Impacto de la Ciencia y el Irracionalismo en la Filosofía del Siglo XX

Durante los primeros treinta años del siglo XX se produjeron una serie de descubrimientos científicos revolucionarios que acabaron con lo que durante la segunda mitad del siglo XIX se consideraban “bases científicas inamovibles”. Estos descubrimientos rompieron la seguridad de los científicos europeos y les obligaron a llevar a cabo un profundo replanteamiento científico: la Teoría sobre el átomo de Rutherford, que atacó directamente las bases de los conocimientos que se tenían sobre la estructura de la materia y la energía; el descubrimiento del Radio y del Polonio, así como de sus propiedades radioactivas por el matrimonio Curie; pero un hecho capital en estos años fue la Teoría de la Relatividad de Einstein. Se puede suponer que la Ciencia en el siglo XX se encontraba en un estado de incertidumbre total, ya que la realidad (el mundo, el universo) que es su objeto de estudio, es cambiante y compleja.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la Filosofía europea estaba dominada por el Positivismo de Augusto Comte. Según la teoría positivista, solo se debía considerar como verdad aquello que fuera perceptible por los sentidos y demostrable por la experiencia, despreciando todos los demás sistemas de conocimiento.

En los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, la filosofía europea cambió de orientación debido a lo que se ha llamado “crisis del Positivismo y del Racionalismo”: el hombre de esta época se dio cuenta de que la razón no podía explicar toda la realidad, por lo que se buscaron nuevos enfoques para comprenderla. La primera reacción contra el Positivismo se produjo ya en la segunda mitad del XIX de mano de varios filósofos a los que se les ha dado el nombre de “irracionalistas”. El pensamiento de estos autores (Schopenhauer, Nietzsche y Kierkegaard) se puede resumir en tres características:

  1. El objeto de la Filosofía debe ser explicar la vida humana.
  2. Niegan la razón como una herramienta útil para esa explicación de la vida de los seres humanos.
  3. Entienden que los seres humanos y, por tanto, sus vidas se mueven por impulsos irracionales que, lógicamente, no pueden explicarse de una manera racional (¿Cómo explicar racionalmente el amor, el miedo, la angustia de vivir, etc…?).

De estos irracionalismos de la segunda mitad del siglo XIX derivaron algunas de las corrientes filosóficas que más influyeron sobre la literatura occidental del siglo XX: el Existencialismo, el Psicoanálisis y, por supuesto, el Marxismo.

Schopenhauer: El Mundo como Voluntad y Representación

El mundo no es exactamente lo que yo veo, es mi representación. Yo puedo ver el mundo desde mi propia experiencia, ideología,… La percepción que el hombre tiene del mundo es subjetiva e individual. Hay una fuerza, un impulso inexorable, que rige el mundo. Ambas ideas aparecen en las novelas. Consecuencias:

  • La vida muchas veces no tiene sentido. ¿Por qué tengo que luchar contra determinadas fuerzas cuando hay un impulso que hace que las cosas sean así y que no podemos cambiar?
  • La felicidad es etérea, breve, momentánea, puntual y muchas veces no somos capaces de verla.
  • Al placer solo se llega a través del dolor, mediante la renuncia. Perspectiva poco alentadora.
  • Frente a ese mundo escrito, donde todo está regido, el hombre se ve en situación de devorar a otro. El mundo como una carnicería, necesidad para sobrevivir. O devoras o te devoran.
  • Para sobrevivir en ese mundo hay dos posibilidades: el arte por el arte (refugio de ese mundo) y la religión.

Kierkegaard: La Apariencia y la Lucha Interna

Aparece la idea de la apariencia. El mundo es nuestra perspectiva. Hay un trasvase del mundo exterior al mundo interior. El hombre tiene que luchar contra sus contradicciones, contra sí mismo, aparte de con otros. Nosotros podemos elegir varias alternativas durante toda nuestra vida, aunque una de esas alternativas nos puede llevar al fracaso o no. De esto no podemos echarle la culpa a nadie, ya que lo elegimos nosotros. Esto aparece en Niebla. Estamos solos en el mundo, no hay nadie que nos diga qué tenemos que hacer. El ser humano está luchando contra Dios. Habla de 3 estadios del hombre:

  • El inferior: aquel que solo admite el placer en la vida, que solamente vive de estímulos exteriores, de las apariencias, y que solo se sirve de lo bello.
  • El estadio medio: el hombre ético.
  • El estadio superior: el hombre más puro en esencia, el hombre religioso.

La verdad no existe, también es apariencia. La verdad absoluta es una quimera. Es verdad lo que nosotros tomemos como verdad.

Nietzsche: El Superhombre y la Muerte de Dios

Hombre fuerte y hombre débil. Tenía la idea de que Dios ha muerto. Él dice de una forma radical que no existe posibilidad de que el mundo esté creado de antemano. El narrador frente a ese Dios, que era el narrador omnisciente de las novelas realistas, es un narrador diseminado, cuya importancia es la misma que otros personajes, otros posibles narradores… No existe una única voz. Quiere concebir el mundo de otra forma: caos, fragmentación, oscuridad, que no tiene por qué ser negativo, es una subversión de la realidad, frente a esa versión apolínea, lineal. Hablamos por primera vez del ocaso del orden establecido, de la armonía, de la cristiandad. Eso es porque necesitamos hablar de otro hombre: el superhombre. Ese hombre nuevo es fruto directo de la muerte de Dios. El hombre para sobrevivir debe ser individual. Ese hombre va a estar superando teorías del hombre bueno y malo. En otras palabras, la tradición cristiana nos ha dejado la idea de culpabilidad que ha hecho que no podamos ser nosotros mismos. Dice que esa culpabilidad, esa carga moral limita esa individualidad del hombre. Estamos sometidos y tenemos que evitarlo, no tiene que determinar nuestras acciones. En definitiva, ese superhombre tiene que sobrellevar esas cargas morales, está basado en las pasiones, en la libertad de expresión, en las pulsiones,… Ese hombre es capaz de darse cuenta de que la realidad no es única. Depende de cada uno. Otro factor: el orgullo: Es un hombre al que se le prohíbe cualquier atisbo de compasión humana. Hay que mirar por uno mismo.

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