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Kant expone aquí una de las ideas centrales de la Crítica de la razón pura: todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, pues el único modo de que nuestra capacidad de conocer comience a funcionar es que sea afectada por los objetos de los sentidos; pero los datos de los sentidos nos son suficientes; por eso dice que “no todo conocimiento comienza con la experiencia” pues, además de la experiencia, es necesario aquello que la facultad de conocer, con independencia de la experiencia, pone por sí misma. Kant nos cuenta en el texto que su filosofía está a mitad de camino entre el Racionalismo y el Empirismo; como los empiristas, Kant afirma que “todo conocimiento comienza con la experiencia”, pues solo mediante la impresión que reciben los sentidos de los datos sensibles se despierta nuestra facultad de conocer. Yo no me puedo plantear saber de qué color es esta pizarra sin que mis sentidos hayan visto la pizarra. Es decir, la experiencia es fundamental para que haya conocimiento; en este sentido, la metafísica tradicional estaba equivocada, pues pretendía hablar de cosas que no conocemos a través de la experiencia. Ahora bien, la experiencia no es suficiente para que haya conocimiento; por eso dice que Kant que “no todo conocimiento procede de la experiencia”; es necesario que nuestra facultad de conocer añada algo a los datos de la experiencia; por ejemplo, no basta con captar determinados datos sensibles para percibir una pizarra. Es necesario, además, saber qué es una pizarra, y esto es algo que no procede de la experiencia. Es nuestra facultad de conocer la que pone orden en los datos inconexos de la experiencia, construyendo, así, el conocimiento.
Giro copernicano
Para explicar su hipótesis Kant afirma que es necesaria una “revolución filosófica” análoga a la que dio origen a la revolución científica. Así, Kant cree que no hay más remedio que dar a la filosofía un giro copernicano.Vamos a explicarlo despacio. El Empirismo de Hume minusvaloró el alcance de nuestro conocimiento porque afirmaba que todo nuestro conocimiento tiene su origen en la experiencia. Esta posición era para Kant análoga al geocentrismo astronómico (hipótesis falsa aunque muy intuitiva). El Racionalismo cartesiano sobrevaloró el alcance de nuestro conocimiento porque creía que podía avanzar exclusivamente a partir de ideas innatas (hipótesis también falsa pero más afín al resultado kantiano pues es análoga al heliocentrismo). Kant adopta una postura intermedia entre Empirismo y Racionalismo: El conocimiento es una síntesis entre lo dado por la experiencia y lo que pone el sujeto que conoce. El gran descubrimiento kantiano es que el mundo es, en parte, el producto de nuestra mente. Por ese motivo podemos formular juicios a priori sobre él. El giro copernicano consiste, por tanto, en situar al sujeto y no al objeto (la experiencia) en el centro del conocimiento. Queda superado por tanto el escepticismo de Hume respecto a la física. Si atendemos a que el conocimiento versa sólo sobre la síntesis de lo a priori y lo dado, es decir, el fenómeno, entendemos que es imposible pues la metafísica trata con meros conceptos (Ideas de la Razón) y aspira a conocer la cosa en sí o noúmeno. Sin embargo, esto no es tan malo como parece, porque al poner límites a la razón estamos haciendo que sea posible al menos pensar esas Ideas de la Razón a través de su uso práctico como postulados. Como dice Kant, el giro copernicano que limita el poder de la razón suprime el saber para dejar sitio a la fe. Un ejemplo sencillo es la idea de libertad: si nos atenemos al fenómeno es una idea imposible pues todo está determinado por la categoría de causa-efecto. En cambio si pensamos que el conocimiento llega sólo hasta el fenómeno pero que existe un noúmeno más allá en ese ámbito es posible pensar la libertad. Kant no ejerce de ateo ilustrado como podría parecer sino de “cristiano alevoso” como le llamará Nietzsche.