El problema de la relación entre la fe y la razón. Los siglos pasan y llega un momento que cuando miramos hacia atrás nos resulta difícil comprender ese pasado remoto. ¿Qué sucedía en el año mil? Lo que sabemos es siempre fragmentario, interpretable, cuestionable. La construcción del saber en esa época remota es esencialmente escasa y pobre. Las condiciones de vida de las clases bajas: libre, vasallo y siervo, eran extraordinariamente extremas. Además, las técnicas de cultivo eran precarias en grado sumo, había pocas especies, pocos abonos y demasiado barbecho (1). El resultado eran unas cosechas paupérrimas que provocaban la aparición periódica de hambrunas y su cohorte de males. La brutalidad y la arbitrariedad eran la norma de conducta de los señores. No existían aún construcciones jurídicas sólidas, ni estructuras políticas. Todo era confuso, elástico, amorfo. Lo que es claro es que: «Nulle terre sans seigneur»; ninguna tierra sin señor (2). Y éste luchará hasta la muerte para afirmarse en su tierra. Se dirá que dos principios informan el feudalismo: la tierra y la espada.
Al terminar de caer el Imperio romano se había desintegrado la civilización -en sentido de ciudad-, y por tanto la cultura. La iniciada huida al campo se hizo inevitable: se vive en espacios de corto horizonte, con economía autárquica o de trueque. El gran refugio de la cultura -y aun de la agricultura- está en los monasterios, que por la anticlásica dignificación del trabajo aportada por san Benito (ora et labora), pueden organizar y educar comunidades que incluyen una verdadera aldea en torno, más delante regida a son de campana. En ellos se conservan tesoros de saber -por ejemplo, entre los irlandeses, a salvo de los hundimientos por las invasiones, no deja de haber quien sepa leer griego-, y existe toda una línea de actividad de copia, comentario y ornamentación de los códices del pensamiento cristiano.
El Saber en la Edad Media
¿Y qué pasa con el saber? Pues ese saber se había concentrado en las escuelas conventuales y las escuelas episcopales. En el siglo X el saber era según Ortega y Gasset:
«Pobre, misérrima era la ciencia de estos siglos, y esos nombres que la lejanía ha convertido en ciclópeas acumulación de saber, Teodulfo, Alcuino, Gerberto, pierden no poca parte de su valor si nos acercamos a ellos y pasamos la vista por sus libros y sus controversias. Hay, pues, que no olvidar la relatividad de todas las cosas humanas al hablar de los sabios de la Edad Media»(3).
Pero hay que esperar más de cuatro siglos para que este esfuerzo cobre relieve en nuestra historia, con el llamado renacimiento carolingio, cuando empieza la escolástica, ya no sólo en las escuelas monacales, sino en la escuela de palacio -también eclesial, por supuesto, pero basada en el poder civil-. Destaca en esta etapa Alcuino de York que establecerá los planes de estudio:
- El trivium, las letras (gramática, retórica y dialéctica), y
- El quadrivium, las ciencias (geometría, aritmética, astronomía y música).
La controversia acerca de la preponderancia de la razón sobre la autoridad de la fe, o de la fe sobre la razón, o entre dialéctica y mística, se había planteado ya en los tiempos de los apologistas del cristianismo con dos posturas irreconciliables. Para unos, la razón humana, herida y debilitada por el pecado, nada podía, abandonada a sus propias fuerzas, en orden a la consecución de la verdad; como nada podía la voluntad en orden a la práctica del bien sin la ayuda de la gracia; para otros, la razón no sólo se mueve con seguridad en la esfera de las verdades naturales, sino que es capaz de penetrar en el orden sobrenatural y descubrir y comprender por sí misma los más altos misterios de la revelación.
San Agustín y la Relación entre Fe y Razón
San Agustín, por no ser un filósofo en sentido estricto, no se preocupó jamás de trazar fronteras entre la razón y la fe, ya que pensaba que ambas tenían como misión el esclarecimiento de la verdad que, como creyente, identificaba con la fe cristiana. El objetivo, por tanto, era tratar de comprender la verdad cristiana con la colaboración tanto de la razón como de la fe, según un itinerario espiritual en el que, primero, la razón ayudaba al hombre a alcanzar la fe, luego la fe orientaba e iluminaba a la razón y, finalmente, la razón contribuía al esclarecimiento de los contenidos de la fe.
Dialécticos vs. Antidialécticos
A principios del siglo XI resurgió el problema de las relaciones entre la fe y la razón con la controversia entre dialécticos y antidialécticos, y continuó en el siglo XII con la oposición entre racionalistas y místicos. Los problemas entre dialécticos y antidialécticos tienen como horizonte la falta de contenidos de las artes «reales» (ausencia salvo un fragmento del Timeo de la filosofía griega) hace que la dialéctica no tenga otra materia que el mundo de la fe y del dogma. Por tanto, los dialécticos son portadores de un raciocinio frente a la autoridad dogmática y de la tradición patrística (influencia del platonismo augustiano), que adopta una independencia o autonomía al ocuparse de los misterios de la fe cristiana. En esta dialéctica antiteológica cabe situar errores heréticos, sobre la eucaristía de Berengario de Tours (*1088), o el «triteismo»- S. Anselmo: «Oigo y apenas puedo creerlo que el clérigo Roscelino, afirma que las tres personas en Dios son tres cosas separadas entre sí, como lo son tres ángeles, aunque tengan una sola voluntad y un solo querer» (PL 158,1192). Citado al Conc. de Soissons en 1092, fue condenada su doctrina. Roscelino se sometió.-, de Roscelin de Compiègne (1050-1120). Los teólogos antidialécticos, entre los que cabe destacar a San Pedro Damiano (1007-1072) que rechaza la pretensión de la razón para alcanzar los misterios de la fe y que la razón ha de ser sierva de la fe(4).
Posiciones Conciliadoras: San Anselmo y Abelardo
Hay hombres que adoptaron una posición conciliadora, como San Anselmo (1033-1109) y Abelardo (1079-1142). La solución anselmiana al problema se hizo célebre bajo la fórmula «fídes quaerens intellectum», es decir, «la fe busca al entendimiento» para hacerse inteligible. Frente al antiguo «creo porque es absurdo» (Lactancio), San Anselmo pretende creer para entender, aunque llevará esta postura demasiado lejos al pretender hacer demostrable y comprensible todo contenido de fe y al tratar de unificar filosofía y teología sin indistinción, al estilo agustiniano.
El Argumento Ontológico de San Anselmo
San Anselmo, en su intento de buscar en la fe una explicación que satisfaciera a la razón, cree encontrarla en una argumentación que se conoce con el nombre de argumento ontológico. Según este argumento, la existencia de Dios, que la conocemos mediante la fe, también puede ser conocida a través de la razón. En síntesis, el argumento trata de identificar a Dios con el ser, solamente Dios, es verdaderamente ser. Si Dios es el ser absoluto, sería una imperfección que dicho ser, solamente existiera en el pensamiento y no en la realidad, por tanto, si Dios es lo sumamente perfecto, entonces Dios debe existir. Tal argumentación sería posteriormente utilizada por otros autores, especialmente, en el siglo XVII, Descartes y en el siglo XVIII, por Kant, aunque éste será para criticar dicho argumento, posteriormente, en el siglo XIX, Hegel volverá a hablar de él.
El Aristotelismo y la Doble Verdad
El problema de las relaciones entre la razón y la fe volverá a plantearse agudamente en el siglo XIII a consecuencia de la llegada del aristotelismo a Occidente y de la teoría averroísta de la doble verdad. La más eminente respuesta al problema la dio Santo Tomás de Aquino sobre bases muy distintas de las que había partido el agustinismo, es decir a partir del aristotelismo. La teoría del conocimiento de Aristóteles ofrecía un punto de partida y un instrumento poderoso para un nuevo planteamiento de las relaciones entre la fe y la razón. Frente al neoplatonismo agustiniano, que estimaba que el objeto propio y adecuado de nuestro conocimiento eran las realidades inmateriales, la teoría aristotélica afirmaba la prioridad de la experiencia sensible en el proceso del conocimiento y mantenía que el objeto proporcionado al entendimiento no eran las realidades inmateriales, sino el ser de las realidades sensibles materiales. Las consecuencias que de eso se extraían eran que el edificio de la filosofía debía construirse de abajo (realidades sensibles) hacia arriba, y que el conocimiento que se alcanzara de Dios debía ser por fuerza imperfecto y analógico. El conocimiento natural de Dios tenía, por tanto, unos límites dentro de los que se movía la razón, y la fe cristiana proporcionaba un conocimiento más allá de esos límites. Pero estos límites no debían interpretarse como si entre los contenidos de la razón y los contenidos de la fe no existieran elementos comunes, ya que había contenidos de fe que no son en absoluto de razón, pero también verdades que pertenecían a ambos ámbitos.
Santo Tomás de Aquino: Distinción y Armonía entre Fe y Razón
Para Santo Tomás había, por tanto, una neta distinción entre razón y fe, sin mengua de una armónica relación entre ambas. La razón y la fe tienen objetos, métodos y criterios distintos, y cada una en su propio campo es autónoma y autosuficiente. Pero no puede haber contradicción entre razón y fe, ya que Dios es autor y origen de toda verdad, tanto de la verdad natural como de la sobrenatural. La razón ayuda a la fe demostrando aquellas verdades que son supuestos necesarios del hecho de la revelación, ilustrándola, defendiéndola y refutando los argumentos que se presentan en contra, y mostrando la posibilidad racional de los misterios. La fe ayuda a la razón adelantándose a ella para la segura posesión de urgentes verdades que son necesarias para orientar la vida humana en sus propios fines, confirmando con la autoridad divina esas mismas verdades para depurarlas de errores, y sirviendo de criterio extrínseco de corrección, cuando la razón del creyente yerra.
El Problema en el Siglo XIV: Guillermo de Ockham
El problema de las relaciones entre la fe y la razón continuó siendo una cuestión fundamental en el pensamiento del siglo XIV. El averroísmo latino afirmó la teoría de la doble verdad: había sostenido que la razón y la fe ofrecen informaciones no sólo distintas, sino también contradictorias sobre los mismos contenidos, como por ejemplo acerca de la inmortalidad personal o el origen del mundo. Santo Tomás rechazó esa propuesta, ya que la verdad era única, y la razón y la fe no podían mantener afirmaciones incompatibles; sus afirmaciones sobre contenidos comunes no debían ser contradictorias, y las relaciones entre ambas debían ser armónicas. El criticismo del siglo XIV eliminó esta zona de coincidencia entre razón y fe. Mientras que para Santo Tomás la razón y la fe eran fuentes de información distintas que proporcionaban, en algunos casos, informaciones comunes, para Guillermo de Ockham eran fuentes distintas con contenidos también distintos. La razón va a ser un asunto exclusivamente humano (4). Aquellas proposiciones que Santo Tomás consideraba comunes a la fe y a la razón son consideradas ahora como indemostrables racionalmente y, por tanto, como objeto de fe religiosa exclusivamente. De este modo, el ámbito del conocimiento racional quedaba notablemente libre de ataduras. La paradoja de Ockham es que da prioridad a la fe sobre la razón, pero libera a ésta para poder desplegar sus potencialidades en el orden de la naturaleza.