La ética kantiana: un imperativo para la autonomía moral

El imperativo categórico

Los imperativos morales han de ser necesarios y universales para constituir verdaderos deberes morales. Un deber obliga a todos, o no es un deber moral. La cuestión es: ¿Cómo establecer deberes universales? Mediante una moral formal basada en el imperativo categórico. Esta moral no contiene imperativos «materiales» que dicten qué hacer, sino uno que no propone un fin ni dice qué hacer: «Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal».

Kant añade que solo cuando obramos por deber nuestra voluntad es buena, somos «buenos» moralmente. No basta obrar conforme al deber, pues podríamos hacerlo por motivos egoístas, siendo nuestra acción «legal», pero no «moral». Una voluntad es «buena» (moralmente) únicamente cuando se decide a obrar por puro respeto a la ley moral.

Se trata de un imperativo categórico, pues no está sometido a condición alguna (no dice: «Si quieres…»). Es formal, ya que no expresa qué hacer. Dice que para que una «máxima» personal de conducta sea un deber moral, es preciso querer que se convierta en un deber universal. Es decir, que lo que yo considero un deber para mí deba serlo para todos. El imperativo kantiano es: 1) categórico, 2) formal, 3) racional y 4) a priori.

La moral formal defiende la autonomía de la voluntad. En el ámbito moral, mi voluntad decide qué máxima moral seguir (usando el imperativo categórico). Las morales materiales son heterónomas: nos dicen qué debemos hacer. Actualmente, la moral formal kantiana se considera procedimental. No establece una tabla de deberes, sino el «procedimiento» para discernir si un precepto es moral: su universalizabilidad.

Un ejemplo de Kant: si alguien adopta como máxima «No estoy obligado a cumplir mis promesas», debe preguntarse si eso puede ser ley universal. No puedo querer eso sin caer en contradicción. Si nadie cumpliese sus promesas, prometer carecería de sentido.

Los postulados de la razón práctica

Los postulados de la razón práctica son presupuestos necesarios para la existencia de la moralidad, proposiciones que debemos suponer si no queremos admitir que la moral y el deber son un absurdo. Kant rescata los grandes temas metafísicos a través de la razón práctica:

  1. La libertad: ¿Qué sentido tienen el deber, la culpa, la responsabilidad, los juicios si no somos libres?
  2. La inmortalidad del alma: La Naturaleza ha puesto en el hombre la tendencia al deber y no hace nada en vano. Si ha puesto dicha tendencia, la ha puesto para que sea cumplida, pero en esta vida el hombre es limitado, condicionado por el cuerpo, el deseo, el egoísmo… Como garantía de un progreso indefinido en la virtud, el hombre debe ser inmortal.
  3. La existencia de Dios: La virtud consiste en la intención y la lucha por someterse al deber «por el deber». La felicidad (bien supremo) queda excluida como motivo de la acción moral, pero no como «premio» de la virtud. Para epicúreos y estoicos, virtud y felicidad coincidían. Pero tal coincidencia no es evidente. A menudo, el cumplimiento del deber conlleva lo contrario a la felicidad. Para que el deber y la moral tengan sentido, Dios debe existir y hacer coincidir virtud y felicidad en el futuro.

Dios, inmortalidad y libertad no son fenómenos, sino noúmenos. Son indemostrables e incognoscibles. Los postulados nos permiten creer en ellos con una «fe racional», «creer con algún fundamento racional». El resultado de las dos primeras críticas es «suprimir el saber [metafísico] para dejar sitio a la fe».

Valoración

Al plantearme la actualidad de la filosofía kantiana, encuentro una curiosa contradicción. El sistema educativo intenta educar valorando nuestras competencias, destacando la autonomía e iniciativa. Nos invita a ser autónomos, a pensar por nosotros mismos, a ser libres y críticos, «mayores de edad». Pero, al analizar el mundo, encuentro un igualitarismo que unifica ocio, hábitos de consumo, proyectos de futuro, valores competitivos de una sociedad consumista donde los ideales se han globalizado. Encuentro un pensamiento único, incuestionable, que ha eliminado las diferencias, agudizando fanatismos, etnocentrismo o xenofobia. Necesitamos a Kant para que nos ayude a atrevernos a pensar con valentía, a combatir dogmatismos y prejuicios y a valorar nuestra libertad.

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