El Cogito y el Criterio de Verdad
Segundo Nivel de Certeza: «Yo Existo»
Descartes advierte que hay una evidencia más cierta y segura que la evidencia de las mismas verdades matemáticas, una certeza acerca de la cual nadie, ni siquiera un espíritu con voluntad y poder de engañarle, podría hacerle dudar. Esta certeza indudable es la evidencia de su propia existencia. En efecto, puedo dudar de todo lo que quiera, pero no puedo dudar de que existo mientras dudo. Si dudo, si me engaño, si sueño, por lo menos existo, aunque sea como algo que duda, se engaña o sueña. Mi conciencia implica existencia; para pensar, para dudar, se precisa ser. Así, yo existo, y existo precisamente como «cosa que piensa».
Evitación de Malentendidos
Descartes expresa esta verdad con la famosa fórmula «Pienso, luego existo» (Cogito ergo sum), que no debe interpretarse mal:
- «Pienso» tiene una significación muy amplia: significa cualquier actividad de la mente: en este sentido, dudar, soñar y engañarse es pensar.
- «luego existo» no es la conclusión de un razonamiento sino la intuición de una evidencia. Quede claro, no es que dudemos aquí, y encontremos una certeza allá, y relacionemos una cosa con otra de manera externa; es que, al dudar, la certeza se nos muestra en el interior mismo de la duda, como una implicación suya, como su otra cara.
El Precedente de San Agustín
En su polémica con el escepticismo académico, San Agustín ya encontró el mismo argumento contra la duda. Este hallazgo lo convierte en un antecedente de Descartes, aunque no tenga en él la importancia central que tiene en Descartes, como principio y fundamento de la filosofía.
Crítica de Kant
Para Kant, el yo de Descartes es la mera conciencia que acompaña nuestros conceptos o representaciones, el simple sujeto lógico de todo pensamiento. Se trata de la condición formal de todo conocimiento en general, una forma vacía de la que no cabe extraer como contenido la existencia permanente de un yo personal, concreto.
Problemas
Sin embargo, ahora comienzan los verdaderos problemas de la filosofía cartesiana. Porque sobre esa certeza, que tenía que funcionar como primera piedra del edificio de la filosofía, no se puede edificar nada. La evidencia de la propia existencia resulta un callejón sin salida, que no conduce a ninguna parte. De esta verdad evidente no cabe deducir conclusión alguna. En su círculo de certeza, el sujeto pensante se garantiza a sí mismo como algo real, pero desde ahí no puede asegurar nada. Tal es la soledad y cierre absoluto de la conciencia: a ella le resulta imposible aventurar juicio alguno en relación con otra cosa que no sea su propia existencia. Así, el hipotético genio maligno sólo ha sido neutralizado en parte. Pues, aunque no puede engañarnos respecto a nuestra propia existencia, sí puede hacerlo con relación a cualquier otra cosa que caiga fuera del circuito de certeza del yo. Cuatro son los temas que se convierten en problemas al no quedar garantizados por la evidencia de la propia existencia. Decir que son problemáticos es decir que están sujetos a duda: un hipotético genio maligno podría engañarnos al respecto.
Estos cuatro problemas son:
- La existencia del propio cuerpo
- La existencia de los otros (otras mentes)
- La existencia del mundo
- La validez de las verdades matemáticas
El Criterio de Verdad
Un criterio de verdad es una norma para identificar o reconocer la verdad como tal. Descartes basa su criterio de verdad en la claridad y distinción de las ideas, y lo formula así: «Todo lo que veo con claridad y distinción es verdadero». Esta regla tiene su origen en el «Pienso, luego existo», en el siguiente sentido: si esa verdad particular es clara y distinta, entonces cabe sostener que todo lo que sea claro y distinto resultará verdadero.
El criterio garantiza que a toda evidencia subjetiva corresponde siempre una verdad objetiva. La función de la regla consiste en asegurar la conformidad de las ideas con las cosas, en asegurar la adecuación del pensamiento a la realidad. El criterio general de verdad no debe confundirse con la costumbre.
La validez y fiabilidad de tal criterio no es absoluta, porque, puestos a dudar, cabe la posibilidad de que sea objetivamente falsa una cosa concebida por nosotros de manera clara y distinta: hipótesis del genio maligno. El problema de las verdades matemáticas es un caso particular del problema de la validez del criterio de verdad.
Bondad y Veracidad de Dios
Para solucionar los anteriores problemas, Descartes demuestra la existencia de Dios, y razona así: «Dios es bueno y, por tanto, veraz. Por consiguiente, no puede engañarnos permitiendo que nosotros creamos, como creemos, que existe el mundo, los demás, nuestro propio cuerpo, y que dos más dos son cuatro, sin que se den efectivamente tales cosas. Luego todo esto es verdad, y no hay motivos de duda, no hay razón alguna para considerar la posibilidad de un genio maligno empeñado en engañarnos, ya que Dios no consentiría eso.»
La Existencia de Dios: Tercer Nivel de Certeza
Imprimiendo este giro a su pensamiento, Descartes llega a una certeza desde la cual puede garantizar las distintas realidades y la validez del criterio de verdad. La existencia de Dios es el tercer nivel de certeza: una certeza de la certeza, o una garantía de la garantía; pero tiene que ser así en la medida en que la verdad «Yo existo» sólo se garantiza a sí misma. Por eso el ateo no puede saber nada con seguridad, al prescindir de semejante garantía.
El Círculo Cartesiano
Descartes establece una relación circular entre el criterio de verdad y la existencia de Dios: apoyándose en el criterio de verdad demuestra la existencia de Dios; apoyándose en la existencia de Dios, garantiza la validez de ese criterio. Este círculo cartesiano no es ningún círculo vicioso: en el orden subjetivo, lo primero es el criterio de verdad; en el orden objetivo, la existencia de Dios.