El Origen de la Ética Occidental: Sócrates vs. los Sofistas
Constantemente valoramos las cosas y las acciones: una canción es bonita (o fea), una herramienta es útil (o inútil), etc. Las valoraciones pueden ser positivas (valor) o negativas (contravalor). También podemos distinguir varias clases de valores: instrumentales, estéticos, morales, científicos, religiosos, etc. Los valores son guías para la acción.
Con Sócrates y los sofistas se inaugura en Occidente la reflexión y el debate social sobre la naturaleza de los valores morales, acerca de lo que es bueno o malo, justo o injusto. Se preguntan si los valores son objetivos o solo subjetivos. Que una obra de arte sea bella, ¿es independiente de la consideración de los espectadores o solo es bella porque estos la consideran así?
Los sofistas dirigieron su atención al hombre, sus producciones y sus instituciones. Habían observado que cada pueblo tenía sus tradiciones, formas de gobierno, creencias, etc., y mostraban una gran divergencia. Lo que algunas comunidades consideraban bueno, para otras era malo; y no se podía decir que unas fueran mejores que otras, por lo que pensaron que no tenía sentido buscar criterios o principios universales, válidos para todas las comunidades humanas: los valores (bondad, justicia, etc.) eran relativos a cada sociedad y a cada época. Es el ser humano quien asigna valores a las cosas.
Sócrates se posicionó frente a los sofistas y en contra del relativismo de éstos, busca qué es lo que hace que una acción sea justa, valerosa o virtuosa. ¿Qué hay de común, por ejemplo, en todas las acciones justas? Quien lo descubra no podrá sino comportarse según la justicia, tendrá una guía universal y segura para dirigir su vida.
Según Sócrates, quien sepa lo que es la virtud será virtuoso, quien sepa qué es la bondad será una persona buena. Es imposible que alguien sepa que una acción es mejor que otra y realice esta otra; porque quien conoce realmente la bondad sabe que solo haciendo el bien será feliz, y nadie quiere ser desgraciado a propósito. No existe nadie realmente malo, lo que hay son ignorantes: piensan que serán felices comportándose de una manera determinada, pero eso no es más que ignorancia, porque no saben en qué consiste realmente la bondad. Por tanto, saber, bondad (entendida como práctica de la virtud) y felicidad coinciden. El auténtico sabio es aquel que sabe qué es la virtud y será bueno necesariamente y, en consecuencia, feliz. Este punto de vista se conoce como intelectualismo ético.
Las Éticas del Bien
Consideran que existe un bien supremo hacia el que debe orientarse la vida humana. ¿Cuál es el bien supremo que debemos perseguir?
1. El Eudemonismo de Aristóteles
Aristóteles sostiene que el bien máximo al que podemos aspirar las personas es la felicidad. Se trata de una meta en sí misma. El término griego para referirse a la felicidad es eudaimonía. Por eso suele decirse que la ética de Aristóteles es una ética eudemonista.
¿En qué consiste ser feliz? Para aclarar cuál es el sentido de la felicidad, Aristóteles parte de lo que nos define como seres humanos y ello es que tenemos razón y palabra. El ser humano es un animal con logos. Como la capacidad de pensar es nuestra facultad más noble y valiosa, considera que la felicidad más elevada consistirá en ejercitarla. La más alta felicidad corresponde a la forma de vida del sabio, que dedica su tiempo a pensar y a buscar la verdad.
Sin embargo, Aristóteles era consciente de que este tipo de vida no estaba al alcance de todo el mundo, ya que incluso los filósofos tienen necesidad de relacionarse con los demás y de ocuparse de asuntos prácticos. Para ello creía que debíamos ejercitarnos en desarrollar la virtud (griego areté: “excelencia”). Las personas felices son las que se comportan de manera excelente, porque saben actuar correctamente en cada situación.
La virtud surge de la costumbre de comportarnos de manera adecuada. Así pues, los seres humanos podemos construir nuestra propia felicidad si nos acostumbramos a elegir bien cómo actuar en la vida. Debemos procurar elegir siempre el término medio entre dos extremos y para encontrarlo debemos emplear la razón. La prudencia es, de las virtudes intelectuales, la fundamental que nos ayuda a determinar cuál es la conducta correcta en cada circunstancia.
2. El Hedonismo de Epicuro
Epicuro creía que el placer (hedoné) es el bien supremo que debemos tratar de alcanzar en nuestra vida. El placer consiste sobre todo en la ausencia de dolor. Hay que buscar la calma y el sosiego que solo pueden llegar si perdemos el miedo al destino, al dolor y a la muerte. El término griego con el que Epicuro expresaba esta aspiración a la tranquilidad es ataraxia: “imperturbabilidad”.
3. El Utilitarismo
Comparte los objetivos de la felicidad y el placer con Aristóteles y Epicuro, sin embargo, según el utilitarismo es preciso ir más allá del punto de vista individual. A la hora de actuar hemos de pensar en las consecuencias de lo que vamos a hacer, debemos considerar cómo nuestras acciones pueden hacer felices o infelices a las personas que nos rodean. Así, una acción será moralmente buena cuando proporcione felicidad, bienestar y ausencia de dolor; un comportamiento será moralmente reprobable si causa malestar y dolor. En el caso de que nuestra acción pueda hacer felices a algunos e infelices a otros, el utilitarismo nos propone realizar un cálculo de placeres. Una acción es útil cuando hace feliz a un gran número de personas, produciendo el mayor placer a unos y el menor dolor a otros.
El filósofo inglés Jeremy Bentham fue un destacado utilitarista del siglo XIX. Para poder calcular adecuadamente la cantidad de placer y de dolor que generamos, proponía tener en consideración factores como la intensidad, duración, certeza o proximidad de los placeres. También proponía que los gobernantes debían basarse en este cálculo de los placeres para hacer las leyes. Para John Stuart Mill no todos los placeres son iguales, algunos tienen más valor que otros. Los placeres superiores son los que nos distinguen de los demás animales y entre ellos destacan los placeres intelectuales y morales que son los que pueden proporcionarnos una mayor felicidad.
La Ética de la Justicia
Para garantizar nuestra convivencia con los demás es necesario que la justicia se respete. Pero ¿qué es exactamente la justicia? De acuerdo con la definición generalmente aceptada, la justicia consiste en dar a cada persona lo que le corresponde.
En el mundo actual, donde conviven sociedades diversas y complejas, no es fácil saber lo que es justo o injusto.
Las éticas de la justicia pretenden encontrar una forma adecuada para elaborar las normas que regulan nuestra convivencia respetando el pluralismo de las sociedades contemporáneas.
1. La Teoría de la Justicia de Rawls
¿Qué condiciones deberían cumplirse para que podamos decir que las normas que rigen nuestra sociedad son justas?
Hace falta que todas las personas sean tratadas con imparcialidad, y para ello debemos llegar a un acuerdo que sea aceptable para todos, independientemente de las circunstancias personales o de la posición en la sociedad.
La teoría de la justicia de Rawls introduce la idea de una posición originaria en la que los participantes estuvieran bajo un velo de ignorancia. En estas condiciones, las normas elaboradas entre todos serían justas porque respetarían la imparcialidad.
¿Cuáles serían los principios básicos que habría que respetar?
- Principio de igualdad: todas las personas deben gozar de derechos y de la máxima libertad posible.
- Principio de diferencia: las diferencias sociales solo son justas cuando producen un beneficio para todos los individuos, incluyendo a los más desfavorecidos.
2. La Ética Dialógica de Apel y Habermas
Su propuesta ética también aspira a diseñar un procedimiento que nos permita elaborar normas justas. Esto solo se puede conseguir mediante un diálogo sincero y abierto en el que todos los implicados traten de llegar a un acuerdo. Una norma es justa cuando todos los afectados por ella están de acuerdo en aceptarla después de haber dialogado abiertamente sobre su contenido y consecuencias. Este proceso de diálogo debe estar abierto a todos los interesados y debe garantizarse a todos los participantes la posibilidad de expresar su opinión; esta situación es una comunidad ideal de diálogo.