El emotivismo moral es la teoría ética según la cual el fundamento de la experiencia moral no lo encontramos en la razón —como afirmaban Sócrates, Platón o Aristóteles— sino en el sentimiento que las acciones y cualidades de las personas despiertan en nosotros. El emotivismo moral se opone al intelectualismo moral. Esta última teoría moral afirma que la condición necesaria y suficiente para la conducta moral es el conocimiento; por ejemplo, que para ser buenos es necesario el conocimiento de la bondad. Esta teoría parece contraria a las ideas corrientes, pues para la mayoría de las personas se puede ser malo sabiendo sin embargo qué es lo que se ha de hacer, cuál es nuestro deber. El emotivismo moral se acerca mucho más a la concepción corriente o de sentido común al defender la importancia de la esfera de los sentimientos y las emociones en la vida moral. Hume es su más importante defensor en la filosofía moderna.
Hume y los Principios del Emotivismo Moral
En el Apéndice I de su obra “Investigación sobre los principios de la moral”, Hume presenta con claridad las tesis básicas del emotivismo moral y de su crítica al racionalismo moral (Aristóteles): comienza planteando el problema: ¿cuáles son los principios generales de la moral?, ¿en qué medida la razón o el sentimiento entran en todas las decisiones de alabanza o censura?, e inmediatamente señala que la razón tiene una aportación notable en la alabanza moral: las cualidades o las acciones que alabamos son aquellas que guardan relación con la utilidad, con las consecuencias beneficiosas que traen consigo para la sociedad y para su poseedor. Señala también que, excepto casos sencillos y claros, es muy difícil dar con las leyes más justas, leyes que respeten los intereses contrapuestos de las personas y las peculiares circunstancias de cada acción. La razón puede ayudarnos a decidir cuáles son las consecuencias útiles o perniciosas de las cualidades y las acciones, y por lo tanto debe tener cierto papel en la experiencia moral. Sin embargo, Hume intentará mostrar que la razón es insuficiente.
Argumentos a Favor del Emotivismo Moral
Los argumentos más importantes que presenta Hume en dicho Apéndice y que parecen avalar al emotivismo moral antes que al racionalismo moral, son:
Si la razón fuese el fundamento de la moral, entonces lo moral tendría que ser un hecho o algún tipo de relaciones, dado que la razón solo puede juzgar sobre cuestiones de hecho o relaciones; pero Hume intenta mostrar que no es un hecho: el carácter de “mala” o “buena” de una acción o cualidad no es algo que se incluya como un elemento o propiedad real del objeto o cosa que valoramos: al no ser una cuestión de hecho, dicho carácter no aparece en la descripción de las propiedades reales de los objetos que podemos percibir (colores, formas, tamaños, movimientos…); vemos por la televisión un reportaje en el que aparece la siguiente escena: unos individuos armados sacan a otro de un coche, le empujan y éste protesta, hasta que, asustado, se calla; los sujetos armados le obligan a tumbarse en el suelo; el individuo, nervioso, vuelve de vez en cuando la cabeza hacia los soldados mientras éstos, indiferentes, charlan. De repente, uno de ellos se le aproxima, le apunta con su fusil y le dispara en la cabeza, y vemos como su cuerpo se agita, le brota sangre y muere. Si observamos atentamente esta escena, si describimos minuciosamente todos los hechos que en ella se dan: ¿encontraremos el carácter de malo o bueno de la acción?; encontramos movimientos de los cuerpos, los colores de las ropas y de la sangre, los sonidos producidos por las protestas de la víctima y las amenazas de los soldados. La ciencia objetiva nos podría describir todos los procesos reales que se dan en la situación: la física podría explicar los comportamientos de la trayectoria de la bala, la biología y la medicina los procesos físicos que intervienen en la acción de los soldados y en la muerte de la víctima…; pero no encontraríamos por ninguna parte el carácter de malo o bueno de la acción. Esto quiere decir dos cosas: que la bondad o maldad de algo no es un hecho, y que no vemos o percibimos dicha maldad o bondad como percibimos el carácter de rojo de la sangre, o la intensidad de las voces de los soldados, o el nerviosismo de la víctima…
Se podría alegar que el carácter criminal de la acción anterior no consiste en un hecho individual, sino que es preciso relacionarlo con otras situaciones: aunque el ejemplo anterior se refiere a un hecho real que ocurrió en un país de Centroamérica, la muerte de un periodista americano a manos de un soldado, podría ocurrir que la víctima fuese un terrorista que acababa de ser detenido tras asesinar a otros soldados, compañeros de los que posteriormente le matan, o que en realidad toda la situación no fuese otra cosa que la ejecución de una sentencia judicial en un país que castiga de ese modo a quien comete asesinatos. Pero el carácter de “mala” o “buena” de una acción o cualidad tampoco es una propiedad de relación, pues cuando conocemos todos los vínculos entre los sujetos que intervienen en una acción –un asesinato, por ejemplo–, en la descripción de dichos vínculos tampoco aparece la maldad o bondad de la acción o cualidad.
Existen relaciones similares a las que despiertan en nosotros valoraciones morales que sin embargo no tienen influjo en la moralidad: aunque entre los objetos inanimados o entre los animales encontramos relaciones similares a las que se producen entre las personas, las primeras no despiertan en nosotros valoraciones morales pero las segundas sí: “un árbol joven que sobrepasa y destruye a su padre guarda en todo las mismas relaciones que Nerón cuando asesinó a Agripina; y si la moralidad consistiera meramente en relaciones, sin duda alguna sería igualmente criminal”.
Los fines últimos de las acciones humanas no dependen de la razón sino del sentimiento. Muchas cosas son deseadas porque sirven para conseguir otras, pero tienen que existir algunas que sean deseables por sí mismas (no todo lo que se quiere se quiere por otra cosa, como creía Aristóteles). Para Hume, la razón es incapaz de dar «fines últimos»: es verdad que la razón nos muestra los medios que podemos utilizar para alcanzar nuestros fines, pero no establece que algo sea fin último. Algo se convierte en fin final o último cuando despierta en nosotros un sentimiento de agrado. Lo que se desea por sí no lo dicta la razón sino el sentimiento y el afecto humano, el placer y el dolor. Dado que la virtud se quiere por sí misma tiene que ocurrir que se quiera porque despierta en nosotros un sentimiento. Y es precisamente ese sentimiento, y no la razón, el que provoca que la queramos por sí misma.
El Sentimiento de Humanidad
La moral descansa fundamentalmente en los sentimientos: Hume creerá que hay sentimientos morales, sentimientos que se despiertan en nosotros con ocasión de la percepción de ciertas acciones o cualidades de las personas. El sentimiento moral básico es el que denomina “humanidad”: sentimiento positivo por la felicidad del género humano, y resentimiento por su miseria. Llamamos «acciones virtuosas» a todas las acciones que despiertan en nosotros dicho sentimiento, y «vicios» a las que despiertan en nosotros el sentimiento negativo.
Relativismo y Subjetivismo en el Emotivismo Moral
¿Cae el emotivismo moral en el relativismo y el subjetivismo? Hume consideró que todos los hombres tienen dichos sentimientos de agrado y desagrado, y que aparecen de la misma manera en todos, puesto que se encuentran en nuestra propia naturaleza.