Filosofía de Hume, Descartes y Tomás de Aquino: Conocimiento, Moral y Existencia de Dios

Hume: Conocimiento y Moral

Teoría del Conocimiento

El primer aspecto que analiza **Hume** en su **teoría del conocimiento** es lo que él denomina “materiales del conocimiento”. Él hace referencia a las **percepciones**, que son todos los contenidos de la mente procedentes de la experiencia, ya que no hay ideas innatas. Para Hume no se puede ir más allá de la experiencia. La mente actúa únicamente a través de sus percepciones, que incluyen ver, oír, juzgar; amar, odiar y pensar. Hume distingue **dos clases distintas de percepción**, a partir de su grado de fuerza y vivacidad:

  1. Impresiones: que son vivas e inmediatas, como ocurre con las pasiones y las emociones, y tienen más fuerza que las ideas. Estas impresiones preceden siempre a las ideas.
  2. Ideas: que son percepciones más débiles y se producen cuando recordamos una impresión; por ejemplo, al recordar el color de una mesa o al sentir dolor en la espalda.

Tanto las impresiones como las ideas pueden ser simples o complejas. Las complejas son combinación de combinaciones mentales entre las simples. Una impresión puede volver a la mente como idea de dos maneras: como **memoria** o como **imaginación**: la memoria se caracteriza por ser vivaz, fuerte y precisa, y además mantiene el orden y la posición de las impresiones; la imaginación, por el contrario, hace la impresión más tenue y lánguida, y también puede alterarla. Una vez presentado el contenido del conocimiento, Hume explica que hay dos clases de conocimiento:

Clases de Conocimiento

A) Cuestiones de hecho: es un conocimiento al que se llega por la experiencia. Un ejemplo sería: “decir que el sol va a salir mañana o que no va a salir”. La verdad de esta afirmación depende de que, de hecho, suceda así o no. Hume dice que esto no se demuestra; solo queda una certeza probable que solo la experiencia podrá confirmar. El conocimiento en estas cuestiones se limita a la probabilidad o a las costumbres y hábitos.

B) Relaciones de ideas: que producen un conocimiento válido independientemente de los hechos. A las relaciones de ideas pertenecen las intuiciones y las demostraciones de las ciencias formales, como la aritmética, el álgebra y la geometría. Un ejemplo sería: “3 veces 5 es igual a la mitad de 30”; en este caso, la verdad de esta afirmación no depende de que los números existan en alguna parte del mundo.

Conexión de Ideas

Después de definir ese tipo de conocimiento en el que se relacionan las ideas, Hume se plantea la cuestión de cómo se pueden conectar las ideas y qué mecanismos psicológicos intervienen en esa conexión. Para Hume existe un **principio de asociación** por el cual se produce la conexión y el orden entre las ideas: de esta manera se puede pasar de una idea a otra. Esta asociación consiste en lo que Hume llama “atracción con efectos” en el mundo de la mente, que son tan importantes como en el mundo natural. Al igual que hay unas leyes en el mundo natural por las cuales los cuerpos físicos se atraen (que fueron descubiertas por Newton), estas leyes el filósofo las aplica a la mente. En este mecanismo de asociación intervienen tres leyes:

  1. La ley de semejanza: hay algo en nuestra mente que la impulsa a asociar ideas entre las que hay una cierta similitud. Por ejemplo, un retrato nos hace pensar en el modelo retratado.
  2. La ley de contigüidad (en el espacio y en el tiempo): una idea nos conduce a otra de manera natural cuando entre ellas existe una relación de proximidad en tiempo y lugar. Por ejemplo: si vemos el arco de un violín, nos preguntaremos dónde está el violín.
  3. La ley de causalidad: la idea de causa recuerda a la de efecto y viceversa. Es decir, ante los fenómenos que se acostumbran a suceder temporalmente, nuestro entendimiento crea una expectativa del futuro: espera que ciertos hechos sigan a otros al igual como ha sucedido en el pasado. Ejemplo: una columna de humo en el cielo (efecto) recuerda a una hoguera (causa); o las nubes (causa) nos recuerdan a la lluvia (efecto).

Crítica a la Causalidad

Esta idea de **causalidad** cuenta con una larga tradición filosófica y es de especial aplicación en la metafísica. Su definición más general es la relación entre una causa y un efecto. Hume critica esta noción de causalidad atendiendo a la experiencia. Pone el ejemplo del choque de dos bolas de billar: se trata de dos objetos que se aproximan uno a otro, en los que el movimiento del primero precede al del otro. Aunque existe sucesión y contigüidad, esto no es bastante para suponer la causalidad, ya que se necesita la idea de **conexión necesaria**. Es verdad que el movimiento de la primera es anterior al de la segunda, pero no se puede concluir de aquí que eso ocurra siempre así.

Para Hume, la idea de conexión necesaria, relacionada con la de la causalidad, significa que conectamos un hecho con otro porque pensamos que están relacionados. Entonces la memoria recuerda las veces que sucedió así y la imaginación crea la conexión por pura costumbre o hábito. En el fondo, no hay conocimiento de esa conexión, tan sólo creencia en esa conexión. Como en el pasado siempre ocurrió así, creemos que en el futuro sucederá de la misma manera.

Hume considera que lo que llamamos causalidad es solo el hecho de que un fenómeno se produce tras otro de manera constante en el espacio y en el tiempo. El ser humano asocia los dos fenómenos, pero no hay una conexión necesaria, porque no tiene por qué ocurrir siempre así. No se pueden tener impresiones del futuro, porque muchas veces algo haya ocurrido en el pasado. Es el hábito el que nos hace creer que siempre ocurrirá así.

Moral y Emotivismo

En tiempos de Hume, ni la tradición ni la autoridad se consideraban criterios de fundamentación de ningún conocimiento. Pero la razón aún establecía un fundamento racional para la moral, mantenía un hilo de cohesión con la divinidad y a ella se remitía todo, bajo diversas expresiones, como ley natural, razón del universo, etc. Sin embargo, con Hume, la razón ya no será el referente. Por otra parte, los filósofos anteriores oponían siempre razón y pasión, es decir, la razón debía someter a las pasiones. Para Hume ocurre al revés: **la razón se somete a las pasiones**, es decir, la moral no tiene carácter racional.

Por eso Hume se pregunta cuál debe ser el criterio de moralidad para evaluar las acciones; es decir, si cuando aprobamos o censuramos una acción lo hacemos desde las ideas o desde las impresiones. Hay filósofos que piensan que una virtud moral es una acción conforme a la razón, la cual puede distinguir lo que es bueno y lo que es malo. Para Hume, esto no está confirmado por la experiencia y, por tanto, en la moral se trata de sentir la acción como justa o como obligatoria.

Las ideas por sí solas no llevan a la acción, y la moral no es fruto de ninguna deducción racional. Por tanto, los principios morales no son innatos, sino que proceden de las observaciones y los hechos. En consecuencia, la acción moral depende de los sentimientos o de las emociones. Por eso la postura de Hume se denomina **emotivismo moral**. La contemplación de una acción virtuosa nos lleva al sentimiento de aprobación, y la de una acción viciosa, al sentimiento de rechazo.

Por otra parte, el sentimiento se encuentra relacionado con las creencias o convicciones, ya que la creencia no es otra cosa que «algo sentido por la mente» que depende de la experiencia de cada uno; por eso no es una idea, sino que viene producida por una impresión. Por tanto, es el sentimiento el que produce la creencia. Para Hume, ni la moral ni la religión tienen fundamentación racional, sino instintiva: son fruto de los sentimientos.

Esta moral de Hume se proyecta en la sociedad, en la que deben reflejarse las virtudes. En este sentido la moral, a nivel social, debe entenderse como un sentimiento de humanidad que sea capaz de corregir los egoísmos individuales. Un último aspecto que trata Hume en su moral es lo que él denomina “**falacia naturalista**”. Es verdad que por medio de la experiencia conocemos cómo suceden los acontecimientos, cómo son las cosas, pero no cómo deben ser. En cambio, los juicios morales no se basan en la experiencia; derivan de las emociones. Para Hume no existe una conexión entre el orden natural y el orden moral. Esta conexión constituye una falacia, es decir, un argumento o razonamiento engañoso, falso. Este intento de fundamentar el deber ser a partir del ser es a lo que él llama la falacia naturalista. Es cierto que el paso del ser al deber ser, concluye Hume, es imperceptible, por ello es preciso estar muy atento a las trampas que se ponen al pensamiento en el camino hacia la verdad, donde las falacias deben ser desterradas.

Descartes: Metafísica y Sustancias

El sistema filosófico de Descartes tiene su base en el método. Y también su metafísica procede del método. Esta metafísica se opone a la tradición anterior, especialmente a la de Aristóteles y a la de Tomás de Aquino. Con su metafísica propone una nueva visión del mundo, en la cual la razón es la única guía para acceder al conocimiento. De esta manera Descartes sitúa el mundo moderno frente al antiguo. En su metafísica, para explicar la configuración de la realidad, Descartes consideró tres sustancias:

  1. El ser humano o sustancia pensante. A partir del yo cuyo atributo es el pensamiento, Descartes establece que el ser humano es una cosa pensante (res cogitans).
  2. Dios o sustancia infinita (res infinita), cuya existencia deduce de la propia idea de Dios.
  3. El mundo o sustancia extensa (res extensa), que está garantizada por Dios.

De esta manera el método cartesiano fundamenta la totalidad de la realidad.

1. La Sustancia Pensante

A partir de la concepción de sí mismo como ser pensante, Descartes dedujo su existencia. La primera verdad con la que se encontró directamente en su camino metafísico, su «pienso, luego existo», fue la pareja de conceptos pensamiento-existencia. Con ella expresa lo que la metafísica tradicional refería al conocer y al ser.

  • Lo primero que conoce el sujeto es el pensamiento y, posteriormente, la existencia. Existo en cuanto que pienso y mientras estoy pensando.
  • Por tanto, soy una cosa que piensa; soy una sustancia que existe y cuya esencia es el pensamiento. Pensar es conocer, afirmar, querer, imaginar, sentir…

Para Descartes, el pensamiento es mi esencia en cuanto ser humano: por eso pensar no puede separarse de mí mismo, porque la coincidencia es total. Para él, no se puede admitir que «exista otra cosa en mí a excepción de la mente». Mi actividad del pensar incluye todo lo que pienso, que queda registrado en mi mente. Incluso los cuerpos (la realidad física) son concebidos en la mente, por tanto, en ella sucede el conocimiento del que yo me doy cuenta o tomo conciencia. Y estos pensamientos toman la forma de ideas, en las cuales se encuentran los contenidos del pensamiento.

En esta reflexión metafísica, Descartes no se quedó en la pura subjetividad. Porque quiso saltar a la realidad extrasubjetiva y justificar igualmente la existencia de un mundo real. Para esto necesitó un mediador entre el sujeto pensante y el mundo: y este mediador, para él, iba a ser Dios.

2. La Sustancia Infinita

Antes de explicar qué entiende Descartes por “sustancia infinita” es necesario analizar un momento qué es una idea para este filósofo y qué tipos de ideas existen. Las ideas son los contenidos del pensamiento, y presentan una doble dimensión:

  • Dimensión objetiva: las ideas son imágenes de las cosas, representan objetos reales.
  • Dimensión subjetiva: las ideas son formas de pensar del sujeto. Consideradas en sí mismas, las ideas no pueden ser falsas: por ejemplo, al imaginar una cabra o una quimera, ambas ideas son pensamientos del sujeto que las piensa, son formas de pensar del sujeto.

Descartes establece que hay tres clases de ideas:

  1. Las ideas adventicias: no son propias del sujeto, sino que vienen o llegan a él desde fuera. Por ejemplo, oír un ruido, ver el sol, sentir el calor del fuego…
  2. Las ideas facticias: las crea el sujeto, son fabuladas y formadas por él mismo. Por ejemplo, las ideas de centauro o sirena.
  3. Las ideas innatas: están en el sujeto, pero no las construye él ni vienen de fuera: han nacido en el sujeto. Son ideas que no proceden de la experiencia. Por ejemplo, las ideas de existencia, infinito o sustancia.

A partir de estos tipos de ideas Descartes planteará una sustancia que él denomina “infinita” y a la que pondrá el nombre de Dios. Para ello comienza utilizando el siguiente argumento: a partir de la evidencia «pienso, luego existo», se da cuenta de que en el hecho de dudar está implícito que es un ser finito e imperfecto, puesto que un ser infinito y perfecto no podría dudar. Partiendo, por tanto, de esta concepción de su propia mente, llega a la consideración de que tiene en su mente la idea de infinito, y tal idea no puede proceder de una mente finita.

Además, Descartes partirá también de la concepción de las ideas innatas de infinito, perfección, existencia y de la propia idea de Dios. Y de aquí Descartes argumentará la existencia de Dios. La existencia y la infinitud son perfecciones de Dios. La esencia de Dios comprende su existencia; la incluye necesariamente. Por eso, Descartes considera que no se puede concebir a Dios sin existencia. Esta idea de que Dios es absolutamente perfecto e infinito -piensa Descartes- no puede proceder del ser humano, que es imperfecto y finito.

La idea de Dios tendrá que proceder de Dios mismo. Según Descartes, solo Dios, al crearme, pudo ponerla en mí; por eso sé que dependo de algo diferente a mí, ya que, siendo yo incompleto e imperfecto, no podría tener por mí mismo la idea de perfección.

Sin embargo, Descartes plantea que alguien podría objetar que Dios me engaña; pero esto no es posible, pues es una imperfección que no se puede encontrar en un Dios perfecto. También se podría objetar que puedo equivocarme, pero esta objeción no se sostiene, porque Dios creador no puede haberme dado una facultad defectuosa; el error no depende de Dios, que no es falaz, sino verdadero. Con toda esta reflexión lo que estaba haciendo Descartes era ofrecer variaciones del argumento ontológico de Anselmo de Canterbury (siglo XI).

3. La Sustancia Extensa

Para Descartes hay una tercera sustancia, que él va a llamar sustancia extensa o mundo. Y la explica de la siguiente manera. Existen el mundo exterior y también los cuerpos de los seres humanos. Descartes tiene que justificar y demostrar su existencia. Para ello afirma que la esencia de los cuerpos es la extensión (res extensa), frente al pensamiento o alma (res cogitans), que son inextensos.

En estos cuerpos se pueden distinguir dos tipos de cualidades:

  • Cualidades primarias: la extensión o magnitud de un cuerpo. Sólo Dios garantiza la existencia de aquellos cuerpos que tienen cualidades objetivas y medibles geométricamente.
  • Cualidades secundarias: solo existen en el pensamiento y son subjetivas. Son las que causan sensaciones en el sujeto (como el sabor o el dolor).

Para Descartes el cuerpo humano es, por tanto, una sustancia extensa. Él lo contempla como una máquina. Un cuerpo sano es como un reloj en el que todas las piezas funcionan correctamente. El cuerpo humano es una sustancia cuyo atributo es la extensión, es decir, materia con longitud, anchura, profundidad. Y por otro lado, para Descartes el mundo es un gran mecanismo, explicable en términos cuantitativos. De esta forma, el modelo mecánico unifica toda la realidad. El comportamiento de los cuerpos y del mundo se explica a partir de sus componentes materiales, fabricados por la naturaleza o por el mismo Dios. Es como un reloj, que se puede entender como materia en movimiento que funciona a través de las leyes mecánicas de la relojería. La materia son las piezas, las ruedas y sus engranajes. Y el movimiento se transmite mediante las distintas piezas. Lo mismo sucede con el universo, que contiene una materia que transmite movimiento a los planetas de acuerdo con leyes determinadas matemáticamente.

Dualismo Cartesiano

Descartes afirma que, en el ser humano, existen dos realidades distintas con una naturaleza no coincidente: el cuerpo y el alma. Es una concepción **dualista** del ser humano ya que habla del alma como sustancia pensante y el cuerpo como sustancia extensa. El cuerpo no puede pensar, y el alma es la esencia del ser humano. El ser humano es la unión de ambas sustancias, que son independientes. El grado de integración del cuerpo con el alma es tan estrecho que ambos forman una totalidad. Es una verdadera unión expresada en una relación de interacción. Este dualismo alma-cuerpo planteado por Descartes abrió un gran debate a la posteridad. Para explicar este dualismo él remitió a la **glándula pineal**, situada en el cerebro, que consideraba la sede del alma. En ella se registran todas las actividades y luego a través de los nervios y la sangre, pasan al resto del cuerpo. El alma controla las pasiones, sin dejarse dominar por ellas.

Este dualismo cartesiano va a condicionar la libertad de la voluntad humana. En relación con el cuerpo, todo se rige por leyes materiales que son mecánicas. Por eso sólo el alma es libre, sólo ella tiene capacidad de iniciativa y controla las acciones del cuerpo, que es sólo un mecanismo. Además, dice Descartes, por su libertad, el ser humano tiene capacidad de autonomía. La libertad es exclusiva del ser humano. Para este filósofo, la libertad la cosa más noble que puede haber en el ser humano porque nos hace semejantes a Dios. Su buen uso es el más grande de todos los bienes. Finalmente, esta concepción dualista del ser humano convierte a los animales en puras máquinas, en simples autómatas, ya que no tienen alma. Son sólo extensión y materia con acciones y movimientos.

Tomás de Aquino: Política y Demostración de la Existencia de Dios

Pensamiento Político

Tomás de Aquino divulga la política de Aristóteles en Occidente. En el tratado “Sobre el régimen de los príncipes” expone sus principales ideas políticas:

  • Hay un origen natural de la sociedad. Los seres humanos son sociables por naturaleza, como decía Aristóteles. Por tanto, la sociedad es una aplicación de la propia ley natural, que exige la socialización y la convivencia. Tomás de Aquino advierte de las carencias naturales del ser humano, que no podría subsistir sin asociarse.
  • El Estado tiene unos fines específicos. Para Tomás de Aquino el fin del Estado es “el bien común”, que es el principio de la legitimidad política. Si no se busca el bien común, no se legitima la sociedad ni la autoridad. Esto supone tres exigencias:
    • Buscar la paz. La tradición cristiana siempre la ha puesto como exigencia política.
    • Procurar el bienestar y la felicidad de los ciudadanos, protegiendo su vida y su salud, y facilitando la educación.
    • Fomentar la vida virtuosa, que es el fin supremo del Estado, con el objetivo de encaminar a los ciudadanos a la posesión de Dios.
    Para Tomás de Aquino no hay religión legítima que no sea la cristiana. Por eso el ideal del Estado es el presidido por la doctrina de Jesucristo.
  • Existe una relación entre la ley positiva y las formas de gobierno. La ley positiva es la “ordenación de la razón”, es decir, el reflejo de la ley natural, que impone siempre buscar el bien y evitar el mal. Para lograr tal fin, se deben respetar las costumbres y tradiciones de los pueblos. Esto implica:
    • El refrendo popular. Las leyes tienen que ser establecidas por la colectividad. El ciudadano está obligado a cumplir las leyes positivas justas, y no está obligado a cumplir las injustas.
    • La autoridad legítima. Es la única que puede promulgar leyes positivas. Y esta autoridad es legítima si el pueblo la acepta como tal. Aunque en su tiempo no era pensable instaurar una democracia, no se deja de solicitar que los gobernantes se legitimen mediante su acción justa y respetuosa con el pueblo.
    • Las formas de gobierno. La forma de gobierno deseable es la monarquía, pero que cumpla con el bien común y no busque el provecho particular. Una autoridad que promulga leyes injustas se convertiría en tiranía. Y al tirano no hay que obedecerle, sino derrocarlo.

Demostración de la Existencia de Dios

Para Tomás de Aquino, como creyente, Dios es principal en el orden del ser, pero no quiere decir que también lo sea en el orden de los conocimientos humanos. Todo nuestro conocimiento empieza con la experiencia. La existencia de Dios no es una evidencia para nosotros y por eso debemos buscar argumentos para demostrarla.

Tomás de Aquino parte de una evidencia constatada por los sentidos y la razón: todos los seres del universo son contingentes, es decir, que pueden existir o no. Por lo tanto, no pueden ser causa de su existencia.

A partir de esta contingencia de los seres, Tomás de Aquino estructura las “**vías para demostrar a Dios**”. Todas presentan el siguiente razonamiento:

  1. Primero se parte de experiencias sensibles (movimiento, causalidad,…)
  2. Después se demuestra la imposibilidad de llevar el razonamiento hasta el infinito.
  3. Finalmente se exige la lógica de un primer principio que dé razón de la experiencia de la que se ha partido.

Así se articulan las **cinco vías** para demostrar la existencia de Dios:

  • Primera vía: el conocimiento. Se basa en la metafísica de Aristóteles y parte de la experiencia del movimiento: todo lo que se mueve (es decir, que cambia, que evoluciona) exige un motor (algo que haga que se mueva). Cada motor exige otro y así sucesivamente. Por lo tanto, debe haber un primer motor, porque la serie no puede ser infinita. Y este primer motor es Dios.
  • Segunda vía: la causalidad. Todos los seres existentes se derivan de causas anteriores. No es lógico llevar esta serie causal hasta el infinito, Por lo tanto, es necesario que haya una primera causa que explique la existencia de las demás causas. Esa causa primera es Dios.
  • Tercera vía: la contingencia. Todas las cosas son contingentes. Lo contingente no puede existir en razón de sí mismo. Hace falta un ser necesario, que haya existido siempre y no pueda dejar de existir. Y este ser necesario no puede venir de la nada. Este ser necesario es Dios.
  • Cuarta vía: los grados de perfección. Hay diferentes grados de perfección en las cosas que existen: Por eso parece lógico que haya un grado máximo de perfección. Y por lo tanto existe un ser perfecto en grado máximo, que es Dios.
  • Quinta vía: la teleología. Todas las cosas tienden a un fin, tienen una finalidad. Existe un ser que dirige las cosas a su fin; es un ser ordenador, al que llamamos Dios. Al igual que un arquero es el que dirige la flecha que está lanzando.

En la interpretación de las vías hay que ser fieles al texto de Tomás de Aquino. Estas vías se pueden resumir desde la siguiente lógica racional: debe haber un primer motor, una primera causa, un ser necesario, un ser perfectísimo, un ordenador del universo. A este ser con estas características se le llama Dios.

Para Tomás de Aquino, la noción de Dios procede de la fe, y es anterior a la conclusión de la argumentación de las vías. Las vías vienen a confirmar que la reflexión racional sobre las experiencias sensibles no contradice el contenido de la fe, sino que lo confirma. Por otra parte, Tomás de Aquino quiere dejar a la razón frente a sus propias limitaciones, pero quiere sugerirle lo que para él es lo más razonable. Para Tomás de Aquino la fe es una virtud teologal, un don de Dios, otorgado por su benevolencia a quien reflexiona hasta los límites de la lógica racional. Esto significa, en conclusión, que la demostración de las vías es una mostración (acción de mostrar). Tomás de Aquino quiere demostrar hasta donde debe llegar la razón con su lógica, y para sus limitaciones le ofrece el camino de la fe.

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