San Agustín y el Problema del Origen del Mal
En su obra De Libero Arbitrio, San Agustín aborda el problema del origen del mal, sus causas y la responsabilidad humana, que surge del libre albedrío del hombre. El tema principal de la obra es la responsabilidad de Dios en relación con el mal. Se busca reconciliar la idea de un Dios todopoderoso e infinitamente bueno con la existencia del mal, entendido como mal moral o pecado, causado por los seres humanos, y no como el mal padecido.
San Agustín afirma que el mal depende exclusivamente de la decisión del hombre, y no de Dios. Dios, siendo infinitamente bueno y perfecto, no puede ser la causa del mal, que es una imperfección. Entonces, surge la pregunta: ¿por qué Dios dotó a sus criaturas de la capacidad de pecar al otorgarles el libre albedrío, la capacidad de elegir?
San Agustín, en contraposición a los maniqueos (a quienes una vez perteneció), sostiene que la responsabilidad del mal es exclusivamente humana. Dios nos concede el libre albedrío para que podamos obrar rectamente; es el hombre quien utiliza mal su libre albedrío y elige pecar. Si el hombre no tuviera la capacidad de decidir, no podría ser juzgado y no existiría la justicia divina. Por lo tanto, Dios nos ha otorgado el libre albedrío, pero no es el autor del mal.
A diferencia del intelectualismo socrático, San Agustín afirma que conocer el bien no es suficiente para obrar correctamente; hay que querer hacerlo. Es importante distinguir entre los términos «libertas» y «libero arbitrium». El «libero arbitrium» es la capacidad de decidir, mientras que la «libertas» (libertad) se alcanza cuando Dios interviene, aportando la gracia divina para que el individuo pueda realizar el bien.
El Pensamiento de San Agustín: Contexto y Conceptos Clave
San Agustín (Aurelius Agustinus), filósofo norafricano nacido en Tagaste, desarrolla su pensamiento en una época conflictiva, marcada por los inicios del cristianismo, las disputas religiosas y las persecuciones a los cristianos. Su pensamiento representa un punto de inflexión entre dos épocas.
San Agustín no consideró necesario establecer una comparación entre los conceptos de fe y razón. No veía conflicto entre ambos, afirmando que la verdad es una. Su posición se resume en la frase «creer para comprender». Establece una relación colaborativa entre la fe y la razón, otorgando primacía a la fe, dado que la inteligencia humana es limitada.
La Teoría del Conocimiento de San Agustín: La Iluminación Divina
Respecto al problema del conocimiento, San Agustín distingue tres grados gnoseológicos:
- Sensaciones: Imágenes de las cosas externas que pueden almacenarse en la memoria. Influenciado por Platón, sostiene que el conocimiento sensible no es propiamente conocimiento, ya que es mutable y propenso al error.
- Juicios de experiencia: Aunque con mayor fiabilidad que las sensaciones, no constituyen verdadero conocimiento porque no expresan la intelección de lo universal y necesario.
- Juicios verdaderos: Para que un juicio exprese verdadero conocimiento, debe estar despojado de las cosas sensibles (influencia platónica).
El alma necesita contactar con las formas inteligibles. Estas no son meras formas innatas; la razón, aunque posee principios a priori, no los posee por sí misma. Las nociones universales están impresas desde fuera por la intervención divina. El espíritu humano necesita ser iluminado por Dios para que la verdad pueda generarse en el alma. Este es el fundamento de la teoría de la Iluminación. El alma necesita la iluminación divina para aprehender los entes verdaderos. La mente iluminada del hombre tiene como meta la sabiduría: la contemplación de las ideas eternas e inmutables.
Sin embargo, debido a su cristianismo, se diferencia de Platón en que, para San Agustín, las cosas sensibles no son copias, sino que, al haber sido creadas por Dios, tienen impresa la marca de su creador. El ejemplo máximo es el alma del hombre. A esta teoría se la denomina ejemplarismo. Gracias a que Dios imprimió su imagen en el hombre, este puede discernir entre lo verdadero y lo falso.
San Agustín no indaga si Dios existe (pues es un hecho indudable por fe), sino que busca comprender con la fe aquello en lo que se cree. Las ideas inteligibles son datos impresos en el espíritu humano que presuponen la existencia de Dios como su causa necesaria. Los argumentos que emplea para defender la existencia de Dios no son sistemáticos ni racionales, sino manifestaciones reveladoras de la existencia de Dios en la interioridad. La inteligencia humana no puede conocer la naturaleza de Dios; se trata más bien de conocer su esencia. El conocimiento intelectual tiene límites. No podemos conocer la existencia de Dios, solo entender su ser por «vía negativa».
Descartes y el Cogito: Fundamento del Racionalismo
Renato Descartes, padre del racionalismo y de la Modernidad, establece como principio de conocimiento el cogito («pienso, luego existo»). Esto implica que el alma no está determinada por las leyes de la naturaleza, sino que es independiente del cuerpo. Se produce un dualismo antropológico: en el hombre coexisten dos naturalezas diferentes: el espíritu (libre) y el cuerpo (sujeto a las leyes físicas). El pensamiento está vinculado al cuerpo, pero este vínculo no es necesario para percibir de manera clara y distinta que uno piensa.
Según Descartes, estas dos realidades, alma y cuerpo, se unen en la glándula pineal. El espíritu es completamente independiente de lo corpóreo. Es crucial conservar la autonomía del alma respecto a la materia, ya que la preocupación última es lograr una vida plenamente racional.
Kant y la Crítica de la Razón Pura: El Idealismo Trascendental
En su obra Crítica de la Razón Pura, Immanuel Kant investiga el origen, la extensión y el valor del conocimiento. Esto conduce a la pregunta: «¿Qué puedo conocer?». Kant investiga sobre lo que la razón puede y no puede conocer.
A diferencia del escepticismo de Hume, Kant expone la posibilidad y validez del conocimiento empírico (influenciado por la revolución científica y la ciencia newtoniana). Sin embargo, a diferencia del racionalismo, considera la metafísica como un conocimiento imposible. La posición de Kant, conocida como «giro copernicano kantiano», es un cambio radical en la filosofía.
Lo determinante es la Razón, considerada una facultad pura porque posee principios formales (vacíos de contenido) que posibilitan a priori el conocimiento de los objetos de la experiencia. La filosofía de Kant se denomina «Idealismo trascendental»: la razón establece las condiciones independientemente de la experiencia. Esto se expresa en la tesis: «Aunque todo nuestro conocimiento comience con la experiencia, no por eso procede todo él de la experiencia». Las Formas a priori, que no tienen su origen en la experiencia, son las condiciones que posibilitan el conocimiento objetivo.
Kant propone una nueva distinción entre los juicios:
- Juicios analíticos: No tienen su origen en la experiencia; su veracidad se sostiene a priori.
- Juicios sintéticos: Todos aquellos basados en la experiencia; su validez es a posteriori y, por lo tanto, contingente.
- Juicios sintéticos a priori: Kant introduce esta tercera categoría. Existen elementos a priori que pertenecen a la razón: las Formas puras, vacías de contenido, que establecen las formas universales y necesarias que posibilitan el conocimiento: Tiempo y Espacio (intuiciones puras de la sensibilidad) y las Categorías (12 conceptos puros).
Fenómenos y Noúmenos: Los Límites del Conocimiento
Kant introduce la distinción fundamental entre fenómenos y noúmenos. Los fenómenos son la única realidad que la razón puede conocer; son lo dado en la experiencia y aparecen dentro de las condiciones que lo posibilitan (tiempo y espacio). Kant afirma la existencia de los noúmenos, inalcanzables a la razón. Son entes inteligibles que se pueden pensar pero no conocer y, a diferencia de los fenómenos, no se dan en el tiempo ni en el espacio. Los noúmenos, aunque existen, no se pueden conocer, pero sí se pueden pensar. Un ente puede ser conocido como fenómeno y pensado como noúmeno; esto significa que fenómenos y noúmenos no son entidades diferentes. Creer que podemos conocer los noúmenos es caer en la «ilusión trascendental». Por esto, la metafísica, aunque constituye la fundamentación de la moral, no puede ser ciencia. Las grandes ideas de la razón constituyen el anhelo de nuestro conocimiento, su horizonte.