Empirismo de Hume: Conocimiento, Causalidad y Moral

El Empirismo de Hume: Conocimiento, Causalidad y Moral

Limitaciones del Conocimiento y Crítica a la Metafísica

Lo máximo que podemos concluir es que, hasta ahora, esa correlación siempre ha existido. Sin embargo, sobre el futuro no me puedo pronunciar, ya que no existe experiencia que lo avale. La causalidad no existe en las cosas, sino en nuestro modo de pensarlas, debido a nuestra experiencia acumulada.

El Conocimiento de la Realidad: El Mundo, el Yo, Dios

Una vez establecidos los límites del conocimiento, Hume someterá a una crítica demoledora las ideas que eran la base de la metafísica tradicional:

  • Crítica de la idea de sustancia corpórea: La idea de sustancia material, entendida como una realidad en sí, distinta a nuestras impresiones, no deriva de ninguna impresión sensible, por lo que carece de fundamento. Por eso, la idea de sustancia es una ficción, no existe, aunque creamos en ella. Tanto la idea de sustancia como la de causalidad son producto del hábito psicológico o costumbre y constituyen meras creencias, no conocimientos basados en la experiencia. Estas creencias son fundamentales para nosotros; sin ellas, no podríamos desarrollar nuestras actividades cotidianas.
  • Crítica de la idea del yo: Del yo como sustancia no existe ninguna impresión como tal. Si buscamos dentro de nosotros mismos, lo único que encontramos son impresiones diversas, distintos estados de conciencia que van y vienen como escenas de teatro, pero ninguna impresión referida al yo como totalidad. También en este caso la imaginación finge un yo permanente, idéntico a través del tiempo, al que atribuimos aquellos estados de conciencia. Pero el yo es otra ficción, no existe, aunque creamos en él.
  • Crítica de la idea de Dios: Igualmente, es imposible demostrar si Dios existe o no, ya que no poseemos ninguna impresión que dé lugar a dicha idea, lo que equivale a decir que es incognoscible. Las pretendidas pruebas de su existencia apelando al principio de causalidad son imposibles, ya que este principio se basa en un hábito y su aplicación queda limitada al ámbito de nuestra experiencia. En resumen, nuestras impresiones no proceden ni de Dios ni del mundo. No sabemos de dónde proceden ni podemos saberlo, ya que eso nos llevaría a querer conocer lo que hay más allá de las impresiones, lo cual es imposible, ya que las impresiones son el límite de nuestro conocimiento. Y si solo podemos conocer impresiones, si solo podemos entender lo que se halla en la conciencia, la realidad queda reducida a puros fenómenos, a simples apariencias. Este es el sentido del fenomenismo de Hume. No podemos aceptar la existencia de una realidad exterior como causa de nuestras impresiones o ideas, ni tampoco la existencia de una mente sustancial o yo que les sirva de soporte.

Consecuencias del Empirismo de Hume: Fenomenismo y Escepticismo

La crítica a los conceptos de causalidad y sustancia conduce a Hume al fenomenismo y al escepticismo. Fenomenismo, puesto que sobre lo que se sitúa más allá de la conciencia solo podemos tener creencias y no conocimiento, la realidad queda reducida a meras percepciones, ya que es lo único de lo que tenemos experiencia. Pero estas percepciones son siempre experiencias subjetivas, es decir, fenómenos. La filosofía empirista de Hume cae en el fenomenismo en cuanto que, para él, la realidad que podemos conocer es lo fenoménico. Y lo fenoménico abarca lo que se le aparece o muestra al sujeto: las percepciones. Los límites de lo fenoménico son los límites del conocimiento. Y los límites de lo fenoménico coinciden con los límites de la experiencia. Este planteamiento desemboca en el escepticismo, en el sentido en que niega la posibilidad de un conocimiento objetivo y seguro de la realidad: no es posible encontrar un fundamento real de las percepciones o impresiones. No sabemos de dónde provienen nuestras percepciones. No podemos conocer la realidad, ni siquiera sabemos si existe. Esto se aplica también a la ciencia, en la medida en que las leyes científicas se basan en el principio de causalidad. Además, nunca podremos saber con seguridad y certeza plena algo referido a hechos futuros de experiencia; solo podemos tener un conocimiento probable. Por tanto, el fundamento último del conocimiento es la costumbre, que da lugar a la creencia. La creencia tiene gran importancia en Hume. La concibe como una fuerza oculta en nosotros, una especie de instinto que nos obliga a creer en la realidad, ya que solo así es posible vivir. No se trata de un escepticismo metodológico como el de Descartes, pero tampoco de un escepticismo absoluto, como el de los sofistas, sino moderado, ya que acepta la creencia como una guía para la vida y tiene una utilidad práctica. Su intención no era negar la existencia de sustancias, sino su justificación racional. No es lo mismo negar la existencia del mundo, del yo o de Dios que negar que podamos demostrar racionalmente su existencia. Su filosofía hizo que se desmoronaran los conceptos fundamentales de la metafísica, dejándola sin la posibilidad de conocer racionalmente la realidad en sus diferentes aspectos, como había sido su objetivo desde la filosofía griega.

El Emotivismo Moral

Hume, con su filosofía, se propone elaborar una ciencia completa del ser humano. La teoría del conocimiento sería la primera parte de esa ciencia. El hombre no solo aspira a conseguir conocimientos acerca de la realidad, sino que también actúa y tiene necesidad de orientar su comportamiento. De ahí que la ética constituya la segunda parte de esa ciencia del hombre. Desde Sócrates, se ha mantenido que la razón es la encargada de discernir entre lo bueno y lo malo. La razón nos ayuda a esclarecer lo que es o no conforme con la naturaleza, permitiéndonos conocer nuestro deber y ayudándonos a dirigir nuestra conducta. Los juicios morales determinan nuestro comportamiento, en el sentido de que si consideramos que una determinada acción es buena, la realizaremos, y si la consideramos mala, la rechazaremos. Pero la razón por sí sola no puede impulsarnos a la acción. Lo que nos mueve a actuar es la emoción y los sentimientos. El conocimiento no es, ni puede ser, el fundamento de los juicios morales. El conocimiento puede ser de dos tipos: de relaciones de ideas o de hechos. Está claro que de las matemáticas, por ejemplo, no podemos extraer normas que nos ayuden a conducirnos por la vida, pero tampoco el conocimiento de hechos nos muestra cómo debemos actuar, ya que los hechos no son juicios morales. El fundamento de los juicios morales que elaboramos no está en la razón ni en el conocimiento de la naturaleza. Si pretendiéramos extraer normas morales del análisis de los hechos, incurriríamos en una falacia o argumento erróneo, porque estaríamos derivando ilegítimamente del ser, de lo que el hombre o su naturaleza es, el deber ser, el bien o mal morales, o lo que un hombre debe hacer. El fundamento de los juicios morales reside en el sentimiento de aprobación o desaprobación que encontramos en nosotros mismos ante una acción cualquiera. Este sentimiento, afirma Hume, es natural y desinteresado, es una forma del sentimiento básico de simpatía, que causa en nosotros la compasión y la solidaridad.

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