El Pensamiento Filosófico de Karl Marx
Karl Marx, filósofo alemán del siglo XIX, es considerado uno de los tres filósofos de la sospecha. No solo fue un filósofo contemporáneo, sino que también fue economista, sociólogo, historiador, entre otras disciplinas. En sus Tesis sobre Feuerbach escribió: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
Como discípulo de Hegel, absorbe la idea de que la realidad es dinámica, un proceso que se transforma dialécticamente mediante tesis, antítesis y síntesis. De Feuerbach, utiliza su crítica al idealismo hegeliano y adopta el materialismo (la realidad es fundamentalmente material).
Critica a Hegel por su idealismo (“todo lo real es racional”), que considera una justificación de la realidad existente, haciendo que su transformación parezca irracional. También critica a Feuerbach por su materialismo contemplativo (una concepción estática de la realidad), que Marx considera idealista al excluir la historia.
Marx propone que la realidad es dialéctica, es decir, está en continuo proceso de transformación. Esta dialéctica es material (se transforma por la oposición de contrarios) y es revolucionaria (conduce a la mejora). Esta transformación constituye la historia, realizada por el ser humano (SH) en su actividad productiva. Por tanto, es necesario desarrollar una ciencia de la historia, lo que supuso una revolución teórica.
El ser humano genera relaciones sociales determinadas por la producción de bienes. La historia es la sucesión de modos de producción, que cambian según el desarrollo de las fuerzas productivas. El modo de producción es la formación sociohistórica compuesta por las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
Las fuerzas productivas incluyen los medios de producción (herramientas, tecnología, materias primas) y la fuerza de trabajo, y dependen del grado de desarrollo técnico. Las relaciones de producción son las relaciones que se establecen entre los seres humanos en el proceso productivo, incluyendo la relación de cada individuo con su fuerza de trabajo, los medios de producción y el producto. Estas relaciones determinan las clases sociales, que son tanto el sujeto como el producto de la historia.
Toda formación social se compone de una infraestructura (la base económica) y una superestructura (ideología, instituciones políticas, legales, culturales, etc.). La revolución social es la transformación radical de las relaciones de producción existentes.
La ideología es una representación falsa de la realidad social y del ser humano, fruto de las relaciones de producción dominantes. Es un reflejo de la estructura socioeconómica; por lo tanto, la vida material determina la conciencia, y no al revés. Funciona como una falsa conciencia que deforma la realidad y legitima un orden social injusto (la ideología dominante es siempre la de la clase dominante).
La ciencia, entendida como la unión de teoría y práctica (praxis), es una crítica a las ideologías y tiene un carácter transformador. La lucha de clases es el motor de la historia, lo que implica que ninguna sociedad basada en clases es eterna.
La historia avanza por la dialéctica (contradicción) entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción existentes. Cuando esta contradicción se agudiza, se produce una crisis que puede desembocar en una revolución. Según Marx, la historia ha progresado a través de distintos modos de producción: comunismo primitivo, modo de producción asiático, esclavismo, feudalismo y capitalismo. Este último, a través de la revolución proletaria, dará paso a una sociedad sin clases (comunismo), donde, en cierto sentido, la prehistoria humana terminará y comenzará la verdadera historia.
La Concepción Marxista del Ser Humano y la Alienación
Marx critica el humanismo burgués, denunciando el falso ideal individualista y la cosificación del ser humano bajo el capitalismo. Según Marx, somos seres naturales (activos porque transformamos la naturaleza y pasivos porque dependemos de ella para satisfacer nuestras necesidades) y seres históricos (nos realizamos progresivamente a través de la historia).
La esencia humana se expresa fundamentalmente en el trabajo, entendido como la actividad práctico-productiva mediante la cual producimos nuestros medios de vida. El ser humano es un animal social y relacional; su ser es el resultado del conjunto de sus relaciones sociales. El trabajo debería ser la forma de expresión y realización del ser humano, pero bajo ciertas condiciones, como el capitalismo, no humaniza, sino que aliena.
El concepto de alienación (Entfremdung), que significa extrañamiento o enajenación, adquiere una connotación negativa con Feuerbach, refiriéndose a la deshumanización. El trabajo implica siempre una enajenación en el sentido de objetivación (la energía humana se plasma en el objeto producido). Sin embargo, en el capitalismo, el producto del trabajo no pertenece al trabajador, le es ajeno, se destina al mercado. La desposesión del producto del trabajo implica la negación del trabajador como productor, su desrealización. El sujeto productor se convierte en objeto, lo que deriva en la cosificación del ser humano, tratado como una mercancía más (la fuerza de trabajo).
Marx describe varias formas de alienación económica:
- Respecto al producto del trabajo: El obrero crea un objeto que no le pertenece y que, además, se convierte en un poder extraño que lo domina (capital). Fabrica el instrumento de su propia explotación.
- Respecto a la actividad productiva (el trabajo mismo): El trabajo no es voluntario sino impuesto, forzado. En lugar de realizar al ser humano, lo niega, lo agota física y espiritualmente, lo animaliza.
- Respecto a la naturaleza: La naturaleza aparece no como el «cuerpo inorgánico» del hombre, sino como algo ajeno, un mero objeto de explotación, lo que lleva a una desnaturalización (la relación con la naturaleza se vuelve hostil).
- Respecto a otros seres humanos: Las relaciones se vuelven competitivas y hostiles (mutua negación), en lugar de colaborativas. Los otros aparecen como explotadores o competidores.
Existen otras formas de alienación derivadas de la económica:
- Alienación social: Manifestada en la división de la sociedad en clases antagónicas.
- Alienación política: Reflejada en la escisión entre la sociedad civil y el Estado, que aparece como un poder ajeno y opresor.
- Alienación religiosa: La religión justifica la injusticia social prometiendo una liberación ilusoria en el más allá («el opio del pueblo«). No es de este mundo.
- Alienación filosófica: La filosofía tradicional se limita a interpretar el mundo en lugar de transformarlo, y a menudo lo hace de forma ideológica, legitimando la dominación existente.
La ideología, como representación falsa de la existencia social e histórica del ser humano, oculta la alienación. Su función es garantizar la estabilidad y la «paz social» justificando el sometimiento de la clase trabajadora. La alienación no es una condición natural del ser humano, sino un fenómeno histórico, producto de determinadas relaciones sociales. Superarla mediante la revolución permitirá una vida auténtica y la realización plena del ser humano.
La Crítica Marxista de la Religión
Marx parte del ateísmo como principio filosófico; niega la existencia de cualquier realidad trascendente, como Dios o el alma inmortal. Está en desacuerdo con la visión de Hegel, para quien el Espíritu Absoluto (Dios) se aliena al crear el mundo material.
Se inspira en Feuerbach, para quien la alienación fundamental es la religiosa, causa de la deshumanización. Según Feuerbach, Dios es una creación humana, una proyección de las cualidades humanas idealizadas, surgida del anhelo insatisfecho de infinitud. El ser humano atribuye sus propias perfecciones a un ser superior, pero ilusorio, lo que le lleva a renunciar a su propia esencia y empobrecerse. Dios es la esencia humana idealizada pero no realizada, proyectada fuera de sí. Adorar a Dios implica la deshumanización del ser humano. La humanización exige, para Feuerbach, suprimir la religión: la teología debe reducirse a antropología.
Marx critica a Feuerbach porque, aunque materialista en su crítica religiosa, sigue siendo idealista al no explicar el origen *material* del sentimiento religioso. Para Marx, la religión no surge de un sentimiento abstracto, sino de la miseria social real, y cumple una función ideológica. No basta con el ateísmo especulativo; es necesario transformar las condiciones materiales (socioeconómicas) que generan la necesidad de la religión.
La alienación religiosa es un fenómeno superestructural, derivado de la alienación económica (la infraestructura). No es Dios quien crea al ser humano, sino el ser humano quien crea a Dios como una realidad inventada que implica una desvalorización de este mundo. La religión desvía al ser humano de la tarea de transformar el mundo real y le resta energía para ello, funcionando como el «opio del pueblo«: un consuelo ilusorio que adormece la conciencia crítica.
Además, la religión históricamente ha tomado partido por la clase dominante, justificando teológicamente su dominio y contribuyendo a perpetuarlo. Marx trata la religión como una forma de ideología, una representación falsa de la existencia humana. Es una justificación ideológica que propone una liberación ilusoria en otro mundo, desviando la atención de la necesidad de transformar este. Ofrece compensación en el cielo a cambio de resignación ante la miseria y la injusticia de esta vida. La superación de la alienación económica en una sociedad sin clases (comunismo) hará innecesaria la religión, al desaparecer las condiciones de miseria y opresión que le dan origen.
Materialismo Histórico, Crítica al Capitalismo y Revolución en Marx
Marx es considerado uno de los primeros teóricos sociales en criticar la dominación estructural a través de la noción de clase social. Desarrolla una concepción materialista de la historia (materialismo histórico), donde las fuerzas productivas (medios de producción + fuerza de trabajo) son clave.
En la producción, los seres humanos establecen determinadas relaciones de producción. La sociedad se estructura en una infraestructura económica (base material) y una superestructura jurídico-política e ideológica. El modo de producción es la totalidad social históricamente determinada, compuesta por la infraestructura (que es determinante en última instancia) y la superestructura.
La posición de un individuo respecto a la propiedad de los medios de producción y su relación con la fuerza de trabajo y el producto determina su clase social (no simplemente la cantidad de dinero que posea). La alienación económica se manifiesta en las relaciones sociales, que bajo el capitalismo son fundamentalmente relaciones entre explotadores y explotados, o entre competidores (mutua negación). Esta alienación es el resultado de relaciones de producción específicas, no es natural sino histórica.
Marx realiza una profunda crítica al capitalismo en su obra cumbre, El Capital. Describe la sociedad capitalista como un “inmenso arsenal de mercancías” y su lógica fundamental como D-M-D’ (dinero que se invierte para comprar mercancía y venderla por más dinero). En el capitalismo, existen dos clases fundamentales: la burguesía (o clase capitalista), dueña de los medios de producción, y el proletariado, que solo posee su fuerza de trabajo y debe venderla para sobrevivir.
La ley de la oferta y la demanda explica las fluctuaciones de los precios, pero no el valor intrínseco de las mercancías. Marx adopta y desarrolla la teoría del valor-trabajo: el valor de una mercancía está determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla. Distingue entre valor de uso (utilidad) y valor de cambio (capacidad de intercambiarse por otras mercancías). Existe una mercancía especial, la fuerza de trabajo, cuya característica única es que puede crear más valor del que ella misma cuesta.
La plusvalía es la diferencia entre el valor creado por el trabajador y el valor de su fuerza de trabajo (salario). Es el valor excedente, fruto del trabajo no remunerado, que se apropia el capitalista y constituye la fuente de su beneficio. La ley general de la acumulación capitalista implica que, a medida que el capital se concentra y centraliza, la riqueza aumenta en un polo (burguesía) mientras que en el otro polo (proletariado) crece la miseria, la opresión, la degradación y la explotación (ley de pauperización creciente, aunque su interpretación es debatida).
La superestructura incluye el Estado, que Marx considera un instrumento de dominación de la clase explotadora, y la ideología, que funciona como falsa conciencia para legitimar la injusticia y ocultar la alienación. La lucha de clases entre explotadores y explotados es el motor de la historia. Esto implica que ninguna sociedad de clases es eterna.
Marx predice que el fin del capitalismo llegará debido a sus propias contradicciones internas (como las crisis de sobreproducción y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia), que agudizarán la lucha de clases y conducirán a una revolución proletaria. Aplicando un esquema dialéctico, se puede ver el capitalismo como la tesis, la revolución y la dictadura del proletariado (fase de transición) como la antítesis, y la sociedad comunista como la síntesis superadora. El fin de la prehistoria humana llegará con la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y el establecimiento de una sociedad sin clases (comunismo). En esta sociedad, al desaparecer las contradicciones de clase, cesará la lucha de clases como motor del cambio histórico tal como se había conocido.
Crítica de Nietzsche al Conocimiento y la Metafísica Occidental
Friedrich Nietzsche fue un filósofo alemán del siglo XIX, considerado uno de los tres filósofos de la sospecha y un destacado representante del vitalismo. Es célebre su frase: “Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado.” (La gaya ciencia).
Nietzsche era vitalista: consideraba que la vida, entendida como impulso instintivo y voluntad de poder, es el valor fundamental. El arte es una manifestación privilegiada de esta vida. Utiliza el método genealógico para rastrear el origen y valorar los conceptos y valores fundamentales de la cultura occidental, especialmente la visión metafísica del mundo.
En El nacimiento de la tragedia, presenta dos principios estéticos y vitales, simbolizados por los dioses griegos:
- Apolo: Representa la razón, el orden, la medida, la forma, la individuación (visible en la escultura y la épica).
- Dionisos: Representa la vida desbordante, la embriaguez, la desmesura, la fusión con el todo, el caos primordial (visible en la música y la danza).
La tragedia griega clásica lograba una síntesis equilibrada de ambos. Sin embargo, con Sócrates y Platón, prevalece el espíritu apolíneo (racionalismo), iniciando la decadencia de la cultura occidental al negar el componente dionisíaco (vital, instintivo, trágico) de la existencia. El arte trágico, que afirma la vida con su dolor y destrucción, es la respuesta adecuada a la realidad.
En obras como Crepúsculo de los ídolos, Nietzsche critica radicalmente la metafísica tradicional y la «voluntad de verdad» que la anima. Explica que Platón inventó un «mundo verdadero» (el mundo inteligible de las Ideas o esencias inmutables) y lo opuso al mundo sensible, considerado mera apariencia (falso). Esto implica una desvalorización del devenir, del mundo cambiante en el que vivimos, y un juicio negativo contra la vida. Se prioriza el Ser (inmutable, eterno) sobre el devenir (cambio, flujo).
Nietzsche sostiene que la verdad universal y objetiva es una mentira, una ilusión creada por el lenguaje y los conceptos.
- Primer falseamiento: La metáfora original (palabra) intenta expresar una intuición sensible única e irrepetible.
- Segundo falseamiento: La palabra se convierte en concepto al aplicarse a múltiples casos similares, ignorando las diferencias individuales. Se sustituye la realidad viva por el concepto abstracto (una «necrópolis de intuiciones»).
Esto ocurre por costumbre y utilidad social, olvidando el origen metafórico. La ciencia moderna, al matematizar lo real, profundiza este error al reducir lo cualitativo a lo cuantitativo. Defiende que no existe un «mundo verdadero» trascendente; ese supuesto mundo está vacío, es la nada.
El nihilismo (la desvalorización de los valores supremos, la conciencia de que Dios ha muerto y el mundo carece de sentido intrínseco) es el destino histórico de la cultura occidental, consecuencia inevitable de la metafísica platónico-cristiana. Ante el nihilismo caben dos actitudes:
- Nihilismo pasivo: Resignación, pesimismo, decadencia. Es la actitud predominante desde Platón y el cristianismo. Incluso la Ilustración, al sustituir a Dios por «ídolos» como la Razón o la Ciencia, no supera esta fase.
- Nihilismo activo: Aceptación gozosa de la muerte de Dios y la falta de fundamento trascendente. Es la condición para la «aurora», para una nueva valoración de la vida desde la vida misma.
Con la muerte de Dios, la metafísica y la moral tradicionales se quedan sin fundamento. Es necesario afirmar un nuevo principio: la voluntad de poder. La voluntad de poder (inspirada en parte, pero superando, la «voluntad de vivir» de Schopenhauer) es para Nietzsche el principio inmanente (no trascendente) que impulsa todo lo existente. No se trata de una mera voluntad de dominio sobre otros, sino de un impulso constante de devenir, autosuperación, creación y afirmación. Conduce al perspectivismo: no hay una única verdad, sino múltiples perspectivas (un «politeísmo» de interpretaciones).
La «voluntad de apariencia» se manifiesta en el arte, que afirma la vida a través de la metáfora, la creatividad y la creación de bellas apariencias. El nihilismo activo abre paso a la transmutación de todos los valores tradicionales. Conceptos clave en esta nueva valoración son:
- El eterno retorno: La idea cosmológica y ética de que todo acontecimiento se repetirá infinitamente. Es la prueba suprema para afirmar la vida: ¿amarías tanto este instante como para querer revivirlo eternamente?
- El amor fati (amor al destino): Aceptar y amar todo lo que sucede, bueno o malo, como parte necesaria del devenir.
La Muerte de Dios y el Nihilismo en Nietzsche
Nietzsche afirma que hemos creado a Dios para intentar dar un sentido trascendente a la vida, como respuesta al miedo y la angustia existenciales. Este es el origen psicológico de la religión. Dios funciona como un sedante para poder soportar la dureza del devenir, pero a costa de negar la vida terrenal. Asumir la muerte de Dios es el primer paso para afirmar la vida.
El nihilismo (la constatación de que los valores supremos se desvalorizan, de que «Dios ha muerto») es el destino histórico de Occidente, resultado de una cultura que ha desvalorizado los valores auténticos (vitales). Nietzsche rastrea la genealogía de este error nihilista:
- Platón: Identifica a Dios (o el Bien supremo) con la Verdad y crea una realidad trascendente (Mundo de las Ideas), invirtiendo los valores (el «mundo al revés»).
- Cristianismo: Populariza el platonismo («platonismo para el pueblo»), identificando a Dios con el Bien moral. Genera resentimiento, culpa y mala conciencia.
- Modernidad: La secularización (deísmo, panteísmo) y el ateísmo ilustrado matan a Dios, pero lo sustituyen por nuevos ídolos: la Razón, la Ciencia, el Progreso, el Estado.
En La gaya ciencia, el «loco» proclama: “¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado!”. Esta «muerte de Dios» es un acontecimiento cultural de enormes consecuencias. Significa la muerte del máximo ideal, del Ser supremo, del mundo suprasensible, de las verdades absolutas y los valores inmutables que habían sostenido la cultura occidental. La metafísica y la moral tradicionales se quedan sin fundamento.
La consecuencia inmediata puede ser el nihilismo pasivo: la pérdida de sentido, la desesperación, la resignación. Nietzsche se autodenomina «el Anticristo» porque combate radicalmente los valores cristianos, que considera contrarios a la vida, decadentes y basados en el resentimiento (especialmente critica a San Pablo). La muerte del Dios monoteísta abre la posibilidad de un nuevo «politeísmo»: la afirmación de múltiples perspectivas y valores, sin una única verdad dominante.
Frente al nihilismo pasivo, Nietzsche propone el nihilismo activo: asumir la muerte de Dios como una liberación. Es la «aurora» de una nueva perspectiva y una nueva valoración centrada en la vida. Asumir la vida sin resentimiento implica afirmar la voluntad de poder. Esto exige que el ser humano actual sea superado, dando paso al Superhombre (Übermensch). Esta afirmación se concreta en:
- La valoración del arte como estímulo vital.
- La transmutación de todos los valores.
- La aceptación del eterno retorno como máxima afirmación del instante.
- El amor fati: amar el destino, amar el devenir en su totalidad.
La Concepción Nietzscheana del Ser Humano: Del Hombre al Superhombre
Como se vio en El nacimiento de la tragedia, Apolo (razón, orden, límite, individuación) y Dionisos (vida, instinto, desmesura, fusión) son dos fuerzas fundamentales. La tragedia griega presocrática lograba equilibrarlas, haciendo la vida soportable y afirmándola incluso en su dolor y sufrimiento. El predominio posterior de lo apolíneo (racionalismo filosófico) enmascara y niega la vida. Esta visión se opone a la tradición metafísica y moral de Occidente.
La prevalencia de lo apolíneo, especialmente en su forma socrático-platónica, genera una contradicción con la vida al reprimir los instintos y valorar un «alma» separada del cuerpo. Esto conduce a una alienación profunda. Conceptos como Razón, Virtud y Felicidad, tal como los entiende la tradición, son considerados por Nietzsche como ídolos, ficciones que niegan la realidad vital.
El platonismo, al inventar el mundo de las Ideas, establece una separación radical entre cuerpo y alma, despreciando el primero y prometiendo la verdadera felicidad en un «más allá». Nietzsche se opone frontalmente a la moral cristiana, por considerarla contranatural, enemiga de los instintos vitales del ser humano, y por emitir un juicio negativo sobre esta vida en nombre de un Dios trascendente (Dios contra Dionisos).
La idea de un orden moral del mundo exige la responsabilidad humana, que a su vez presupone el libre albedrío. Pero esta invención de la libertad, según Nietzsche, sirve para introducir la culpa y el castigo, corrompiendo la «inocencia del devenir». Es la «metafísica del verdugo». El ideal ascético (promovido por filósofos y sacerdotes) implica un rechazo de la vida, nacido del resentimiento de los débiles contra los fuertes y vitales.
Según Nietzsche, la tradición racionalista y moral de Occidente conduce inevitably a la nada, al nihilismo. Al «matar a Dios», la existencia parece perder su sentido tradicional, lo que puede generar miedo y pesimismo (como en Schopenhauer). El «último hombre» es la figura que describe Nietzsche para representar la decadencia final: un ser que solo busca la comodidad, la seguridad y la felicidad trivial, incapaz de crear y de superarse. Es el «más despreciable» de los hombres.
Frente al último hombre, Nietzsche postula el Superhombre (Übermensch): un nuevo tipo de ser humano, fuerte, creador, autosuficiente, que ha superado la moral tradicional y no necesita el consuelo de Dios ni la esperanza en un más allá. En Así habló Zaratustra, se presenta al Superhombre como aquel que trasciende al hombre actual. Su advenimiento está ligado a la «muerte de Dios» y representa la superación del nihilismo y la antítesis del último hombre.
El Superhombre encarna la voluntad de poder entendida como fuerza vital dinámica, instinto de autosuperación y capacidad creadora de valores. Nietzsche niega el libre albedrío; solo hay voluntades fuertes (creadoras, afirmativas) y débiles (reactivas, resentidas). En este marco, desaparecen los conceptos de culpa y castigo; solo hay creación y destino (amor fati). «Amar la vida de tal modo que se desee que cada instante se repita eternamente (eterno retorno). Este anhelo de eternidad para el instante presente crea una nueva forma de valorar.»
En Así habló Zaratustra, Nietzsche describe tres transformaciones del espíritu en el camino hacia el Superhombre:
- El camello: Representa al espíritu que soporta la carga de la moral tradicional y el deber («Tú debes»).
- El león: Representa al espíritu que se rebela, destruye los viejos valores y conquista su libertad («Yo quiero»).
- El niño: Representa la inocencia, la creatividad, el juego libre, la afirmación de la vida más allá del bien y del mal, la capacidad de crear nuevos valores («Yo soy», un nuevo comienzo). Recupera la «inocencia del devenir».
Genealogía de la Moral y Transmutación de los Valores en Nietzsche
En La genealogía de la moral, Nietzsche emprende una investigación sobre el origen (Genealogía) y el valor de los valores morales dominantes en Occidente, con el objetivo de desenmascararlos. Considera la moral como un síntoma, una consecuencia de determinados instintos y tipos de voluntad.
Nietzsche critica la moral platónico-cristiana. Denuncia la ecuación socrática que identifica virtud = conocimiento = felicidad, considerándola una negación de los valores vitales auténticos. El platonismo es la base filosófica de una moral contranatural, que desprecia el cuerpo y los instintos, y promete recompensas en otra vida. El cristianismo hereda y populariza esta moral, fomentando la humildad (entendida como humillación) y el resentimiento. Los sistemas morales tradicionales son vistos como opresivos y debilitantes para la vida.
Como se mencionó, la invención del libre albedrío en esta tradición moral nos hace responsables de nuestros actos, introduciendo el castigo y la culpa donde antes había inocencia natural. Esto facilita el sometimiento social (Nietzsche critica también la moral kantiana del deber). Nietzsche afirma que no existe un orden moral objetivo en el mundo; los valores son creaciones humanas. Por tanto, la vida debe ser afirmada por sí misma, sin necesidad de justificaciones trascendentes.
La «muerte de Dios» implica asumir la responsabilidad de crear valores en un mundo sin fundamento moral absoluto y sin verdad única (perspectivismo). Nietzsche distingue dos tipos fundamentales de moral a lo largo de la historia: la moral de señores y la moral de esclavos. En La genealogía de la moral, analiza el origen de los conceptos «bueno» y «malo» (propio de la moral de señores) y «bueno» y «malvado» (propio de la moral de esclavos), mostrando cómo surgen de diferentes valoraciones y relaciones de poder.
- Moral de señores: Surge de la autoafirmación de los nobles, fuertes, sanos y vitales. «Bueno» es todo lo que afirma la vida, la fuerza, la jerarquía, la nobleza. «Malo» es lo plebeyo, lo débil, lo vulgar, lo simple. Es una moral activa y creadora.
- Moral de esclavos: Surge del resentimiento de los débiles, oprimidos y sufrientes contra los señores. Invierte los valores de la moral de señores. «Bueno» pasa a ser lo que antes era «malo» (la humildad, la compasión, la paciencia, la igualdad). «Malvado» es ahora el señor, el fuerte, el noble. Es una moral reactiva.
La moral de señores celebra la vida; la moral de esclavos, nacida de la impotencia, se basa en la venganza simbólica contra todo lo superior y diferente. Mientras la primera valora lo noble, bello, poderoso y feliz (en un sentido activo), la segunda idealiza la pobreza, la humildad, la enfermedad y la miseria, realizando una completa inversión de los valores aristocráticos. La moral de esclavos, a través de la historia (judaísmo, cristianismo, democracia, socialismo), ha triunfado en Occidente, sometiendo a los espíritus fuertes bajo el yugo de ideales universales ficticios (como la igualdad).
Nietzsche aboga por la autenticidad del individuo activo, creador, que afirma la vida, en contraste con los valores reactivos y pasivos que buscan una felicidad ilusoria y niegan la realidad. El sacerdote ascético es una figura clave en la moral de esclavos: canaliza el resentimiento, invierte los valores y logra que los fuertes se sientan culpables y se sometan. Sócrates y Platón iniciaron este camino al someter la vida a un Bien universal abstracto. El judaísmo y, sobre todo, el cristianismo llevaron a cabo la «rebelión de los esclavos en la moral», exaltando al pobre, al humilde y al sufriente.
El cristianismo universaliza la culpa y la necesidad de redención. La Ilustración, con figuras como Kant (un «cristiano secularizado» para Nietzsche con su imperativo categórico), continúa esta tendencia moralizante. La Revolución Francesa (con su ideal de igualdad) y los movimientos democráticos y socialistas del siglo XIX son vistos como etapas finales de este proceso, que desemboca en la «voluntad de la nada» y el ideal del «último hombre», que prefiere la comodidad a la grandeza. Todo esto culmina en la «muerte de Dios» y el nihilismo.
Frente a esto, Nietzsche propone una transvaloración (o transmutación) de todos los valores: superar la moral tradicional y crear nuevos valores basados en la voluntad de poder, que afirmen la vida y den sentido a la Tierra. Es una valoración más estética que moral. El Superhombre es el creador de estos nuevos valores, situado «más allá del bien y del mal», superando las dicotomías de la moral tradicional.
El eterno retorno funciona como el principio selectivo supremo: ¿puedes vivir de tal manera que desees repetir cada instante eternamente? Aceptar esto implica la máxima afirmación. En esta perspectiva, no hay culpa ni castigo, solo el devenir y el destino, que deben ser amados (amor fati). La vida debe ser afirmada en su totalidad, sin buscar escapismos metafísicos.