Introducción: Racionalismo
La preocupación filosófica de Descartes es fundamentalmente epistemológica. Se trata de asegurar los principios sobre los cuales puede asentarse el verdadero conocimiento. Biográficamente, la salida de La Flèche le planteó el problema del siguiente modo: se da cuenta de que aun habiendo asimilado todo el saber de su tiempo, no posee ningún criterio para distinguir lo verdadero de lo falso.
Con ello, Descartes instaura lo que podríamos llamar, el método trascendental. Este consiste en la elucidación de las condiciones de posibilidad del conocimiento cierto. Estas condiciones deben cumplir el siguiente principio: que el conocimiento, si lo es, debe ser común, no es posible un conocimiento incomunicable, porque aunque lo fuera, de nada nos serviría. En esto consiste el significado del concepto de trascendental: el conocimiento debe ser común, pero para serlo, las condiciones de posibilidad del conocimiento deben darse en todos los individuos por igual. Debe haber alguna facultad capaz de permitir el conocimiento según el principio de la universalidad. Esta facultad es, sin duda, la razón. Aquí comienza lo que en la historia de la filosofía podemos denominar idealismo trascendental. Idealismo, porque se considera que las condiciones de posibilidad del conocimiento están dadas en el sujeto, portador de las mismas. El sujeto se constituye así como sustancia, sustancia raciocinante sobre la cual se asegura el conocimiento y su comunicabilidad. Y el sujeto, concebido desde la razón, es una instancia universal, trascendental. Aquello que de común tienen todos los hombres. Distinguiríamos así entre sujeto, en sentido subjetivo, yo particular, y el Ego trascendental, aquello que siendo distribuido en cada uno de los individuos es, sin embargo, universal y común. En este sujeto trascendental es en el que se instala el conocimiento objetivo de las ciencias, y por excelencia, de las matemáticas. Descartes es el verdadero instaurador de este modo de filosofar que va a alcanzar en Kant su máxima expresión. Pero veamos cómo lo desarrolla el propio Descartes.
Para Descartes, la razón es igual en todos los hombres, de modo que la diversidad de opiniones humanas se origina de los diferentes modos de guiarla y de la diversidad de los objetos a los cuales se aplica.
El Método Cartesiano
El método, lo extrae Descartes de su propia actividad matemática. Para poder aplicarlo como método general, debe probarse primeramente su valor universal. Su valor universal radica en el fundamento último en el que se soporta: el hombre como razón o pensamiento, es decir, el hombre desde el punto de vista trascendental. Primero debe formular las reglas del método, teniendo presente el funcionamiento de las matemáticas. Luego fundamentar el valor universal y absoluto del método y posteriormente demostrar la fecundidad del método en las diversas ramas del saber. Descartes define el método como el conjunto de “reglas ciertas y fáciles que hacen imposible para quien las observe tomar lo falso por verdadero y, sin ningún esfuerzo mental inútil, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, le conducirán al conocimiento verdadero de todo lo que es capaz de conocer.”
Reglas fundamentales:
- Evidencia: Solo aceptar lo que se presente clara y distintamente a mi espíritu. El acto de la evidencia en el alma es la intuición.
- Análisis: Dividir cada dificultad en el mayor número de partes posibles y necesarias para resolverlas mejor.
- Síntesis: Conducir los pensamientos con orden empezando por los más simples hasta los más complejos. Este procedimiento es el propio de la geometría, el orden de la deducción y esta exige el orden.
- Enumeración: Hacer enumeraciones completas y generales de todas las cosas y no omitir nada.
El Cógito
El problema es establecer este método como método de todo conocimiento posible. Para ello, hay que establecer su fundamento más allá del ejercicio de la matemática. Para establecerlo parte de la negación de validez de cualquier conocimiento adquirido. Se trata de la Duda Metódica. Hay que dudar de todo, poner en entredicho todos aquellos conocimientos que nos constituyen, mediante una epojé o suspensión de juicio.
Ahora bien, ¿cómo fingir que se duda de las matemáticas, cuando es un conocimiento cierto, aquel del que se extraen incluso las reglas del método que quiere ser universal? Descartes imagina que Dios puede ser perverso. Para que yo pueda dudar de las verdades matemáticas, la condición es que no pueda fiarme de la propia conciencia lógica: esa que hace matemáticas. Pero como mi evidencia es inseparable de esa conciencia, poner en duda mi conciencia significa suponer que hay otra conciencia de leyes distintas que las que rigen mi conciencia y en cuyas redes está la mía aprisionada sin poder escapar de la trampa. En efecto, Dios es omnipotente.
Ahora bien, aunque ese ser me engañe, no puede hacer que me engañe con respecto a mi duda, a mi engaño. La duda exige la existencia, sin existir (como pensamiento) no podría siquiera dudar. De ahí se deduce la certeza de mi existencia como cosa pensante; si dudo es que existo.
Pero el cógito ergo sum garantiza mi existencia como cosa pensante y la de cualquier conciencia que proceda del mismo modo. La conclusión no es el establecimiento de la existencia del yo personal, sino de un yo como condición de posibilidad del conocimiento, un yo trascendental. Siempre que se recorra este camino se obtendrá la misma evidencia: si algo piensa existirá. Por tanto, esta verdad no es subjetiva de Descartes sino una verdad universal; ella puede actuar como fundamento metafísico.
Datos Biográficos
Renato Descartes (1596-1650), nació en La Haya, Turena. Después de estudiar en el colegio de La Flèche de París y viajar por Europa, fijó su residencia en Holanda en 1628, y redactó sus Regulae ad directionem ingenii, publicado en 1701. En 1633 terminó su Tratado del mundo, no publicado por las noticias que llegaban de Italia con respecto a la condenación de Galileo, el 22 de junio de 1633, ya que Descartes defendía la hipótesis de Copérnico. Sin embargo, una parte del libro fue publicada en 1637, La dióptrica, los meteoros y la Geometría, con un prólogo que constituyó el famoso Discurso del Método. En 1641 se publicó la obra Meditationes de prima philosophia en qua Dei existentia et animae immortalitas demonstratur, traducida al francés en 1647. Posteriormente publicó los Principia philosophiae en cuatro libros, donde recogía todos los contenidos del Tratado del mundo, así como sus principios filosóficos. La reina Cristina de Suecia le invitó a trasladarse a Estocolmo para instruirla en su filosofía. Después de presentar a la imprenta su obra Las pasiones del alma, en 1649, viajó a Suecia. Allí, cogió una pulmonía que le llevó a la muerte en febrero de 1650.