El «estado de naturaleza» no posee, según Locke, los tonos sombríos y de guerra permanente entre los hombres que suponía Hobbes. Para Locke, el hombre es por naturaleza un animal sociable y la razón enseña a los hombres que son todos iguales y libres por naturaleza, de suerte que nadie puede dañar a otro en su vida, libertad o propiedad. Nadie puede tampoco hacer de un semejante un mero medio o instrumento para la satisfacción de sus propios fines. Bajo la enseñanza de la razón natural, el estado de naturaleza originario no es un estado de guerra (tal como proclamaba Hobbes para justificar así la existencia del Leviatán estatal, un gobierno al que le conceden un poder absoluto aquellos mismos que a su autoridad se rinden). Sin embargo, la razón persuade a los hombres de que sus derechos naturales (igualdad, libertad y propiedad) pueden quedar mejor salvaguardados mediante el establecimiento, por contrato social entre todos, de la sociedad civil o comunidad política y de la autoridad del Estado.
Una vez constituida la sociedad y el Estado, cada individuo renuncia a ser juez en el ejercicio de sus derechos sometiéndose, en virtud del pacto que constituye a la sociedad civil, a la autoridad estatal. Pero ello no quiere decir que renuncie a sus derechos (igualdad, libertad y propiedad) tal como defendía Hobbes, pues la finalidad máxima por la que los hombres han decidido configurarse como una comunidad política es para que el Estado reconozca, permita y garantice el ejercicio de dichos derechos. Por ello, en la constitución del Estado se establecen dos poderes, el legislativo y el ejecutivo, bajo la preeminencia del primero, el legislativo, en cuyo ejercicio participan en condiciones de libertad e igualdad (directamente o por delegación) todos los miembros del cuerpo social (aunque de hecho sólo se les reconocerá dicho derecho de participación política democrática a los varones y propietarios; toda una serie de cláusulas restringirán la igualdad universal de los hombres). La ley emana pues de la voluntad de los ciudadanos y corresponde sólo (ésta es su única y principal función) al poder ejecutivo su ejecución. No hay por lo tanto un único poder soberano que al mismo tiempo legisla y ejecuta la ley. Puede así decir Locke que ni la monarquía absoluta de derecho divino defendida por Filmer ni el Leviatán absolutista hobbesiano son una sociedad civil (el gobierno o poder legítimo de una sociedad civil). El poder supremo en el Estado es el legislativo y este reside en última instancia siempre en el pueblo, que posee derecho de resistencia y de deposición del poder legislativo y ejecutivo cuando estos conculcan los derechos individuales irrenunciables. Locke enuncia de este modo los principios de una teoría política basada en la razón universal y los derechos naturales de los ciudadanos, que iba a ejercer enorme influencia en el futuro como expresión de las aspiraciones de la clase burguesa a la libertad e igualdad políticas y a la participación en el gobierno del Estado mediante la voz.
Para Locke, que concibe el Estado como un Estado laico, éste deberá garantizar a los ciudadanos el ejercicio de su derecho a la libre organización y culto religiosos, pero deberá vigilar también que ninguna Iglesia, ninguna asociación religiosa, se transforme en poder, capaz de suscitar discordias civiles por las disputas sectarias de carácter religioso. De ahí la exigencia y el ideal de tolerancia religiosa que Locke formuló en su «Epístola sobre la tolerancia» de 1689 y de la cual sólo se excluye a los intolerantes mismos, a quienes no reconozcan la libertad religiosa a los demás, en particular, a católicos y musulmanes que, al someterse además a un poder ajeno al Estado, constituyen una amenaza para éste. También excluye a los ateos, de quienes piensa que por su negación de Dios, disuelven los principios que subyacen a la sociedad civil.
La obra de Marx contiene elementos que pertenecen a campos de la reflexión y la actividad considerados tradicionalmente como de orden diferente. Eso ha permitido tratar a Marx como un economista, como un filósofo, como un revolucionario, según los intereses de quien se acerca a sus obras, estableciendo una separación arbitraria en el conjunto de su pensamiento, que se ha prestado a diversas manipulaciones. Pese a ello, ha predominado entre sus estudiosos el afán por comprender su obra en conjunto, dado que el mismo Marx no estableció tales distinciones, y que utilizó elementos procedentes de un campo para aplicarlos a otro, extrayendo conclusiones que difícilmente pueden considerarse estrictamente económicas, filosóficas.