David Hume (1711-1776): El Problema de la Realidad
Según Hume, todo conocimiento comienza y procede de percepciones tomadas de la experiencia, que divide en impresiones e ideas según su vivacidad.
Impresiones e Ideas
Las impresiones son datos inmediatos de la conciencia tomados de la experiencia suministrada por los cinco sentidos y que percibimos intensamente. Hume distingue dos tipos:
- Impresiones de sensación: parecen corresponderse con las cualidades de los objetos externos.
- Impresiones de reflexión: son acerca de nuestros estados internos de conciencia.
Toda idea es una copia o huella menos vivaz, menos intensa, de las impresiones. Las ideas también son de dos tipos:
- Ideas de la memoria: reproducen impresiones pasadas.
- Ideas de la imaginación: formadas por asociación de otras ideas.
La asociación de ideas por parte de la imaginación es clave para entender la epistemología de Hume. Según él, hay tres leyes según las cuales las ideas tienden a asociarse en la mente:
- Ley de semejanza
- Ley de contigüidad espacio-temporal
- Ley de causalidad
Límites del Conocimiento
Todo nuestro conocimiento parte de impresiones e ideas derivadas de la experiencia, por lo que el conocimiento válido o verdadero será sólo aquel que permanezca entre sus límites. Así, no existen ideas innatas, sino que nuestra conciencia es una tabula rasa y el criterio de verdad será comprobar que nuestras ideas proceden de alguna impresión.
Existen, a su vez, dos tipos de proposiciones o juicios:
- Relaciones de ideas: su principio es el de no contradicción y son verdades analíticas, universales y necesarias.
- Cuestiones de hecho: verdades sintéticas, contingentes y probables que parten de la experiencia.
De todo esto se deduce que el conocimiento de los hechos está limitado al presente y al pasado. No podemos conocer de ningún modo el futuro, no podemos predecir el comportamiento de la naturaleza, pues todo nuestro conocimiento depende de la experiencia y es, por tanto, meramente probable que la naturaleza siga comportándose del mismo modo en el futuro sólo porque lo haya hecho así hasta el presente. Aplicamos, así, la ley de la causalidad de forma ilegítima creyendo poder tener conocimiento cierto de hechos aún por llegar. El principio de causalidad no puede ser fundamentado racionalmente, pues según Hume es sólo una convicción procedente de la costumbre o el hábito, una creencia o sentimiento simplemente probable: nunca un conocimiento universal y necesario.
Crítica a la Metafísica
La realidad de ciertas sustancias como el mundo, Dios o el alma (yo) había sido admitida por Descartes y por Locke. Hume, basándose en su crítica al principio de causalidad, afirmará que no podemos asegurar que haya una realidad externa causa de nuestras impresiones. Nuestra conciencia es el límite de nuestro conocimiento: es siempre solipsista, no podemos «salir» de nuestra mente y sus percepciones.
Lo mismo sucede con la idea de Dios como primera causa o como idea innata. No podemos demostrar ni rechazar su existencia porque aplicaríamos mal la causalidad.
Por último, en su crítica radical a la metafísica criticará la idea de alma o yo personal: solo tenemos intuición de nuestras impresiones e ideas, pero estas son cambiantes y no conocemos un «yo permanente» detrás de ellas. El empirismo de Hume es así un fenomenismo y un escepticismo moderado o metafísico.
El Problema de la Moral (Ética)
La moral consiste, según Hume, en la valoración de los actos humanos mediante juicios morales que indican si los actos son buenos o malos. Ahora bien, ¿cuál es el origen de los juicios morales?
Emotivismo Moral
Según el intelectualismo moral iniciado por Sócrates es la razón la que distingue los conceptos de bien y mal. Pese a que la historia de la filosofía sigue en cierta medida esta línea, al dar un papel predominante a la razón a la hora de establecer lo correcto y lo incorrecto, los juicios morales suponen un problema si aceptamos la teoría del conocimiento de Hume, pues no son ni relaciones de ideas ni cuestiones de hecho, sino juicios de valor.
En efecto: los juicios morales no pretenden enunciar hechos, no tratan de lo que es, sino que someten los hechos a una valoración: establecen más bien lo que creemos que debería ser o suceder. Hume denuncia, a partir de aquí, lo que más tarde se conocería como falacia naturalista: no se puede dar el paso de juicios de hecho que describen una situación a juicios de valor.
Los juicios morales indican así lo que en nuestra opinión debería ser. Cuando hacemos un juicio de valor sobre una acción o hecho en realidad expresamos el agrado o desagrado que esto nos produce: Hume defiende así, como Rousseau, un emotivismo moral, doctrina ética que afirma que el fundamento de la moral son los sentimientos. Como ejemplo de ello Hume afirmará que nos agrada lo que es socialmente útil: llevarnos bien con el vecino, por ejemplo, nos agrada porque de ello se deriva cierta utilidad, por lo que establecemos que es moralmente correcto ser amable con él.
La empatía es también fundamental en la conducta humana: gracias al lenguaje y a la observación podemos comprender los sentimientos del resto y actuar en consecuencia no haciéndoles daño.
La razón no puede ser así el origen de los juicios morales, sino que es «esclava de las pasiones»: los fines de nuestra acción son puestos por las pasiones o sentimientos y la razón solo es un medio para alcanzar de la forma más sencilla posible dichos fines.
Problema de la Sociedad (Política)
La posición política de Hume fue notablemente moderada y prudente. Los supuestos «estados de naturaleza» y «contrato social» de los que hablaron Hobbes, Locke o Rousseau no son sino ficciones indemostrables. Lo mismo cabe decir de la doctrina del origen divino del poder, que es una elucubración sin fundamento que, además, choca con el hecho de la existencia de tantos gobiernos injustos, crueles y despóticos.
Utilidad y Libertad
Hume veía en la utilidad el origen de las sociedades a partir de la célula familiar. Ahora bien, dado que en las relaciones sociales surgen problemas y conflictos, es necesario establecer un gobierno que oriente la convivencia y procure reducir las tensiones. La comprobación de la utilidad y las ventajas del gobierno pudieron contribuir a su refuerzo y perduración.
Hume fue un decidido defensor de la libertad. Considera que los gobiernos deben ser tolerantes y respetar la libertad de pensamiento, opinión y creencias. Asimismo, reconoce el derecho del pueblo a sublevarse contra un régimen tiránico e insoportable, aunque al mismo tiempo, recomienda moderación y prudencia, porque a veces, la rebelión puede ser peor que soportar injusticias.