El Fedro
El Fedro es un discurso sobre la retórica basado en un discurso de Lisias. Se plantea aquí una antítesis general entre Eros (pasión y philia) y amistad, lo que Sócrates tendrá que remediar con un discurso. El discurso comienza con una definición sumamente cuidadosa del Eros: el Eros es deseo, pero incluso aquellos que no tienen Eros desean lo bello. Por tanto, hemos de encontrar otra diferencia entre unos y otros. Existen en nosotros dos principios rectores: un deseo innato de placer y una capacidad de juicio adquirida, que tiende a lo mejor. A veces coinciden las dos, a veces difieren. Uno u otro obtienen la victoria. Cuando vence nuestro juicio, tenemos auto-control o moderación; cuando el deseo nos lleva al placer en contra de nuestro juicio, caemos en el exceso. En relación con el placer que proporcionan los cuerpos bellos, el exceso es el Eros.
El Ataque de Sócrates al Eros Desenfrenado
Una vez definido qué es el Eros, Sócrates comienza un sólido ataque contra la pasión física desenfrenada, contra la mera satisfacción brutal contraria a la razón, contra el Eros egoísta, celoso y salvaje, contra el amante Pandemio condenado por Pausanias en el Banquete. Esta acusación nos ofrece una explicación de lo que no es realmente el Eros, paso esencial para la comprensión de la auténtica naturaleza del dios del Amor. A través del mito del viaje del alma pretende hacernos entender la naturaleza absolutamente distinta del Eros de que va a tratar ahora. El Amor es una manía, una suerte de locura, que viene de los dioses. Es manía porque se trata de una emoción irracional, si bien solamente alcanza su nivel más alto, el amor filosófico de la verdad y la belleza, cuando se asocia con la razón. Mejor aún, es la emoción que motiva la búsqueda del filósofo, ya que el origen del movimiento y la fuente principal de la acción se encuentran en el alma. El alma es representada míticamente en esta ocasión como un auriga con dos caballos, dócil el uno y obstinado el otro. A la muerte, el alma se eleva hasta el borde del firmamento y contempla las Formas eternas que están por encima. Al apiñarse las almas, pierde las alas y vuelve a caer a la tierra; el alma que ha visto las Ideas con máxima claridad se convierte en <>, amante de la sabiduría, y también <>. Gracias al recuerdo despertado por la visión de la belleza, rememoramos la Idea de belleza, así como las demás Ideas.
El Amor y el Carácter Individual
Cada hombre reacciona ante el amor de acuerdo con su carácter, es decir, de acuerdo con el dios a quien siguió en las alturas. El filósofo, por ser seguidor de Zeus, reacciona con mayor dignidad; el soldado por ser seguidor de Ares, lo hace con mayor violencia. El filósofo desea que su amado tenga un alma divina, que sea amante de la sabiduría.
Conclusión del Discurso de Sócrates
Sócrates termina su discurso invocando a Eros, y el resto del diálogo continúa con la discusión acerca de la retórica.
Comparación con el Banquete
El Fedro, a diferencia del Banquete, comienza y termina con la relación amorosa entre individuos. En este último discurso, Sócrates ha explicado la naturaleza del auténtico Eros. Basado en la captación de las Ideas universales y eternas, y despertado por la visión de la belleza física masculina, el Eros tiene como objetivo conducir también al amado hasta la intelección de la belleza y la verdad; además, la búsqueda común de éstas sólo puede tener éxito si es motivada por el goce de un amor correspondido. En lo que se refiere al Eros mismo, la principal diferencia que existe en relación con el Banquete estriba en que el Fedro ofrece una descripción mucho más completa de la influencia de la pasión en el alma individual. Sus raíces se clavan de forma más firme en la atracción sexual entre individuos, mientras que, en el diálogo anterior, esta atracción más bien se pierde de vista.
Tipos de Amantes
En ambos diálogos encontramos los 3 mismos tipos de amantes: el tipo más bajo, constituido por aquellos que son víctimas de la pasión egoísta y puramente física; por encima se encuentran los amantes mejores de Pausanias, éstos, al no ser auténticos filósofos, cederán al intercurso sexual, aunque con moderación, muy por encima, y, ocupando el puesto más alto en la escala platónica de amantes, se encuentra el verdadero filósofo enamorado. El intercurso físico no tiene lugar aquí. Cabe denominarlo <> en el sentido corriente de esta expresión, siempre que no olvidemos que los amantes pertenecen al mismo sexo y que su objetivo es la inspiración mutua en la búsqueda de la verdad y del bien, y no el goce mutuo. Platón no niega la base física de este amor. Sus amantes desean efectivamente el intercurso físico, pero controlan el deseo y lo subliman en una pasión por el estudio en común.