Emergencia y Evolución de la Razón Estética: Del Homo Aestheticus a la Experiencia Sensorial Plena

1. La Emergencia de la Razón Estética en la Humanidad: La Génesis del Homo Aestheticus a partir de la Emergencia Filogenética del Cuerpo Sintiente y Moviente

El cuerpo es la creación más notable y delicada de lo sensible, el cual tiene el poder de desdoblarse en la carne visible y concreta del mundo y en la carne viva y sintiente de mi cuerpo. Es, por ello, luz natural. El cuerpo es importante porque nos permite conocer el mundo y es el ser humano el único animal estético, pues racionaliza el placer estético (propio de otros animales) creando valores estéticos. En efecto, los animales también gozan del mundo a través de una percepción pura, sin finalidad práctica o biológica alguna. Los animales prepararon el camino al Homo aestheticus (hombre estético o artístico), caracterizado por ser reconocedor y creador de valores estéticos, ya que el mundo es mundo para el hombre cuando se hace depositario de valores estéticos, hasta que le parece hermoso. No es hombre hasta que su razón no se constituye y crece en cuanto razón estética.

El ser humano tiene la capacidad de desligar de la satisfacción de la necesidad, el placer. El placer estésico se hace en el hombre placer estético (naturaleza humana) y es un placer en paciencia, no en conciencia; es un placer pasivo y físico. En el hombre no sirve la supervivencia, sino la vivencia. La sensación está puesta en un cuerpo que es libidinal y espiritual. Se habla del cuerpo como algo exterior al individuo, algo que se tiene, no que se es; pero eso cambia cuando el cuerpo se enferma, ya que es el cuerpo quien tiene al sujeto, lo que le pasa al cuerpo, le pasa al sujeto y el destino del cuerpo es el destino del propio sujeto.

2. La Génesis Antropológica, Social e Histórica de las Actitudes de Conciencia

La potencia motriz del cuerpo es el punto de partida para el desarrollo del entendimiento, la imaginación, el recuerdo o el lenguaje. La vida solo cobra sentido a través del cuerpo, al madurar sus capacidades motrices y, a raíz de estas, las intelectuales. La aprehensión háptica es la primera forma de conocimiento del ser humano. El mundo comienza a adquirir sentido a partir de la introducción corporal en él. Por ello, el cuerpo es la tumba de los dioses (Alain) y el cuerpo mundaniza al ser humano; por tanto, si el cuerpo para los dioses es la tumba, para mí es el Olimpo.

3. El Paso o Asombro como Fuente de la Actitud Estética, Filosófica y Religiosa

El mundo es el espacio que tiene el cuerpo para sentir y actuar. Mi cuerpo es el compañero del mundo, no yo. Yo no lo tengo ni le poseo si mi cuerpo no le tiene ni le posee. Apreciar la vida va a ser para el hombre apreciar el mundo. Ya no será solo un escenario de lucha por la supervivencia, sino un lugar donde existen objetos con formas bellas y colores hermosos. La admiración es ese don con el que la Naturaleza nos alejó de los animales. Por tanto, la capacidad del admirar estético nos hace humanos y es la causa de la cultura, el arte y la religión.

La presencia de lo santo (lo numinoso) se hace presente a través de la apariencia divina del mundo: es el mundo el que es sagrado, magnífico y maravilloso a través de los grandes acontecimientos que el hombre mira y adora, de los cuales despierta su impulso religioso y estético.

4. La Razón Estética en el Hombre Primitivo: Un “Saber Ver” y un “Saber Hacer”

El hombre primitivo fue sensible a la belleza gracias a esos pocos objetos que construyeron (huesos y cuernos tallados, vasijas decoradas, animales y figuras humanas pintadas, anillos, pendientes). Durante miles y miles de años se construyeron sepulturas, se amasaron cántaros, etc., con una finalidad pragmática, hábil, para responder a una necesidad vital. Pero el hombre primitivo también mostró una preocupación estética. Por tanto, las obras humanas responden a una necesidad vital, pero siempre a una preocupación estética. Así, el homo faber fue y seguirá siendo un homo aestheticus. Ha creado siempre objetos útiles que intentaron ser objetos hermosos.

La creación de un objeto requiere darle una forma a una materia, lo que permite realizar la función que a tal objeto se le demanda. La palabra “hermosos” está directamente vinculada a la palabra “forma”, pues procede del término latino “formosus”, esto es, “bello en la forma”. De todas formas, siempre predomina la utilidad sobre la belleza. Sacrifica la razón de su fundición en razón de la belleza; los valores estéticos en beneficio de los valores prácticos o de su uso. El hombre siempre realiza una función con la que consigue un beneficio (la flecha para cazar, la navaja para cortar, etc.).

5. La Actitud Estética y su Pertenencia a la Esfera del “Lujo” y lo Libidinal: Propuesta de una Estética de los Cinco Sentidos

La creación de lo bello es en el animal un lujo; el trabajo y el tiempo en crearlo no cuenta (nunca es tarde si la obra es buena). El arte entra así en la economía de lo lúdico. La única utilidad que se le demanda a la obra de arte es que plazca. Se trata de ir “a las cosas mismas”. En la experiencia estética, lo inmediato debe ser reconquistado, lo originario reencontrado; se trata de realizar una experiencia que apele a los cinco sentidos, a disfrutar de la obra en cuerpo entero. Es el cuerpo entero el que se implica en el funcionamiento de cada sentido; el sentido estético del objeto que percibimos no se constituye a partir de un único sentido corporal.

Se demanda una experiencia estética instalada en los cinco sentidos y una prioridad de lo visual (que hace de la experiencia estética una experiencia propiamente ascética). El receptor de la obra de arte era antes y sigue siendo renunciado de todos los derechos de su cuerpo cuando entra en una sala de exposiciones o en un museo; allí solo la vista parece ser la invitada.

Por tanto, se debe condenar este arte de la distancia, arte frío, arte para observadores, mirones que sólo promueve la frialdad estética, la incapacidad o impotencia para disfrutar, para deleitarse con la obra, para gozar de ella. Un arte que nos invita a mirar y no a actuar, a mantenernos a distancia, a fin de no entrar en contacto con la obra. La modernidad ha promovido un espectador desapasionado y distante, en la creencia de que la objetividad de la experiencia perceptiva y comprensiva se conseguía desde una mirada objetivadora. La experiencia estética cayó también bajo los efectos perversos de un tipo de relación al mundo que creó y difundió esta cultura abstractiva y objetante, la cual invita a un trato con las obras de arte basado en más en el juicio (la hermenéusis) que en el placer (catharsis).

Por ello, el sentimiento estético es un sentimiento erótico en el que deben participar los cinco sentidos. Las obras de arte de la actualidad hacen del espectador un jugador, invitan a la participación. Cuando uno va a un museo tiene que dejarse llevar por la obra, ya que ésta debe ser gustada en plenitud por cuerpo y espíritu. Ya desde la antigüedad los sentidos que operan en la distancia, la vista y el oído, han reinado hegemónicamente. El resto, precisamente los de contacto, han sido considerados inferiores por nuestra cultura y, así, expulsados de la experiencia estética.

La huella de los tres sentidos epidérmicos tuvo como consecuencia lógica la excomunión del deseo, la represión del placer libidinal, corporal y sexual, provenientes del ejercicio de estos sentidos táctiles. La supremacía cultural de los sentidos de la distancia, y de las artes a ellos vinculados, está ligada al poder ejercido por ciertos grupos sociales dominantes y por la ideología que ellos vehiculaban. El cuerpo ha estado desposeído de toda capacidad de saber. Algo cambió en la consideración que de nuestro cuerpo tenemos. El cuerpo ocupa un lugar preeminente a la hora de responder a la pregunta de Kant de ¿qué es el hombre? Y desde Nietzsche hay más razón en nuestro cuerpo, que en nuestra sabiduría.

6. La Actitud Estética Demanda un Mirar Inocente

La sabiduría del cuerpo es la que debe permitirnos superar la idea de que la experiencia estética ha sido instaurada en la vida humana para goce y dedicación de los sabios. La experiencia estética no está hecha para ser inteligible (acotada por los sabios), sino para ser sensible (universal). A la forma sensible, aprehendida por los sentidos, se oponía la forma inteligible, la Idea, aprehendida por el entendimiento. Ni percibir la obra de arte es renunciar al entendimiento, ni inteligirla es abandonar el cuerpo y de las facultades que más le son ajenas: la sensibilidad, el sentimiento, la afectividad. Percepción y juicio son dos actos distintos del yo, y formas apreciativas diferentes.

Husserl señala que lo que la obra de arte revela es una expresión, un mundo expresivo. Es el objeto expresivo por excelencia; esta expresión se libra sobre todo a la sensibilidad. Un sentido expresivo que es experimentado en el corazón mismo de la percepción, que no tiene por qué ser necesariamente muy cultivada e ilustrada, sino una percepción ingenua o salvaje, capaz de empatizar con lo sensible. Se trata así de recuperar una mirada virgen sobre el mundo. Nosotros insertamos nuestro cuerpo en el cuerpo de las cosas para lograr de ellas un beneficio. Se trataría de hacer que las cosas sólo sean objetos vírgenes. Basta solamente contemplar el mundo, un contemplar desinteresado, ejercido cuando somos meros espectadores. El espectador se contenta con ver, es su único y exclusivo interés. Para él, el mundo todo se hace espectáculo. El ojo recupera su naturalidad primera: gozar viendo; hay en el cuerpo animal un placer natalicio de sentir el mundo.

Los animales gozan del mundo a través de una percepción pura, de un sentir sin finalidad práctica alguna. Nosotros lo hacemos por lo que sentimos. La sensación necesita de una práctica o ejercicio del arte, de un entrenamiento, de una purificación que elimine de insanas adherencias a la conciencia perceptora, a fin de que pueda posesionarse de las cosas mismas. Es necesario limpiar la percepción, eliminando esas viejas opiniones que tenemos respecto de las cosas y que nos las ocultan. El arte y la fenomenología son escuelas del mirar, en las que aprendemos a ver el mundo. Hacerse artista es hacerse cada vez más sensible a lo sensible. Nuestra conciencia es antes de nada cuerpo; un lugar de encuentro con lo sensible y lo real, que tiene la paradójica virtualidad de ser cuerpo vivo y sintiente, luz natural.

7. El Arte como Poiesis: Actividad Creadora y su Relación con la Natura Naturante

El arte recrea el encuentro entre el cuerpo y el mundo. Es un encuentro carnal donde instaura el acontecimiento sublime de la fenomenalidad, que hace posible que algo sea, que algo se fenomenice ante nosotros, es en nosotros y para nosotros. El artista no reproduce lo visto, sino que da a ver; no recrea el mundo creado, sino que crea un mundo todavía no visto. Él crea lo visible porque viene a la fenomenalidad con la forma de su estilo, ese modo corporal y personal que cada artista tiene de ordenar tanto lo sensible, como el sentido. Es aquí, la Natura (physis) donde se sitúa el fundamento último de toda creación artística.

No se trata de proponer una realidad metafísica, sino se trata del cosmos mismo, en cuanto instancia fundacional que tiene el espacio, tiempo y el movimiento como uno de sus poderes originarios, y la mundanización de entes, la emergencia de nuevas formas, como la expresión sensible de su poder poiético. Una estética fenomenológica tendría que abrirse a una fenomenología constructiva que especulase racionalmente sobre el arraigo de todo lo humano en esta naturaleza primordial e inmemorial; una naturaleza de la que no cabe tener experiencia directa o intuitiva y que tal vez sólo puede ser presentida por el humano a través de fenómenos en los que se expresa el poder poiético de lo originario. Existen acontecimientos donde se expresa la presencia de lo originario; la fuerza y la vida son las epifanías de la realidad última, añadida una tercera: la muerte. La Naturaleza no sólo es Natura naturans, fuerza naturante o poder vivificante, sino también poder y fuerza desnaturalizante, destruyente. La Naturaleza todo lo da y todo lo quita, a ella todo le pertenece: la vida y la muerte son suyas. La energía primordial en el hombre no sólo crea, sino destruye. Así, vida y muerte se alternan en el mundo.

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