El Pensamiento de San Agustín: La Búsqueda de la Felicidad en Dios

El Alma y Dios: Pilares Fundamentales

Los dos polos fundamentales del pensamiento agustiniano son el alma y Dios. De Dios no podemos obtener un concepto positivo, pues está por encima de todo cuanto podamos pensar de Él. Es un Ser por sí mismo y pura actividad cognoscitiva y amorosa. El alma, de naturaleza espiritual, fue creada por Dios e infundida en un cuerpo en el que vive como en prisión, anhelando siempre su bien: la unión con Dios.

Razón y Fe: Caminos hacia la Verdad

Para San Agustín, solo existe una verdad: Dios. No importa si a ella se llega mediante el conocimiento, la razón, o por la fe, el amor; lo importante es alcanzarla. San Agustín expone la relación entre razón y fe en la afirmación: “comprendo para creer, creo para comprender”. Razón y fe son distintas, pero en el cristiano funcionan unidas, pues si no fuéramos racionales, no podríamos creer. La razón guía a la fe, pero la intelección que surge de ésta es mayor. La fe ilumina y dirige la inteligencia, alcanzando una comprensión plena de la realidad. Así, razón y fe se refuerzan y juntas descubren la Verdad, Dios, y se adhieren plenamente a Él en el amor, alcanzando la felicidad.

La Felicidad: Unión con Dios

Para nuestro autor, el fin de la conducta humana es la felicidad, por lo que su filosofía se puede considerar como eudemonista. Esta felicidad únicamente se puede encontrar en la unión del alma con Dios, pero no se refiere a una contemplación teórica y filosófica, sino a una unión y posesión amorosa con Él. Para esta búsqueda, el hombre ha de partir de su interior, pues aunque todos los seres, por el hecho de existir, tienen una relación con Dios, en el hombre, esa relación es superior al encontrarse en su alma una imagen de Dios, de la Trinidad, como se expone en el texto al afirmar: “también nosotros reconocemos una imagen de Dios en nosotros”.

La Trinidad en el Alma Humana

Por lo tanto, el alma humana no solo es la más cercana a Dios de todas las criaturas, sino que ha sido creada a imagen y semejanza suya: “soy, conozco y amo”, dice en el texto objeto de comentario, que se corresponden con las tres facultades del alma: memoria, entendimiento y voluntad; dándose así una semejanza con Dios, que es uno y al mismo tiempo tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios Padre se conoce a Sí mismo, genera el Verbo (Hijo) y la relación entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo, el Amor en sí. En nosotros encontramos un reflejo de la Trinidad, el alma recuerda, entiende y quiere: “…existimos, conocemos que existimos y amamos el ser así y conocerlo”. Por la memoria, con la que se hace presente el pasado, el alma imita a la eternidad, al Padre (Ser), por el saber imita al Hijo (Verdad) y por el amor al Espíritu Santo (Amor).

El Conocimiento: Grados y Verdad

Esta semejanza y cercanía con Dios se manifiesta en la tendencia del hombre a buscar la felicidad y la verdad; todo hombre busca espontáneamente una y otra. Para alcanzar la verdad se requiere un esfuerzo intelectual, de la razón, mediante el conocimiento. San Agustín distingue entre tres grados de conocimiento.

Conocimiento Sensible

En primer lugar encontramos el conocimiento sensible, fruto de la actividad de los sentidos y común a los animales y al hombre, al que se refiere el texto: “los colores con la vista (…), las cosas duras y blandas con el tacto”, afirmando que este conocimiento no nos sirve para alcanzar la verdad de Dios.

Conocimiento Racional

En segundo lugar, encontramos el conocimiento racional, innato, que trata sobre verdades universales y necesarias, pero relativas a lo temporal, a la realidad sensible. A este conocimiento se refiere San Agustín en el texto: “De estas cosas sensibles tenemos también imágenes muy semejantes a ellas, aunque no corpóreas, considerándolas con el pensamiento, reteniéndolas en la memoria”, afirmando que tampoco a través de él se alcanza la Verdad de Dios.

Conocimiento de Sabiduría

Por último, encontramos el conocimiento de sabiduría, conocimiento filosófico que versa sobre verdades necesarias y eternas de orden ético y religioso. Consiste en la actividad del entendimiento por la cual percibimos las ideas inmutables, constituye el conocimiento plenamente objetivo, la verdadera sabiduría. Es este conocimiento el que, guiado por la iluminación de Dios sobre el alma, nos permite alcanzar la Verdad, y supone una búsqueda interior del alma, puesto que ésta es una imagen de Dios. Por eso, San Agustín concluye el texto criticando a los escépticos, defendiendo la certeza de la propia existencia, sobre la que no puede existir ninguna falsedad, afirmando que hay una verdad indudable para el hombre, “si me engaño, existo”, la propia existencia, conocimiento y amor son verdades indudables a través de las cuales el alma puede alcanzar a Dios.

La Voluntad y la Gracia: Camino hacia la Felicidad

Sin embargo, aunque se trata de una búsqueda interior, para alcanzar la felicidad, el alma ha de ir más allá de sí misma, en búsqueda de un amor que la colme, ayudada su voluntad por la gracia de Dios. Por ello afirma San Agustín que el hombre ha sido hecho de tal forma que no puede encontrar la felicidad en las cosas sensibles y materiales, ni en sí mismo; la felicidad se encuentra únicamente en el amor a Dios, dirigiendo a Él tanto el entendimiento como la voluntad.

La Ética del Amor

Por tanto, para alcanzar a Dios, se requiere un esfuerzo intelectual, a través del conocimiento, pero también un esfuerzo moral, de la voluntad, a través del amor. La ética de San Agustín es una ética del amor, pues afirma que es la voluntad la que guía el alma hacia Dios, y gracias a la voluntad, el alma toma posesión y goza de Él, logrando la beatitud.

Libre Albedrío y Gracia Divina

La característica de la moral cristiana es la capacidad de la voluntad para elegir entre el bien y el mal, es lo que se denomina “libre albedrío”. Pero debido al pecado original, el libre albedrío se encuentra más inclinado hacia el mal, por lo que es necesaria la intervención de la gracia divina, que transforma el libre albedrío en libertad y permite que el alma pueda obrar bien. También se requiere la ayuda divina para comenzar a amar a Dios y para alcanzar el conocimiento, pues Dios ilumina el alma humana, haciendo visibles a la razón las ideas divinas.

La Voluntad, la Ley de Dios y el Mal

De esta forma, la voluntad es libre de acercarse a Dios o alejarse de Él, pero tiene que reconocer la Verdad, es decir, no solo tiene que admitir que la felicidad que busca se encuentra en la unión con Dios, sino que la dirección de la voluntad hacia Dios ha sido impuesta por Él mismo. De esta forma, si la voluntad se aleja de Dios, contraría la ley natural que Dios ha impreso en la naturaleza humana como leyes prácticas. Por lo tanto, la voluntad es libre, pero está sujeta a la ley de Dios, y amar a Dios es un deber, siendo el mal generado por la voluntad libre cuando se aleja de Dios incumpliendo sus principios morales.

Conclusión: La Unión con Dios como Fin Último

Como podemos apreciar, en el pensamiento de San Agustín se da una clara convicción de que el fin último de la conducta humana, la felicidad, solo se alcanza en la unión espiritual del alma con Dios, que se logra mediante un esfuerzo intelectual, de la razón, y un esfuerzo moral, de la voluntad, la fe.

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