Noción 1: Duda y Certeza
La duda y la certeza son dos estados mentales opuestos en relación con la verdad. Mientras que la certeza implica seguridad sobre la verdad de un contenido mental, la duda se caracteriza por la incertidumbre sobre su veracidad. En el «Discurso del método» de Descartes, la duda representa el primer paso hacia la construcción de su sistema científico unificado. Surge como resultado de las reglas del método establecidas por Descartes para guiar a la razón en la búsqueda de la verdad. La duda se aplica como una aplicación de la primera regla del método, que consiste en no aceptar ninguna verdad sin evidencia clara y distinta. Descartes rechaza todo aquello en lo que pueda imaginar la más mínima duda hasta encontrar algo completamente indudable.
Mediante el uso de la duda, Descartes busca identificar una primera verdad que sea indudable y cuya certeza esté garantizada por el método científico. Esta duda está dirigida a cuestionar los prejuicios y las supuestas certezas adquiridas en la infancia, cuando confiábamos ciegamente en los sentidos. No se trata de una duda escéptica o existencial, sino de una duda metódica que forma parte del proceso necesario para alcanzar la verdad. Descartes no duda por el simple hecho de dudar, sino que emplea la duda como un medio para llegar a la verdad y la certeza.
Descartes busca obtener certeza al superar la duda, más que simplemente encontrar la verdad. Por lo tanto, cuando habla de duda y verdad, en realidad se refiere a alcanzar la certeza. Su propuesta de claridad y distinción como criterio de verdad se puede entender más precisamente como un criterio de certeza. Descartes considera la certeza como el objetivo final, donde la mente está segura de un contenido consciente y supera cualquier posible duda. En su enfoque, verdad y certeza se vuelven sinónimos.
Descartes extiende su duda universal a todos los aspectos del conocimiento, excepto a la religión y la moral. Considera que la religión está más allá de la razón y sus métodos, al ser revelada, mientras que la moral, aunque necesaria para la vida cotidiana, no busca la verdad sino guiar la acción. Antes de embarcarse en la construcción de su sistema científico, Descartes aclara que, en cuestiones morales, no esperará tener fundamentos científicos sólidos para guiar su conducta, sino que se apoyará en opiniones menos seguras. Establece así una moral provisional en la tercera parte del Discurso.
Motivos para la Duda
En el Discurso, Descartes presenta tres motivos principales que justifican la duda como punto de partida para alcanzar la verdad con total certeza:
- Los sentidos son propensos a engañarnos, lo cual sugiere que podrían engañarnos en todo momento, incluso si no lo han hecho hasta ahora.
- Cometemos errores en el razonamiento, incluso en temas aparentemente simples como la geometría, lo que nos lleva a cuestionar la fiabilidad de nuestros argumentos.
- La confusión entre la vigilia y el sueño nos lleva a cuestionar la realidad del mundo exterior, ya que podríamos estar viviendo en un sueño sin ser conscientes de ello.
En las Meditaciones, Descartes agrega un cuarto motivo: la hipótesis de un genio maligno que nos induciría al error incluso en las verdades más evidentes. Este genio maligno podría hacer que incluso las verdades más fundamentales, como la aritmética básica, sean falsas.
En resumen, Descartes utiliza la duda como primer paso en su método para obtener un cuerpo sistemático de verdades ciertas. La duda y la certeza son las dos primeras nociones de su sistema científico.
Noción 2: Pensamiento e Ideas
Descartes concibe el pensamiento (cogito) como el acto de pensar del que nos volvemos conscientes en el mismo proceso mental. Según él, pensar y tener conciencia son sinónimos: todo lo que ocurre en nuestra mente y de lo que somos conscientes se considera pensamiento. Esta idea se deriva de su noción de res cogitans, que se origina en su famoso principio cogito ergo sum («pienso, luego existo»). Sin embargo, esta reducción del ser humano a un mero pensador ha sido objeto de críticas, como las de Pascal, quien argumenta que hay aspectos de la experiencia humana, como los sentimientos, que van más allá del simple pensamiento y no pueden ser reducidos a él.
Descartes, al reducir la actividad del yo a la actividad pensante consciente, examina los contenidos de esa actividad, identificándolos como ideas. Aunque su concepto de idea es vago, sostiene que estas son meros contenidos de conciencia, no necesariamente representaciones de la realidad externa, sino objetos puros del pensamiento. Por esta razón, incluso las sensaciones son consideradas ideas, ya que son objetos de nuestra conciencia. Esta noción influyó en el empirismo inglés, que también adoptó una definición amplia de ideas, englobando sensaciones, imágenes de la imaginación, entre otros.
Descartes sostiene una tesis revolucionaria: lo que conocemos directamente no son las cosas en sí mismas, sino las ideas. Según esta perspectiva, el individuo está confinado en sus propios pensamientos, teniendo acceso solo a sus ideas. La correspondencia de estas ideas con el mundo exterior debe ser demostrada, lo que implica que el mundo no se nos presenta automáticamente en la conciencia. Por lo tanto, Descartes argumenta que todo debe ser demostrado a partir de las ideas, incluyendo la existencia de Dios, como se ve en su argumento ontológico.
En el pensamiento de Descartes, el estudio de las ideas es fundamental para establecer la verdad y superar la duda o el error. Él distingue diversas dimensiones de las ideas, buscando clarificar su contenido y su relación con la realidad. Todas las ideas son consideradas modos del pensamiento, es decir, son fenómenos subjetivos de la mente. Sin embargo, se diferencian por su contenido objetivo, que refleja aspectos de la realidad externa. Por ejemplo, existen ideas de perfección, de cuerpo, de caballo, de sirena, entre otras, cada una representando un aspecto diferente del mundo.
Tipos de Ideas
En las Meditaciones, Descartes introduce la noción de grados de perfección en las ideas, indicando que aquellas que representan la substancia son más perfectas que las de los accidentes, y que las de substancia infinita son más perfectas que las de substancia finita. Sin embargo, lo más relevante en su clasificación de las ideas es su origen. Según Descartes, las ideas pueden ser de tres tipos:
- Innatas: aquellas que están naturalmente presentes en la mente sin depender de la experiencia.
- Adventicias: que provienen de la experiencia sensorial.
- Facticias: aquellas que son creadas por la mente.
Las ideas facticias son aquellas que inventamos, como las de centauro o sirena, creadas por nuestra mente de manera arbitraria o en sueños. Por otro lado, las ideas adventicias son aquellas que parecen provenir del exterior, representando realidades que percibimos a través de los sentidos. Sin embargo, no tenemos garantía de que estas ideas sean auténticas representaciones de la realidad externa; solo podemos reconocer que algunas de ellas coinciden con la realidad debido a nuestra experiencia sensorial.
Las ideas innatas son aquellas que encontramos dentro de nosotros, que no han sido creadas por nosotros ni podemos concebir que provengan del exterior. Ejemplos de estas ideas incluyen la idea de Dios, la perfección, la substancia, la extensión, entre otras. Son consideradas las más importantes ya que han sido implantadas en nosotros por Dios y, por lo tanto, son compartidas por todos los seres humanos y no pueden variar. En los Principios de filosofía, Descartes las llama «nociones comunes» o «verdades eternas». Son claras y distintas, a diferencia de otras ideas que son confusas. Estas ideas innatas sirven como la base del sistema cartesiano, ya que a partir de ellas se puede construir todo el conocimiento.
En resumen, una nueva problemática surge en la filosofía: lo que conocemos directamente son nuestras ideas, los contenidos de nuestra conciencia, y no el mundo exterior. Esta idea abre la posibilidad del idealismo, una corriente filosófica que argumenta que no existe un mundo externo independiente de nuestras percepciones. Autores posteriores, como Berkeley, desarrollarán esta idea argumentando que no existe un mundo real en absoluto, sino que solo hay mentes pensantes a las que Dios proporciona percepciones sensibles.
Noción 3: Alma y Cuerpo
Después de establecer el primer principio indudable, «Cogito, ergo sum» (Pienso, luego existo), Descartes busca construir un sistema científico coherente y deductivo. Desde este punto de partida, llega a la conclusión de que la esencia fundamental del ser humano es la actividad pensante consciente. Esta idea lo lleva a afirmar que el yo es una substancia pensante, a la que denomina «res cogitans«.
En su esfuerzo por construir un sistema científico deductivo, Descartes avanza desde su primera verdad, «cogito ergo sum» (pienso, luego existo), hacia la afirmación de que el yo es una substancia pensante (res cogitans). Argumenta que incluso si fingiera que no tenía cuerpo o que el mundo no existía, no podría negar su propia existencia como ser pensante, ya que si dejara de pensar, dejaría de existir. Concluye que es una sustancia cuya esencia es el pensamiento, independiente del cuerpo y del mundo material. Este yo, o alma, es completamente distinto del cuerpo y más fácil de conocer, y existiría incluso si el cuerpo no estuviera presente.
La Substancia
Descartes considera que el hombre es fundamentalmente una substancia pensante. Pero, ¿qué significa «substancia»? Descartes emplea el término de manera ambigua en sus obras. En sus Principia Philosophiae, establece que por «substancia» no podemos entender otra cosa que aquella que existe de manera tal que no necesita de ninguna otra cosa para existir. Según esta definición, solo se puede concebir una substancia que no necesite absolutamente de nada más: Dios. Por lo tanto, según Descartes, la única substancia verdadera y completamente autosuficiente es Dios.
Descartes argumenta que, aunque según su definición estricta solo Dios es una substancia en el sentido más completo, en un sentido más amplio, una substancia es cualquier cosa que no necesite nada más para existir, excepto Dios mismo. En este sentido, Descartes considera al «yo» como una substancia pensante. Esta «res cogitans» es completamente inmaterial y su naturaleza esencial consiste en el pensamiento. Es un alma inmortal, independiente del cuerpo y más cognoscible que él. En resumen, es una realidad espiritual cuya esencia es el puro pensamiento.
Res Cogitans y Res Extensa
Descartes distingue entre dos tipos de substancias: la res cogitans, que es la substancia pensante, y la res extensa, que es la substancia extensa. Descartes equipara la idea de cuerpo con la idea de extensión, considerando que los cuerpos son simplemente realidades extensas. Para él, la extensión se entiende como un espacio continuo e indefinidamente extenso en longitud, anchura y profundidad. Esta noción de extensión es la única idea clara y distinta que tenemos sobre los cuerpos, mientras que las cualidades corpóreas, como el color o el sonido, son consideradas oscuras y confusas.
Los Cuerpos como Extensión
Descartes concibe los cuerpos físicos como pura extensión matemática, compuesta por longitud, anchura y profundidad. Estas características de la extensión son las propiedades fundamentales de los cuerpos, y Descartes las llama modos de la extensión. Por otro lado, las cualidades secundarias, como el color o el sonido, son subjetivas y no pertenecen realmente a las cosas, sino que son atribuidas por el sujeto que las percibe. En resumen, Descartes ve las cosas físicas como realidades puramente matemáticas, compuestas principalmente por extensión y sus propiedades.
Descartes postula que toda la naturaleza consiste en pura extensión. En su visión, los animales, carentes de mente o propiedades psicológicas, son simplemente entidades extensas con movimiento mecánico, desprovistos de sensibilidad o conocimiento sensible. Los concibe como máquinas complejas diseñadas por Dios, pero al igual que cualquier objeto físico, están definidos únicamente por su tamaño, forma y movimiento.
Aunque Descartes aún no ha demostrado la existencia de los cuerpos en el texto analizado, asume que, de existir, serían pura extensión, lo que constituiría su esencia fundamental. Sin embargo, para fundamentar la existencia de los cuerpos, Descartes primero debe probar la existencia de Dios, un Dios benevolente que garantice la fiabilidad de la percepción sensorial y la existencia de un mundo externo. De esta manera, Descartes establece tres tipos de substancias: Dios como substancia infinita, el alma humana como res cogitans, y el cuerpo como res extensa.
El Dualismo Cartesiano
Descartes postula un dualismo peculiar en el ser humano, argumentando que posee un alma y un cuerpo como entidades separadas y distintas. Esta distinción lleva a la idea de que el ser humano es dos realidades completamente diferentes en sí mismas y en sus propiedades. Según Descartes, el hombre es esencialmente su alma, su «res cogitans«, que está unida a un cuerpo a través de la glándula pineal en el cerebro. Sin embargo, esta explicación de la unión entre el alma y el cuerpo es problemática, ya que la glándula pineal es una entidad material y, por lo tanto, completamente diferente al alma, lo que hace que su unión sea imposible.
El dualismo cartesiano es radical, postulando dos substancias completamente distintas. Mientras que el hombre, como substancia pensante, es dotado de voluntad y se considera libre y autónomo con respecto a la materia, su cuerpo es considerado pura extensión y está sujeto a las leyes de la mecánica, siendo completamente determinado.
Críticas al Dualismo Cartesiano
Es importante señalar que filósofos posteriores como Hobbes y Kant criticaron las tesis de Descartes, argumentando que pasaba arbitrariamente del fenómeno psicológico del pensamiento a la afirmación de que el pensamiento constituye una substancia en sí misma, sin justificación suficiente.