El pensamiento filosófico del S. XIX y la influencia de Marx
El pensamiento filosófico del siglo XIX se caracteriza por una actitud de sospecha y denuncia, que impulsa a los pensadores de diversas corrientes a profundizar más allá de las apariencias en búsqueda del “fondo escondido” de las diversas cuestiones. Marx (al igual que Engels, su amigo y colaborador) protagonizará una sospecha de carácter económico y social, considerando que la moral, filosofía, religión, etc., son ideologías; visiones deformadas al servicio de la clase dominante.
Al igual que ocurría con Compte y Stuart Mill, la gran motivación filosófica de Marx tiene un carácter práctico: transformar la sociedad, limar las desigualdades y aniquilar las injusticias. Este ambicioso objetivo se fundamentó en un proyecto filosófico denominado marxismo que, por la incidencia que ha tenido, supera enormemente el ámbito estrictamente económico: sus repercusiones sociales, políticas e históricas continúan visibles a día de hoy en nuestra cultura y sociedad.
Al trasladarse a la Universidad de Berlín, Marx entra en contacto con la influencia de Hegel, simpatizando rápidamente con los jóvenes hegelianos de izquierda (entre los que sobresaldrá Feuerbach, puente entre Hegel y Marx). Sin embargo, Marx pronto se presentará como radical crítico de la filosofía de Hegel al negar la primacía de la racionalidad como clave explicativa de la realidad: para Marx, la filosofía debe volverse práctica, ponerse al servicio del hombre concreto para librarlo de las alienaciones a las que se ve sometido. Como afirma en su undécima Tesis sobre Feuerbach, “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata ahora es de transformarlo”. Así, integra la praxis como elemento principal de su filosofía, sin obviar la necesidad de crear una teoría que la sustente (reconociendo la ingenuidad y falta de rigor científico del socialismo utópico).
La gran preocupación que persigue a Marx es siempre la misma, y construye el hilo conductor de su filosofía: la defensa y liberación del hombre concreto, sometido a humillaciones, esclavitudes y desprecios; quien además será el principal encargado de alcanzar su liberación. Marx se refiere a este “hombre concreto” ya que, a diferencia de Hegel, sostiene que no existe una esencia humana general y abstracta, sino que el hombre se hace a sí mismo a través de la historia, en el seno de una sociedad y mediante la transformación de la naturaleza gracias al trabajo, su verdadera esencia. El hombre es un ser esencialmente activo, práctico y social; y es el trabajo lo que le pone en relación con los demás hombres y la propia naturaleza, y lo que le distingue de los demás animales (puesto que es el único que produce de manera universal, ilimitada, libre y consciente).
El hecho de considerar la producción material como actividad fundamental del hombre enfrenta a Marx con los filósofos tradicionales (Platón, Descartes…) quienes consideraban que esta actividad era la racional (esta sospecha y reconsideración de la capacidad racional del hombre pone a Marx en relación con las teorías de Freud sobre el subconsciente). La esencia humana, por tanto, deja de ser algo abstracto e inalterable (oponiéndose a las ideas platónicas), ya que el hombre se vuelve un ser esencialmente histórico y su esencia cambia a medida que lo hacen las condiciones materiales de su existencia.
Marx analiza a este hombre concreto en una sociedad concreta, siempre sometida a las distintas formas que va adoptando la alienación humana. Esta alienación significa renunciar a uno mismo, a lo propio. Para Hegel, este término correspondía con el segundo momento del proceso dialéctico (tesis, antítesis y síntesis), superable mediante el autoconocimiento; para Feuerbach, era un fenómeno dado en la religión (mediante la cual el hombre proyecta en Dios su propia esencia, pasando a verla como algo ajeno); y para Marx, ambos estaban en cierto modo equivocados. Marx afirma que la alienación religiosa, al igual que la política, no es más que un efecto secundario de una alienación mucho más profunda, generada en el trabajo. La religión se basa en una moral de resignación, en la justificación trascendente de la injusticia social y en la compensación en una vida futura (como sostenía Kant en su ética); aspectos que para Marx no son más que los tres ingredientes del opio social (afirmaba que “la religión es el opio del pueblo”, ya que adormece sus reivindicaciones y le hace olvidar la miseria económica y social a las que es sometido durante el proceso de producción).
El Estado, cumple la misma función en el terreno político que Dios en el religioso: el hombre lo percibe como algo superior a la propia sociedad, cuando es en realidad una creación de esta. Además, funciona como instrumento de alienación porque permite a la clase dominante imponer sus intereses al conjunto de la sociedad, a pesar de que el derecho se encargue de crear la ilusoria sensación de igualdad entre ciudadanos; cuando esta en realidad nunca será alcanzable mientras no desaparezca la propiedad privada y con ella las clases sociales (Marx consideraba a Locke el “filósofo de la burguesía” por haber afirmado con su iusnaturalismo ilustrado que la propiedad privada es un derecho objetivo, universal e inalienable; y no una simple respuesta a los intereses de la clase dominante).
Estas dos formas de alienación (religiosa y política) se fundamentan en la alienación económica dado que, como Marx explica en sus Manuscritos de París, en la sociedad capitalista el obrero se niega a sí mismo, se deshumaniza, ya que debe vender su fuerza de trabajo como mero medio de subsistencia y no como vía de autorrealización (el trabajo asalariado aliena al trabajador puesto que le niega su propia esencia).
El concepto de materialismo en Marx adopta un sentido económico (se refiere a la producción material, al trabajo), y su concepción de la Historia basada en el materialismo histórico consiste en la defensa de que la Historia avanza dialécticamente (Hegels) impulsada por las tensas relaciones de producción, reduciéndola a la sucesión de los distintos modos de producción que el ser humano ha adoptado a lo largo del tiempo. Esto implica para Marx que la historia de los hombres es en realidad la historia de sus condiciones materiales, y conciencia e ideas no son más que una consecuencia de esta historia (entrelazándose con ella). Así, pasa a ser el hombre el que hace la Historia y no la Historia al hombre.
Todo modo de producción está formado por una infraestructura económica y una superestructura. La Infraestructura es la base real de la sociedad: el conjunto de relaciones sociales y condiciones económicas de la producción material, cuyos factores son las fuerzas productivas (conjunto de medios de producción) y las relaciones de producción (aquellas que se producen entre los propietarios de los medios de producción y los productores directos de los bienes materiales). Estas últimas resultan siempre antagónicas (cada clase defiende intereses contrarios) y conflictivas (es una relación de explotación), y es precisamente esta lucha entre clases opresoras y oprimidas el motor que mantiene el continuo progreso social (cuya intensidad depende tanto de la dinámica económica como de la conciencia de clase). La Superestructura, por otra parte, es el conjunto de ideas, creencias, valores, costumbres, normas… que forman la conciencia social, y sus componentes son las estructuras jurídico-políticas (instituciones y códigos legales) y la ideología; que en Marx adopta dos sentidos: el positivo y amplio (referido en general a las distintas formas de conciencia de la superestructura), y el negativo y peyorativo (representación falseada de una realidad ante la conciencia, en virtud de unos intereses de clase).
Sobre el sentido negativo, Marx explica que aquella ideología predominante en una sociedad será la elaborada por la clase dominante (los poseedores de los medios de producción) para justificar sus intereses y legitimar su dominio, expresando como valores universales lo que en realidad sólo es una expresión de sus intereses.
Marx dirá por tanto que la economía política clásica no es más que una ideología, ya que justifica el capitalismo y los intereses burgueses cuando estos no son más que una fase en el proceso dialéctico de la historia, que derivará en la síntesis del comunismo (abolición de la propiedad privada, las clases sociales y el Estado). En la sociedad comunista todos los hombres tendrán igual acceso a los medios de producción, y por tanto el ser humano habrá alcanzado el final de la Historia: al desaparecer este conflicto, cesará la lucha de clases, y por tanto se detendrá el motor de la Historia.