Exploración del Pensamiento de Santo Tomás de Aquino: Antropología, Sociedad y Ética

El Ser Humano según Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino, inspirado por Aristóteles, considera que el hombre está compuesto de alma y cuerpo. El alma es la forma sustancial que perfecciona al cuerpo, permitiéndole realizar sus capacidades vitales, como crecer, percibir y sentir. Así como el ojo tiene en potencia la capacidad de ver y la visión es su perfección, el cuerpo humano tiene en potencia la vida, y el alma es lo que la actualiza.

Santo Tomás clasifica las almas según sus funciones vitales, estableciendo una jerarquía:

  • Alma vegetativa (plantas): Responsable de reproducción, crecimiento y nutrición.
  • Alma sensitiva (animales): Permite percepción, apetitos corporales y movimiento.
  • Alma intelectiva (humanos): Capaz de conocimiento superior (intelecto) y voluntad (apetito superior).

Respecto a la inmortalidad del alma humana, Santo Tomás argumenta que todos los seres desean naturalmente preservar su existencia. Sin embargo, los seres con conocimiento sensible solo perciben lo presente, mientras que aquellos con intelecto comprenden la existencia más allá del tiempo y el espacio, deseando existir eternamente. Como la naturaleza no genera deseos imposibles de cumplir, concluye que el alma, por ser sustancia intelectual, es incorruptible.

En su teoría del conocimiento, también basada en Aristóteles, Santo Tomás explica que el hombre conoce a través de los sentidos y el entendimiento. Los sentidos captan objetos individuales, dejando en la memoria una imagen o «fantasma». Luego, el entendimiento activo abstrae de esa imagen la esencia universal, permitiendo alcanzar un conocimiento más elevado.

La Política y la Sociedad según Santo Tomás

Santo Tomás de Aquino señala que el ser humano comparte con otras sustancias la inclinación natural a preservar la vida, y con los animales, la tendencia a propagar la especie y criar hijos. Sin embargo, como ser racional, también posee la inclinación a buscar la verdad, especialmente sobre Dios, y a vivir en sociedad. Dios, como creador y gobernador del mundo, establece una ley eterna, que es la razón divina que ordena el universo. Los seres no racionales son regidos por leyes físicas inevitables, mientras que el hombre, al ser libre, está regido por una ley moral. Esta ley natural es una participación de la ley eterna y se aplica específicamente a la conducta humana.

Para Santo Tomás, las leyes del Estado (ley positiva) deben explicitar la ley natural, y el legislador no tiene derecho a promulgar leyes que contradigan dicha ley, ya que toda autoridad deriva de Dios. El fin de la sociedad, según Santo Tomás, es fomentar una vida virtuosa, pero el objetivo último del hombre es vivir virtuosamente para alcanzar a Dios. Este fin trascendental no corresponde a la ley humana, sino a la ley divina, confiada a Cristo y su Iglesia. Por ello, aunque el poder del Estado tiene su propia función, como administrar la economía y preservar la paz, debe actuar subordinado a la Iglesia, que orienta todo hacia el fin sobrenatural del hombre. Esta subordinación no implica un poder directo de la Iglesia sobre el Estado, sino que establece una jerarquía en la que el poder temporal está al servicio del orden divino.

La Ética y la Moral según Santo Tomás

Santo Tomás de Aquino, retomando ideas previas, profundiza en la comprensión de la ética y la moral. El ser humano, además de compartir instintos básicos con otros seres vivos, posee una inclinación racional hacia la verdad y la vida en comunidad. Esta búsqueda de la verdad se dirige especialmente hacia Dios, fundamento último de todo conocimiento y moralidad.

La concepción tomista de la ley se estructura en diferentes niveles. Dios, como creador y ordenador del universo, establece una ley eterna, que es la razón divina que rige el cosmos. Los seres irracionales se someten a esta ley de forma necesaria, a través de las leyes físicas. Sin embargo, el ser humano, dotado de libertad, participa de la ley eterna a través de la ley natural, que le permite discernir entre el bien y el mal.

La ley positiva, es decir, las leyes humanas, deben fundamentarse en la ley natural y no contradecirla. El legislador, por lo tanto, no tiene potestad para promulgar leyes injustas, ya que toda autoridad legítima proviene, en última instancia, de Dios.

El fin último del ser humano, según Santo Tomás, trasciende la mera organización social y se orienta hacia la beatitud, es decir, la unión con Dios. Si bien la sociedad debe procurar una vida virtuosa entre sus miembros, el objetivo supremo de cada individuo es alcanzar la salvación a través de una vida conforme a la ley divina, revelada en Cristo y custodiada por la Iglesia. En este sentido, el poder temporal del Estado, aunque legítimo en su ámbito, debe estar subordinado a la autoridad espiritual de la Iglesia, que guía al ser humano hacia su fin trascendente. Esta subordinación no implica una intromisión directa de la Iglesia en los asuntos políticos, sino una jerarquía de fines en la que el orden temporal se orienta hacia el orden eterno.

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