El Problema del Conocimiento: Epistemología
Hume es el autor más importante de la escuela del Empirismo. Para el Empirismo, todo nuestro conocimiento procede de la Experiencia (y se reduce a ella). Hume niega, pues, la existencia de las ideas innatas en la razón, con anterioridad a la experiencia, ya que nuestra mente es como una página en blanco en la que nada hay escrito al nacer (tabula rasa).
Distinguirá dos elementos del conocimiento (de las «percepciones»): las impresiones, representaciones mentales más vivas recibidas por la sensibilidad («externa» -de sensación- o «interna» -emocional o de «reflexión»-); y las ideas, que serían representaciones o copias de las impresiones (pasadas) en la mente, y se caracterizan por ser menos vivas. Además, tanto las impresiones como las ideas pueden ser simples o complejas.
Las Ideas se pueden asociar o conectar según tres leyes básicas, según Hume: La ley de la semejanza, la ley de la contigüidad (espacial y temporal) y la ley de la causalidad (aunque la reduce a «continuidad temporal»).
Asimismo (partiendo de Leibniz), afirmará que hay dos modos de conocimiento:
– El conocimiento de cuestiones de hecho, que versa sobre lo que «creemos que existe» en el mundo, cuyo criterio de «verdad» impone que toda idea pueda ser remitida a una «impresión» original más viva, siendo posible cualquier hecho (no rige el «principio de no contradicción» entre ellos): «el sol saldrá mañana» es tan posible como «el sol no saldrá mañana» (aunque la primera es más «creíble» por la costumbre).
- El conocimiento de relaciones entre las ideas, que versan sobre «demostraciones» y afirmaciones de las matemáticas y la lógica. Sus contenidos pueden ser conocidos como un juego de la «razón», independientemente de que existan en el universo (de hecho, niega la existencia de la «res extensa» cartesiana). Constituyen el único saber «necesario», y cuyo criterio de verdad se rige por el «principio de no contradicción», pero sin conexión con la «experiencia» (Hume reduce el problema de la verdad «empírica» a sus componentes psicológicos, genéticos, subjetivos: viveza).
De este modo, Hume criticará las estructuras que sostenían la realidad y la verdad de la filosofía clásica (que ya Platón expresaba a través de la distinción gnoseológica «apariencia / verdad»), medieval o racionalista, y que ontológicamente se expresaban en el medievo en las sustancias de Mundo, de Alma (YO) y de Dios. El Escepticismo (moderado), el Fenomenismo y el Nominalismo de Hume reducirán las Sustancias y las leyes del universo (con sus distintos tipos de «causalidad»), a un conjunto de principios «psicológicos» (leyes de asociación de Ideas) que solo evitan el escepticismo radical suponiendo (sin justificación) que pertenecen a una «Naturaleza Humana» (Humanidad), uniforme y común, de tipo pasional, emotivo, más que racional (a pesar de que critica cualquier tipo de sustancia que no se reduzca al atomismo de impresiones de por sí inconexas). Asume como un hecho, inexplicado, la constancia, la regularidad y la uniformidad en la conexión de dichas impresiones para todos los sujetos humanos, que nos permitiría creer («confiar» en que) existe el Mundo, y la Humanidad que lo «conoce».
Hume criticará las tres sustancias cartesianas (el Yo, la realidad exterior y Dios) y asegurará que es imposible conocer (explicar racionalmente) su existencia.
Negará la afirmación de la existencia del «yo» entendido como una identidad permanente y estable, una sustancia o esencia, pues es imposible tener una impresión (o intuición) permanente y estable del mismo. Nuestro Yo no sería más que la sucesión de las impresiones acaecidas en nuestra mente que nuestra memoria recuerda (sin explicar cómo y por qué, como sí intentó hacer Platón) y que unificamos ilícitamente (yendo más allá de la experiencia atomística de dichas impresiones).
Para asegurar que no podemos conocer si existe la Sustancia extensa (Mundo) se basará en su crítica a la idea de causa. Al no poder afirmar sin duda que nuestras impresiones procedan de algo exterior, no podremos asegurar que exista la realidad externa a mí. Por tanto, no podremos saber con seguridad si existe la realidad extramental (fenomenismo).
Igualmente, señalará que no podemos asegurar la existencia de Dios pues es imposible tener experiencia de él y, por tanto, no es posible demostrar su existencia (ni a priori ni a posteriori).
Hume, que conocía las obras de Newton, estudiará las afirmaciones científicas donde se emplea el principio de causalidad (entendida, binariamente, como la conexión necesaria entre causa y efecto). Según Hume, no podemos tener ninguna impresión de dicha conexión (no podemos percibir que algo vaya a ocurrir siempre). Para Hume, la relación causa-efecto la afirmamos por la experiencia de haber percibido de forma habitual un acontecimiento detrás de otro y, por ello, creemos que lo que ha sucedido en el pasado se repetirá en el futuro y que objetos semejantes (asumiendo la semejanza como un hecho inexplicado) tendrán efectos semejantes en el futuro. La verdad de toda ley de la naturaleza sería, por tanto, solo probable. Sin embargo, Hume acepta la utilidad de estas creencias para la vida y, por lo tanto, la ciencia misma resulta útil para la humanidad.
El Problema de la Ética, la Moral y la Política
Para Hume nuestros juicios morales no son producidos por la razón, pues no se trata de relaciones entre ideas necesarias, ni se fundamentan en de cuestiones de hecho, pues los juicios morales no describen solamente un acontecimiento percibido (no se refieren a un “ser” explicable), sino que se trata de acciones que consideramos “buenas o malas”(justificables). El razonamiento puede ayudarnos a clarificar la utilidad, o los medios precisos, de las acciones humanas pero, según Hume, no podría fijar los fines ni los impulsos precisos para alcanzarlos. Por tanto, al no ser la razón la fundamentadora de la moral habría que admitir que es el sentimiento (emoción, pasión) de aprobación o desaprobación del individuo. Este sentimiento moral es una emoción o “gusto” interior que surgiría en los sujetos, mostrando su agrado o desagrado ante las acciones. Dicho gusto sería universal, común a todos los hombres, y resultaría útil para la Humanidad (sin apreciar la dialéctica entre los distintos grupos y sus morales), que expresaría la Simpatía (“concordancia natural de sentimientos de toda la humanidad”). Hume defiende una teoría de la moral conocida como “emotivismo moral”.
Respecto al origen de la sociedad y la política Hume se opone a las teorías “contractualistas” (como supuso Hobbes o Locke, y luego hará Rousseau) que suponen (“ficción filosófica”) que los hombres en un “estado de naturaleza” decidieron “racionalmente” vincularse para formar la sociedad. Hume piensa que dicha asociación sería resultado de un deseo (similar al que une a macho y hembra). La Sociedad y sus instituciones (de justicia, de gobierno, etc.) no estaría legitimada “por la naturaleza” de individuos racionales previos, sino por su utilidad “convencional” (emotiva). Es posible una sociedad más simple sin gobierno (como ocurriría con las tribus indias norteamericanas). Sería el aumento de la riqueza y la propiedad individual la que exigiese, por su utilidad, la formación de gobiernos para defender las propiedades y su justicia, ya fuese su instauración violenta o no. Lo importante es que dicho gobierno resulte útil para mantener la persistencia social. Si no cumpliera dicha función no habría por qué obedecerlo. En su día fue partidario de un tipo de “Monarquía mixta” que recogiese el gobierno monárquico (en la figura del Rey), de la Aristocracia (expresada en el partido Tory) y la República (o democracia, a través del partido Whig), y que recoge ideas tomistas.