Cada persona, condenada a desaparecer del mundo, volverá a él en el próximo ciclo, y volverá a tener la misma vida. Nietzsche afirma que la intuición del eterno retorno lo llena de consuelo y alegría debido a que en el mundo donde todo pasa, donde toda nueva forma de vida acaba por ser destruida, la realidad condenada a morir en un ciclo acabará retornando, y así lo desaparecido será vida una vez más. De esta manera, en cada una de estas vidas idénticas, volverá a enseñar el eterno retorno de las cosas. El eterno retorno se vincula con la visión cíclica del tiempo propia de algunos pensadores griegos. El mundo constantemente está dominado por la voluntad de aceptarse y de repetirse, una voluntad que es una necesidad eterna. Así, el amor al destino de Nietzsche consiste en amar lo que es necesario; es la aceptación, por parte de la voluntad, del destino enigmático del mundo.
El Nihilismo y la Transformación del Hombre
El nihilismo, caracterizado por la falta de objetivos significativos y la incapacidad para trascender, representa un estado en el que el individuo se convierte en una especie de vegetal, buscando solo comodidad y placer. Sin embargo, esta negación de los antiguos valores abre la posibilidad de crear nuevos valores, encarnados en el superhombre, quien se erige como un nuevo dios terrenal.
El superhombre es aquel que puede enfrentar la ausencia de valores tradicionales y crear nuevos significados en este mundo, sin depender de un más allá. Nietzsche lo describe en «Así habló Zaratustra» a través de las tres transformaciones del hombre hacia el superhombre:
- El camello: Representa al individuo que carga con el peso de la moral y la trascendencia, inclinándose ante la ley moral y el deber kantiano.
- El león: Simboliza al hombre que se libera de las cargas opresoras y lucha contra los valores establecidos, afirmando su propia libertad al decir «no» a lo que le oprime.
- El niño: Encarna la voluntad creativa y espontánea, la verdadera libertad que implica un sincero «sí» a la vida, viviendo la existencia como una aventura y un juego.
Estas metamorfosis representan el proceso de transformación del hombre hacia el superhombre, quien crea nuevos valores y encuentra un sentido en la vida en este mundo mismo, sin depender de una trascendencia.