1. Contexto histórico-filosófico
1.1. La desconfianza en la razón humana
Desde Grecia, la cultura occidental siempre ha confiado en las posibilidades y capacidades de la razón para alcanzar sus logros (acceso a la verdad, conocimiento de lo real, advenimiento de una sociedad justa de seres virtuosos). Sin embargo, a finales del Siglo XIX esta confianza se resquebraja, y la razón parece no poder dar ya ese sentido unitario a la vida humana, ni construir mundos mejores, por dos motivos:
La razón produce monstruos: Todo intento por aplicar la razón a la realidad ha degenerado en tragedias para la humanidad. Por ejemplo, la revolución francesa convirtió las promesas de libertad, igualdad y fraternidad, en una masa obrera empobrecida, y obligada a convivir en una miseria y desarraigo absoluto. La razón se autodestruye.
La razón no es una facultad autónoma: Acciones y pensamientos humanos responden también a motivos no racionales… deseos primarios, intereses particulares o de clase, estructuras mentales inconscientes, etc. La razón está ligada a un cuerpo biológico, se desarrolla en un entorno temporal y geográfico determinado, bajo unas estructuras económicas, sociales y lingüísticas concretas y diferentes; lo que hace que el ser humano no pueda escapar de ellas.
1.2. Las voces de la sospecha
Esta atmósfera, contraria a la omnipotencia humana, se refleja en el hecho de que campos tan distintos como la biología, la psicología o la economía, elaborarán teorías que comparten un mismo respirar… las miserias de la razón humana:
Darwin: el ser humano no es ninguna criatura especial. No ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza. Tiene poco de divino y mucho de animal, siendo sólo un eslabón más en la larga y compleja cadena evolutiva, y cuyas semejanzas con el chimpancé alcanzan valores del 99%.
Freud: bajo el optimista “cogito, ergo sum” cartesiano, se esconde un mundo subterráneo que mueve nuestro actuar a su antojo. La conciencia es una mera máscara tras la que se sitúan el subconsciente y el inconsciente, todo un magma ignorado en constante ebullición y que nos abre el camino a dos mundos llenos de deseos y represiones, que nos mueven a actuar. La líbido, o los instintos de Eros y Tánatos, son los causantes de nuestras acciones, y no la razón. Tan desconocida es esta dimensión, que a partir de este momento será la psicología, y no la filosofía, la que se encargue de entender el obrar humano.
1.3. El fracaso del proyecto ilustrado: el Romanticismo
Tras la salida, en palabras de Kant, de su minoría de edad, y gracias al progreso técnico de la revolución industrial, el ser humano sabrá cultivarse y aceptará los valores cívicos que emanan de la razón. De este modo, convertidos ya en ciudadanos con unos derechos inalienables que todos sabrán respetar, el futuro que se avecina es el de sociedades justas, habitadas por seres humanos solidarios y conscientes de sus deberes morales, y una paz perpetua entre naciones.
Sin embargo, este progreso técnico no dio lugar al progreso moral supuesto. No es verdad que el avance tecnológico haya creado seres humanos más libres y solidarios, y sociedades más justas. Las masas proletarias hacinadas en almacenes insalubres, bajo condiciones laborales extremadamente precarias, y sin apenas derechos sociales, se sentían a merced del capricho del empresario burgués, lo cual nos aleja aún más de ese pensamiento sobre las sociedades perfectas. Roto pues el puente entre progreso técnico y moral, existen dos reacciones al fracaso del proyecto ilustrado.
Por un lado, se pretende recuperar la idea y transformarla, eliminando los errores cometidos, y devolviendo al proyecto su viabilidad. De este modo, la historia se vuelve a cargar de futuro (un paraíso lleno de justicia e igualdad vuelve a estar a nuestro alcance, aunque ahora se le llame comunismo) Esta será la respuesta del marxismo, muy alejada de la propuesta nietzscheana.
Por otro lado, la añoranza y nostalgia de tiempos pasados mejores llevarán a idealizar lo vivido, eliminar sus miserias, y construir una realidad pasada que seguramente no existíó, pero que sirve de refugio para navegantes cansados. Esta será la respuesta ROMántica que sí influirá en Nietzsche.
El Romanticismo constituirá un movimiento capital en las esferas culturales del Siglo XIX. Se trata de una rebelión contra el despotismo y la saturación de racionalidad ilustrada. Defenderá la creatividad del individuo, el deseo, el sentimiento, la pasión… Frente a las justificaciones de una razón universal que nos obligaba a actuar como ciudadanos, pero cuya insuficiencia nos abre a dimensiones de realidad (sueños, mitos, arte, poesía…) a las cuales, tal y como había sido entendida, no tenía acceso.
Aunque Nietzsche recoge algunas de sus propuestas como la idea de jerarquía espiritual humana rechazará parte del pensamiento ROMántico, al no proponer ninguna alternativa a la decadencia de la sociedad, y actuar como un narcótico más, que se limita a buscar con nostalgia lo perdido en otros tiempos y geografías, y sobrevivir así a la dureza de la realidad.
1.4. El mundo como voluntad y representación… La influencia de Schopenhauer
Si algún filósofo refleja a la perfección esta crisis de confianza en los proyectos de la razón para mejorar el mundo, ese es Schopenhauer. Para este autor, cada ser individual es manifestación de una única voluntad de vivir; un impulso ciego e irrefrenable, perennemente insatisfecho, una especie de fuerza cósmica que se esfuerza por afirmarse, aún a costa de los demás. Por ello, el mundo, incluido el humano, es un cúmulo de crueldades, codicias y egoísmo.
En el acto sexual se evidencia esa voluntad de vivir. La sexualidad esclaviza al individuo a la especie, ya que su finalidad es la reproducción, prolongando así hasta el infinito su ciclo de tedio y dolor. La negación de la voluntad pasa por el aquietamiento del deseo sexual hasta su total aniquilación.
Para liberarnos del dolor y del tedio, y sustraernos de la cadena infinita de necesidades, Schopenhauer sólo ve una solución; negar la vida, convertirnos en seres sin deseo, renunciar a todo aquello que nos reafirma en ella (sexo, placeres, instintos…) Interpretará el suicidio como una manifestación más de la voluntad de vivir, ante la incapacidad de soportar el dolor o mal que le acosa. Ante ello, ofrece dos alternativas.
La experiencia estética: La contemplación de la belleza nos descarga de las miserias humanas; es como si un fragmento de la eternidad irrumpiera en nuestras vidas. Durante la misma, el individuo se aniquila como voluntad, aparta de su vida sus cadenas, se aleja de sus deseos, anula sus necesidades, se despoja del dolor… Pero la perecedera fugacidad de ese instante nos devolverá a nuestra existencia temporal, donde se activarán de nuevo nuestros instintos primarios.
La santidad o ascetismo: Para el pensador, esta es la única solución duradera; mediante una vida ascética, renunciar a la voluntad de vivir hasta renunciar a nosotros mismos. Castidad, pobreza, compasión… no nos matarán corporalmente, pero existiremos en el tiempo sin existir en el mundo.
2. Metafísica
2.1. El método genealógico
El objetivo de Nietzsche es realizar una crítica a la religión, moral y metafísica tradicionales de la cultura occidental. Se nos ha pretendido hacer creer que los valores que inspiran a nuestra cultura responden a motivos elevados y nobles, cuando en verdad detrás de ellos se esconden valores como el egoísmo, la envidia o el cinismo. Nuestra civilización se asienta sobre la negación de lo terrenal (instintos, placer…) para darle valor a algo trascendente (espíritu, Dios…). Por ello, a través de su genealogía desvelará los motivos psicológicos e intenciones ocultas que han inspirado estos ideales, y el error del que nace una cultura decadente que pervierte el ser del hombre.
Con espíritu detectivesco, nuestro autor elabora el árbol genealógico de Occidente para descubrir un fraude lejano en el tiempo; que su linaje no está en la búsqueda del saber, el interés por la verdad o el cultivo de la razón; si no en el miedo de unos hombres mediocres al devenir de las cosas y al enigmático mundo que experimentamos. Nuestro linaje proviene del miedo (un origen que avergüenza, que huele mal…) y no del amor a la verdad.
2.2. El nacimiento de la tragedia
En esta obra Nietzsche expondrá que toda creación artística se dirime entre dos polos opuestos, que muestran el lado constructivo y destructivo de la vida:
- El espíritu apolíneo: Fundado sobre criterios de armónía y perfección moral, se expresa sobre todo en las artes plásticas. Apolo simboliza la medida, serenidad, la armónía, el orden, la razón… y está representado por la arquitectura y la escultura.
El espíritu dionisíaco: No conoce ningún límite. Por ello, conduce a la exaltación, al desorden, a la enajenación que pueden producir la música o el vino (bacanales). Dioniso simboliza la pasión, la orgía, la embriaguez, la sinrazón… Y está representado por las artes narrativas.
El mundo griego supuso la síntesis entre las tendencias apolínea y dionisíaca, ya que ambos espíritus se necesitan, y el uno modera y complementa al otro. La presencia de Dioniso contrapone el caos y la confusión, al orden y moderación de Apolo, y además, en el arte, el sentimiento de plenitud y fuerza dionisíaca es preferible a la serenidad apolínea.
La tragedia es el arte dionisíaco por antonomasia. En ella, se representan las pasiones y la locura humanas, el artista las imita y les da forma, se expresan sus vicios y miserias (Edipo Rey, Antígona…). La representación trágica sirve para ennoblecer y fortalecer anímicamente al ser humano. Pero lo más importante de la tragedia es que conduce a la catarsis. Tanto los personajes, encarnados por los actores, como sus espectadores, purifican a través de la piedad y del miedo sus propias pasiones.
Gracias al éxtasis dionisíaco, el espectador deja de sentirse ubicado en un punto del tiempo y del espacio, rompe su individualidad y se funde con la unidad de todas las cosas. La tragedia revela la unidad de todo lo existente y, a través de ella, el espectador se libera de toda preocupación y se olvida hasta de sí mismo, pudiendo expiar así los sufrimientos de la existencia sin negar la vida.
Sin embargo, la banalización que Eurípides hace de sus personajes, promoverá su sustitución por el diálogo platónico. La filosofía socrática supone la antítesis de la tragedia y del arte; aleja al ser humano de la naturaleza, de su fusión con el todo original; y lo convierte en un ser interesado en alcanzar la esencia inmutable de las cosas.
Desde ese momento, la filosofía en Occidente libra una batalla entre un modo apolíneo, y otro dionisíaco, de ver el mundo. Dioniso simboliza la aceptación de la vida con todas sus fuerzas primitivas, con sus alegrías y sus tristezas… Y Sócrates, en su deseo de liberarse de la enfermedad de vivir, se convierte en su gran adversario. Hasta la fecha ha dominado la mesura apolínea, pero según Nietzsche, gracias a la filosofía de Schopenhauer y a la ópera wagneriana, en Alemania triunfará el espíritu trágico-dionisíaco que ya gobernó en la Antigüedad.
2.3. Crítica a la metafísica
Nuestra fragilidad mentales la que pone en funcionamiento a la razón para que genere un mundo irreal que nos permita sobrevivir; y es el miedo a perder este mundo seguro el que provoca el interés filosófico y moral por ocultar su origen.
3. Epistemología
3.1. Lenguaje: verdad y mentira en sentido extramoral
Tanto la metafísica como la religión son alucinaciones, un autoengaño sin atisbo de verdad. Desenmascarando sus falsedades, un espíritu libre de preocupaciones, podrá crear una nueva y genuina filosofía sin presupuestos metafísicos. Por ello, Nietzsche sitúa la tarea del filósofo en aclarar el problema del valor, y en determinar qué es lo que conviene o no a la vida, frente a quienes la niegan y recurren al invento de otro mundo.
En su obra póstuma “Sobre la verdad y mentira en sentido extramoral», Nietzsche analiza los conceptos de verdad y mentira para estudiar el papel del intelecto humano en el conocimiento del mundo, y la función del lenguaje en la formación de conceptos.
El lenguaje falsea doblemente la realidad. La originalidad del lenguaje viene dada por su capacidad para crear metáforas. Una metáfora es una palabra con la que sustituimos, y tras la cual ocultamos, una intuición sensible (una imagen, una emoción…); primer falseamiento de la realidad. Esta palabra además, debe ajustar un sin fin de experiencias análogas, pero no idénticas, bajo la forma de un instrumento de comunicación humano, el concepto. Un concepto es sólo una metáfora que pretende fijar la realidad, una realidad cambiante y caótica; segundo falseamiento de la realidad.
Por lo tanto, la metáfora falsea la intuición y el concepto falsea la metáfora. Cuando el concepto se hace común por un pacto entre individuos se abandona toda diferencia e individualidad, y surge una generalización a la que llamamos verdad, siendo mentira y falsedad todo aquello que quede fuera de su definición. Para Nietzsche la verdad es una mentira colectiva y, el impulso hacia esa verdad, un olvido inconsciente. En consecuencia, se miente, pero esa mentira se acepta y se reconoce.
La realidad no es, deviene. Es inaccesible al entendimiento humano, podemos experimentarla pero no conocerla, pero la cultura occidental ha supuesto que el lenguaje nos permitía un conocimiento objetivo de la misma. Según Nietzsche, toda la historia de la filosofía no es más que un error filológico que ha confundido lenguaje y realidad. Hemos duplicado el mundo; por un lado, el devenir y la pura apariencia, y por otro, el auténtico ser. Y el lenguaje termina describiendo una realidad que no se corresponde con las cosas mismas.
En definitiva, no existe relación alguna entre los conceptos y las cosas. La vida en su singularidad escapa a toda comprensión conceptual. Sólo la intuición del poeta es capaz de captar el componente trágico de la vida. Por ello, Nietzsche contrapone al hombre conceptual y al conocimiento intelectual, incapaces de captar la vida que fluye, el hombre intuitivo y el conocimiento artístico, capaces de intuir el impulso vital que lo genera y devora todo. El hombre intuitivo capta la vida mucho mejor que el filósofo y el científico. Por ello, donde triunfa predominan la cultura y el arte, frente a la ciencia y la abstracción.
3.2. Fenomenalismo y perspectivismo
Frente al dogmatismo metafísico que reduce la verdad a hechos objetivos, Nietzsche considera que no hay hechos, sino interpretaciones, y todas son igualmente válidas. No conocemos la realidad tal y como es, sino tal y como la moldeamos según nuestro lenguaje, y nuestras necesidades. Nuestra propia experiencia está configurada por el mismo lenguaje que utilizamos para designarla, por lo que no podemos distinguirla de los prejuicios ya inscritos en el propio lenguaje. En consecuencia, no conocemos las cosas, las interpretamos; no conocemos los hechos, sólo interpretaciones de los mismos.
Mediante el uso de conceptos ponemos orden al caos de sensaciones y estímulos que nos llegan del mundo, pero estos conceptos no nos ofrecen la verdad, y no solo por el doble falseamiento del lenguaje, sino porque no existen percepciones absolutas. Cada individuo experimenta su realidad, desde un punto de vista único e intransferible, por lo que para cada uno la verdad será su propia perspectiva; y como existen tantas percepciones de la realidad como sujetos cognoscentes, no existirá una única perspectiva correcta. Defiende Nietzsche así, en coherencia a su pensamiento, una noción perspectivista de la verdad.
Son las convenciones sociales las que determinan qué es o no verdad, dando sentido a nuestros actos, delimitando nuestro saber… Pero si las convenciones sociales para establecer la verdad o falsedad las hemos creado también nosotros, ¿cómo podemos saber qué convencíón social es válida y cuál no? Más allá de la convencíón no podemos saber nada… Mi única verdad es la propia perspectiva.
Verá por ello en la Historia el modelo de conocimiento para analizar los hechos históricos. Estos hechos son distintos a los hechos de la naturaleza, y se entienden a partir de la interpretación y comprensión del sentido de lo que ocurríó en el pasado. Pero como el pasado está abierto a múltiples interpretaciones, la Historia no puede ser un relato objetivo de hechos pretéritos, una descripción enajenada y alejada de la vida.
Por último, todos los filósofos han utilizado conceptos metafísicos (el yo cartesiano, la cosa en sí de Kant…) como si de entidades reales se trataran pero según Nietzsche, no son más que ficciones vacías que menosprecian la vida y sobrevaloran la razón. De la realidad sólo captamos el fenómeno, lo que aparece en la experiencia, lo que se muestra a los sentidos, y que, aunque aparente, es todo lo que hay (fenomenalismo); haciendo que este mundo, el de la pluralidad, el del cambio, el de los sentidos… Sea el único, auténtico y real, y no hay nada más allá por mucho que lo requiera la filosofía, o lo prometa la religión.
4. Antropología
En su obra fundamental “Así hablaba Zaratustra”, Nietzsche desarrolla los puntos clave de su filosofía. En ella, a través de alegorías y aforismos, Nietzsche sustituye a Dioniso por Zaratustra, profeta que se libera de la filosofía pesimista de Schopenhauer, y que afirma la vida y la voluntad de poder. Ahora bien, si el enemigo de Dioniso era Sócrates y lo que él representa en la filosofía, el enemigo de Zaratustra será Cristo y todo lo que el cristianismo ha supuesto para nuestra civilización.
4.1. La voluntad de poder
Nietzsche considera que la vida, el mundo, el ser humano, es voluntad de poder. Con ello quiere decir que la vida es voluntad de ser más, de superarse, de crear. Es energía, potencia, fuerza, intensidad… Tiene como objetivo crecer, elevar la vida, potenciar la pasión; es el entusiasmo que nos empuja, que nos motiva, que nos lleva a superarnos.
No se trata de una fuerza biológica, sino de un impulso vital que no se detiene nunca y que se manifiesta de muy diversas maneras en el deseo de superación, y en el ímpetu creativo de todas las manifestaciones culturales humanas. Es la voluntad de aceptarse y afirmarse a sí mismo en un devenir cíclico y eterno. Se opone a…
La voluntad de verdad de la ciencia y la filosofía. Lo importante no es conocer si un juicio es verdadero o falso, sino si sirve o no para impulsar y sostener la vida.
El ascetismo y la no-voluntad con los que Schopenhauer propone anular por completo la voluntad de vivir. Si la liberación del dolor solo se alcanza suprimiendo todo deseo, la meditación ascética sería el remedio.
Por ello, Nietzsche reivindica la voluntad de poder como una voluntad creadora de valores con los que se aniquilarán los valores morales decadentes de Occidente. Para ello, rechaza las negaciones que predica el ascetismo y exalta el valor de lo terreno y de lo corporal.
4.2. La muerte de Dios
La muerte de Dios es una crítica radical a la religión y a la moral del cristianismo que ha valorado la humildad frente al orgullo; la compasión y el amor, frente al dominio y la fuerza; la renuncia a la vida frente a la afirmación de la misma.
Con la muerte de Dios, Nietzsche no se refiere a un hecho ontológico, sino a la evidencia histórica de que los valores de la metafísica han perdido su utilidad y justificación. Si Dios ha muerto es porque los hombres han dejado de necesitarlo y lo han matado; y en la medida en que Dios representa la negación de la vida terrena, la muerte de Dios supone la oportunidad para la llegada del superhombre, un nuevo género humano que afirmará y aceptará la vida en toda su crudeza.
La Ilustración motivó la aparición de la cultura laica europea, una sociedad cada vez más secularizada y alejada de los valores absolutos de la metafísica tradicional; pero cuando estos valores se derrumben por ilusorios, llegará el Nihilismo a la sociedad occidental. Los valores considerados supremos perderán validez y el ser humano entrará en un estado de decadencia y agotamiento general, una etapa de Nihilismo negativo, pasivo y pesimista.
4.3. Las tres metamorfosis del espíritu
Nietzsche propone una nueva forma de entender al hombre que resulta de la muerte de Dios: el superhombre. Describe metafóricamente el proceso que lleva hacia el superhombre con tres imágenes; el camello, el león y el niño.
El espíritu se transforma en camello. Símbolo de la obediencia ciega y ejemplo de sacrificio y humillación. Es el hombre de la cultura cristiana, el idealista que admite la existencia de un mundo ultraterreno que niega la vida, el cristiano que carga con resignación durante toda su vida su cruz (obligaciones sociales, compromisos morales, sentido del deber…), y que se inclina y somete a Dios.
El camello se transforma en león. El gran negador, crítico y destructor de los cimientos de la cultura occidental. Es el hombre que se autoafirma a sí mismo, el encargado de anunciar al mundo la muerte de Dios, la liberación de los valores trascendentales que han impedido el desarrollo de la vida. El león pretende conquistar su libertad, pero está dominado por la venganza y el odio. Aún no puede crear nuevos valores porque su pensamiento se dirige a devorar al camello.
En esta fase se sitúa según Nietzsche la última humanidad, el hombre laico de la civilización europea, el hombre previo al superhombre, cuya grandeza reside en ser puente, pero que debe ser superado.
El león se transforma en niño. El ser libre que no lucha contra nada y disfruta su propia existencia. Es el hombre que juega y crea libremente porque sus cualidades (inocencia, ausencia de prejuicios…) se lo permiten, y que proyecta sus nuevos valores, unos valores adecuados a la afirmación de la vida.
Esta última metamorfosis nos conduce al superhombre, término con el que Nietzsche denomina al individuo que ama la vida y su devenir, y no busca consuelo en el reino de los cielos. Es instintivo, claro, perspicaz, y no espera ni tolera que le sean impuestos los valores o fines. Es la alternativa que propone al hombre europeo del Siglo XIX, que aún es débil y sin voluntad de poder.
4.4. El superhombre
Los hombres más lúcidos, los que ya conocen la muerte de Dios, prepararán la llegada del superhombre. El Übermensch es la encarnación de la voluntad de poder, la inocencia del niño, está más allá del bien y del mal. El superhombre es el filósofo del porvenir, que conoce la cruel y dura verdad de la vida, y la acepta.
Es el hombre nuevo que no pretende comprender el significado del mundo, sino que le impone su propio sentido. No acepta la idea de Dios, niega el mundo trascendente y no cree en un más allá ni en la inmortalidad del alma. Se da a sí mismo sus propios valores, vive el presente y la realidad, y se construye como medio hacia una humanidad superior.
5. Ética
Si los juicios de verdad ya supónían una falsificación, mucho más los juicios morales, que razonan lo que está bien y lo que está mal. Estos juicios nada tienen que ver con la realidad, no describen, son palabras sin referente que no pueden ser tomadas en serio. No hay fenómenos morales, sino interpretación moral de los fenómenos.
5.1. La trasmutación de los valores
La ética aristocrática se fundaba en el individuo y valoraba la salud, la juventud, el orgullo, la fuerza y el deseo de dominio sin falsas modestias. Esta ética de los fuertes, dominante en la Grecia presocrática, fue sustituida por una moral de débiles, de esclavos, que asumíó y defendíó el cristianismo. De este modo, los valores que se impusieron en Occidente; el pudor, la vergüenza, la humildad, el ascetismo, la resignación… surgieron de un resentimiento hacia los más fuertes y su forma de ver la vida.
Estas valoraciones procedían de una forma de hallarse en el mundo, de una actitud ante la vida y de una posición frente a la sociedad. Pero, con la aparición de una clase sacerdotal, una metafísica hostil a los sentidos, y la invención de otro mundo… La trasmutación judeocristiana de los valores hizo que actitudes vitales, que antes se consideraban buenas, pasasen a ser malas, y viceversa.
Originalmente buenas eran las cualidades del hombre fuerte, noble y poderoso… y malas aquellas del hombre vulgar, simple y pusilánime. Sin embargo, según Nietzsche, se ha convertido en malvado lo que antes era bueno, poderoso y lleno de vida; y se llama bueno al hombre plebeyo, vulgar y enfermo. En este sentido, se oponen dos tipos de moral:
Moral de señores: De los fuertes, de quienes tienen plenitud de vida. Satisfacen sus deseos y tensan las pasiones al límite. Para ellos, bueno es todo cuanto eleva al individuo. Sus carácterísticas son la arrogancia, la fuerza y la euforia, la confianza en el destino y en uno mismo, la actividad, la dureza y la insensibilidad. Crean sus valores sin tener en cuenta lo que hagan o digan otros.
Moral de esclavos: De los débiles, pusilánimes, angustiados, y dominados por el ansia de venganza contra los fuertes y llenos de vida. Para ellos la vida es dura de digerir, por lo que crean paraísos racionales y sobrenaturales en los que situar la felicidad. Sus carácterísticas son la compasión, la humildad, la resignación, la obediencia y la renuncia. Al carecer de fuerza suficiente como para tomar la revancha, almacenan en su interior un deseo reprimido de venganza, que adoptará la forma de resentimiento
5.2. El Nihilismo
Al hombre moderno le gustaría creer en algo, pero ya no sabe muy bien en qué creer; por lo que inventa nuevas creencias que le otorgan un sentido casi religioso a ideas políticas o científicas. La proliferación de sectas religiosas, la creencia en pseudociencias, los negacionistas, conspiranoicos… no son más que muestras de la voluntad desesperada del ser humano por creer en algo. Preferimos creer en la nada a no creer en nada.Nietzsche reacciona contra este Nihilismo pasivo para, una vez asumido, convertirlo en activo y positivo. Su Nihilismo descansa en el advenimiento de la figura del superhombre que asume la muerte de Dios, y en el fin de cualquier sistema de valores que se oponga a la vida. Se trata de la voluntad de poder, una afirmación optimista de la vida que creará nuevos valores, y supondrá la ruina para la cultura occidental.