El Conocimiento en Nietzsche
Friedrich Nietzsche (siglo XIX) fue un filósofo atípico por sus ideas y su forma de concebir la filosofía, la cual supone una ruptura con toda tradición y una crítica a la cultura occidental decadente. Denuncia que la metafísica tradicional, desde Sócrates y Platón hasta el cristianismo, ha anulado todos los aspectos de la vida que no encajan en el modelo de racionalidad. Desde su teoría ontológica hasta su manejo del lenguaje, todo ello expresa para Nietzsche un resentimiento ante la vida, un rechazo que ha llevado a enmascararla, a negarla.
Heredero del pensamiento de Heráclito, que concibe la vida como un constante devenir, Nietzsche denuncia la tendencia del hombre a “congelar” el movimiento, el flujo constante de la vida, en categorías que suplantan la verdadera realidad. El miedo que nos produce la multiplicidad y la carga trágica de la vida nos lleva a escondernos tras la razón y los conceptos. Pero el problema es que la vida queda anulada, por lo que Nietzsche propone recuperarla, denunciando el abuso del pensamiento sobre los instintos (se opone a la definición del ser humano como “animal racional”). De ahí que su corriente se defina como vitalismo.
Para clarificar este fenómeno, Nietzsche recurre a una metáfora clásica: la oposición entre Apolo y Dioniso, representando la dualidad de la naturaleza humana. Lo apolíneo se identifica con el orden, el equilibrio, la mesura… la razón. Lo dionisíaco representaría la fuerza, el caos, los instintos. En su obra El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, Nietzsche ensalza a los trágicos clásicos, que reconocían ambos aspectos de la naturaleza humana, pero denuncia que desde Platón y el cristianismo se niega la dimensión trágica, llegando incluso a postular un mundo trascendente y perfecto como el verdadero, convirtiendo esta realidad en un residuo. El miedo a un mundo de padecimiento, efímero y cambiante, hace que el hombre necesite fantasear con otro más valioso.
Pero para Nietzsche, la verdadera realidad sería el mundo sensible, plural y cambiante. La vida, a pesar de su componente trágico, está llena de riqueza y fecundidad, y nuestro miedo nos impide vivirla. Los conceptos y categorías que aplicamos a la realidad nos permiten organizarnos en medio del caos, pero el problema, apunta Nietzsche, es que acabamos por tomar dichos conceptos por la realidad misma. Por eso afirma que la verdad es siempre relativa: “Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son”. Los científicos se empeñan en perseguir la verdad, pero esta no existe, ni tampoco los hechos. Tan solo existe la perspectiva del observador. Nietzsche afirma: “No existen los hechos, solo las interpretaciones”. De ahí que su teoría del conocimiento se conozca como perspectivismo: la verdad ha de ser un resultado de la intuición de lo real. Conocer el mundo es interpretarlo, valorarlo desde una perspectiva. Así lo expresa en su obra La Gaya ciencia.
El concepto solo disfraza la realidad para calmar nuestra angustia ante el caos del mundo, y su modo abstracto y general de representarla no capta la vida singular y concreta, que es la verdadera. La filosofía tradicional ha olvidado el carácter metafórico del concepto y ha querido colocar en él la “esencia” de las cosas. Lejos de ofrecernos el conocimiento de la realidad, el concepto nos la oculta. Por eso dice Nietzsche que los conceptos son “necrópolis de intuiciones”. Nietzsche es, por tanto, muy crítico con el lenguaje, pues contribuye a afianzar el engaño metafísico acerca de la realidad. Por eso prefiere las metáforas y los símbolos a los conceptos. La construcción de un nuevo lenguaje será una de sus tareas prioritarias, basado en la metáfora, la alusión y la ironía. Frente al lenguaje de la razón, propondrá el de la imaginación, que respeta la pluriformidad y el movimiento de la realidad. El lenguaje metafórico es el lenguaje del arte, de la vida y, en definitiva, expresión de la libertad de la voluntad. Por eso llega a decir que solo la música, que no emplea ni la imagen ni la palabra, puede expresar la esencia de la vida tal y como es.
Dios en Nietzsche
La filosofía de Friedrich Nietzsche (s. XIX) es una crítica radical a los fundamentos de la cultura occidental, basada en una metafísica, una religión y una moral que, según él, han ido anulando con el tiempo los valores de la vida. El cristianismo, como antes hicieron Sócrates y Platón, reniega de la vida, pues, incapaz de soportar su dimensión trágica, postula un mundo trascendente (el reino de los cielos) y convierte este mundo y esta vida en un residuo. El miedo a un mundo de padecimiento, efímero y cambiante, hace que el hombre débil fantasee con otro más valioso. Por eso Nietzsche afirma que “la vida acaba donde comienza el reino de Dios”.
Para Nietzsche, Dios es un concepto vacío que, sin embargo, se ha erigido como pilar de la metafísica y de la moral, pues ha sido a partir de él que se ha postulado un mundo perfecto y trascendente del que se derivan valores morales basados en la sumisión y en el sacrificio (esta vida es solo un puente hacia la salvación). Nietzsche desprecia esta cobardía y defiende que la vida está llena de riqueza y fecundidad, y que no debemos renegar de ella ni enmascararla. En lugar de girar en torno al hombre, la moral cristiana giraba en torno a Dios, hasta que el hombre acababa renunciando a su propia naturaleza. La moral cristiana nos había inoculado un complejo de culpa que nos incapacitaba para exigir aquello que deseábamos y que era posible conseguir (la crucifixión es para Nietzsche la metáfora más horrible que ha servido para arraigar en el hombre un sentimiento de culpa que exige una vida de sacrificio y abnegación). Los cristianos siempre se sentían en pecado, algo que no les sucedía a los griegos clásicos.
El judaísmo y el cristianismo habían identificado “bueno” con pobre, desgraciado, enfermo, desinteresado, amado de Dios… Para Nietzsche, el ideal de vida ascética es la aniquilación de uno mismo, es “voluntad de nada”. Sin embargo, ya desde el Renacimiento, pasando por el giro cartesiano, la Ilustración y el progreso científico, la figura de Dios empezó a ser desplazada del pensamiento, hasta su desaparición. Esto lleva a Nietzsche a una rotunda conclusión: “Dios ha muerto”. Dios había sido la brújula del hombre occidental. Pero el hombre ha ido matando a Dios sin darse cuenta. Al descubrir la muerte de Dios, el hombre queda desorientado, su vida pierde el sentido.
La muerte de Dios supone la muerte del monoteísmo cristiano y de la metafísica y la moral dogmáticas, y el responsable de ello es el hombre. Al cobrar conciencia de ello, el hombre sustituye a ese Dios y a esa verdad por nuevos dioses y verdades. La ciencia sería un síntoma de esa vana sustitución. Hemos sustituido a Dios por el racionalismo y la ciencia, pero, ¿qué hemos cambiado? ¿Y la vida? Pese a ello, con la caída de Dios y de la metafísica tradicional, los valores asociados a ellos no pueden subsistir, no encuentran justificación trascendental alguna. Nietzsche afirma que la muerte de Dios es un hecho histórico con importantes consecuencias, pues abre las puertas a una nueva moral, vitalista y creadora. No hay lugar para Dios en la cultura moderna. Si negamos a Dios y negamos la responsabilidad ante Dios, redimimos el mundo (negar para afirmar).
El espíritu de Occidente está viciado desde la raíz (platonismo), y ahora la sociedad está sin brújula, sin valores. Esto es lo que Nietzsche denomina nihilismo pasivo. Dios muere en el corazón de los seres humanos, y en su lugar hay “nada”. Pero dos posibilidades se abren ante el hombre: o permanecer en el vacío (nihilismo) o llenarlo con nuevos valores que afirmen la vida (nihilismo activo), con una nueva moral de señores, de superhombres. Si queremos cambiar, tenemos que sustituir la voluntad de nada por la voluntad de poder. Si Dios va en contra de la vida, su muerte implica la vida del hombre (al ser Nietzsche quien reniega de todo dogmatismo, afirma que es él el verdadero asesino de “Dios”).
La Moral en Nietzsche
La filosofía de Friedrich Nietzsche (s. XIX) es una crítica radical a los fundamentos de la cultura occidental, basada en una metafísica, una religión y una moral que, según él, han ido anulando con el tiempo los valores de la vida. El origen de la decadencia se sitúa en la filosofía de Sócrates, Platón y el pensamiento cristiano. Desde ellos, la filosofía se ha conducido de espaldas a la vida. Según Nietzsche, Platón instauró el error dogmático al postular que existía el “Bien en sí” y que podríamos alcanzar un espíritu puro. Estos principios iban en contra de los instintos vitales.
Los trágicos clásicos habían captado la dualidad de la naturaleza humana, entre sus impulsos racionales (que Nietzsche expresa en su metáfora del dios Apolo) y sus impulsos irracionales o pasionales (que se reflejan en la figura del dios Dioniso). Pero a partir del platonismo se rechaza todo aquello ligado al cuerpo y los instintos, y se proponen valores que conforman una moral antinatural y resentida. Nietzsche utilizará el método genealógico (remontándose a lo largo de la historia para indagar sobre el origen de nuestras valoraciones morales), descubriendo cómo el platonismo y el cristianismo degradaron conceptos tales como el bien o la virtud.
Si para la Grecia clásica “virtud” era sinónimo de fuerza, y el noble era quien despreciaba la debilidad y el miedo, a partir de Sócrates la virtud se convierte en renuncia a las pasiones y ambiciones, y el único bien que se admite es el de la «sabiduría», como explica en su obra Más allá del bien y del mal. Con ello se inicia en Grecia la moral de esclavos, gregaria y antivital, que se mantiene con la moral cristiana, la cual ha domesticado al hombre: la compasión solo promueve la debilidad, la adaptación al rebaño. La figura de Dios (el concepto más vacío según Nietzsche) ha sido esencial para afianzar esta moral cobarde. El resentimiento ante los componentes trágicos de la vida, ante el caos y la muerte, empujaron al hombre a enmascarar la vida a través de un discurso que postulaba un mundo trascendente y perfecto, al que se accedía a través de la sumisión y el sacrificio. Mediante el constante sentimiento de culpa que arrastraban los cristianos se garantizaba la represión de sus instintos vitales.
Sin embargo, a partir del Renacimiento, la modernidad y el progreso científico, Dios empezó a ser desplazado del pensamiento hasta desaparecer, lo que anima a Nietzsche a sentenciar que “Dios ha muerto”, y junto con él, el pilar que sostenía toda la moral tradicional. En un primer momento, el hombre quedará desorientado, sin brújula, y los valores morales perderán su justificación trascendental. A este momento lo denomina “nihilismo pasivo”, un vacío de sentido. Sin embargo, Nietzsche afirma que la muerte de Dios también abre las puertas a una nueva moral, vitalista y creadora, pues es la oportunidad para que los hombres tomen las riendas de su vida y la asuman sin resentimiento (nihilismo activo), como expone en su obra La genealogía de la moral. Estos hombres serán los que creen la moral de los señores, sustituyendo la “voluntad de nada” por la “voluntad de poder”.
El “señor” sabe que él mismo es el creador de sus valores; no tiene que buscar la aprobación más allá de sí mismo. Para representar el cambio de la moral de esclavos a la moral de señores, Nietzsche utiliza la metáfora de las tres transformaciones del espíritu: del esclavo débil y culposo (representado por el camello, que soporta el calor, la sed y la carga), marcado por el “tú debes”; al hombre fuerte, aquel que toma conciencia de la muerte de Dios y se reafirma en ella (representado por el león, agresivo, valiente), que se distingue por el “yo quiero”. Pero una vez superada la fase de destrucción, el hombre descubre el poder de la voluntad y se reconcilia con la vida. Este tipo de hombre es representado por el niño, gozoso y vital, que ignora el pasado y crea una nueva escala de valores basada en la voluntad de poder. A esta figura Nietzsche la denomina “Superhombre”.
El Hombre en Nietzsche
La filosofía de Friedrich Nietzsche (s. XIX) es una crítica radical a los fundamentos de la cultura occidental, basada en una metafísica, una religión y una moral que, según él, han ido anulando con el tiempo los valores de la vida. Nietzsche estudió filología clásica y se inspira en los griegos para reflejar lo que él considera la expresión de la naturaleza humana: el ser humano aspira al orden, a la razón (lo que la mitología griega asociaba al dios Apolo), pero también reconoce los aspectos instintivos y pasionales del ser humano (como se revela en la figura del dios Dioniso). Ambas actitudes forman parte del ser humano; sin embargo, el miedo ante el caos de la existencia y la dimensión trágica de la vida han llevado al hombre a renegar de sus instintos y a obsesionarse con la razón, el conocimiento inmutable y el “bien en sí”, hasta describirlo como un “animal racional”.
Sócrates y Platón fueron los primeros que huyeron de los aspectos irracionales y proclamaron que existía una moral objetiva basada en la sabiduría, así como un mundo trascendente y perfecto. El cristianismo explotó esta teoría para crear toda una estructura moral que obligaba al individuo a rechazar sus propios impulsos y deseos, a renegar de su cuerpo y de su naturaleza. El hombre fue domesticado, hasta interiorizar la represión y promoverla él mismo. Sin embargo, un acontecimiento puede revertir esta decadencia: para sostener el discurso racional y antinatural hubo que servirse de una figura que lo respaldase: Dios. Pero, de forma paulatina, el hombre ha ido apartando a Dios del centro del pensamiento, siendo sustituido por la ciencia.
Para Nietzsche, “Dios ha muerto”, en el sentido de que ha dejado de sustentar la moral tradicional. Su muerte puede suponer una resucitación del hombre: no un sujeto débil y sumiso, sino un hombre capaz de tomar las riendas de su vida, contemplarla sin miedo, asumir su dimensión trágica y dejar expresar libremente su voluntad de poder. La voluntad de poder es para Nietzsche la verdadera esencia de la naturaleza humana. Rescata el concepto de Schopenhauer, pero en lugar de cuestionarlo como hacía este, lo promueve. La voluntad de poder sería entonces una fuerza creadora, un impulso o deseo ciego de vivir, la tendencia de la vida a afirmarse y expandirse. Esta voluntad había sido reprimida por el cristianismo, que defendía la sumisión y el sacrificio de uno mismo.
Ahora puede ser recuperada; el hombre puede volver a amar la vida y asumirla. Asumir la vida es para Nietzsche vivir bajo el deseo y no el deber, vivir apegado a lo terrenal, afrontar la existencia y no mirar a un más allá, sino al momento presente, como si la vida fuese un ciclo que volviese a repetirse (eterno retorno). Al hombre capaz de amar la vida, de expresarse a través de su voluntad de poder creando sus propios valores y de soportar la idea del eterno retorno, Nietzsche lo denomina “superhombre”. Todo ello aparece reflejado en su obra Así habló Zaratustra.
El hombre actual es tan solo un puente hacia el superhombre. Para alcanzar este estadio ha de experimentar una triple metamorfosis de su espíritu: de camello (animal sumiso) ha de convertirse en león (símbolo de la negación de todos los valores), y de león en niño (símbolo del superhombre que conquista la auténtica libertad). El superhombre es un ser libre, superior, autónomo; tiene espíritu artístico. Este hombre nuevo solo será posible con una nueva moral que surgirá de la transmutación generalizada de todos los valores vigentes. Si la moral tradicional giraba en torno a la verdad y a Dios, habrá que sustituirla por una nueva moral que gire en torno a la vida, a los nuevos dioses finitos que son los superhombres. El Superhombre es el símbolo del vitalismo de Nietzsche: es un niño, un gran bailarín, que pasea por la cuerda floja del devenir y acepta la vida tal como es. Es un individuo con una moral y unas capacidades superiores al resto, y por eso debe dominar.
La Política en Nietzsche
La filosofía de Friedrich Nietzsche (s. XIX) es una crítica radical a los fundamentos de la cultura occidental, basada en una metafísica, una religión y una moral que, según él, han ido anulando con el tiempo los valores de la vida. El núcleo de su crítica está en que, según él, el miedo ante el caos y el sufrimiento de la existencia dio lugar a la construcción de un discurso metafísico y moral que rechazaba todo lo que no entrase en el modelo de racionalidad. Se renegó de la vida, o al menos de su lado instintivo y creador, y tal rechazo se origina, según Nietzsche, en Sócrates, Platón y la tradición judeocristiana. Finalmente, se impuso una moral de rebaño, en la que el hombre, débil y domesticado, se anulaba a sí mismo con tal de aspirar a la salvación.
Este discurso racional y esta moral gregaria también tuvieron para Nietzsche consecuencias en la construcción de la sociedad y su organización política. Según Nietzsche, las relaciones sociales están infectadas de falsedad, hipocresía y envidia. Además, las instituciones del Estado (desde los partidos, el ejército o la Iglesia) contribuyen a alienarnos y convertirnos en rebaño. Nos oprimen y no permiten que surjan y manden los hombres superiores, dedicándose a impedir el desarrollo de la personalidad individual. En nombre de la convivencia hemos renunciado a nuestros instintos, pero estos deben prevalecer por encima de la colaboración social.
El valor más importante para Nietzsche pasa a ser el individuo, que tiene que evitar ser disuelto por la sociedad. Por eso rechaza el liberalismo democrático y el socialismo, como teorías igualitaristas que quieren dar poder y capacidad de decisión a cualquiera. Además, la democracia estimula el instinto de rebaño, por querer hacer de la humanidad un único proyecto de hombre. Es un síntoma de la falta de creatividad. La democracia es el sistema político que corresponde con el discurso metafísico de una única verdad, en este caso convertida en la legitimación de una única justicia que cierra la puerta a todo perspectivismo. Pero para Nietzsche, son los individuos y no las estructuras los que hacen los grandes cambios de la humanidad. Por eso afirma que hay que dejar espacio y libertad para favorecer la aparición del genio.
En su ensayo La genealogía de la moral nos plantea que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de los nobles contra los siervos. A su teoría la llama “la gran política”, y es el período de tiempo que debe pasar hasta la llegada del superhombre. Se trata de una nueva política para una nueva humanidad, una política aristocrática que resuelva el nihilismo, es decir, la ausencia de valores y sentido que afecta a su época. Defiende una política “inmoral” inspirada en Maquiavelo, que justifique el despotismo para conseguir una cultura más elevada y noble, y nos redima de los efectos ocasionados por mil años de cultura moral cristiana (se ampara en que todos los intentos de hacer del hombre un ser moral han sido inmorales). La política que busca la felicidad (referencia al aristotelismo) es para Nietzsche “pequeña política”.
De todo esto se desprende una concepción jerárquica del hombre. El hombre superior es el hombre libre que hace lo que quiere: el superhombre. Por ello, Nietzsche defiende un nuevo sistema en el que una casta de superhombres, una minoría aristocrática, conduzca a la masa mediocre. Para ello habrá que cambiar las formas políticas de la época. Esta concepción elitista del sujeto y la política es de lo más polémico de su pensamiento. En resumen, Nietzsche acusa al hombre de ser débil, de no soportar el carácter trágico y efímero de la vida, de elegir someterse a una moral de esclavos y una concepción falsa de la realidad en lugar de ejercer su voluntad de poder y decir sí a la vida. Por eso no acepta ni una moral ni una política igualitarias; quiere crear una moral de amos en la que solo los que tengan un espíritu creador y afirmativo ante la vida gobiernen sobre el resto, no para someterlos, sino para no permitir que sea la debilidad la que domine el mundo.
La Política en Rousseau
Jean-Jacques Rousseau (s. XVIII) fue un filósofo moderno que destacó por sus teorías contractualistas acerca de la naturaleza humana y del poder político. El contractualismo es una corriente que se basa en un postulado hipotético: si las personas fuéramos anteriores a la sociedad y nos uniésemos a través de un pacto, ¿cómo debería ser este? El primer pensador moderno que utilizó esta estructura fue Hobbes, quien, afirmando que el hombre era malo por naturaleza, justificó un pacto que entregase el poder absoluto al soberano. Rousseau, por el contrario, afirmará que el hombre es bueno por naturaleza pero que se corrompe en sociedad, y defiende la soberanía popular como remedio.
Rousseau utiliza la hipótesis del “Estado de naturaleza” para afirmar que, antes de la integración del sujeto en la sociedad, el hombre se encontraba en un estado de libertad, sin leyes ni gobiernos, en el que vivía de forma feliz y autónoma. Se trata para Rousseau de una “primitiva edad de oro” en la que el hombre vivía como un “buen salvaje”. Pero por algún motivo azaroso (como un desastre natural o la falta de alimentos), los hombres se vieron en la necesidad de ayudarse mutuamente y descubrieron que la unión les proporcionaba más ventajas. En sociedad desarrollaron los primeros vínculos afectivos: el amor conyugal y paterno, la amistad… pero también los celos, la envidia, el orgullo. Y con la aparición de la propiedad privada se corrompe definitivamente el hombre, pues impera la desigualdad, que separa a los ricos de los pobres. Se crean Estados opresivos, y es así como los hombres perdieron toda su libertad.
Por eso Rousseau afirma en su obra clave El contrato social: “El hombre ha nacido libre y en todas partes se encuentra encadenado”. El estado civil es irreversible, por lo que la única salida es transformar la sociedad mediante un pacto que garantice los derechos de sus miembros. El ginebrino propone crear una forma de organización política que mantenga las ventajas de vivir en sociedad pero que sea acorde a la naturaleza humana, devolviendo a los hombres la libertad e igualdad de las que gozaban en el estado de naturaleza. Este problema se resuelve a través del contrato social (obra homónima), un convenio cuya única cláusula es la enajenación total de los derechos y bienes de cada individuo a la comunidad.
Este contrato no vincula dos partes, sino que una parte (los individuos) deviene otra (la comunidad). En el momento en que se establece el contrato, la comunidad se convierte en un cuerpo social y moral cuyos intereses responden a todo el colectivo: la voluntad general. Si entregamos todos nuestros derechos y bienes a la comunidad, lo que generamos es una situación de igualdad absoluta, y si todos somos iguales, lo que le interese al otro será lo mismo que me convenga a mí y viceversa. Una vez realizado el pacto, el hombre entra dentro del estado civil y recupera su libertad, pero no como la búsqueda del interés propio, sino como la aspiración al bien común (aunque el pacto defiende que quien se niegue a obedecer a la voluntad general será obligado por todo el cuerpo).
Rousseau se opone a la representación de la soberanía: la responsabilidad política es intransferible. Aunque sí diferencia entre poder legislativo y poder ejecutivo: el pueblo entero decide las leyes, pero no puede ser quien las aplique. Con esto Rousseau diferencia la forma de Estado de la forma de gobierno. El único Estado legítimo es el democrático, porque es en el que se refleja el interés general; el gobierno, en cambio, puede variar. Dependiendo del número de personas del Estado puede convenir: una Monarquía (favorable a los grandes Estados), una Aristocracia (Estados medios) o una Democracia (en la que todos tienen una participación directa a través de las asambleas, para Estados pequeños). Pero, siendo realistas, reconoce que para estados grandes y ricos el mejor modelo es la monarquía parlamentaria, siempre que esta sea expresión de la voluntad general.