El cristianismo se configura en la decadencia del mundo clásico grecorromano, y la caída del Imperio. En este marco de crisis, surgen corrientes en territorio judío que predican la llegada de un mesías que les llevará a la tierra prometida, a un mundo mejor fuera de la opresión romana. Jesús como personaje histórico surge en escritos muy posteriores a su muerte, siendo uno de estos profetas, contra los que lucharon los romanos, proveniente de Jerusalén, y su historia es contada como una interpretación realizada desde la fe. Estas escrituras constituyen los textos canónicos de la posterior religión cristiana dentro de la institución eclesiástica.
Las interpretaciones de los textos siempre divergen, al principio divididas en dos versiones: la primera, que siguieron sus seguidores más cercanos dentro de Jerusalén, la configuración del reino de los Cielos constituye una reforma unida a la destrucción del orden social en el que los privilegiados someten a los débiles, movimiento claramente revolucionario que tenía un carácter de nacionalismo político y que denunciaba la situación injusta de su pueblo. La segunda visión viene dada por los judíos fuera de Jerusalén, y es una versión espiritualista basada en el mensaje de salvación, que aun no es definitivo. Desde la creación, y en ese momento con la encarnación de Dios en la figura de Jesús, comienza un periodo de espera en el que los humanos están sometidos esperando a la resurrección final del fin de los tiempos que viene ilustrada por la crucifixión y resurrección de Jesucristo.
La versión revolucionaria fue frenada por los romanos, mientras que la que trasciende es la versión espiritualista, que poco a poco irá conformando el cristianismo como creencia, impulsada por la situación vigente que fomenta un mensaje de salvación universal. Además, la interpretación del mensaje cristiano de hermandad y comunidad, como impulsor de la igualdad entre los seres humanos hace que el pueblo humilde sea tenido en cuenta, siendo la caridad el eje de la vida cristiana.
Sin embargo el cristianismo no es aceptado como doctrina hasta que con Constantino la convierte en religión oficial. Hasta entonces eran perseguidos insistentemente por los romanos, que veían una amenaza en la difusión de esta religión.
Una de las claves fundamentales de su difusión fue la utilización de la Filosofía para explicar los dogmas de la fe. Con el neoplatonismo como influencia principal, basando la existencia en un ente superior único y ser por excelencia del que surgen niveles subordinados como la inteligencia y el alma, se desarrolla la filosofía cristiana. Este pensamiento es desarrollado por pensadores conocidos como Padres de la Iglesia, configurando la Patrística (fe cristiana y filosofía platónica en uno como búsqueda de una única verdad), de la que es principal representante Agustín de Hipona.
Una de las líneas de pensamiento principales de Agustín de Hipona es la relación entre razón y fe, cuya reflexión se resume en: Entiende para creer, Cree para entender.
Así, la Filosofía y la razón se ven sometidas a la fe. La filosofía cristiana se considera poseedora de la verdad absoluta en la figura de Dios, y esto hace que todo lo demás quede supeditado a esta creencia, que parece retroceder hacia el conocimiento místico del que huye la razón y por el cual nace la filosofía. La fe, creencia en lo irracional, dirige ahora la lógica y la razón, puesto que de otro modo solo se conocen las verdades “parciales”. Este círculo de la creencia y el entendimiento es impuesto sobre el hombre, y sobre su libertad. El libre albedrío que es otorgado al hombre por Dios para poder elegir cómo actuar, está de este modo sometido a una creencia que debemos asumir por argumentos de autoridad, y eso coarta la propia libertad de pensamiento y sobretodo de la razón, que no necesita de una iluminación para conocer. “La libertad, es la capacidad de decidir personalmente, con la consiguiente aceptación del pecado y del perdón, y la liberación de todas las trabas que impedían un pleno desarrollo del ser humano”
La búsqueda de la verdad según Agustín se basa en el amor, como centro de la religión cristiana. Ese amor por el prójimo y por Dios construye una de las bases fundamentales, así como una concepción optimista y positiva de la creación en la que no se acepta la idea del mal.
Sin embargo existe el pecado y el castigo divino a las acciones del hombre. Aunque San Agustín fue maniqueísta en su juventud en la que el bien y el mal son dos fuerzas que luchan contrapuestas, en su etapa de madurez entiende el mal como la privación del bien.
Todos los preceptos básicos que enuncia el cristianismo y la filosofía cristiana, se interpretan de manera diferente con la reorganización del imperio, es decir, con la fusión entre el Estado y la religión. Cuando aparecen instituciones y poder la perspectiva básica de los valores del bien la hermandad la verdad y la bondad cambia para dar paso a una imposición mucho más rígida, en la que el emperador es considerado un ente divino.
El propio Agustín de Hipona solicita al Estado reprimir y castigar a los herejes basándose en preceptos como que la Iglesia y los sacramentos son válidos por sí mismos independientemente de la calidad humana y moral de los ministros que la gobiernan y la imparten. Su cometido es imponer la religión verdadera: y la verdad y el bien anteriores no se bastan a sí mismos, van a necesitar el apoyo y la fuera del poder, que dista mucho de la idea originaria del bien común y de la salvación universal.