La Educación en Platón: Teoría del Conocimiento y Dialéctica

Síntesis: Educación Platón


En correspondencia con el dualismo ontológico, Platón presenta un dualismo epistemológico, distinguiendo entre el conocimiento de opinión y ciencia. El mundo sensible es una sombra, una copia o reflejo del mundo inteligible, auténtico y real, de las ideas. En el mundo sensible se encuentran las cosas materiales (objetos sensibles) y, con menor grado de realidad, sus imágenes, sombras y reflejos. En el mundo inteligible están las ideas y también, con menor grado de realidad que ellas, los objetos matemáticos: los números y las figuras. En suma, podemos decir que existen cuatro grados de realidad. Pero, ¿cómo tenemos conocimiento de todas estas realidades y cosas?

Al final del libro VI de La República, en el conocido “símil de la línea”, Platón nos muestra de forma gráfica su concepción de la realidad y del conocimiento: dividiendo una línea en dos segmentos desiguales, conforme al menor o mayor grado de realidad que cada uno de ellos representa, le correspondería al primer y menor segmento el mundo sensible o visible; y al segundo y mayor, el mundo inteligible. Pero, a su vez, y en igual proporción, subdivide cada uno de estos segmentos en otros dos también de longitud desigual, representando –siempre de menor a mayor grado de realidad– los dos primeros las imágenes y los objetos sensibles; y los dos segundos, los objetos matemáticos y las ideas.

Cada uno de estos cuatro segmentos o grados de la realidad es objeto de un tipo de conocimiento distinto. Respectivamente, y de menor a mayor grado de conocimiento, tenemos que, a través de los sentidos, conocemos:


  • por la imaginación (eikasía) percibimos las imágenes de las cosas, que sólo son una copia o reflejo de los seres existentes en el mundo sensible. Este conocimiento se corresponde al ámbito del arte;

  • y mediante la creencia (pistis), los objetos materiales, sensibles y visibles: animales, plantas y cosas artificiales; de los cuales son imágenes los anteriores. Este conocimiento corresponde al ámbito de la física, la cual no es ciencia para Platón.

Mientras que a través de la razón conocemos:


  • por el pensamiento (dianoia) conocemos los objetos matemáticos y científicos no sensibles, para cuya búsqueda se vale el alma, como de imágenes, de los objetos del mundo visible, a manera de hipótesis, para llegar a una conclusión. Corresponde al ámbito de la matemática, la cual se eleva por encima de las cosas materiales, sirviéndose de figuras sensibles sobre las que discurren. Por eso, no llegan a aprehender las esencias (ideas) en sí mismas. Este es un conocimiento propio de la razón discursiva, que procede estableciendo hipótesis y llegando a conclusiones mediante razonamientos.

  • y por la inteligencia (nóesis) se captan de forma intuitiva (no discursiva) los objetos inteligibles, las ideas, que el alma aprehende sin recurrir a lo sensible (es un conocimiento puramente intelectual), pasando simplemente de idea en idea. Corresponde a la ciencia perfecta, que es la Dialéctica, la cual parte de hipótesis para llegar a un principio no hipotético, es decir, absoluto: la idea del Bien. Con la Dialéctica, la inteligencia se remonta hasta los últimos límites de lo inteligible, alcanzando la cumbre más alta a que puede aspirar el conocimiento humano, que son las ideas. Una vez llegada la Dialéctica al conocimiento de las ideas, debe proseguir reduciéndolas todas a un principio último totalmente incondicionado que es la idea del Bien.

Los dos primeros tipos de conocimiento nos dan noticia del mundo sensible, proporcionándonos un conocimiento de opinión (doxa), cambiante como los objetos sobre los que versa, por lo que no constituye un verdadero conocimiento: no produce certeza, sino simple verosimilitud; los dos segundos tipos nos aportan el conocimiento cierto, la ciencia (episteme), que es, como los objetos matemáticos y las ideas sobre los que versa, verdadero y universal.

A la hora de responder a cómo se produce el conocimiento, es preciso aclarar que el hombre no adquiere el conocimiento de las ideas por medio de sus pensamientos o reflexiones, sino que el alma ya tenía estos conocimientos: las ideas las hemos contemplado en períodos anteriores a nuestra existencia, en la preexistencia del alma allá junto a los dioses, en el mundo de las ideas. Al encarnarse en el cuerpo y traspasar los límites entre el mundo suprasensible y el mundo material, el alma olvida todo lo que había contemplado y sabía en su vida anterior. Ahora, al unirse al cuerpo, tienen lugar las percepciones sensibles, y es entonces cuando el alma “cae en la cuenta” y comienza a recordar las ideas. Por tanto, como las ideas ya estaban en el alma, todos los conocimientos son “a priori”: con independencia o anteriores a nuestra experiencia directa con las cosas.

Platón explica el conocimiento mediante esta teoría de la reminiscencia o anámnesis (recuerdo), que también representa en el “mito de la caverna”, nosotros vivimos en este mundo como encadenados, sin conocer los verdaderos seres, sólo podemos conocer sus sombras, sus reflejos. Aunque nuestra alma es inmortal, está encarcelada en el cuerpo, como los encarcelados de la caverna. Por eso, si alguno logra liberarse de las cadenas que nos atan al mundo material, podrá contemplar las ideas en sí mismas mediante un proceso de enseñanza y formación.

Esta doble gradación o jerarquía del conocimiento expresada en el “símil de la línea”, está a su vez recogida, de forma implícita y alegórica, en el “mito de la caverna”. De esta forma, la teoría del conocimiento toma como referente global a la educación (paideia), y, por tanto, la dualidad de mundos y la educación están conectadas por la epistemología en el sistema filosófico que Platón despliega con su teoría de las ideas. En efecto, si la educación consiste en el paso de la ignorancia a la sabiduría, y la misión de los filósofos es la de guiar y sacar a los hombres de las tinieblas a la luz, el tránsito de una a otra no es sino el que el alma recorre para poder obtener una visión comprensiva y totalitaria de la realidad.

Por encima de la matemática, la Dialéctica es el método filosófico del diálogo (empleado por Sócrates), que conduce a la captación de la verdad, de las ideas y del Bien. Sin embargo, la contemplación directa del Bien es imposible en esta vida, pues el cuerpo nos lo impide, nos crea necesidades y encadena a este mundo: sólo la muerte nos permitirá acceder a nuestro ideal amado sin velos. Por ello, el filósofo no teme la muerte; al contrario, la filosofía es también una purificación y preparación para la muerte. Por tanto, la Dialéctica adquiere también en Platón un sentido moral, de liberación del alma con respecto al cuerpo mediante la adquisición de las virtudes.

Así, pues, el tema central del “mito de la caverna” es la educación o la carencia de ella. La carencia absoluta de ella se da en los prisioneros atados al fondo de la cueva (cueva = mundo sensible o material), que sólo ven las sombras de «objetos fabricados» (los seres materiales, copias imperfectas de las ideas) reflejadas (imaginación) en la pared; estos prisioneros lo son de sus sentidos, a los cuales se hallan atados de manera que no son capaces de ver más allá de lo que ellos les ofrecen.

La adquisición de la educación se produce en la progresiva liberación del prisionero, que implica esfuerzo y dolor, de ahí las expresiones que utiliza Platón: hay que «arrastrarlo», obligarle a la fuerza «a recorrer la áspera y escarpada subida»; el primer paso es liberarle de las cadenas, los sentidos, y mostrarle (creencia), todavía dentro de la caverna, los objetos, cuyas sombras se reflejan en la pared (objetos materiales) y la hoguera que hay en la caverna (el sol); el segundo paso será obligarle a salir al mundo exterior a la caverna (mundo inteligible), donde lo primero que verá serán las sombras (ideas matemáticas, pensamiento, que conoce las formas y proporciones numéricas de todas las ideas), después las cosas mismas (las demás ideas) y, por último, el sol (el Bien, inteligencia). Entonces comprenderá que éste es «la causa de todo lo recto y de todo lo bello que hay en todas las cosas» y es el productor «de la verdad y del conocimiento» (el Bien como causa del ser y del conocimiento).

El prisionero entonces sentirá necesidad de volver a la caverna a liberar a los que se hallan dentro, pero éstos, al verle en dificultades en ese mundo como consecuencia de pasar de la luz a la oscuridad, encontrarán la excusa para no iniciar un camino que exige tanto esfuerzo y lo rechazarán, incluso lo matarían si pudieran (Sócrates).

Todo el proceso descrito en este mito –ascensión del alma desde el mundo sensible al inteligible– hace referencia a las fases de la educación tal como la concibe Platón. Desde los niños o la ciudadanía corriente que no ha recibido educación (prisioneros encadenados), hasta los que llegan, previa instrucción matemática (salida de la caverna), al grado sumo de conocimiento mediante la formación dialéctica (los filósofos que, habiéndose liberado de las ataduras del mundo material, de los sentidos y del cuerpo, están en condiciones de contemplar los objetos del mundo inteligible: las formas puras o ideas), el alma ha recorrido los cuatro grados del conocimiento (imaginación, creencia, pensamiento e inteligencia) para tener una comprensión completa de la auténtica realidad (mundo de las ideas), donde “lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien”.

Particularmente, para Platón la educación comienza en la infancia y consiste en el aprendizaje de unas materias determinadas. Considera a la Música como un medio privilegiado de formación. Además de en la Música, los jóvenes deben ser formados en la Gimnasia. La educación en la Música y la Gimnasia debe alcanzar no sólo al hombre sino también a la mujer. La igualdad de los sexos se resalta con fuerza en República. Pero la educación recibida mediante la Música y la Gimnasia no es suficiente. Los futuros gobernantes han de ejercitarse también en algunas ciencias desde su juventud. La primera de ellas es la Aritmética. Esta ciencia eleva al ser humano al hacerle razonar sobre los números en sí mismos, lo que facilita el paso de la contemplación de lo sensible a la de lo eterno. Junto con este conocimiento debe cultivarse la Geometría. La tercera ciencia que han de estudiar los futuros filósofos y hombres de Estado es la Astronomía. Pero la materia propia del filósofo es la Dialéctica, mediante la cual se eleva de lo sensible a lo inteligible y de las ideas a la idea suprema: la idea de Bien.

Así, pues, la educación debe estar controlada por el Estado y tener un fundamento absoluto (el Bien); solamente así estará a salvo de intereses egoístas y alejado del relativismo sofista; viéndose además reflejado el “intelectualismo moral” socrático implícito en la doctrina del filósofo-rey: quien contempla el Bien ha de obrar necesariamente con justicia en la vida pública. El único capacitado para establecer y dirigir el Estado perfecto será el gobernante ideal: aquel que ha recibido formación filosófica y ha llegado a entender que la idea del Bien “es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas”; que “es la soberana y productora de verdad y conocimiento” en el mundo inteligible; y que, en consecuencia, “tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada [ética] o pública [política]”.

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