Nietzsche: La Realidad (La vida como voluntad de poder)
Nietzsche se pregunta sobre cuál es el origen del bien y del mal, poniendo en entredicho su valor. Este punto de partida le hace reflexionar sobre la moral, que según él, lo único que ha hecho ha sido enmascarar y negar la vida. Para comprender esto, desarrolla el método genealógico, cuya función es revelar qué impulsos y fuerzas están en el origen de la aparición del valor moral.
La vida como voluntad de poder
La vida es lo que ama Nietzsche: lo insondable, lo que no cabe y se escapa a todo concepto. Para conocer la vida hay que ver sus manifestaciones en la naturaleza, en el hombre y en la cultura. La vida se manifiesta en la naturaleza como instinto espontáneo, una lucha de energías contrarias, en un proceso interminable de intercambio de vida y muerte. Es un proceso regido por fuerzas espontáneas, fuerzas que son creadoras…
Nietzsche estudia el origen y el desarrollo de la tragedia griega, descubriendo desde el principio los dos elementos fundamentales de toda obra de arte: lo apolíneo, simbolizado en el dios griego Apolo, y lo dionisiaco, simbolizado en el dios griego Dionisos. Lo apolíneo se define como la belleza, la perfección; y lo dionisiaco es la exuberancia que se expresa en el ritmo. Son dos fuerzas opuestas, son los estados que se encuentran juntos en la vida normal.
Negación de la vida
Para Nietzsche, Sócrates es el auténtico decadente, por ser el primero en introducir el espíritu lógico y dialéctico, la razón fría y calculadora, un negador de la vida. Aceptar las ideas de Sócrates fue escaparse de este mundo e inventar otro.
Conocimiento
Nietzsche define la verdad de la cultura occidental, de la moral, como una suma de relaciones humanas que después de un prolongado uso se consideran firmes y vinculantes. La única forma de captar la vida es la intuición. Los sentidos, los sentimientos y los instintos eran los instrumentos de la intuición del primer ser humano. La intuición de la realidad se falsea en la metáfora y la metáfora se falsea aún más en el concepto… La mayor fabulación es la ciencia y la filosofía porque son conocimientos llenos de conceptos abstractos. El mundo de la verdad científica o filosófica no es cognoscible, simplemente, porque es falso, porque no lo hay. El concepto es la mayor fabulación para controlar y dominar la realidad, no para conocerla, para saber lo que es. Con esto Nietzsche critica a la filosofía, a la ciencia y a la religión, y considera a los filósofos, científicos y teólogos, intermediarios entre el mundo y los hombres, como los farsantes de la humanidad.
Ser humano y la acción
La genealogía de la moral
La moral tradicional, encarnada en la moral cristiana, según Nietzsche está asentada en un prejuicio: en la consideración de que «moral», «no egoísta» y «desinteresado» son conceptos equivalentes. La moral tradicional está basada en la distinción entre bueno y malo. El análisis epistemológico muestra que bueno es sinónimo de noble y malo de vulgar, débil… etc. Nietzsche, después de cuestionarse, llega a la conclusión de que es necesario someter a crítica los valores morales y poner en entredicho el valor mismo de esos valores. Para esta labor es necesario descubrir las circunstancias en las que surgieron y se desarrollaron los valores morales.
Moral de señores y moral de esclavos
El espíritu que subyace en ambos tipos de moral es:
- La moral del señor: siente que él mismo es el creador de sus valores, solo reconoce el deber entre sus iguales y desprecia a los que no están a su altura.
- La moral del esclavo: siente resentimiento y sed de venganza respecto de aquellos que tienen el poder sobre él.
Rebelión de los esclavos
Comienza cuando el resentimiento mismo se vuelve creador y engendra valores: el resentimiento de aquellos seres a quienes les está vedada la auténtica reacción, la reacción de la acción, y que se desquitan con una venganza imaginaria. La moral de esclavos se impone sobre la de señores, pues la aristocracia pasa a ser el malvado y el que era despreciable, el esclavo, se convierte en el bueno.
Nihilismo (los valores supremos pierden su validez)
La interpretación cristiano-moral del mundo se ha basado en la negación de los auténticos valores de la vida, pasando a fundamentarse en nada. La identificación cristiana «Dios es verdad» implica una creencia en «otro mundo» donde está esa verdad. Pero esa identificación lleva implícita la negación de Dios.
La muerte de Dios
Esta muerte es la del máximo ideal, el ser supremo, que impone marcando una única prohibición: no comer los frutos de los árboles de la vida y de la ciencia del bien y del mal. El resultado es que Dios desaparece, muere en el corazón de los hombres, y en su lugar hay una nada superior. Ante esta situación caben dos posibilidades: permanecer en la nada o superarla.
Superación del nihilismo
Es necesario, según Nietzsche, llevar a cabo una transvaloración de aquellos valores que nos llevaron al nihilismo. Se trata de una tarea de creación, con la mirada puesta en un nuevo tipo de hombre (superhombre) que supere y destruya al hombre que hemos conocido: «Es necesario que cambiemos nuestra manera de ver, para llegar por fin, quizá demasiado tarde, a renovar nuestra manera de sentir».
Del hombre al superhombre
La muerte de Dios ha dejado al hombre solo, sin valores, en la nada; ahora el hombre ha de poner en acción su voluntad de poder para superarse a sí mismo: «El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre». Nietzsche explica que el superhombre no es un único individuo, sino un nuevo tipo de humano; más allá del hombre tal y como ha sido hasta ahora. El superhombre será la encarnación de aquel dios Dionisos desbordante de vida, será quien por fin esté más allá del bien y del mal, porque será él quien establezca el bien y el mal, como antes lo hiciera aquel Dios muerto.
El eterno retorno
Expresa la concepción circular del tiempo expuesta por Nietzsche. Es la expresión de la máxima reivindicación de la vida. Pero podemos recuperar la noción de permanencia si hacemos que el propio instante dure eternamente, no porque no se acabe nunca, sino porque el instante se repite sin fin.