Hume, Kant: Realidad, Conocimiento y Moral – Filosofía Moderna

El Problema de la Realidad y el Conocimiento en Hume

Hume es uno de los principales representantes del empirismo, la corriente filosófica que defiende que, en último término, el conocimiento debe basarse en la experiencia, negando así la existencia de ideas innatas (el ser humano es una “tabula rasa”). La posición empirista de Hume parte de un análisis de la naturaleza humana, siendo su proyecto filosófico al mismo tiempo antropológico y epistemológico. Así, denomina percepciones a todos los componentes de la mente humana pudiendo distinguirse dos grandes tipos: las impresiones y las ideas. Las impresiones son las percepciones más vivas, entre las que se encuentran todas nuestras sensaciones y emociones, mientras las ideas son las huellas o copias que dejan las impresiones en nuestra mente.

Teniendo en cuenta este análisis de la mente humana podemos concluir un criterio epistemológico central en el pensamiento empirista de Hume: sólo son válidas desde el punto de vista del conocimiento, aquellas ideas que se basan en impresiones. Con este criterio en mente Hume distingue dos grandes tipos de conocimiento. Las cuestiones de hecho son conocimientos a posteriori (basados en la experiencia), sintéticos (aportan información) y contingentes (verdaderos o falsos en función de los hechos del mundo). A este tipo de conocimiento pertenecen las ciencias empíricas y la mayor parte de nuestros razonamientos cotidianos. Por el contrario, el conocimiento de relación entre ideas es un conocimiento meramente analítico (su verdad depende del significado de los conceptos), a priori y necesario. Es decir, todo conocimiento, o bien proviene de la experiencia directamente (cuestiones de hecho) o simplemente surge de relacionar ideas entre sí.

Hume constata que las cuestiones de hecho dependen por entero de la idea de causalidad, por lo que si queremos saber si este tipo de conocimiento es válido, deberemos analizar si la idea de causalidad se funda en impresiones. El análisis de la idea de causalidad le lleva a concluir que esta es una idea compleja compuesta de tres ideas más simples: la idea de prioridad de la causa sobre el efecto (la causa sucede antes que el efecto), la idea de contigüidad espacio-temporal (causa y efecto suceden cercanos en el espacio y el tiempo), y la idea de conexión necesaria entre causa y efecto (algo conecta a causa y efecto de tal modo que siempre que sucede la causa sucede el efecto). Sin embargo, si acudimos a los ejemplos de relaciones causales que observamos a nuestro alrededor, podemos comprobar que sólo se basan en impresiones las dos primeras ideas que componen la causalidad pero no sucede así con la conexión necesaria. Es decir, podemos observar que un evento sucede antes que otro y que ambos suceden cercanos en el espacio y el tiempo pero no tenemos ninguna impresión de qué es lo que conecta necesariamente a ambos eventos (más allá haber comprobado un número finito de ocasiones que tras uno sucede otro).

Hume concluye que a lo máximo que podemos aspirar es a suponer una conexión probable entre los eventos. Es la costumbre la que lleva a nuestra imaginación a suponer la existencia de una conexión necesaria entre eventos pero, como decimos, tal idea no se encuentra fundada en impresiones. La conclusión de todo ello es un profundo escepticismo sobre todo el conocimiento de cuestiones de hecho.

El escepticismo de Hume se extiende también a las ideas fundamentales de la metafísica: la sustancia pensante (yo), la sustancia extensa (mundo) y la sustancia infinita (Dios). No tenemos impresión directa de Dios pero tampoco es válida la demostración de su existencia a través de la causalidad tal y como han hecho los filósofos anteriores por la crítica a la causalidad que hemos expuesto, lo que lleva a Hume a mantener una conclusión escéptica (agnosticismo) respecto a su existencia. Lo mismo sucede con los objetos materiales. Tenemos impresiones de sus efectos: de su color, su sonido, su textura… pero ninguna de estas impresiones es impresión de la sustancia extensa que supuestamente se encuentra tras dichas impresiones y, por el mismo motivo que en el caso de Dios, no podemos apelar a la causalidad para demostrar su existencia.

Por último, Hume extiende su crítica incluso a la idea de yo. Hume afirma que lo que llamamos “yo” no es más que el conjunto de impresiones cambiantes y múltiples que tenemos, pero ninguna de esas impresiones es una impresión del yo mismo. De este modo, suponer que existe una sustancia pensante estable en el tiempo no se encuentra justificado.

De todo lo anterior Hume concluye que la idea de sustancia no es más que un invento de nuestra imaginación para dar estabilidad a nuestras impresiones pero, al no haber impresión de la sustancia, esta no se encuentra justificada por lo que la metafísica en su conjunto queda fuera de los límites del conocimiento.

El Problema de la Moral en Kant

En su Crítica de la Razón Práctica, Kant hace una crítica al uso práctico de la razón, resolviendo así una de las preguntas fundamentales de la filosofía: ¿Qué debo hacer? En primer lugar, tenemos que tener en cuenta que la moral se compone de imperativos o normas. En función de lo que motiva nuestra acción en relación con las normas morales podemos distinguir tres formas de acción:

  • Actuar contra el deber: si actuamos contra las normas morales.
  • Actuar conforme al deber: si cumplimos las normas morales pero no por respeto a ellas.
  • Actuar por deber: esto es, por respeto a la norma moral.

Esta última forma de actuación es la que caracteriza a la genuina acción moral que se fundamenta en la “buena voluntad”. Partiendo de esta distinción, Kant realiza una crítica a las éticas anteriores a las que denomina éticas materiales, es decir, aquellas que dependen de la experiencia. Los imperativos que componen estas éticas son hipotéticos. Esto es, su validez depende de un fin determinado que se quiere alcanzar (la felicidad, el placer, la salvación…) por lo que implican actuar meramente conforme al deber. Además, por este mismo motivo, son éticas heterónomas ya que la fuente de la validez las normas morales no es la propia razón del sujeto sino un fin exterior. Estas éticas materiales no pueden servir de fundamento de una verdadera moral.

La moral, por el contrario, debe basarse en la razón del sujeto y no en la experiencia. En una moral de este tipo las máximas que lo componen no deben estar condicionadas a un fin externo como ocurre con los imperativos hipotéticos, sino que deben ser categóricos, esto es, incondicionados y universales. Esto implica que en la propuesta de Kant la moral se encuentra desvinculada de la felicidad, a pesar de que los filósofos han unido ambas cuestiones a lo largo de la historia. Por último, al ser la fuente de la moral la propia razón y no un fin externo a esta, la ética debe ser autónoma. Una ética que cumpla estas condiciones será propiamente una ética del deber de acuerdo a lo que hemos comentado al comienzo.

Kant denomina a esta ética “formal” frente a las éticas materiales, ya que el principio básico del que parten es el respeto a un imperativo racional, universal e incondicionado. Este imperativo es lo que Kant denomina el “imperativo categórico”. El imperativo categórico es la fuente de todas las normas morales y puede formularse de diversas formas entre las que destacamos dos:

  1. «Obra solo según aquella máxima de la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal»; es decir, a la hora de actuar debemos de pensar qué norma sería aquella que como sujetos racionales desearíamos que fuese una ley válida en cualquier momento y circunstancia.
  2. «Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio». Las cosas pueden ser usadas como medios para otros fines; las personas, sin embargo, jamás debemos ser instrumentalizadas. Los seres humanos tenemos valor absoluto: la dignidad.

Esto lleva a Kant formular la idea de “reino de los fines”. Una sociedad ideal en la que todo el mundo se rige por el imperativo categórico tratándose entre sí como fines en sí mismos. Actuar moralmente implica actuar como si viviésemos bajo la legislación de un reino de este tipo.

Por último Kant concluye que, desde el punto de vista del uso práctico de la razón la metafísica, que había sido rechazada en el ámbito del conocimiento, vuelve a tener validez. Ahora bien, no como ciencia, sino como postulados de la razón práctica. Esto significa que hay ciertas verdades metafísicas que debemos aceptar como presupuestos que posibilitan nuestra acción moral, aun si no tenemos conocimiento de ellas. Estas son tres:

  1. La libertad, dado que si no asumimos que tenemos voluntad libre carece de sentido la decisión moral.
  2. La inmortalidad del alma, dado que debemos presuponer que nuestra alma puede seguir perfeccionándose en el tiempo.
  3. La existencia de Dios, como garantía de la confluencia entre deber y felicidad.

Como conclusión de todo lo expuesto, podemos decir que Kant abre camino a un nuevo tipo de éticas, las éticas deontológicas que basan la moral en el respeto a las normas por sí mismas al contrario de lo que sucede con las éticas teleológicas que han imperado anteriormente en la historia de la filosofía.

Realidad y Conocimiento en Kant

Para resolver el antagonismo surgido entre el racionalismo y el empirismo tras el giro epistemológico que se da en la filosofía moderna, Kant realizará una crítica al uso teórico de la razón. Esto es, un análisis los límites y posibilidades que la razón tiene a la hora de conocer, respondiendo así a una de las tres preguntas fundamentales de la filosofía (¿Qué puedo conocer?) cuyos resultados expondrá en la Crítica de la Razón Pura.

Lo primero de lo que se percata Kant en su crítica de la razón pura es que el conocimiento se expresa en juicios. Así, podemos distinguir cuatro tipos de juicios:

  • Los juicios analíticos son aquellos en los que el predicado se encuentra incluido en el sujeto y, por lo tanto, no añaden información.
  • Los juicios sintéticos, por el contrario, son aquellos en los que el predicado no se encuentra incluido en el sujeto y por eso añaden información.
  • Los juicios pueden ser a priori, si sólo dependen de la razón y son necesarios y universales.
  • Los juicios pueden ser a posteriori si su verdad depende de la experiencia y son contingentes.

Teniendo esto en cuenta, Kant se pregunta ¿cuáles son los juicios de la ciencia? Hasta ahora la filosofía ha considerado que en el fondo estos cuatro tipos de juicios pueden resumirse en dos: juicios analíticos a priori y juicios sintéticos a posteriori. Sin embargo, la ciencia añade información y su conocimiento es universal y necesario (apodíctico) por lo que sus juicios deben ser sintéticos a priori. Pero, ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori? Esta es la cuestión central de la crítica de la razón pura y, para responderla, Kant, se ve obligado a dar un giro copernicano en el ámbito del conocimiento. Hasta ahora se ha pensado que el conocimiento depende del objeto, sin embargo para Kant el conocimiento depende del sujeto. A la hora de conocer, nuestra razón moldea la experiencia formando el fenómeno (la realidad que percibimos) frente al noúmeno: la realidad en sí misma que está más allá de lo que podemos conocer. El fenómeno es lo que conocemos, pero este no es distinto en cada ser humano ya que nuestra razón es trascendental (común a todos los seres humanos) lo que posibilita que nos formemos juicios universales y necesarios.

De aquí podemos extraer dos conclusiones: puede haber ciencia porque su universalidad y necesidad depende de los elementos a priori de la razón que, como decimos, son trascendentales. Así mismo esta posición implica que el conocimiento es la síntesis de razón y experiencia. La superación del racionalismo y el empirismo es el idealismo trascendental de Kant.

A lo largo de la Crítica de la Razón Pura, Kant analiza los elementos a priori que hacen posible el conocimiento humano (y con ello los juicios de la ciencia) analizando las tres facultades de la razón: la sensibilidad, el entendimiento y la razón. La sensibilidad es analizada en la estética trascendental. Esta se compone de dos elementos a priori o intuiciones puras que son el espacio y el tiempo, que aplicamos sobre la materia de la experiencia para formar las intuiciones sensibles (lo que comúnmente denominamos percepciones). Esto implica que nuestras percepciones de la realidad ya está mediadas por el sujeto (por la razón) en un proceso que nuestra sensibilidad hace de forma automática. En este punto, Kant se percata que son las intuiciones puras las que hacen que las matemáticas puedan componerse de juicios sintéticos a priori, y por ello ser ciencia, ya que sus axiomas dependen directamente de las intuiciones puras: del tiempo en el caso de la aritmética, y del espacio en el caso de la geometría.

La siguiente facultad que interviene en el conocimiento es el entendimiento que analiza en la analítica trascendental. Sus elementos a priori son las categorías o conceptos puros que pueden clasificarse en cuatro tipos: cantidad, cualidad, relación y modalidad. De acuerdo con Kant, nuestro entendimiento aplica las categorías sobre la intuición sensible que proviene de la sensibilidad. De este modo podemos comprender lo que percibimos, formándo conceptos empíricos (síntesis de los conceptos puros y la intuición sensible) y juicios. Estos juicios expresan lo que estrictamente conocemos: el fenómeno. Kant también se percata de que el fundamento de la física son precisamente las categorías del entendimiento. Por eso esta se compone de juicios sintéticos a priori siendo por ello también una ciencia. Esto permite, dicho sea de paso, solucionar el problema de la causalidad enunciado por Hume. Si bien la causalidad no puede derivarse directamente de la intuición sensible, esta justificado su uso ya que esta es una categoría que nuestro entendimiento aplica de forma necesaria y universal.

Por último Kant analiza en la dialéctica trascendental la Razón, que es la facultad de donde provienen los juicios de la metafísica. En sentido estricto la razón no es una facultad nueva sino el entendimiento mal usado. En su impulso natural por conocer la totalidad, al razón aplica las categorías del entendimiento sin que haya ninguna intuición sensible que sirva de soporte. De este proceso es como surgen las ideas trascendentales de la razón que son la base de la metafísica: el alma, Dios y el mundo. Sin embargo, al no haber ningún soporte sensible de las mismas, estas no constituyen conocimiento alguno. Prueba de ello es que al pensar sobre estas ideas surgen contradicciones (paralogismos y antinomias). La metafísica no es una ciencia porque versa sobre lo que la razón no puede conocer: el noúmeno. Si bien tendrá validez desde el punto de vista del uso práctico de la razón.

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