La Crítica de la Metafísica en la Filosofía de Kant

La Crítica de la Metafísica en la Filosofía de Kant

a) Sensibilidad

La sensibilidad es la facultad crucial para el conocimiento, ya que nos permite percibir el mundo a través de nuestros sentidos. Kant destaca la importancia del material empírico proporcionado por los sentidos, acercándose así al empirismo de Hume. Sin embargo, para Kant, las percepciones sensibles no son conocimiento en sí mismas, sino datos sensoriales que necesitan ser organizados y comprendidos. Para esto, se requieren condiciones fundamentales: el espacio y el tiempo, que Kant considera como percepciones puras a priori. Estas no provienen de la experiencia, sino que son estructuras mentales universales que preceden a toda experiencia posible. Son características que nosotros, como seres cognoscentes, imponemos sobre el flujo caótico de impresiones sensoriales para darles orden y coherencia. El espacio y el tiempo, siendo condiciones fundamentales de la experiencia, nos permiten situar y relacionar las percepciones sensibles dentro de un contexto significativo. Sin embargo, para transformar estas percepciones en conocimiento, se requiere otra facultad: el entendimiento.

b) Entendimiento

El entendimiento es la facultad principal del conocimiento y es completamente a priori, es decir, no depende de los fenómenos de la experiencia sino que es la condición esencial para que se produzca el conocimiento de los mismos. Cuando recibimos percepciones sensibles, estas son procesadas mediante conceptos o categorías, que son síntesis puras a priori elaboradas por nuestro entendimiento. Estos conceptos no surgen de la experiencia ni son generalizaciones de las percepciones sensibles; son herramientas que poseemos innatamente para organizar la información sensorial. La combinación de percepciones sensibles y conceptos resulta en conocimiento de los fenómenos de la experiencia. Kant explica este proceso mediante la Deducción Trascendental de las Categorías, que implica dos síntesis sucesivas: la primera realizada por el Esquematismo de la Razón, que ordena las percepciones sensibles, y la segunda, la Síntesis de la Apercepción Pura, que las relaciona con el Yo pienso. Así, el conocimiento se forma cuando las percepciones sensibles se combinan con los conceptos del entendimiento, estableciendo las condiciones fundamentales tanto para la experiencia como para su comprensión.

c) Razón

La Razón desempeña un papel crucial en la empresa del conocimiento, aunque su función principal no sea generar conocimiento en sí misma, sino más bien regularlo y organizarlo de manera efectiva. Mientras que la sensibilidad aporta el contenido empírico del conocimiento (las percepciones sensibles) y el entendimiento contribuye con su estructura a priori (los conceptos o categorías), la Razón interviene para supervisar y dirigir este proceso cognitivo.

Una de las funciones principales de la Razón es la regulación. Esto implica ajustar y distribuir los diversos conocimientos según las necesidades y las circunstancias en las que se producen. Además, la Razón desempeña un papel importante en la sistematización de los conocimientos. En lugar de registrarse de manera cronológica, los conocimientos se organizan según un sistema, facilitando su recuperación y comprensión.

Otra función clave de la Razón es la ordenación. Esto implica estructurar y ubicar los conocimientos de acuerdo con un orden específico, lo que permite una comprensión más clara y coherente del mundo que nos rodea.

Sin embargo, más allá de estas funciones organizativas, la Razón también tiene un papel regulativo crucial. Las ideas de la Razón, como Dios, Alma y Mundo, actúan como ideales regulativos, marcando metas a las que aspirar aunque su verdadera naturaleza permanezca desconocida. Estas ideas sirven como límites o ideales hacia los cuales orientar nuestro pensamiento y acción, aunque su comprensión exacta permanezca fuera de nuestro alcance.

Crítica a la Metafísica

Kant establece que nuestras facultades sensoriales y cognitivas determinan los límites del conocimiento y la experiencia. Mientras que podemos conocer los fenómenos a través de nuestras intuiciones sensibles y conceptos a priori, lo «nouménico» o la realidad independiente de la experiencia queda fuera de nuestro alcance. Kant se aparta de la tradición metafísica, que busca la verdad más allá de la realidad empírica, proponiendo un enfoque más centrado en los fenómenos. A diferencia de filósofos anteriores como Platón y Tomás de Aquino, que situaban la verdad en un reino suprasensible, Kant destaca la importancia de limitar el conocimiento a lo que es accesible a través de la experiencia sensorial y conceptual.

La crítica a la metafísica surge con Hume y su criterio de significado, que establece que toda idea debe tener una impresión correspondiente de la cual surge y que constituye su significado. Aquellas ideas que carecen de impresiones correspondientes, es decir, que no tienen un correlato en la realidad empírica, se consideran vacías de contenido y carentes de significado. Por lo tanto, no contribuyen al conocimiento del mundo y deben ser eliminadas, ya que obstaculizan la adquisición de conocimiento.

Este enfoque empirista fue ampliado en el siglo XX por la filosofía analítica, representada por pensadores como Russell, Wittgenstein y el Círculo de Viena. Estos filósofos rechazaron la metafísica y sus conceptos mediante una crítica del lenguaje, buscando establecer el significado y la referencia de las palabras. Consideraron que el papel de la filosofía era criticar el lenguaje, especialmente el de la metafísica, ya que el significado se establece en relación con la realidad empírica, referenciando objetos del mundo y no entidades abstractas sin contenido empírico.

Kant elabora una crítica a la metafísica en su «Crítica de la Razón Pura», argumentando que nuestros límites de conocimiento coinciden con los límites de la realidad. Según él, solo podemos conocer lo que está dentro de nuestra experiencia sensorial, ya que las condiciones en las que se produce nuestro conocimiento son las mismas en las que se nos manifiesta la realidad. Por lo tanto, lo que queda fuera de nuestra experiencia, como las ideas de Dios o Alma, es incognoscible para nosotros, así como la realidad en sí misma independiente de nuestra forma de conocerla, lo que Kant denomina la cosa-en-sí. Kant distingue entre fenómenos, que son los objetos de nuestra experiencia y, por lo tanto, son cognoscibles, y noúmenos, que son lo incognoscible. Para él, tratar de conocer lo noúmeno es un error, ya que nuestras facultades de conocimiento están limitadas a la experiencia fenoménica.

Por ejemplo, los intentos de demostrar la existencia de Dios son considerados ilegítimos, ya que la existencia no puede ser probada como un predicado real. Dios se convierte entonces en un objeto de fe y un ideal regulativo, que guía nuestro conocimiento aunque no podamos conocerlo directamente. En resumen, Kant señala que la metafísica ha errado al intentar conocer lo que está más allá de nuestra experiencia, ya que nuestras facultades cognitivas están limitadas a lo fenoménico.

Kant no pretende eliminar la metafísica, sino que su crítica surge de su concepción del conocimiento y la realidad. Para él, lo nouménico, lo incognoscible (como Dios, Alma, Mundo), no es fuente de conocimiento, pero sí fundamenta la acción moral. Esta crítica es una consecuencia de los límites del conocimiento humano: solo podemos conocer lo fenoménico, lo que se nos aparece en la experiencia. Los objetos de la metafísica están más allá de estos límites. Kant no descarta estos conceptos vacíos, solo delimita lo cognoscible. Su influencia ha sido significativa en la filosofía posterior, como en Wittgenstein, quien considera que lo místico está más allá del lenguaje significativo. Aunque más radical, esta idea se basa en la noción kantiana de los límites del conocimiento humano. En conclusión, Kant establece que Dios, Alma y Mundo son incognoscibles, pero sirven como horizontes que guían nuestras acciones éticas, actuando como si fueran posibles.

Texto

La filosofía metafísica, un conocimiento especulativo de la razón que se sitúa completamente por encima de lo que nos enseña la experiencia, utilizando únicamente conceptos (sin aplicarlos a la intuición como hacen las matemáticas), ha tenido dificultades para seguir un camino claro hacia la ciencia. Aunque es más antigua que otras disciplinas y persistiría incluso si estas desaparecieran, la metafísica ha enfrentado obstáculos constantes. A menudo, la razón se encuentra bloqueada en la metafísica, incluso cuando intenta conocer leyes que la experiencia común confirma. La unanimidad entre sus defensores está lejos de ser evidente, más bien parece ser un campo de batalla donde ninguno de los contendientes ha logrado ganar terreno o establecer una posición duradera. Hasta ahora, su método ha sido principalmente experimental, basado en simples conceptos y sin una dirección clara.

¿A qué se debe entonces que la metafísica no haya encontrado todavía el camino seguro de la ciencia? ¿Es acaso imposible? ¿Por qué, pues, la naturaleza ha castigado nuestra razón con el afán incansable de perseguir este camino como una de sus cuestiones más importantes? Más todavía: ¡qué pocos motivos tenemos para confiar
en la razón si, ante uno de los campos más importantes de nuestro anhelo de saber, no sólo nos abandona, sino que nos entretiene con pretextos vanos y, al final, nos engaña! Quizá simplemente hemos errado dicho camino hasta hoy. Sí es así ¿qué indicios nos harán esperar que, en una renovada búsqueda, seremos más afortunados que otros que nos precedieron?


Los avances notables en matemáticas y ciencias naturales, fruto de una revolución en el método, nos invitan a considerar la posibilidad de aplicar un enfoque similar en la metafísica. Hasta ahora, se ha asumido que nuestro conocimiento debe adaptarse a los objetos. Sin embargo, los intentos de establecer a priori, mediante conceptos, conocimientos sobre estos objetos han resultado infructuosos. ¿Qué sucedería si consideráramos que los objetos se ajustan a nuestro conocimiento? Esta perspectiva podría permitir un conocimiento a priori de los objetos, lo cual intenta establecer algo sobre ellos antes de su experiencia. Es como el cambio de perspectiva de Copérnico: al no poder explicar los movimientos celestes con la idea de que las estrellas giraban alrededor del observador, propuso la idea opuesta, donde el observador gira y las estrellas permanecen quietas. Podemos aplicar un enfoque similar en la metafísica, examinando cómo la intuición de los objetos podría adaptarse a nuestro conocimiento. Si la intuición se ajustara a la naturaleza de los objetos, sería difícil lograr un conocimiento a priori sobre esa naturaleza. Si consideramos que los objetos sensoriales se ajustan a la naturaleza de nuestra facultad de intuición, esta posibilidad se vuelve comprensible. Sin embargo, al intentar convertir estas intuiciones en conocimiento y relacionarlas con un objeto para determinarlo, nos enfrentamos a un dilema: o los conceptos que utilizamos para esta determinación también están sujetos al objeto, lo que nos lleva nuevamente al problema de cómo conocer algo de antemano; o asumimos que los objetos, es decir, la experiencia como única fuente de conocimiento, se ajustan a estos conceptos. 


Esta última opción ofrece una explicación más sencilla, ya que la experiencia misma implica comprensión y el entendimiento opera bajo reglas a priori que debemos presuponer antes de tener acceso a los objetos. Estas reglas se expresan en conceptos a priori que todos los objetos de la experiencia deben cumplir. En cuanto a los objetos que son meramente productos del pensamiento y, además, necesarios pero que no pueden ser experimentados (al menos de la manera en que la razón los concibe), nuestras tentativas para pensarlos serán una excelente prueba del nuevo método de pensamiento: solo conocemos de antemano sobre las cosas lo que nosotros mismos imponemos en ellas.

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