Vida y Obra de Kant
Kant es el máximo representante de la Ilustración alemana, caracterizada por su inclinación a una filosofía pura y especulativa. Su vida y su obra están totalmente dedicadas a un pensamiento que quería ser emancipador de la humanidad. Llama la atención que, sin haber salido prácticamente de su ciudad natal, Königsberg, Kant estuvo al tanto de todos los movimientos científicos, filosóficos y políticos de su época, de los que su obra es un reflejo y una síntesis original.
La primera filosofía de Kant, que se conoce como período dogmático, está influida por el racionalismo de Wolff, cuyo pensamiento repercutió en toda la filosofía posterior por su labor de sistematización rigurosa de la doctrina y terminología filosóficas. Su Disertación de 1770 es el punto de partida de la filosofía crítica, característica del kantismo. Este giro hacia una filosofía propia habría empezado a producirse, en palabras del mismo Kant, cuando la lectura de Hume le despertó de su «sueño dogmático».
El Criticismo Kantiano
El criticismo kantiano pretende examinar racionalmente los fundamentos y los límites de nuestra capacidad racional para dar respuesta a los cuatro tipos de problemas que nos interesan: ¿qué podemos conocer?, ¿qué debemos hacer?, ¿qué me cabe esperar? y ¿qué es el hombre? Este último es el tema-síntesis que interesa siempre al pensamiento ilustrado.
La *Crítica de la Razón Pura*
La Crítica de la razón pura responde a la pregunta ¿qué puedo conocer? Kant parte de que existen ciencias ya constituidas (la lógica, las matemáticas y la física) y también de que los humanos tenemos una disposición fundamental, de carácter metafísico, que nos inclina a ir siempre más allá de lo que sabemos, a preguntar siempre «¿por qué?». Así, la pregunta que le interesa responder es: «¿Es posible satisfacer esa necesidad metafísica?». Para contestarla, estudia las condiciones que hacen posible la existencia de dichas ciencias. Estas son ciencias porque formulan juicios sintéticos a priori: sintéticos porque extienden nuestro conocimiento del mundo, y a priori porque son universales y necesarios.
Para que nuestros juicios incrementen lo que ya conocemos, es necesario que recibamos, al experimentar el mundo, un material nuevo: todo conocimiento comienza por la experiencia, como decían los empiristas. Pero, como la experiencia siempre se obtiene en un momento y por un sujeto determinado, si el conocimiento se fundamentara únicamente en ella, sería siempre subjetivo y contingente. Solo si admitimos que hay una forma de conocer común a todos los sujetos y que sea válida para cualquier experiencia posible, es decir, a priori, podremos explicar satisfactoriamente el conocimiento científico. Esto sólo es posible en los juicios matemáticos, que son un análisis a priori de las categorías de la sensibilidad, espacio y tiempo, y en la física, cuyos juicios se basan en la aplicación a la experiencia de las doce categorías del entendimiento.
¿Es posible que la metafísica formule estos juicios que constituyen la ciencia? No, porque la metafísica pretende conocer objetos que no son empíricos, de los que nunca recibimos intuiciones sensibles, de las que se nutre el verdadero conocimiento. Ya que existe el deber, tenemos que admitir que somos libres; la libertad es una idea que se nos manifiesta como condición de posibilidad de la ley moral. Por otra parte, el cumplimiento de ese deber, de cuya existencia nadie puede dudar, exige que postulemos la posibilidad de la inmortalidad, ya que ese ideal de virtud no es posible en el corto espacio temporal de la vida. Y si la virtud merece la felicidad, la unión de ambas solo es pensable si admitimos como supuesto la existencia de Dios. Ninguna de esas tres ideas es objeto del conocimiento, sino solo postulados que hemos de admitir para explicar la moralidad. Además, si impulsados por la necesidad metafísica de ir más allá, de preguntar por qué existen tales objetos, intentamos conocer la unidad de todos los objetos, bajo la guía de las tres ideas a priori de la razón (yo, mundo y Dios) y les aplicamos las categorías como si fueran objetos, utilizamos estas de forma ilegítima, puesto que su uso correcto se da solo cuando pensamos en los objetos de experiencia. Por tanto, tenemos que declarar ilusorio o imposible (a pesar de la necesidad que nos impulsa a buscarlo) el conocimiento de algo suprasensible.
La *Crítica de la Razón Práctica*
La Crítica de la razón práctica responde a la pregunta ¿qué debo hacer? La razón no solo tiene un uso teórico, sino también un uso práctico. No se trata de dos razones distintas, sino de dos usos de la misma razón, cuyo dominio Kant, como hombre de la Ilustración, trata de extender a todos los órdenes de la vida. Para Kant, la existencia de la ley moral es un hecho de la razón práctica que nadie puede negar. Se trata de buscar, pues, su fundamento como regla de las conductas concretas independientemente de las circunstancias. Los deseos solo pueden impulsar el querer, no producir el deber. «El deber no posee absolutamente ningún sentido si solo nos atenemos al curso de la naturaleza». De aquí parte la crítica kantiana de las éticas materiales y la propuesta de una ética formal. Una ética formal, acorde con la dignidad de la razón, nos dice solo cómo debe querer la voluntad y, por eso, la forma que adquiere la ley moral solo puede ser la de un imperativo no condicionado o categórico, que es válido a priori: “Obra de tal modo que la máxima de tu acción pueda convertirse en ley universal”. De esta forma, solo hay un bien propiamente moral: la buena voluntad, que actúa por puro respeto a la ley moral. Solo ella se hace digna de la felicidad. La unión de la virtud y la felicidad constituye el sumo bien del hombre. Su consecución en este mundo, incluso para el hombre virtuoso, es problemática. De esta constatación se derivan los postulados de la razón práctica: libertad, inmortalidad del alma y existencia de Dios. Estos postulados no nos permiten conocer esas realidades metafísicas (ya lo había dicho en la Crítica de la razón pura), sino solo pensarlas como fundadas.
La *Crítica del Juicio*: Enlace entre Determinismo y Libertad
La Crítica del juicio se considera un enlace entre las dos Críticas precedentes, pues trata de relacionar la naturaleza fenoménica, que conocemos según las leyes a priori de la razón teórica, y la acción moral, que regula la razón en su uso práctico. Ese vínculo es el mundo como totalidad, la tercera idea metafísica, que Kant funda racionalmente como condición de posibilidad de la realización histórica del hombre. Después de los juicios teóricos y prácticos analizados anteriormente, aquí se revisan dos tipos de juicios:
- El juicio estético, o juicio del gusto: Tiene por objeto la belleza. Es un tipo de juicio subjetivo, aunque también es universal.
- El Juicio teleológico: Busca un sentido de la historia y al mundo natural que no es ajeno al progreso moral del ser humano, con el interés que esto tiene para fundar racionalmente nuestro compromiso ético y político con la naturaleza y las generaciones pasadas y futuras.
La consideración de la naturaleza como sistema de fines nos lleva al caso del hombre, que, como ser racional que actúa bajo la ley moral, es «único fin final de la existencia del mundo». Fin final es el «fin que no precisa de ningún otro como condición de su posibilidad», y, en cuanto incondicionado, no lo puede producir la naturaleza. El hombre, pues, considerado como noúmeno, es el único ser natural en el que podemos reconocer una capacidad suprasensible (la libertad) que puede proponerse como fin supremo (el sumo bien en el mundo). Pero, como ya hemos visto en la Crítica de la razón práctica, el ideal moral de unidad entre virtud y felicidad —y en un plano histórico podíamos añadir entre justicia, desarrollo cívico y moral y bienestar económico—, no se pueden pensar enlazadas de forma natural, más bien suelen estar separadas o, cuando van unidas, no suelen ser adecuadas al fin final pensado. Esta es la razón de que Kant conjeture una causa moral del mundo, un autor del mundo que reconcilie a ambas: Dios.
Con la crítica de los juicios estéticos y teleológicos, Kant considera haber terminado el análisis crítico de la razón y deja abierta la puerta para la elaboración del sistema filosófico que, ahora ya sí, sería científico. Pero no fue posible, pues su larga vida llegaba a su término y ya aparecían en el horizonte filosófico nuevas posiciones (de sus discípulos, Fichte, Herder, y de sus amigos, como Jacobi), críticas de la crítica, que darían origen a los nuevos planteamientos del idealismo alemán, muy alejados, por su desmesura especulativa, de la sobriedad racional del clasicismo ilustrado.
Historia, Política y Derecho
«Hubo un tiempo en el que yo consideraba que únicamente la búsqueda de la verdad constituiría la gloria de la humanidad, y despreciaba al hombre ordinario que nada sabía. Rousseau me puso en el recto camino […]; aprendí a conocer la recta naturaleza humana, y me consideraría mucho más inútil que el trabajador ordinario si no creyera que mi filosofía puede ayudar a los hombres a establecer sus derechos.»
Dos son las obras que tienen un carácter directamente político: La idea de una historia universal en sentido cosmopolita y La paz perpetua (1795). Pero al analizar los escritos kantianos relativos a la cuestión social y política es necesario no olvidar las consecuencias que se derivan de las obras críticas anteriores. Kant sostiene que la historia humana es consecuencia de una tendencia finalista natural que conduce al ser humano al pleno desarrollo de sus facultades. Esa tendencia se da igualmente en la humanidad hacia la paz y la libertad, y conduce a una sociedad en la que exista, por un lado, la máxima libertad individual y, por otro, la más rigurosa determinación y seguridad de los límites de tal libertad a fin de que pueda coexistir con la libertad de los otros. Esta sociedad no puede sostenerse si se limita a pequeños Estados. Para Kant, evitar definitivamente el recurso a las guerras sólo puede conseguirse en el ámbito de acuerdos internacionales que garanticen los derechos de todos los Estados.
*La Paz Perpetua*
En La paz perpetua Kant establece, en tres artículos, las condiciones para la consecución de la paz:
- Todos los Estados deben adoptar una constitución republicana, pues se requiere la aprobación de los ciudadanos para decidir si debe haber guerra o no.
- El derecho de gentes debe estar fundado sobre una federación de Estados libres.
- Estados que permitan las mismas posibilidades de desarrollo social desde unas bases cosmopolitas.
La finalidad de la historia, la consecución de una sociedad libre y pacífica, sólo es posible para Kant con el derecho. Si la moralidad exige el respeto a la ley por íntima convicción, el derecho regula la acción externa prescindiendo de la intención y recurre a la sanción para evitar ciertas acciones. Cuando esas normas se justifican por la sola razón estamos en el campo del derecho natural. Para Kant el derecho natural se concentra en un solo principio de carácter formal: el albedrío. «El derecho es el conjunto de condiciones por las que el libre albedrío puede concordarse con el de los demás según una ley general de libertad.»
Libertad
En el pensamiento kantiano, la libertad adquiere su sentido en el ámbito de la moral. La libertad es la condición de posibilidad del comportamiento moral; es decir, sin ella no existiría la moral. En este sentido, es uno de los postulados de la razón práctica. El individuo, en tanto que ser natural, está sometido a la causalidad en el mundo físico, en el que no hay, por ello, libertad, pero en tanto que ser moral es libre. Este es el problema que se plantea en la tercera antinomia (conflicto entre dos juicios ninguno de los cuales puede aceptarse con más razón que el otro) de la razón pura, de la que tratamos. La idea de libertad está en la base de la concepción política de Kant. La sociedad política surge para garantizar la libertad de los ciudadanos según los principios puros del derecho. Tales principios son:
- La libertad de todos los miembros de la sociedad, en cuanto hombres.
- La igualdad como sujetos ante una misma ley moral.
- La independencia de todos los miembros de la sociedad en cuanto ciudadanos: posibilidad de elección de representante, independencia de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial.
La concepción política de Kant, republicano y opuesto a la forma despótica de gobierno, es claramente liberal. El Estado de derecho, basado en la legalidad, prefigura, en el plan general de su filosofía de la historia, la esperanza de una autonomía de la voluntad siguiendo la ley moral.
Relación del Texto con el Pensamiento de Kant
La Idea de una historia universal con propósito cosmopolita apareció en 1784, un período entre la publicación de las dos Críticas en el que Kant se dedica de lleno a la reflexión sobre la acción del hombre y la historia. El concepto angular de la filosofía de Kant, la libertad, adquiere aquí el protagonismo, pues se intenta dar solución al contraste planteado en la tercera antinomia de la Crítica de la razón pura entre la causalidad libre y la causalidad de la naturaleza. Es posible admitir una acción como efecto de una causalidad libre, no determinada por la naturaleza, si esa acción, una vez producida, se atiene en el campo fenoménico a todas las leyes de la causalidad natural. Kant aporta como prueba la existencia de acciones por deber. La convergencia de la libertad y la naturaleza es el origen de la historia.
Disposiciones Originales
También llamadas «disposiciones naturales», son «fuerzas configuradoras» de la naturaleza según un fin, y diferencian nuestra especie de las demás especies animales. La fundamental es la razón como capacidad dispuesta para su desarrollo en múltiples direcciones, que Kant agrupa en disposiciones técnicas, disposiciones pragmáticas y disposición moral. En el texto que analizamos, Kant aplica su revolución copernicana a la historiografía, pasando de una historia como narración a una filosofía de la historia como progresivo desarrollo de las disposiciones originarias dirigidas a la realización histórica de una libertad moral en la naturaleza. Del mismo modo que para conocer las categorías del entendimiento hubo que analizar sus juicios sobre la experiencia, así, para conocer el destino de la libertad como idea de la razón práctica que da sentido a la historia, tenemos que observar el propósito de la naturaleza. La idea clave del ensayo es la necesidad de coherencia y de orden en la naturaleza, que, si actúa siempre siguiendo un plan en el reino de la naturaleza irracional, no sería razonable que en la historia del género humano actuara de forma caprichosa. Este “plan de la naturaleza” puede ser considerado como una secularización ilustrada de la idea de «providencia divina» propia del cristianismo, y la historia, como su justificación. El filósofo se ve forzado a buscar ese «hilo conductor» de la naturaleza en la maraña de acontecimientos contradictorios de la historia, del mismo modo que la razón usa las ideas metafísicas como reglas heurísticas (que orientan la búsqueda), aunque no estén objetivamente justificadas. Para ello, se sirve de la observación de lo que Kant llama las disposiciones originales del hombre, que, como toda realidad de la naturaleza orgánica, están llamadas a realizar su fin.
Entre estas disposiciones, Kant sitúa en el centro la moralidad. Como ser libre, el hombre se halla en un «estado de naturaleza ético» pero constantemente inclinado al mal, de ahí que, en la concepción kantiana de la política y de la historia, proponga como fin la paz perpetua como condición de posibilidad de una comunidad ética que permita, a su vez, el progreso moral del hombre como individuo. Kant especifica la idea de «historia», utilizando los conocimientos historiográficos, en nueve «principios» —o proposiciones— que pongan las bases que permitan la aparición de un Newton de la historia.