El “Mito de la caverna” es una metáfora del papel de la filosofía en el destino humano: la filosofía libera al hombre de los prejuicios que resultan de un conocimiento inferior, de la visión más inmediata de la realidad.
Su método, la dialéctica, representa el último grado de la educación necesaria para formar a los gobernantes de una sociedad. Mediante símbolos se refiere a cuestiones ontológicas y epistemológicas que había tratado, con anterioridad, en “República,” en los pasajes el “Símil del sol” y el “Símil de la línea”. La Idea de Bien está representada por el sol. Esta metáfora nos permite relacionar el mito de la caverna con “el símil del sol”. En este pasaje se compara el eje sol – cosas sensibles – ojo con el eje Bien – Ideas – alma: El sol posibilita la visión y, por eso, él puede ser visto, al igual que pueden ser vistas las demás cosas. Del mismo modo, la Idea de Bien es causa del conocimiento y, por eso, ella puede ser conocida, al igual que pueden ser conocidas las demás Ideas. Por otra parte, así como el sol es la fuente del proceso de génesis, crecimiento y nutrición de las cosas físicas, sin ser él nada de estas cosas, el Bien es la causa de la existencia de todo cuanto existe (el mundo inteligible y el mundo sensible) y, siendo ella misma un ser, trasciende cualquier realidad existente. La Idea de Bien corona el Mundo inteligible identificándose con las Ideas de Ser y Unidad, que son las determinaciones más generales de todo lo que existe: todas las demás Ideas imitan o participan del Ser y de la Unidad, que son las causas de su existencia y de su conocimiento: Toda Idea participa del Ser en la medida en que existe y participa de la Idea de Unidad
en la medida en que constituye una unidad idéntica a sí misma y diferente a las demás. Puesto que las Ideas son, además, los principios que hacen inteligibles las cosas, la Idea de Bien es la causa última del conocimiento. “La Idea de Bien que en el ámbito visible generó la luz y al señor de esta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y la inteligencia”. El mito de la caverna expresa con claridad que la Filosofía es, al mismo tiempo, saber teórico y práctico: Es por una parte conocimiento de las causas de las cosas (posibilita él conocimiento de la verdad), pero también proporciona criterios para regirse en la vida personal y en la vida pública. Esta es una consideración común a toda la historia de la filosofía, pero en Platón adquiere una relevancia especial, puesto que su preocupación por fundamentar un Estado justo, condiciona su visión de la ontología y de la ciencia (identificación de la ontología con la ciencia de la virtud): “y que es necesario tenerla en cuenta (la Idea de Bien) para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado cómo en lo público”. El mito de la caverna expresa, además, que la filosofía es aspiración a la verdad, pero no posesión de la misma: Para Platón, al igual que para su maestro Sócrates, la filosofía, más que un sistema o cuerpo cerrado de conocimientos organizados jerárquicamente, es una revisión constante del sentido de la realidad (del ser) y sobre como conocerlo (de la verdad). De ahí que sus obras sean diálogos entre distintos personajes, algunos de ellos, intelectuales de su época. El carácter dialógico de la filosofía platónica representa su naturaleza siempre inconclusa. La filosofía es un saber sin respuestas definitivas: “quién sabe si esto es realmente cierto; en todo caso lo que la a mí me parece es que dentro de lo cognoscible lo que se ve al final, y con dificultad, es la Idea de Bien”. El mito de la caverna expresa la formulación clásica de la Teoría de las Ideas, es decir, la teoría de la Ideas en el período de madurez, a partir de su obra República. La teoría de las Ideas es el tema central del pensamiento de Platón: es su teoría general de la realidad u ontología (ciencia del ser en tanto que ser) y determina su visión del conocimiento (epistemología), del hombre (antropología), del bien (ética) y del Estado (política), incluso del cosmos, aunque la física no tenga estatuto de ciencia. Significa la admisión de la existencia de entidades inmateriales, eternas e inmutables (sin origen ni fin, ni sometidas a cualquier otro cambio), simples (no compuestas, indivisibles), que son causas de la existencia y del conocimiento del mundo de la experiencia. La admisión de este tipo de entidades supone duplicar la realidad en dos ámbitos: el mundo inteligible, también denominado mundo noético o de las Ideas, y el mundo de la experiencia o mundo sensible, cuya razón de ser se pretende explicar a partir de aquel. Platón explica la relación del mundo sensible con el mundo inteligible, unas veces, como imitación (“mímesis”) y, otras, como participación (“methesis”). En cualquier caso las ideas son arquetipos, modelos que las cosas sensibles imitan, o perfecciones de las que las cosas sensibles participan. A esta tesis de la duplicación de la realidad se le conoce con el nombre de “dualismo ontológico”.
La teoría de las Ideas tiene tres intenciones fundamentales:
1- Una intención política: su interés está motivado, en gran parte, por la convulsa historia de Atenas que le toca vivir: la derrota frente a Esparta tras la guerra del Peloponeso por la lucha de la hegemonía política y económica en el mundo heleno, la imposición por parte de Esparta del “Gobierno de los treinta tiranos” y la posterior restauración de la democracia, tras la sublevación de Atenas y las polis a ella aliadas.
2- Una intención ética: un Estado justo requiere ciudadanos virtuosos, por lo que la teoría política ha de basarse en una teoría de la virtud. En este sentido, sobre todo en sus comienzos y en su obra de madurez, el pensamiento platónico es una exaltación, tanto personal como intelectual, de su maestro Sócrates. La enseñanza fundamental de Sócrates es la posibilidad de una ciencia de la virtud, de los valores morales, que puede ser expresada en conceptos, que se justifican en una teoría de la naturaleza humana. Platón se enfrenta, así, al relativismo moral de los sofistas para quienes la virtud es polisémica y dependiente de intereses individuales; desde su escepticismo, los sofistas niegan la posibilidad del conocimiento de realidades universales y necesarias que garanticen la objetividad de nuestros conceptos.
3- Una intención científica: Ante la imposibilidad de fundamentar una teoría del conocimiento desde la inducción, como pretendía su maestro Sócrates, que no logra zanjar la polémica con la sofística sobre la posibilidad de una ciencia moral, Platón tiene que acometer previamente la tarea de fundamentar una nueva teoría de la ciencia.Así pues, el dualismo ontológico se corresponde en el plano del conocimiento con un dualismo epistemológico, es decir, la separación radical (“Chorismós”) entre dos fuentes de conocimiento, a saber, los sentidos que dan lugar al conocimiento sensible y la razón que da lugar al conocimiento racional. El dualismo epistemológico supone reconocer que razón y sentidos acceden a dos tipos de realidades diferentes: la razón conoce la auténtica realidad, las esencias de las cosas sensibles, y los sentidos conocen las cosas sensibles que son meras copias o participaciones de sus Ideas correspondientes. El dualismo epistemológico no implica, sin embargo, que Platón no reconozca la importancia o el valor de los sentidos como preparación o propedeútica para el conocimiento de la verdadera realidad de las cosas. Ya en Menón, donde desarrolla la teoría del conocimiento como recuerdo (“anamnesis”), reconoce el papel de los sentidos en el proceso de búsqueda de la verdad: el alma, una vez en el cuerpo, olvida lo que vio en el Mundo de las Ideas, pero puede recordar ayudándose de las experiencias (teoría de la reminiscencia). La teoría de los grados de conocimiento en República, expresa de forma más elaborada, sin necesidad de recurrir al mito, la posición innatista en relación con el origen y fundamentación de nuestros conceptos. El innatismo postula la anterioridad e independencia de los conceptos frente a las cosas que aquellos representan. La teoría de los grados del conocimiento expresa, además, con mayor detalle y rigor, el papel de los sentidos en el verdadero conocimiento de las cosas. En el pasaje del “símil de la línea” describe el conocimiento como un proceso, como un camino, que necesita empezar por el conocimiento de “lo más obscuro” (el conocimiento de los sentidos) para poder acceder al conocimiento de las auténticas realidades, las Ideas. Distingue dos modos de conocimiento, el conocimiento sensible y el conocimiento racional o inteligible, pero aunque acceden al conocimiento de realidades distintas (mundo sensible y mundo inteligible), el primero se define como copia del segundo. Cada uno de los modos de conocimiento, se subdividen en dos niveles o grados de conocimiento de tal modo que el inferior es copia del superior. El primer grado de conocimiento es la imaginación (“eikasía”), que conoce copias de los objetos sensibles. Representa el conocimiento de percepciones aisladas de los objetos. En el Mito de la caverna se corresponde con el conocimiento de las sombras por parte de los esclavos encadenados. El segundo grado de conocimiento es la creencia (“pistis) que conoce los objetos sensibles. Da lugar al saber de la física y representa el conocimiento de los objetos sensibles a través de las relaciones y coordinación de las experiencias (la acumulación de datos a través de la inducción). Aparece simbolizado en la visión que el esclavo tiene, una vez liberado de sus cadenas, de los objetos que manejan por encima del muro los titiriteros. Ninguno de los dos grados de conocimiento sensible está fundamentado, por lo que constituyen mera opinión (“doxa”). El tercer grado de conocimiento es el razonamiento (“dianoia”) que conoce los objetos o entes matemáticos y el saber al que da lugar es el saber matemático. (Los entes u objetos matemáticos no son la Ideas matemáticas sino copias de estas). El razonamiento matemático, es el método de acceso a un tipo de objetos que son idealizaciones del mundo sensible y tienen que ver con el orden o estructura de las cosas que pueblan nuestro mundo; se simboliza en la visión del exterior de la caverna antes de que los objetos aparezcan iluminados por la luz del sol. El cuarto grado del conocimiento es la intuición o intelección (“noesis”), conocimiento específico de la filosofía, que conoce las Ideas, y el saber al que da lugar es la dialéctica; se simboliza en la visión de los objetos del exterior de la caverna una vez que se contempla el sol y son bañadas por esta luz. El saber matemático y el saber dialéctico constituyen los dos grados de conocimiento racional. El abismo entre conocimiento sensible y conocimiento racional se pone de manifiesto en el “salto” o discontinuidad entre el saber de la física y el saber matemático, ya que los objetos que conoce la física no
son copias de los objetos matemáticos. Pero, al mismo tiempo, la labor propedeútica del conocimiento sensible se manifiesta en el hecho de que los matemáticos se valen de idealizaciones o abstracciones de los objetos sensibles que, posteriormente, reciben su justificación en un saber superior: los matemáticos operan
con meras hipótesis (juicios o enunciados sin probar), pues se sirven de apariencias (objetos sensibles); es por ello necesario que el saber matemático se fundamente en la dialéctica (combinación de razonamientos e intuición): El dialéctico parte de afirmaciones que el matemático utiliza como si fuesen verdades firmemente establecidas, considerándolas como lo que realmente son, hipótesis, afirmaciones sin justificar, hasta llegar, por medio de razonamientos (“dianoia”), al principio anhipotético, es decir a la verdad que no necesita demostración, porque se capta o conoce por intuición o intelección (“noesis”: conocimiento directo de la verdad de un objeto o de una afirmación). Una vez que se accede por intelección al fundamento último del conocimiento, el dialéctico recorre el camino inverso, fundamentando, con razonamientos (“dianoia”), todo lo que anteriormente utilizó como peldaños para acceder a la cúspide. Queda demostrado, así, que las idealizaciones o abstracciones que manejan los matemáticos (entes u objetos matemáticos) son copias de las Ideas matemáticas. El método dialéctico, en la medida en que recorre todas las determinaciones racionales de las cosas (las Ideas), da paso a un saber que estudia el orden jerárquico del mundo de las Ideas. La dialéctica sería además de un método, ciencia de los primeros principios de la realidad. Tanto la concepción de la dialéctica como método como la concepción de la dialéctica como ciencia, experimentan una evolución a lo largo del pensamiento de Platón: la teoría de las Ideas cambia de un enfoque “ético matemático” en el periodo de madurez (República) a un enfoque “lógico ontológico” en los periodos crítico y de vejez (Parménides, Sofista, Teeteto…): En la etapa de madurez las Ideas son para Platón, ante todo, perfecciones, modelos, arquetipos, criterios de
valoración de las cosas. No debemos olvidar que la primera motivación filosófica de Platón es ético – política, pues se inicia en la filosofía preocupado por establecer las bases teóricas de un Estado justo. En este contexto, influencias pitagóricas, le llevan a concebir una realidad estructurada matemáticamente y por eso mismo una realidad bella (perfecta); lo que le permite integrar el afán de conocimiento, en un deseo más amplio que no sólo afecta a la razón sino, ante todo, a la voluntad: por amor a la belleza el hombre se eleva al conocimiento de la verdad .Es así como se entiende la identidad entre las Ideas de Ser, Unidad y Bien: La Idea suprema es al mismo tiempo El Bien en la medida en que es suma perfección, suma belleza. El resto de las Ideas y cosas sensibles son bellas en la medida en que participan o copian la Idea de Bien. Las últimas etapas de Platón están marcadas por el problema de aclarar la confusa relación entre los dos mundos, entre las cosas y sus causas, las Ideas. Paralelamente, también están marcadas por la progresiva importancia que se le concede al lenguaje como medio de expresión de las relaciones que los conceptos o ideas mantienen entre sí: El abismo entre las Ideas y las cosas sensibles hace imposible la racionalidad del devenir, la Idea de Devenir. Platón repara en que, si no se admitiese el devenir en el mundo de las Ideas, no estarían justificadas la división y unificación de ideas, que son operaciones de la inteligencia que expresan la continua transformación a la que se ven sometidos los conceptos en el ejercicio dialéctico y demuestran las relaciones lógicas existentes entre ellos. Sin dejar de ser valores y arquetipos, las Ideas son también clases de objetos semejantes o géneros es decir, entidades lógicas: el progresivo interés por el lenguaje conduce a un progresivo reconocimiento de la contribución de los sentidos al conocimiento de la verdad, pese a que no deja de ser, en el pensamiento platónico, fuente de apariencias.
Si en el periodo de madurez no había cabida para las Ideas de objetos sensibles, como la Idea de hombre, la Idea de caballo etc., en los periodos crítico y de vejez tales Ideas constituyen el nivel más bajo del mundo inteligible, a continuación las Ideas matemáticas, posteriormente, las Ideas éticas y estéticas, y por último, los géneros supremos de ser: Las Ideas lógicas: Ser, ( todo lo existente participa de esta Idea en tanto que es ,existe) Identidad o Semejanza (todo lo existente participa de esta idea en la medida en que es idéntico o semejante a sí mismo), Diferencia (todo lo existente participa de la diferencia en la medida en que es una entidad diferente a cualquier otra) , Reposo y Movimiento. Estas dos últimas se oponen entre sí mientras las tres primeras son equivalentes .En cambio, ya no aparece la identificación Ser – Bien y la dialéctica ya no se concibe como ciencia del orden de la realidad, sino como simple división y composición de ideas.
El pensamiento de Platón no ha dejado de estar vigente a lo largo de la historia de la filosofía occidental: Se conocen como platónicas, por ejemplo, todas aquellas filosofías que hasta la actualidad defienden el innatismo de las estructuras matemáticas y lógicas que utilizamos para ordenar la realidad. Por otra parte, buena parte de las múltiples corrientes de la filosofía actual se hacen eco de la naturaleza dialógica que Platón atribuye a la filosofía, de modo que su actividad sólo tiene lugar en el ámbito siempre abierto, siempre inagotable del diálogo. El pensamiento actual extrapola esta peculiaridad de la Filosofía a la razón, haciendo de esta un órgano desprovisto de naturaleza propia que se forja en el discurso (La razón es de naturaleza lingüística). Dentro de la historia de la filosofía griega, Platón inaugura el llamado período ontológico que pretende ser una síntesis o superación de los dos períodos anteriores: el “cosmológico” (presocráticos) y el antropológico (Sócrates y sofistas). Se caracteriza por volver a hacer de la filosofía una ciencia de la totalidad de la realidad desde el análisis de la capacidad que el lenguaje tiene de referirse a ella (ontología). Por último, Platón marca el itinerario posterior de la historia del pensamiento al establecer que la filosofía tiene por objeto determinar las relaciones existentes entre tres ámbitos u órdenes de realidad: la conciencia o razón, el ser (la realidad) y el Sentido (el principio, lo absoluto). De este modo, deja abiertos todos los problemas de la filosofía perenne: la filosofía es la eterna pregunta, desde distintas circunstancias históricas, sobre la forma en que es posible interpretar la relación entre hombre y mundo o, lo que es lo mismo, el papel de la libertad en el orden de la necesidad, a partir de un concepto general de la realidad, de una concepción del ser ( de lo absoluto, del principio, del sentido último de la realidad).
Su método, la dialéctica, representa el último grado de la educación necesaria para formar a los gobernantes de una sociedad. Mediante símbolos se refiere a cuestiones ontológicas y epistemológicas que había tratado, con anterioridad, en “República,” en los pasajes el “Símil del sol” y el “Símil de la línea”. La Idea de Bien está representada por el sol. Esta metáfora nos permite relacionar el mito de la caverna con “el símil del sol”. En este pasaje se compara el eje sol – cosas sensibles – ojo con el eje Bien – Ideas – alma: El sol posibilita la visión y, por eso, él puede ser visto, al igual que pueden ser vistas las demás cosas. Del mismo modo, la Idea de Bien es causa del conocimiento y, por eso, ella puede ser conocida, al igual que pueden ser conocidas las demás Ideas. Por otra parte, así como el sol es la fuente del proceso de génesis, crecimiento y nutrición de las cosas físicas, sin ser él nada de estas cosas, el Bien es la causa de la existencia de todo cuanto existe (el mundo inteligible y el mundo sensible) y, siendo ella misma un ser, trasciende cualquier realidad existente. La Idea de Bien corona el Mundo inteligible identificándose con las Ideas de Ser y Unidad, que son las determinaciones más generales de todo lo que existe: todas las demás Ideas imitan o participan del Ser y de la Unidad, que son las causas de su existencia y de su conocimiento: Toda Idea participa del Ser en la medida en que existe y participa de la Idea de Unidad
en la medida en que constituye una unidad idéntica a sí misma y diferente a las demás. Puesto que las Ideas son, además, los principios que hacen inteligibles las cosas, la Idea de Bien es la causa última del conocimiento. “La Idea de Bien que en el ámbito visible generó la luz y al señor de esta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y la inteligencia”. El mito de la caverna expresa con claridad que la Filosofía es, al mismo tiempo, saber teórico y práctico: Es por una parte conocimiento de las causas de las cosas (posibilita él conocimiento de la verdad), pero también proporciona criterios para regirse en la vida personal y en la vida pública. Esta es una consideración común a toda la historia de la filosofía, pero en Platón adquiere una relevancia especial, puesto que su preocupación por fundamentar un Estado justo, condiciona su visión de la ontología y de la ciencia (identificación de la ontología con la ciencia de la virtud): “y que es necesario tenerla en cuenta (la Idea de Bien) para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado cómo en lo público”. El mito de la caverna expresa, además, que la filosofía es aspiración a la verdad, pero no posesión de la misma: Para Platón, al igual que para su maestro Sócrates, la filosofía, más que un sistema o cuerpo cerrado de conocimientos organizados jerárquicamente, es una revisión constante del sentido de la realidad (del ser) y sobre como conocerlo (de la verdad). De ahí que sus obras sean diálogos entre distintos personajes, algunos de ellos, intelectuales de su época. El carácter dialógico de la filosofía platónica representa su naturaleza siempre inconclusa. La filosofía es un saber sin respuestas definitivas: “quién sabe si esto es realmente cierto; en todo caso lo que la a mí me parece es que dentro de lo cognoscible lo que se ve al final, y con dificultad, es la Idea de Bien”. El mito de la caverna expresa la formulación clásica de la Teoría de las Ideas, es decir, la teoría de la Ideas en el período de madurez, a partir de su obra República. La teoría de las Ideas es el tema central del pensamiento de Platón: es su teoría general de la realidad u ontología (ciencia del ser en tanto que ser) y determina su visión del conocimiento (epistemología), del hombre (antropología), del bien (ética) y del Estado (política), incluso del cosmos, aunque la física no tenga estatuto de ciencia. Significa la admisión de la existencia de entidades inmateriales, eternas e inmutables (sin origen ni fin, ni sometidas a cualquier otro cambio), simples (no compuestas, indivisibles), que son causas de la existencia y del conocimiento del mundo de la experiencia. La admisión de este tipo de entidades supone duplicar la realidad en dos ámbitos: el mundo inteligible, también denominado mundo noético o de las Ideas, y el mundo de la experiencia o mundo sensible, cuya razón de ser se pretende explicar a partir de aquel. Platón explica la relación del mundo sensible con el mundo inteligible, unas veces, como imitación (“mímesis”) y, otras, como participación (“methesis”). En cualquier caso las ideas son arquetipos, modelos que las cosas sensibles imitan, o perfecciones de las que las cosas sensibles participan. A esta tesis de la duplicación de la realidad se le conoce con el nombre de “dualismo ontológico”.
La teoría de las Ideas tiene tres intenciones fundamentales:
1- Una intención política: su interés está motivado, en gran parte, por la convulsa historia de Atenas que le toca vivir: la derrota frente a Esparta tras la guerra del Peloponeso por la lucha de la hegemonía política y económica en el mundo heleno, la imposición por parte de Esparta del “Gobierno de los treinta tiranos” y la posterior restauración de la democracia, tras la sublevación de Atenas y las polis a ella aliadas.
2- Una intención ética: un Estado justo requiere ciudadanos virtuosos, por lo que la teoría política ha de basarse en una teoría de la virtud. En este sentido, sobre todo en sus comienzos y en su obra de madurez, el pensamiento platónico es una exaltación, tanto personal como intelectual, de su maestro Sócrates. La enseñanza fundamental de Sócrates es la posibilidad de una ciencia de la virtud, de los valores morales, que puede ser expresada en conceptos, que se justifican en una teoría de la naturaleza humana. Platón se enfrenta, así, al relativismo moral de los sofistas para quienes la virtud es polisémica y dependiente de intereses individuales; desde su escepticismo, los sofistas niegan la posibilidad del conocimiento de realidades universales y necesarias que garanticen la objetividad de nuestros conceptos.
3- Una intención científica: Ante la imposibilidad de fundamentar una teoría del conocimiento desde la inducción, como pretendía su maestro Sócrates, que no logra zanjar la polémica con la sofística sobre la posibilidad de una ciencia moral, Platón tiene que acometer previamente la tarea de fundamentar una nueva teoría de la ciencia.Así pues, el dualismo ontológico se corresponde en el plano del conocimiento con un dualismo epistemológico, es decir, la separación radical (“Chorismós”) entre dos fuentes de conocimiento, a saber, los sentidos que dan lugar al conocimiento sensible y la razón que da lugar al conocimiento racional. El dualismo epistemológico supone reconocer que razón y sentidos acceden a dos tipos de realidades diferentes: la razón conoce la auténtica realidad, las esencias de las cosas sensibles, y los sentidos conocen las cosas sensibles que son meras copias o participaciones de sus Ideas correspondientes. El dualismo epistemológico no implica, sin embargo, que Platón no reconozca la importancia o el valor de los sentidos como preparación o propedeútica para el conocimiento de la verdadera realidad de las cosas. Ya en Menón, donde desarrolla la teoría del conocimiento como recuerdo (“anamnesis”), reconoce el papel de los sentidos en el proceso de búsqueda de la verdad: el alma, una vez en el cuerpo, olvida lo que vio en el Mundo de las Ideas, pero puede recordar ayudándose de las experiencias (teoría de la reminiscencia). La teoría de los grados de conocimiento en República, expresa de forma más elaborada, sin necesidad de recurrir al mito, la posición innatista en relación con el origen y fundamentación de nuestros conceptos. El innatismo postula la anterioridad e independencia de los conceptos frente a las cosas que aquellos representan. La teoría de los grados del conocimiento expresa, además, con mayor detalle y rigor, el papel de los sentidos en el verdadero conocimiento de las cosas. En el pasaje del “símil de la línea” describe el conocimiento como un proceso, como un camino, que necesita empezar por el conocimiento de “lo más obscuro” (el conocimiento de los sentidos) para poder acceder al conocimiento de las auténticas realidades, las Ideas. Distingue dos modos de conocimiento, el conocimiento sensible y el conocimiento racional o inteligible, pero aunque acceden al conocimiento de realidades distintas (mundo sensible y mundo inteligible), el primero se define como copia del segundo. Cada uno de los modos de conocimiento, se subdividen en dos niveles o grados de conocimiento de tal modo que el inferior es copia del superior. El primer grado de conocimiento es la imaginación (“eikasía”), que conoce copias de los objetos sensibles. Representa el conocimiento de percepciones aisladas de los objetos. En el Mito de la caverna se corresponde con el conocimiento de las sombras por parte de los esclavos encadenados. El segundo grado de conocimiento es la creencia (“pistis) que conoce los objetos sensibles. Da lugar al saber de la física y representa el conocimiento de los objetos sensibles a través de las relaciones y coordinación de las experiencias (la acumulación de datos a través de la inducción). Aparece simbolizado en la visión que el esclavo tiene, una vez liberado de sus cadenas, de los objetos que manejan por encima del muro los titiriteros. Ninguno de los dos grados de conocimiento sensible está fundamentado, por lo que constituyen mera opinión (“doxa”). El tercer grado de conocimiento es el razonamiento (“dianoia”) que conoce los objetos o entes matemáticos y el saber al que da lugar es el saber matemático. (Los entes u objetos matemáticos no son la Ideas matemáticas sino copias de estas). El razonamiento matemático, es el método de acceso a un tipo de objetos que son idealizaciones del mundo sensible y tienen que ver con el orden o estructura de las cosas que pueblan nuestro mundo; se simboliza en la visión del exterior de la caverna antes de que los objetos aparezcan iluminados por la luz del sol. El cuarto grado del conocimiento es la intuición o intelección (“noesis”), conocimiento específico de la filosofía, que conoce las Ideas, y el saber al que da lugar es la dialéctica; se simboliza en la visión de los objetos del exterior de la caverna una vez que se contempla el sol y son bañadas por esta luz. El saber matemático y el saber dialéctico constituyen los dos grados de conocimiento racional. El abismo entre conocimiento sensible y conocimiento racional se pone de manifiesto en el “salto” o discontinuidad entre el saber de la física y el saber matemático, ya que los objetos que conoce la física no
son copias de los objetos matemáticos. Pero, al mismo tiempo, la labor propedeútica del conocimiento sensible se manifiesta en el hecho de que los matemáticos se valen de idealizaciones o abstracciones de los objetos sensibles que, posteriormente, reciben su justificación en un saber superior: los matemáticos operan
con meras hipótesis (juicios o enunciados sin probar), pues se sirven de apariencias (objetos sensibles); es por ello necesario que el saber matemático se fundamente en la dialéctica (combinación de razonamientos e intuición): El dialéctico parte de afirmaciones que el matemático utiliza como si fuesen verdades firmemente establecidas, considerándolas como lo que realmente son, hipótesis, afirmaciones sin justificar, hasta llegar, por medio de razonamientos (“dianoia”), al principio anhipotético, es decir a la verdad que no necesita demostración, porque se capta o conoce por intuición o intelección (“noesis”: conocimiento directo de la verdad de un objeto o de una afirmación). Una vez que se accede por intelección al fundamento último del conocimiento, el dialéctico recorre el camino inverso, fundamentando, con razonamientos (“dianoia”), todo lo que anteriormente utilizó como peldaños para acceder a la cúspide. Queda demostrado, así, que las idealizaciones o abstracciones que manejan los matemáticos (entes u objetos matemáticos) son copias de las Ideas matemáticas. El método dialéctico, en la medida en que recorre todas las determinaciones racionales de las cosas (las Ideas), da paso a un saber que estudia el orden jerárquico del mundo de las Ideas. La dialéctica sería además de un método, ciencia de los primeros principios de la realidad. Tanto la concepción de la dialéctica como método como la concepción de la dialéctica como ciencia, experimentan una evolución a lo largo del pensamiento de Platón: la teoría de las Ideas cambia de un enfoque “ético matemático” en el periodo de madurez (República) a un enfoque “lógico ontológico” en los periodos crítico y de vejez (Parménides, Sofista, Teeteto…): En la etapa de madurez las Ideas son para Platón, ante todo, perfecciones, modelos, arquetipos, criterios de
valoración de las cosas. No debemos olvidar que la primera motivación filosófica de Platón es ético – política, pues se inicia en la filosofía preocupado por establecer las bases teóricas de un Estado justo. En este contexto, influencias pitagóricas, le llevan a concebir una realidad estructurada matemáticamente y por eso mismo una realidad bella (perfecta); lo que le permite integrar el afán de conocimiento, en un deseo más amplio que no sólo afecta a la razón sino, ante todo, a la voluntad: por amor a la belleza el hombre se eleva al conocimiento de la verdad .Es así como se entiende la identidad entre las Ideas de Ser, Unidad y Bien: La Idea suprema es al mismo tiempo El Bien en la medida en que es suma perfección, suma belleza. El resto de las Ideas y cosas sensibles son bellas en la medida en que participan o copian la Idea de Bien. Las últimas etapas de Platón están marcadas por el problema de aclarar la confusa relación entre los dos mundos, entre las cosas y sus causas, las Ideas. Paralelamente, también están marcadas por la progresiva importancia que se le concede al lenguaje como medio de expresión de las relaciones que los conceptos o ideas mantienen entre sí: El abismo entre las Ideas y las cosas sensibles hace imposible la racionalidad del devenir, la Idea de Devenir. Platón repara en que, si no se admitiese el devenir en el mundo de las Ideas, no estarían justificadas la división y unificación de ideas, que son operaciones de la inteligencia que expresan la continua transformación a la que se ven sometidos los conceptos en el ejercicio dialéctico y demuestran las relaciones lógicas existentes entre ellos. Sin dejar de ser valores y arquetipos, las Ideas son también clases de objetos semejantes o géneros es decir, entidades lógicas: el progresivo interés por el lenguaje conduce a un progresivo reconocimiento de la contribución de los sentidos al conocimiento de la verdad, pese a que no deja de ser, en el pensamiento platónico, fuente de apariencias.
Si en el periodo de madurez no había cabida para las Ideas de objetos sensibles, como la Idea de hombre, la Idea de caballo etc., en los periodos crítico y de vejez tales Ideas constituyen el nivel más bajo del mundo inteligible, a continuación las Ideas matemáticas, posteriormente, las Ideas éticas y estéticas, y por último, los géneros supremos de ser: Las Ideas lógicas: Ser, ( todo lo existente participa de esta Idea en tanto que es ,existe) Identidad o Semejanza (todo lo existente participa de esta idea en la medida en que es idéntico o semejante a sí mismo), Diferencia (todo lo existente participa de la diferencia en la medida en que es una entidad diferente a cualquier otra) , Reposo y Movimiento. Estas dos últimas se oponen entre sí mientras las tres primeras son equivalentes .En cambio, ya no aparece la identificación Ser – Bien y la dialéctica ya no se concibe como ciencia del orden de la realidad, sino como simple división y composición de ideas.
El pensamiento de Platón no ha dejado de estar vigente a lo largo de la historia de la filosofía occidental: Se conocen como platónicas, por ejemplo, todas aquellas filosofías que hasta la actualidad defienden el innatismo de las estructuras matemáticas y lógicas que utilizamos para ordenar la realidad. Por otra parte, buena parte de las múltiples corrientes de la filosofía actual se hacen eco de la naturaleza dialógica que Platón atribuye a la filosofía, de modo que su actividad sólo tiene lugar en el ámbito siempre abierto, siempre inagotable del diálogo. El pensamiento actual extrapola esta peculiaridad de la Filosofía a la razón, haciendo de esta un órgano desprovisto de naturaleza propia que se forja en el discurso (La razón es de naturaleza lingüística). Dentro de la historia de la filosofía griega, Platón inaugura el llamado período ontológico que pretende ser una síntesis o superación de los dos períodos anteriores: el “cosmológico” (presocráticos) y el antropológico (Sócrates y sofistas). Se caracteriza por volver a hacer de la filosofía una ciencia de la totalidad de la realidad desde el análisis de la capacidad que el lenguaje tiene de referirse a ella (ontología). Por último, Platón marca el itinerario posterior de la historia del pensamiento al establecer que la filosofía tiene por objeto determinar las relaciones existentes entre tres ámbitos u órdenes de realidad: la conciencia o razón, el ser (la realidad) y el Sentido (el principio, lo absoluto). De este modo, deja abiertos todos los problemas de la filosofía perenne: la filosofía es la eterna pregunta, desde distintas circunstancias históricas, sobre la forma en que es posible interpretar la relación entre hombre y mundo o, lo que es lo mismo, el papel de la libertad en el orden de la necesidad, a partir de un concepto general de la realidad, de una concepción del ser ( de lo absoluto, del principio, del sentido último de la realidad).