El texto pertenece al “Discurso del método”, autobiografía intelectual de Descartes en la que el autor narra en primera persona algunos de sus más importantes hallazgos filosóficos y cómo llegó a alcanzarlos. Este fragmento pertenece a la parte cuarta, en la que Descartes resume algunas de sus más importantes meditaciones metafísicas, en concreto las referidas a la existencia de Dios y del alma. Precisamente en este fragmento se explica que la existencia del alma (cogito, pensamiento) es una idea clara y distinta, que se convierte en modelo de certeza y constituye, como explicaremos a continuación, la primera verdad a partir de la cual es posible construir el edificio del conocimiento. ¿Cómo ha llegado Descartes a esa primera verdad? Podríamos decir que es la duda lo que lo ha llevado hasta ella. A Descartes le admiraba la claridad y la certeza de las demostraciones de la geometría, mientras que se daba cuanta de que otros conocimientos que había adquirido a lo largo de su vida no tenían un fundamento tan sólido. Y reflexionando sobre ello, llegó a la conclusión de que el éxito de la geometría se debía a su método, que era, sin duda, el método más adecuado para razonar acerca de cualquier asunto. La geometría parte de verdades simples e indudables, y a partir de ellas construye razonamientos más complejos. La clave, entonces, estaba en encontrar una verdad indudable.
Esa era la primera regla del método: no admitir como verdadero nada que no sea evidente, es decir, nada que pueda ponerse en duda. Así que Descartes se dispuso a dudar de todo (duda universal), no porque realmente considerase que todo lo que creía hasta ahora fuera falso, sino para contar con una base absolutamente segura y sólida para el conocimiento (duda metódica). Su primer argumento de duda fue el de los sentidos: puesto que nos engañan a menudo, ningún conocimiento que proceda de ellos puede constituir un fundamento sólido. La imposibilidad de distinguir claramente si estamos dormidos o despiertos le llevó a dudar de la realidad, pues podría ser una invención de nuestra mente. Incluso de la certeza de las matemáticas llegó a dudar, porque a veces nos equivocamos en nuestros razonamientos y porque, puestos a llevar la duda hasta el final, podría existir un geniecillo maligno que nos hiciera estar seguros de ideas que en realidad son falsas (este argumento del genio maligno lo expuso Descartes en otra obra, las “Meditaciones metafísicas”, y le trajo algunos problemas teológicos). El caso es que dudando de todo llegó Descartes a darse cuenta de que había una verdad indudable: su propio pensamiento, eso que llamó el yo. Ni siquiera un genio maligno muy poderoso podría hacerme dudar de que existo, porque dudar es pensar y para pensar es preciso ser. Y aquí es precisamente donde se sitúa el texto que comentamos: en ese momento en que Descartes ha encontrado una verdad indudable “Pienso luego existo”, que será el principio que andaba buscando. Pero tenemos un pequeño problema, y es que ese yo indudable es, como dice el texto, independiente del cuerpo, es una substancia pensante que no necesita de nada más para existir. Y entonces, ¿cómo puede ser el fundamento del conocimiento? La filosofía cartesiana se ha quedado encerrada en el subjetivismo, en el yo, en una forma de idealismo extremo al que en filosofía se denomina solipsismo. La existencia del yo es indudable, y también es indudable que existen las ideas que el yo piensa, pero ¿nos dicen esas ideas algo sobre el mundo? Si el yo es independiente de todo lo demás, ¿no es posible que genere las ideas y que nunca podamos saber si hay un realidad fuera de la mente a la que se refieren? Descartes eludirá este problema demostrando la existencia de Dios. En el mismo capítulo al que pertenece el fragmento que estamos comentando, Descartes propone diferentes argumentos para demostrar la existencia de Dios, todos ellos de tipo ontológico. Resumiendo mucho, porque no es el tema del fragmento a comentar, diremos que Descartes cree que la idea de Dios que está en mi pensamiento no puedo haberla formado yo, porque es más perfecta que yo y no puede un efecto tener más perfecciones que su causa. Así que está claro que Dios existe, porque solo él puede haber puesto en mi mente la idea de Dios. Y una vez que ha demostrado que Dios existe (o cree haberlo hecho, porque en realidad su demostración es circular), concluye que ese ser perfecto es la garantía de que, siempre que usemos bien la razón –con el método adecuado, que es el de la geometría– no nos equivocaremos. Recordemos, para terminar, las cuatro reglas del método cartesiano:
Proceder luego de lo más simple a lo más complejo, procurando en cada paso que esté muy clara la relación entre cada una de las ideas (deducción)
Esa era la primera regla del método: no admitir como verdadero nada que no sea evidente, es decir, nada que pueda ponerse en duda. Así que Descartes se dispuso a dudar de todo (duda universal), no porque realmente considerase que todo lo que creía hasta ahora fuera falso, sino para contar con una base absolutamente segura y sólida para el conocimiento (duda metódica). Su primer argumento de duda fue el de los sentidos: puesto que nos engañan a menudo, ningún conocimiento que proceda de ellos puede constituir un fundamento sólido. La imposibilidad de distinguir claramente si estamos dormidos o despiertos le llevó a dudar de la realidad, pues podría ser una invención de nuestra mente. Incluso de la certeza de las matemáticas llegó a dudar, porque a veces nos equivocamos en nuestros razonamientos y porque, puestos a llevar la duda hasta el final, podría existir un geniecillo maligno que nos hiciera estar seguros de ideas que en realidad son falsas (este argumento del genio maligno lo expuso Descartes en otra obra, las “Meditaciones metafísicas”, y le trajo algunos problemas teológicos). El caso es que dudando de todo llegó Descartes a darse cuenta de que había una verdad indudable: su propio pensamiento, eso que llamó el yo. Ni siquiera un genio maligno muy poderoso podría hacerme dudar de que existo, porque dudar es pensar y para pensar es preciso ser. Y aquí es precisamente donde se sitúa el texto que comentamos: en ese momento en que Descartes ha encontrado una verdad indudable “Pienso luego existo”, que será el principio que andaba buscando. Pero tenemos un pequeño problema, y es que ese yo indudable es, como dice el texto, independiente del cuerpo, es una substancia pensante que no necesita de nada más para existir. Y entonces, ¿cómo puede ser el fundamento del conocimiento? La filosofía cartesiana se ha quedado encerrada en el subjetivismo, en el yo, en una forma de idealismo extremo al que en filosofía se denomina solipsismo. La existencia del yo es indudable, y también es indudable que existen las ideas que el yo piensa, pero ¿nos dicen esas ideas algo sobre el mundo? Si el yo es independiente de todo lo demás, ¿no es posible que genere las ideas y que nunca podamos saber si hay un realidad fuera de la mente a la que se refieren? Descartes eludirá este problema demostrando la existencia de Dios. En el mismo capítulo al que pertenece el fragmento que estamos comentando, Descartes propone diferentes argumentos para demostrar la existencia de Dios, todos ellos de tipo ontológico. Resumiendo mucho, porque no es el tema del fragmento a comentar, diremos que Descartes cree que la idea de Dios que está en mi pensamiento no puedo haberla formado yo, porque es más perfecta que yo y no puede un efecto tener más perfecciones que su causa. Así que está claro que Dios existe, porque solo él puede haber puesto en mi mente la idea de Dios. Y una vez que ha demostrado que Dios existe (o cree haberlo hecho, porque en realidad su demostración es circular), concluye que ese ser perfecto es la garantía de que, siempre que usemos bien la razón –con el método adecuado, que es el de la geometría– no nos equivocaremos. Recordemos, para terminar, las cuatro reglas del método cartesiano:
Primera regla o principio de evidencia
No admitir como verdadero más que lo que sea evidente (tan claro y distinto que no podamos dudar de ello, es decir, como el cogito del que habla el texto)Regla de análisis
Cuando se presente un problema complejo, hay que dividirlo en sus partes más simples, para que sea más sencillo resolverlo Regla de síntesis:Proceder luego de lo más simple a lo más complejo, procurando en cada paso que esté muy clara la relación entre cada una de las ideas (deducción)