Explorando la Naturaleza Humana: De los Mitos a la Libertad

1. Los Inicios de la Reflexión sobre la Naturaleza Humana

1.1. Respuestas Mitológicas

Desde tiempos remotos, al liberarse de la urgencia de satisfacer sus necesidades básicas, los seres humanos comenzaron a usar su inteligencia para descubrir y controlar su entorno, buscando facilitar su existencia. Este proceso les permitió dedicar tiempo a la reflexión, cuestionándose sobre el mundo que los rodeaba. Así surgieron diferentes formas de respuesta, entre ellas, la mitología.

Las respuestas míticas se presentan como relatos fantásticos, protagonizados por dioses con poderes sobrenaturales, que justificaban los fenómenos naturales. Estas explicaciones, basadas en la imaginación y la fantasía, reflejan la curiosidad y el asombro del ser humano primitivo ante lo desconocido. Los fenómenos naturales se interpretaban según el estado de ánimo de los dioses, a quienes se les rendía culto y se les ofrecían ofrendas para mantener su favor. Esta visión colocaba a los dioses en una posición superior, dominando la naturaleza y, en consecuencia, al propio ser humano.

Un ejemplo de esto es el mito de Prometeo, que ilustra la relación entre dioses y humanos, así como el castigo por desafiar el orden establecido.

1.2. Del Mito al Logos

Es importante destacar que los mitos no son equivalentes a la religión. En la antigua Grecia, alrededor del siglo V a.C., surgió la necesidad de encontrar nuevas respuestas a los fenómenos naturales. Este cambio de perspectiva dio lugar a las explicaciones racionales, abandonando la fantasía y los poderes sobrenaturales para explicar el mundo a través de la observación.

Este tránsito del mito al logos (razón) fue impulsado por diversos factores, como la navegación y el comercio con otros pueblos. El contacto con otras culturas llevó a los griegos a cuestionar sus propias verdades, reconociendo que su visión del mundo no era absoluta.

1.3. Filosofía y Antropocentrismo

A partir del siglo IV a.C., las explicaciones racionales cobran mayor fuerza. Desde el siglo VI a.C. hasta el siglo IV a.C., el enfoque principal de la filosofía se centró en los fenómenos naturales y el cosmos, período conocido como cosmológico. Sin embargo, con la llegada de Sócrates en el siglo V a.C., se inicia el período antropológico, donde la reflexión se centra en el ser humano y su organización social y política.

Aunque en ambos períodos existen reflexiones sobre el otro, la diferencia radica en la perspectiva. Los presocráticos concebían al hombre como parte del cosmos, mientras que Sócrates y los sofistas entendían el cosmos en función del hombre. Por esta razón, este período se conoce como antropocéntrico, donde el hombre se convierte en la medida de todas las cosas.

Este antropocentrismo se refleja en la filosofía de Kant en el siglo XVIII, quien resume sus intereses filosóficos en tres preguntas fundamentales:

  • ¿Qué puedo saber? (Epistemología)
  • ¿Qué debo hacer? (Ética)
  • ¿Qué puedo esperar? (Esperanza humana)

Estas preguntas convergen en una pregunta central: ¿Qué es el hombre? La antropología, como estudio del hombre, se desarrolla a partir del siglo XVIII, centrándose en estas cuestiones. Esta disciplina aborda la naturaleza humana desde diversas perspectivas:

  • Física: Nuestro origen animal.
  • Lingüística: Diversidad de lenguas.
  • Cultural: Estudio de las culturas.
  • Etnológica y antropológica: Diversidad humana.
  • Filosófica: Naturaleza humana y nuestro pasado en el mundo natural.

2. Definiendo la Naturaleza Humana

2.1. ¿Qué es lo Natural?

Una cuestión fundamental en la reflexión sobre la naturaleza humana es definir qué significa»natura». En general, se refiere a todo aquello que existe sin intervención humana, abarcando el conjunto de seres y fenómenos del universo. Esta definición implica que lo natural es algo ajeno a nuestro control, identificándose a veces con lo innato, aquello que viene dado desde el nacimiento, como los instintos.

Coloquialmente, se asocia lo natural con lo normal. Sin embargo, esta asociación resulta ambigua, ya que lo normal no está determinado por la naturaleza, sino por las normas sociales. Asumir que lo normal es natural lleva a una paradoja, ya que lo normal se construye socialmente.

En otro sentido, se entiende lo natural como lo esencial, aquello que caracteriza a algo y lo diferencia del resto, permitiéndonos definirlo. Lo esencial es lo que permanece como propio, sin lo cual ese algo dejaría de existir. Esta concepción de lo natural como esencia es fundamental en la cultura occidental.

Al hablar de naturaleza humana, nos referimos a aquellos elementos que consideramos naturales en el ser humano, características propias y esenciales que lo definen y lo distinguen del resto de los animales.

2.2. Naturaleza Racional

Aunque existen quienes niegan la existencia de una naturaleza humana, la postura mayoritaria la afirma. Desde esta perspectiva, se argumenta que ciertas características biológicas nos diferencian de los animales, como la posición erecta, la liberación de las manos y un mayor desarrollo cerebral. Este último permite el desarrollo de funciones superiores y del lenguaje, elementos considerados esenciales y propios del ser humano.

Esta visión del ser humano como animal racional tiene raíces antiguas. Platón, por ejemplo, define al ser humano como»animal sin alas, de dos pies, uñas planas..». Otros filósofos han enfatizado la razón como la característica esencial del ser humano, definiéndola como una facultad única, ligada al lenguaje.

2.3. Naturaleza Cultural

Desde sus orígenes, los seres humanos han utilizado su inteligencia para crear objetos y herramientas que les permitan sobrevivir en un entorno hostil, superando las limitaciones físicas que enfrentan frente a otros animales mejor adaptados. Estos productos culturales no son producto del capricho, sino de una necesidad de adaptación.

La capacidad de crear y utilizar herramientas marca una diferencia fundamental entre el ser humano y los demás animales. No es lo mismo usar una rama para defenderse que crear una lanza para cazar. Esta capacidad de transformación del entorno es una muestra de la naturaleza cultural del ser humano.

2.4. Naturaleza Social y Política

Los seres humanos, a diferencia de otras especies, necesitamos vivir en sociedad. Esta necesidad de interacción social es esencial para nuestra supervivencia y desarrollo. Aristóteles definió al ser humano como»animal polític», destacando nuestra naturaleza social y política. El lenguaje, en este sentido, es una prueba de nuestra naturaleza política, ya que nos permite comunicarnos, establecer leyes y normas que regulen la convivencia.

Diversos filósofos han reflexionado sobre la naturaleza social y política del ser humano. Hobbes (siglo XVII), por ejemplo, argumenta que en estado de naturaleza, el hombre es un lobo para el hombre, viendo en los demás una amenaza. Sin embargo, la necesidad de seguridad y la búsqueda del propio beneficio llevan al ser humano a formar sociedades, sometiéndose a un poder absoluto que garantice la convivencia pacífica.

Rousseau (siglo XVIII), por otro lado, considera al ser humano como bueno por naturaleza. En el estado natural, el ser humano experimenta sentimientos como la compasión y la piedad, sufriendo por el sufrimiento ajeno. Es la sociedad, según Rousseau, la que corrompe al ser humano, volviéndolo egoísta y agresivo. A pesar de sus diferencias, Rousseau coincide con Hobbes en que la lucha y la competencia son inherentes a la naturaleza humana, aunque difieren en las causas.

3. Cuestionando el Lugar del Hombre en el Universo

3.1. Crítica al Antropocentrismo

El antropocentrismo, la creencia de que el ser humano ocupa un lugar central y privilegiado en el universo, ha sido objeto de diversas críticas a lo largo de la historia. No es lo mismo afirmar que el ser humano es la especie más inteligente del planeta, que creer que esa inteligencia le otorga el derecho a dominar y explotar la naturaleza a su antojo.

Desde la antigua Grecia, la visión geocéntrica del universo colocaba al ser humano en el centro de la creación. Esta idea se vio reforzada por el cristianismo, que considera al ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, con dominio sobre la naturaleza. Sin embargo, el heliocentrismo propuesto por Aristarco de Samos en el siglo III a.C. supuso un duro golpe al antropocentrismo, desplazando a la Tierra del centro del universo y colocándola como un planeta más que gira alrededor del Sol.

A pesar de este cambio de paradigma, el antropocentrismo ha sobrevivido a lo largo de la historia, adaptándose a los nuevos descubrimientos científicos. Sin embargo, cada nuevo avance nos recuerda la inmensidad del universo y la arrogancia de considerarnos el centro del mismo. La Tierra es solo un pequeño planeta en un sistema solar común, ubicado en un brazo de una galaxia entre miles de millones de galaxias. Ante esta realidad, la pretensión de ocupar el lugar central en el universo resulta cuanto menos ingenua.

3.2. El Ser Humano como Voluntad de Poder

Para Nietzsche, la realidad es un continuo cambio y devenir, un fluir constante. El ser humano, en este contexto, no es una entidad fija con una esencia inmutable, sino un proceso de transformación, un continuo hacerse. Lo importante no es la esencia del ser humano, sino su existencia, su estar en el mundo.

Definir al ser humano como racional, cultural o social, según Nietzsche, es un intento de atrapar en conceptos estáticos y muertos algo que es vivo y dinámico, un esfuerzo condenado al fracaso. El ser humano es algo dinámico, cambiante, inacabado.»El hombre es algo que debe ser superad», afirma Nietzsche.

Si se busca una esencia del ser humano, esta se encuentra en la voluntad de poder, una fuerza primaria e inconsciente que anima todo lo vivo. Esta voluntad de poder se manifiesta en diferentes ámbitos, como la ciencia, el arte, la política o incluso la crueldad. Lo que caracteriza al ser humano es su búsqueda de sentido en un mundo que, en sí mismo, carece de él. Esta necesidad de encontrar un propósito a la existencia es una de las principales manifestaciones de la voluntad de poder.

Nietzsche distingue entre dos tipos de cultura: la que afirma la vida y la que la niega. La cultura que afirma la vida acepta la realidad en su totalidad, incluyendo el placer, el dolor, la razón, el instinto, la locura… En cambio, la cultura que niega la vida rechaza aspectos fundamentales de la existencia, aceptando solo aquello que es racional, medible y cuantificable.

3.3. El Ser Humano como Ser Libre

El existencialismo, corriente filosófica del siglo XX, ofrece una perspectiva diferente sobre la naturaleza humana. Para los existencialistas, como Sartre y Simone de Beauvoir, no existe una esencia previa que determine al ser humano. Somos nosotros mismos quienes, a través de nuestras acciones y decisiones, vamos creando nuestra propia esencia. La existencia precede a la esencia.

El existencialismo ateo, en particular, niega la existencia de Dios y, con ello, la idea de un plan divino para la humanidad. El ser humano se encuentra arrojado a un mundo sin un sentido preestablecido, con la libertad y la responsabilidad que esto conlleva. No podemos dejar de ser libres, ya que incluso la decisión de no elegir es en sí misma una elección. Estamos condenados a ser libres.

Sartre reconoce la existencia de factores que nos condicionan, pero no nos determinan. Somos libres de elegir cómo responder ante las circunstancias. Incluso nuestras emociones son, en cierta medida, elegidas, ya que podemos decidir cómo reaccionar ante ellas. Si bien nuestro carácter se forma a lo largo de nuestra vida, tenemos la capacidad de cambiarlo si así lo decidimos.

La libertad, sin embargo, no está exenta de angustia. La conciencia de nuestra propia libertad y la responsabilidad que conlleva pueden resultar abrumadoras. Esta angustia es el precio de la libertad. Ante esta angustia, muchas veces buscamos excusas o culpables externos para justificar nuestras decisiones, eludiendo nuestra responsabilidad. Esta actitud es lo que Sartre denomina mala fe.

La sinceridad, por otro lado, implica reconocer nuestra libertad y responsabilidad sin buscar excusas. Solo así podemos vivir de forma auténtica y plena, aceptando las consecuencias de nuestras decisiones. La libertad, en este sentido, no es solo un derecho, sino también un deber.

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