ÉTICA Y POLÍTICA EN ARISTÓTELES
La ética y la política son, para Aristóteles, ciencias prácticas, que investigan el modo recto de comportarse los seres humanos capaces de decidir libremente sobre sí mismos. El primer rasgo a destacar de la ética aristotélica es su vinculación y subordinación a la política. Si la ética se ocupa del fin o bien del individuo, la política tiene como objeto el fin o bien de la ciudad.
Por ello, la ética conduce de un modo natural a la política: al hablar sobre la felicidad del individuo, no nos podemos olvidar, como veremos más adelante, de que dicha felicidad tan sólo se logra en la ciudad, en la compañía de otros seres humanos. Así, el buen gobierno de la ciudad es una garantía (y casi se podría decir que una condición) para la vida feliz. ¿Acaso se podría ser feliz en una ciudad mal gobernada? Parece preguntarse Aristóteles. No nos olvidemos, además, de que es la ciudad la que se encarga de educar al individuo: ¿puede una ciudad corrupta formar seres humanos virtuosos, capaces después de alcanzar la felicidad? Para Aristóteles la respuesta es claramente un no. Por ello la política sería la continuación de la ética, que quedaría subordinada a ella.. Por lo tanto, para Aristóteles, la Ética forma parte de la Política, porque el individuo sólo se puede desarrollar en la sociedad y siempre influido y determinado por la sociedad misma. Comenzaremos por la exposición de la ética aristotélica, que recibe la denominación de eudemonismo y constataremos cómo nos conduce irremisiblemente a su concepción política, que examinaremos posteriormente.
-EUDEMONISMO
Aristóteles es el creador de la Ética, más aún que Sócrates y Platón. Le dedicó a la cuestión varias obras, entre las que destaca la Ética a Nicómaco. La ética aristotélica es una ética teleológica. Las éticas teleológicas son aquellas que entienden que las acciones y la vida humana humanas tienden hacia un fin o meta (telos en griego) que es bueno para ellas, es decir, es su bien. Por lo que fin y bien coinciden.
Una vez establecido este fin/bien, proponen normas y principios que orienten nuestra conducta hacia su consecución. De este modo, las normas morales que nos dictan lo que debemos hacer, están supeditadas al fin o bien que queremos alcanzar. Oponiéndose una vez más a Platón, Aristóteles, niega la trascendencia de este bien en sí o de la forma universal del bien. Nadie busca el bien en sí, sino su propio bien. Este bien/fin propio de cada ser está determinado por las posibilidades de su naturaleza.
Ahora bien, los propósitos o fines están relacionados entre sí jerárquicamente, se subordinan unos a otros. El fin de poner el despertador es venir a clase, el fin de venir a clase es aprender, el fin de aprender es ¿aprobar? ¿madurar? ¿ser culto? ¿trabajar?.. Hay fines más importantes que otros, Pues bien, según Aristóteles, para que este orden en las cosas de la vida sea completo, ha de haber un fin final -vale la redundancia- algo que queremos por sí mismo y a lo cual debe ordenarse y subordinarse todos los demás fines. ¿Cuál ha de ser el fin o bien supremo? Todo el mundo está de acuerdo: es la felicidad. Lo que se quiere absolutamente por sí mismo y ya no se quiere por otra cosa, es la felicidad. (Felicidad se dice en griego eudaimonía, razón por la que la posición ética de Aristóteles se conoce como eudemonismo).
Ahora bien, el acuerdo sobre el fin supremo parece referirse sólo al nombre, pues la felicidad se hace consistir en cosas muy diversas, de modo que no hay acuerdo en torno a qué camino conduce a la felicidad. Los más ponen la felicidad en algunas de estas tres cosas: riquezas, honores (fama) y placeres .Aristóteles mostrará que éstos no son verdaderos caminos a la felicidad. ¿Y cómo ha de hacerlo? Mostrando que tales cosas no pueden ser buscadas o queridas por sí mismas.
Pues bien, si algo que no es o no debe ser más que un medio o algo superfluo (como riquezas, honores, etc.) es buscado como lo fundamental, entonces la conducta está mal ordenada, y de una conducta así no puede seguirse la felicidad. Entonces, ¿qué ha de conducir a la felicidad? Sólo cabe responder a la pregunta y acabar con la disputa sobre qué da la felicidad, si se determina cuál es la actividad propia del hombre en cuanto hombre (no en cuanto ser vivo, o en cuanto pintor, o en cuanto español), porque para Aristóteles la felicidad tiene que ser el resultado del correcto desempeño de lo que es propio. La excelencia o perfección de la actividad propia de cada cosa se dice en griego arcaico areté, que fue traducido por virtud.
Ahora bien, lo propio del hombre ¿qué es? La razón, la inteligencia, la actividad intelectiva. Así pues, el hombre será feliz si se determina conforme a lo que le es propio, a su excelencia o virtud, que no es otra que la razón. Tenemos así que en Aristóteles el estudio de la felicidad se convierte en el estudio de la virtud del hombre, es decir, de lo que le corresponde en tanto que es racional.
-LA VIRTUD. NOCIÓN Y CLASES
Esta idea general de virtud, la de vivir conforme a la razón, puede entenderse de dos maneras
vivir guiado o gobernado por la razón,
y vivir dedicado a la razón.
Conforme a estos dos sentidos de la idea de vivir de acuerdo con la razón, habrá que hablar de dos tipos de virtudes: las virtudes morales o excelencias del carácter, que son las que resultan de aplicar la razón a la vida, de vivir guiado o gobernado por la razón , por ejemplo, la fortaleza, la templanza, la veracidad, la amabilidad, etc.; y las virtudes dianoéticas o excelencias de la inteligencia (de dianoia, inteligencia), que son las que se refieren a la vida de dedicación a la razón: el arte, la prudencia, la ciencia, el intelecto y la sabiduría.:
Las virtudes intelectuales
Decíamos hace un instante que, para los griegos, «virtud» (areté) significaba excelencia, así, las virtudes intelectuales son excelencias, es decir, hacen que nuestro conocimiento sea excelente. Se adquieren por medio del aprendizaje y el estudio: la dianoética surge y crece principalmente por el aprendizaje y por eso necesita de experiencia y de tiempo Entre estas virtudes intelectuales (el arte, la prudencia, la ciencia, el intelecto y la sabiduría) hay una, que es también una virtud ética, y que tiene especial importancia para la vida práctica: la prudencia o sabiduría práctica. Ya en Platón esta virtud ocupaba un lugar preeminente, pues era la virtud propia de la parte más eminente del alma, la parte racional. También en Aristóteles se sitúa en un lugar destacado, porque a ella, a la prudencia, le corresponde determinar acertadamente lo que es correcto o adecuado en el ámbito de la conducta. Y será, como veremos , las raíz de todas las excelencias del carácter o virtudes morales en cuanto hace que estas sean correctas y justas (o sea , conformes al orden natural humano y al orden político de la polis)
Las virtudes morales o excelencias del carácter:
Cuando Aristóteles habla de las virtudes o excelencias del carácter entiende por carácter (éthos, en griego) el modo de ser de una persona que se expresa en sus acciones. La acción (práksis, en griego) refleja así el carácter. Naturalmente no todas las acciones que hace una persona son acciones en este sentido: hay actos simplemente técnicos (la técnica de un pastelero, por ej.) o realizados por descuido, etc. Que poco revelan del éthos o carácter de una persona. Aristóteles reserva la palabra acción (praksis) no para cualquier acto, sino para aquellos actos que expresan el carácter del agente, esto es, su modos de ser y de estar en el mundo: las verdaderas relaciones consigo mismo y con los otros, con la realidad social.
Por lo tanto, para que sean reveladoras de nuestro carácter, nuestras acciones deben brotar de nuestro ser: deben ser habituales en nosotros. Con esto traemos un nuevo concepto aristotélico, el concepto de hábito (heksis, en griego). El hábito es una disposición a obrar de determinada manera. Es intermedio entre el carácter y al acción: el carácter (éthos) de una persona se adquiere con el hábito (héksis) y éste se pone de manifiesto en las acciones (práksis).
Con estos conceptos podemos analizar las excelencias del carácter o virtudes morales. Así las define Aristóteles: Virtud es una disposición adquirida de la voluntad, consistente en un justo punto medio relativo a nosotros, determinado por la recta razón y tal como lo concretaría el hombre dotado de sabiduría práctica o prudencia (phronesis, en griego).
a) Disposición adquirida de la voluntad. Lo cual quiere decir que no es un don de la naturaleza, no brota espontáneamente de ella, sino que es preciso adquirirla. La virtud es un hábito o disposición o costumbre que se adquiere a partir de una aptitud inicial, y se desarrolla mediante la enseñanza y el aprendizaje (en el caso de las virtudes intelectuales) y mediante la repetición de buenos actos, en el caso de las virtudes éticas.
Lo que nos quiere decir Aristóteles es que los hábitos que adquiramos a lo largo de nuestra vida conformarán nuestro modo de ser o carácter que será virtuoso si esos hábitos surgen de la repetición de acciones virtuosas; o vicioso, en el caso de que aquellos hábitos surjan de la sucesión de acciones viciosas.
Tanto para adquirir las virtudes morales como las intelectuales se requiere el esfuerzo de la voluntad: la perseverancia. Al incluir la libertad y el esfuerzo en la consideración de la virtud Aristóteles supera en intelectualismo moral de Sócrates, para el que la ciencia conducía irremediablemente al buen obrar.
B) …Consistente en un justo punto medio relativo a nosotros …
Este punto medio es un punto óptimo entre dos extremos viciosos, uno por exceso y otro por defecto. Por ejemplo, la valentía es el medio entre la temeridad y la cobardía; la modestia es el punto medio entre la timidez y el descaro. Aquí se contiene el viejo ideal de que en el medio está la virtud, un ideal de moderación que puede ponerse en relación con la proporcionalidad y el equilibrio del canon artístico griego, o con el ejemplo de la salud del cuerpo, que paga todo exceso.
c) …Determinado por la recta razón, tal como lo concretaría el hombre dotado de sabiduría práctica o prudencia (phronesis, en griego). Pero, ¿cuál es el criterio para determinar este punto medio? Este punto medio no es un absoluto, ni igual para todos, sino relativo a nosotros y a la situación que se presente; su determinación es una cuestión de tacto o prudencia. Será la sabiduría práctica, la prudencia, la recta razón, la que aconseje en cada caso sobre qué es lo conveniente. Que hay que actuar de acuerdo con la recta razón es algo de aceptación común y que se da por supuesto. Como se ve, la función de la razón es regular la pasión. Esta es la clave dela felicidad. (La razón no tiene por misión erradicar la pasión, como defenderán los estoicos más tarde, sino regularla).
Según lo visto hasta ahora, las virtudes morales o excelencias del carácter son consideradas por Aristóteles como excelencias del ser humano individual imprescindibles para su felicidad. Pero ello no quiere decir que no sean útiles socialmente, precisamente porque son modos de ser excelentes del individuo, son fuente de bienestar social. Aristóteles insiste con relativa frecuencia en que las virtudes éticas sólo se pueden conseguir en el seno de una adecuada organización política, ya que para él, el ser humano es, por naturaleza, un animal político (o social), como veremos más adelante. Esto lo afirma no sólo porque vivir en sociedad es condición para la subsistencia humana, sino porque el bien supremo del hombre, la felicidad, sólo puede alcanzarse dentro de un orden social adecuado. La investigación de cuál sea ese orden es tarea de la política. En consecuencia, la política será la reina de las ciencias prácticas. Su objeto es el bien común, que es más importante que el bien individual, puesto que la felicidad no puede alcanzarse fuera del orden social, dada la naturaleza social del hombre.
-LA IDEA DE POLIS Y LA NATURALEZA SOCIAL DEL SER HUMANO
Para Aristóteles está suficientemente claro que la ciudad no tiene un fin propio distinto del de la felicidad de sus ciudadanos. Su único fin es el de crear las condiciones sociales más adecuadas para que los ciudadanos puedan alcanzar la felicidad es decir el pleno florecimiento de sus virtudes. Y esta es la tarea del saber político. Los griegos consideraban al hombre como ser social encuadrado dentro de la familia y la sociedad civil, fuera de las cuales no podía conseguir su propia perfección individual. Aristóteles, igual que Platón manténía una teoría naturalista del origen de la sociedad.
El hombre se asocia en agrupaciones de diversos tipos, entre las que cabe destacar la comunidad política, que es, para Aristóteles, una entidad natural, en cuanto brota necesariamente de la propia naturaleza humana. Y esto es así porque el hombre es por naturaleza un ser político (zôon politikón). La tesis aristotélica según la cual el hombre es por naturaleza un animal político(o social), al poner el origen de la sociabilidad humana en la naturaleza, esto es, en algo más hondo que la conveniencia del agrupamiento entre las personas basado en el interés, es una tesis contraria al convencionalismo de algunos sofistas (como Licofrón), que propónían la teoría del pacto social. Hay otros animales que también viven en sociedad (las abejas, las hormigas), pero hay algo que distingue al hombre de cualquier otro animal social: el hombre tiene razón, discurre y habla, y la palabra implica la comunicación con otros seres semejantes.La palabra sirve para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, lo justo y lo injusto, además del resto de los valores. Ahora bien, este tipo de manifestaciones solo es posible viviendo en sociedad, luego el ser humano es, por naturaleza, social. Además, el hombre es el único animal que sabe distinguir entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, que lo puede manifestar por medio del lenguaje y que lo puede plasmar por medio de leyes que constituyen la polis. Por tanto, la naturaleza ha hecho del hombre un ser político; ser miembro de la polis es natural, el hombre aislado es antinatural. La sociedad brota de la misma naturaleza humana. Para comprender esta afirmación hay que tener presente el carácter teleológico del pensamiento aristotélico: en la naturaleza de cada cosa hay una tendencia a alcanzar su propia perfección, en la cual consiste su bien y el hombre no puede alcanzar su perfección en aislamiento, porque el individuo aislado no se basta a sí mismo.
Por esta razón el hombre se agrupa en comunidades que tienen diversas formas y cada una con su telos específico: la familia, la aldea y la polis, por orden de complejidad.
La ciudad, la polis, es el fin de la evolución de las distintas formas de comunidad: la familia, unidad social básica que comprende el marido, la mujer, los hijos y los esclavos, creada por naturaleza para solventar las necesidades cotidianas y para perpetuar la especie.
La aldea, que resulta de la agrupación de varias familias. En la aldea ya no se atienden únicamente a las necesidades cotidianas, sino también, a las necesidades sociales, es decir, administrativas o de gobierno y culturales
La ciudad- estado, que resulta de la agrupación de varias aldeas y tiene la finalidad más alta, existe para la consecución de una vida plena y feliz. Por tanto, la ciudad es la totalidad que realiza el ideal de autarquía que el individuo por sí solo no puede alcanzar (Aristóteles, consecuentemente, rechaza el proyecto imperial de Alejandro Magno).
Así pues, el fin de la polis no radica sólo en subvenir a las necesidades materiales (para eso basta la aldea) sino en la vida buena, es decir, la vida feliz de la comunidad: no sólo se han asociado los hombres para vivir, sino para vivir bien. Ese buen vivir no hay que entenderlo sólo como vida cómoda y opulenta, sino como una vida completa, virtuosa, o sea, conforme a la razón. De lo cual se deriva que la ciudad debe ocuparse de la virtud; la política revierte sobre la ética: así como el fin de la ética, la vida feliz, apunta a la político como al único ámbito donde es realizable, el fin de la política no es otro que el propio fin ético: la vida buena de los ciudadanos.
La polis se caracteriza por su autosuficiencia, o sea, por poseer en sí la capacidad de satisfacer todas las necesidades humanas. En consecuencia, dado que la polis es autosuficiente, no sólo poseerá en sí misma, por naturaleza, capacidad para satisfacer las necesidades materiales y culturales de sus ciudadanos, sino también, el logro de su fin supremo, la felicidad propia de los hombres libres. Para conseguir el objetivo de vivir bien, la comunidad política debe procurar alcanzar las siguientes metas:
La armónía de los ciudadanos para lograr lo que conviene a todos.
La autarquía, es decir, la independencia y autosuficiencia.
La educación de los individuos para crear los mejores ciudadanos.
Aristóteles nos habla en su Política, de su polis ideal. Según su concepción del término medio, señala que no debe ser ni demasiado grande ni demasiado pequeña, porque toda polis debe ser autosuficiente, y si es demasiado pequeña, no logrará autoabastecerse, mientras que si es demasiado grande “será suficiente como pueblo, pero tendrá numerosas dificultades en el funcionamiento correcto de las instituciones públicas”. Por ello el ideal es que la polis esté formada por el mínimo número de ciudadanos para poder ser una comunidad humana autosuficiente. Ese número, para Aristóteles, debe situarse entre los 50.000 y 100.000 habitantes. Además, el territorio presentará carácterísticas análogas: suficiente para proporcionar lo que se necesita para vivir, pero abarcable con la vista. Difícil de atacar y fácil de defender. Por otro lado, las funciones esenciales de la ciudad dividen a sus habitantes en agricultores, pescadores, artesanos, guerreros, comerciantes, gobernantes y sacerdotes. Solo los ciudadanos se ocuparán de la guerra, del gobierno y del culto a los dioses.
-La condición de ciudadano.
Aristóteles entiende la ciudad-estado como el cuerpo de los ciudadanos que se bastan a sí mismos para la satisfacción de sus necesidades vitales. Por esta razón aclara quién es un ciudadano y en qué consiste ser ciudadano. Lo que caracteriza a un ciudadano es su participación en la defensa de la ciudad y el hecho de pertenecer a la asamblea gobernante, esto es, desempeñar correctamente la tarea de gobernar, y desempeñar correctamente la de juzgar en los diversos tribunales a los que podía ser llamado. Ahora bien, si lo que define a un ciudadano son estas funciones, uno se hace ciudadano si posee las cualidades o virtudes necesarias para cumplir correctamente estas tareas.
Estas virtudes son la justicia, el valor y la prudencia o sabiduría práctica, pero, sobre todo, la justicia pues en ella el individuo busca no sólo el bien propio sino también el de los demás.
-LA JUSTICIA
El hombre más perfecto no es el que emplea su virtud sólo en sí mismo, sino el que la emplea para otros. Puede considerarse la justicia no como una virtud entre otras, sino como la virtud integral del hombre que posee todas las virtudes. Aristóteles la denomina justicia legal y consiste en el cumplimiento del orden y, como el elemento fundamental del orden de la ciudad es la ley, la justicia legal consiste en el cumplimiento de las leyes de la ciudad y por ello abarca todas las demás virtudes
Esto no contradice la idea anterior de que es la sabiduría práctica la que determina la virtud. La contradicción no se da porque el origen de la ley es también la sabiduría práctica o prudencia aplicada no al individuo sino a la ordenación de la ciudad por lo que las leyes no son meras convenciones sino que son la expresión pública de las virtudes de la ciudadanía. Aristóteles se refiere también a la justicia como una virtud particular, que consiste básicamente en el trato equitativo (equidad), según el cual los que son iguales deben ser tratados de modo igual. Aristóteles sostiene que la ley presenta un aspecto natural que consiste en una tendencia de la ley a mantener la equidad y la igualdad de trato entre los ciudadanos. La equidad se convierte en el fundamento de la armónía social y en el principio básico de la legislación. El problema es que dos personas nunca son iguales. Se trata de ver, entonces, que tipo de igualdad es la adecuada a cada circunstancia. Por esto, introduce aquí Aristóteles una distinción, en el seno de la justicia como equidad: La justicia conmutativa o correctiva, o también justicia aritmética, que exige que a cada uno se le dé exactamente lo mismo; es la justicia contractual que rige los intercambios. La justicia distributiva o geométrica, que exige que a cada uno se le dé en proporción a sus méritos; es la que rige en la distribución social de honores, premios Esta idea de justicia puede parecer contradictoria con el hecho de que Aristóteles excluya de la condición de ciudadanos y, por lo tanto, del derecho a participar en la vida de la polis, a las mujeres, esclavos, artesanos, labradores, etc. Y con el hecho de la admisión de profundas desigualdades sociales. Pero lo único que precisa Aristóteles para justificar las desigualdades es mostrar que existen razones en la misma naturaleza de las personas desigualmente tratadas que explican ese trato diferencial. Así, Aristóteles admite la inferioridad mental, por naturaleza, de la mujer y del esclavo, lo que justifica un trato diferencial hacia ellos: la esclavitud se sustenta en esta inferioridad natural del esclavo y es, dice Aristóteles, justa y conveniente para el esclavo mismo, pues no sabría gobernarse a sí mismo, de igual manera la mujer, por razones análogas, debe estar sometida al marido. Evidentemente nosotros no vemos en estas ideas más que la adhesión de Aristóteles a determinados prejuicios que pretenden justificar una situación de evidente injusticia
-LAS FORMAS DE GOBIERNO
Aristóteles no tiene un ideal absoluto para la constitución del Estado, como lo tenía Platón. De acuerdo con el carácter del pueblo y con las circunstancias, puede ser más conveniente una forma de gobierno u otra, con tal de que sea ejercido para el bien común y no sólo para el de los gobernantes. También abandona Aristóteles la visión aristocrática que Platón tiene de la sociedad: la preferencia de Aristóteles está por el gobierno de una república con una clase media bastante numerosa para no caer en los defectos de la oligarquía y bastante provista de bienes para no caer en la tentación de dilapidar las riquezas de la ciudad. Aplicando este criterio y siguiendo una clasificación ya anticipada por Platón en El Político, Aristóteles diferencia tres formas de gobierno que son correctas o legítimas, porque se orientan al bien común y al interés público, y tres formas desviadas o ilegítimas, por orientarse al interés privado de los gobernantes. Las formas legítimas son: la monarquía, la aristocracia y la democracia (politeia). Las formas ilegítimas, desviaciones de las anteriores, son: la tiranía, la oligarquía y la demagogia. Varias razones avalan la superioridad de la democracia, República o politeia.
1ª Si bien el hombre del pueblo es, tomado individualmente, muy inferior al hombre competente, el pueblo tomado en conjunto representa una suma de competencia y de prudencia superior a la del mejor hombre solo.
2ª El pueblo es el usuario del Estado, y quien utiliza el Estado se halla en mejores condiciones para juzgar sobre él incluso que quien lo dirige. El invitado juzga mejor los manjares que el cocinero.
3ª Un número grande de hombres es más difícilmente corruptible que uno pequeño.
4ª La libertad se asegura mejor cuando en los ciudadanos se alternan, como ocurre en la democracia, las condiciones de gobernante y gobernado