Clasificacción de la sustancia:
Cerciorada la existencia del alma como del cuerpo o realidad mundana.
Descartes investiga más atentamente la naturaleza de una y de otra. Definíó la Sustancia como: una cosa existente que no requiere más que de sí misma para existir. Pero esta definición solo es aplicable a Dios. Sin embargo, Descartes entendíó que el concepto, sustancia, aunque primariamente sólo conviene a Dios, puede aplicarse secundaria y analógicamente a las criaturas En este sentido, si dejamos a Dios fuera de consideración, y pensamos en la sustancia, podemos ver que sólo hay dos clases. Descartes afirma que una sustancia se distingue de la otra en virtud de su atributo personal. La sustancia en si misma es incognoscible, la nada no tiene atributos; pero si intuimos un atributo es porque pertenece a una sustancia. El Atributo: es lo que nos permite conocer el ser o la naturaleza de la sustancia. Entre los atributos hay uno que es el principal, y de él dependen todos los demás. Según esta doctrina, el atributo principal de la sustancia espiritual es el pensar. Y el atributo principal de la sustancia corpórea tiene que ser la extensión En relación con la sustancia divina entiende que el atributo principal es la infinitud. La conclusión natural que se deriva de la precedente división de la sustancia es que el ser humano consta de dos sustancias, cuya fundamentación es Dios. Descartes intenta solucionar el problema afirmando que el nexo de uníón entre ambas se da a través de la glándula pineal, situada en el cerebro. El hombre por la sustancia pensante es un ser libre, pero por la extensa es mecanismo puro.
LA EXISTENCIA DE Dios:
El próximo problema que acometerá Descartes se refiere a la existencia de Dios. Tiene que partir de la única verdad que posee, esto es, la certeza de la propia existencia como cosa pensante, la existencia del yo como sujeto pensante, como razón, entendimiento. Esta existencia indudable del yo no parece implicar, sin embargo, la existencia de ninguna otra realidad. Nos encontramos con dos elementos: el pensamiento como actividad y las ideas que piensa el yo. Un claro ejemplo es –Yo pienso que el mundo existe– se ponen de manifiesto tres factores: El yo que piensa, cuya existencia es indudable; el mundo como realidad exterior al pensamiento, cuya existencia es dudosa y problemática; y las ideas de «mundo» y «existencia» que indudablemente poseo, ya que, caso que no las tuviera no podría pensar que «el mundo existe». De todo esto hay que concluir que, según Descartes, el pensamiento piensa siempre ideas. Y Descartes distingue tres tipos de ideas:
1.Ideas adventicias, es decir, aquellas que parecen provenir de nuestra experiencia externa. Hemos dicho parecen proceder porque aún no tenemos certeza de la existencia de una realidad exterior.
2.Ideas facticias, es decir, aquellas ideas que construye la mente a partir de otras ideas.
3.Ideas innatas
Existen, sin embargo, algunas ideas que no son ni adventicias ni facticias. Ahora bien, si no pueden provenir de la experiencia externa ni tampoco son construidas a partir de otras. La única respuesta posible es que el pensamiento las posee en sí mismo, es decir, son innatas. Se tratan de ideas que están potencialmente en la mente y surgen con ocasión de determinadas experiencias. Entre las ideas innatas descubre Descartes la idea de «Infinito», que se apresura a identificar con la idea de Dios. Es necesario concluir, por lo tanto, que Dios existe, pues sólo una sustancia verdaderamente infinita puede ser la causa de la idea de «Infinito» –o «Ser Infinito»– que encuentro en mi pensamiento. Esta prueba por lo tanto dice lo siguiente: Tengo la idea de un ser infinito. Pero yo no puedo ser la causa de tal idea, puesto que yo soy un ser finito; por consiguiente, el Infinito mismo –Dios– tiene que ser la causa de la idea de Infinito que yo tengo. Podríamos haber utilizado el concepto de –o idea de– Perfección con idénticos resultados. En la quinta Meditación ofrece Descartes una prueba de la existencia de Dios más sencilla que la anterior: Tengo la idea de un ser sumamente perfecto. Su existencia es inseparable en él de su esencia. En efecto, si su esencia es la de ser sumamente perfecto, no le puede faltar ninguna perfección; por lo tanto, no le puede faltar la existencia, que es una de esas perfecciones. Descartes encerrado en su propia conciencia, tendrá que apoyarse en Dios para probar la existencia del mundo exterior, invirtiendo por completo el orden tradicional.