La Ciudad de Dios de San Agustín: Un Análisis Profundo
La Ciudad de Dios, junto a las Confesiones y su tratado Sobre la Trinidad, es una de las obras más importantes de San Agustín y de las que ha tenido mayor repercusión. La Ciudad de Dios fue escrita entre los años 413 y 427, tras el saqueo de Roma por Alarico en el 410. Este hecho provocó una profunda conmoción tanto entre cristianos como entre paganos. Algunos de éstos, que huyeron de la cabeza del Imperio al norte de África, comenzaron a acusar al cristianismo de ser el causante de la decadencia de Roma. De este modo, San Agustín, como buen Padre de la Iglesia, se vio obligado a salir en defensa del cristianismo en un tono apologético y, para ello y para confirmar a los cristianos en su fe, escribió su magistral tratado De civitate Dei contra paganos. En él demostraría que Roma no había caído por culpa de Cristo, sino por sus propios vicios, nacidos ya antes de la venida del Salvador. Asimismo resaltaba el papel de la Providencia y señalaba que el Dios Único y Verdadero había permitido el saqueo de Roma. En ningún momento pretendía señalar en ella cómo deben ser las relaciones entre la Iglesia y el Estado, lo cual no sería objeto de reflexión hasta la escolástica medieval. Las dos ciudades no se identifican con la Iglesia y el Estado, sino que más bien se refieren a los principios opuestos que rigen la conducta de los seres humanos sobre la Tierra: el amor de Dios y la ley moral que nos conduce a Él –que constituye la ciudad de Dios–, o bien, la aversión a Dios y el rechazo de su ley –que constituye la ciudad terrena.
El tratado De civitate Dei contra paganos se estructura en dos grandes bloques, de diez libros el primero y doce el segundo, formando así un total de veintidós. En el primer bloque, se observa principalmente el tono apologético. En sus diez libros defiende la religión verdadera frente al paganismo y muestra las falsedades de éste frente a las verdades cristianas. En el segundo bloque, trata ya propiamente de la «Ciudad de Dios». Es en el libro XI donde expresa el principio de las dos ciudades: una terrena y la otra celestial. Ya en su obra Sobre el libre albedrío dividía San Agustín a la humanidad en dos pueblos o reinos, que dan lugar a dos tipos de sociedades, una basada en el amor, la otra en el egoísmo y el odio. La ciudad terrena se rige por una ley que no es eterna; es una ciudad imperfecta, donde reina la soberbia, y tras la muerte queda sólo destrucción. Es una ciudad habitada por unos hombres que se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios, y se rige por una ley dada por los hombres (Babilonia. Roma, Babilonia de Occidente).
En cambio, en la ciudad de Dios, todo es perfección, y los hombres aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos; en ella reina la Caridad y tras la muerte cabe esperar la salvación; y la ley que impera es la ley de Dios. Pero esta ciudad está más allá de la historia. Los cristianos que tengan que desempeñar tareas seculares buscarán en sus actuaciones políticas el mantenimiento del orden y de la paz civil, pero serán conscientes de que ningún tipo de gobierno perfecto se alcanzará en el tiempo histórico. La ciudad terrena es una ciudad transitoria y en ella encontramos su concepción del hombre como imagen de la soberana Trinidad así como breves pinceladas de su teoría del conocimiento, la teoría de la iluminación y el ejemplarismo como teoría de la creación.
Agustín de Hipona escribió muchas obras, la mayoría de ellas orientadas a combatir las herejías y las críticas que, desde otras doctrinas, recibía el cristianismo. Entre sus obras más importantes figuran: Sobre la vida feliz, Sobre la inmortalidad del alma, Sobre el libre arbitrio ,Sobre la verdadera religión, Sobre la doctrina cristiana , Retractaciones , además de las ya citadas.
El pensamiento del autor en la historia de la filosofía y/o en su época histórica.
El pensamiento de San Agustín coincide con la consolidación del cristianismo como religión oficial del imperio romano, al tiempo que éste se va deteriorando y padece sucesivas invasiones. La vida misma de San Agustín es relevante para entender las influencias recibidas y la evolución de su pensamiento. Podemos destacar su temprana lectura de elHortensius de Cicerón –hoy perdido en el que exhortaba la filosofía- a partir de la cual, se iniciará en la filosofía y en la búsqueda de la verdad. La creyó encontrar en los maniqueos y estuvo vinculado a esta religión durante nueve años. Se caracterizaba por su desprecio del Antiguo Testamento y su doctrina del mal, como un elemento que debía ser relegado al reino de la oscuridad a través de la
purificación del espíritu. Del estoicismo que conocerá a través de Séneca, recogerá términos y expresiones como “ciudad de Dios” “ley eterna”, “razones seminales”.
Tras decepcionarse del maniqueísmo se inició en el Escepticismo de la Academia, que abandonará posteriormente, porque considera que la búsqueda de una Verdad es vital para el hombre igual que el pelagianismo.
El obispo de Milán, San Ambrosio, influirá en su conversión al cristianismo y le lleva a la convicción de que la Biblia es la verdadera autoridad. También las lecturas del Fedon y del Timeo de Platón, igual que su descubrimiento de los textos neoplátonicostraducidos por Mario Victorio como las Enéadas de Plotino, disiparon algunas de sus dudas, llevándolo a inscribirse como catecúmeno en la Iglesia. Todavía indeciso a aceptar el cristianismo, la lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos le hizo descubrir a Cristo no sólo como maestro espiritual, sino también como salvador.
En cuanto a las repercusiones de su pensamiento en la historia, los principales autores escolásticos de la Edad media siguieron las huellas de San Agustín desde el principio de sus especulaciones, y la concepción platónico-cristiana del mundo informó sus mentes. Pueden ser considerados agustinianos ScotusEriugena, San Anselmo, Abelardo, Pedro Lombardo, los escritores de la escuela de San Víctor, entre otros.
También cabe destacar el agustinismo del siglo XIII representado por San Buenaventura así como el reconocimiento de Tomás de Aquino de la indiscutible autoridad de San Agustín como doctor de la fe; pero, en cuanto filósofo, asumió algunas de sus teorías y rechazó otras.
En el Renacimiento, su teoría de las dos ciudades estaba presente en la polémica: Erasmo-Lutero y la filosofía de este último. Se ha señalado similitudes entre el “cogito, ergo sum” (pienso, luego existo) de Descartes (siglo XVII) y el “Si fallor, sum” (Si me equivoco, sé que existo), de San Agustín.
Y para finalizar decir, que la visión lineal del tiempo y de la historia que san Agustín aportó a la cultura de Occidente, se convirtió en uno de los rasgos más significativos de todo el Cristianismo y que no se abandonará. Y ya en pleno siglo XX, la capacidad de introspección para adentrarse en el alma humana y el vitalismo existencial de san Agustín, sirvió de inspiración, a través de Kierkegaard, para los existencialismos del comienzo de este siglo.
Respecto a su época, la actividad filosófica de San Agustín se desarrolla en la segunda mitad del siglo IV y el primer cuarto del siglo V, un período en el que el Bajo Imperio romano, está sometido a fuertes tensiones internas y a la presión de las tribus bárbaras, que terminarán por provocar el desmoronamiento de la parte occidental de forma definitiva a finales del siglo V. En el 306, Constantino es proclamado emperador y muere en el 377. Teodosio es ahora emperador y acabará la transformación de la Romanitas. Se formara el Concilio de Constantinopla. Roma será saqueada por Alarico en el 410 y finalmente en el 476 el Imperio Romano cae.