La decepción ante la situación de Atenas y la muerte de Sócrates suponen el inicio de la filosofía platónica. Por una parte, Platón viaja a Egipto donde conoce teorías pitagóricas acerca de las matemáticas y la reencarnación. Por otro lado, su desengaño ante la dictadura de los 30 tiranos hace que quiera implantar una nueva forma de gobierno, basada en la justicia. Platón responsabilizó a los sofistas de la decadencia ateniense: relativismo y escepticismo marcaban sus bases conceptuales, que se resumían en un uso interesado de la razón para conseguir propios objetivos políticos a través del voto. Siguiendo los pasos de Sócrates, Platón buscará formas universales y principios inmutables capaces de garantizar la convivencia. Su filosofía se basa en estos para descubrir una teoría del conocimiento, una antropología y una ética basada en la búsqueda de la verdad inmutable.
El Mundo de las Ideas y las Formas
Platón expone una teoría del conocimiento basada en un dualismo ontológico, ya que afirma la existencia de dos realidades: entidades inmateriales, inmutables y necesarias (ingeneradas e indestructibles) y entidades materiales, mutables y contingentes. Estas realidades o ideas constituyen el mundo arquetipico o «kosmos noetos«, del que depende el mundo sensible. La otra realidad, material, mutable y contingente, es decir, el mundo de los objetos o «kosmos horatos«, no son más que una copia inexacta de dichos arquetipos. Por tanto, el conocimiento que supone el mundo de los objetos, sujeto al devenir, nunca será tan completo como el que procede del mundo de las ideas, inmutables. Las ideas, en la medida en que son el término de la definición universal, representan las «esencias» de los objetos, es decir, aquello que contiene el concepto, pero no pueden confundirse con este, ya que subsisten por sí mismas, tienen un carácter trascendente, más allá del objeto y del concepto que las representa: son entes que existen por sí mismos con un carácter parecido al ser parmenídeo. La relación que existe, por tanto, entre el mundo sensible y el inteligible, es la de la imitación o participación. Para explicar esta relación, Platón considera la existencia de un dios o demiurgo, que ordena la materia ya existente conforme al mundo de las ideas; es un dios arquitecto, no creador, tal y como expresa en el Timeo. Por último, señalar que las ideas están bien jerarquizadas: el primer rango corresponde a la idea del Bien, tal y como nos la presenta Platón en la República, la cual representa el máximo grado de realidad y, por tanto, de conocimiento; a continuación, vendrían las ideas de los objetos éticos y estéticos, seguidas de las ideas de los objetos matemáticos y, finalmente, de las ideas pertenecientes a las cosas.
El Conocimiento: Reminiscencia y Dialéctica
De este planteamiento se deriva toda su teoría del conocimiento: si la ciencia se ocupa de lo universal, no puede ser otra cosa que el conocimiento del mundo de las ideas. La primera explicación del conocimiento nos la da dentro de su teoría de la reminiscencia del alma o anamnesis que nos ofrece en el Menón. Según esta teoría, el alma, siendo inmortal, ya lo ha conocido todo en su existencia anterior, de forma que, cuando conocemos algo, lo único que hacemos es recordarlo. El contacto con la sensibilidad y el ejercicio de la razón serían vehículos para este recuerdo. En la República, nos ofrecerá una explicación más concreta de dicho proceso, estableciendo una estricta relación entre el conocimiento sensible y el mundo de lo inteligible. Fundamentalmente distinguirá dos modos de conocimiento: «doxa» o conocimiento sensible y «episteme«, o conocimiento inteligible, y, por tanto, cada uno de ellos estará marcado por dichas realidades. Platón nos explica esto mediante la conocida alegoría de la línea. Representamos una línea dividida proporcionalmente a los dos tipos de conocimiento establecidos. Sobre la parte de la línea que representa al mundo sensible tenemos dos visiones: imágenes de objetos materiales (sombras, reflejos, superficies), que se denomina «eikasia«, y la visión de los objetos mismos u obras de arte, que no aportan más que creencia o «pistis«, aunque son reflejos más próximos a la realidad. De igual modo, sobre la parte de la línea que representa el mundo inteligible, la primera visión corresponderá a las imágenes (objetos lógicos y matemáticos), que dan lugar a un conocimiento discursivo, denominado «dianoia«, y la segunda, a los objetos reales, las ideas, es decir, un conocimiento intelectivo denominado «noesis«, que representa la pura inteligencia. A lo largo de esta línea se establece una correlación: las creencias son al conocimiento discursivo lo que las ideas a este último. De esta forma, la dialéctica es el proceso que asciende al verdadero conocimiento, al conocimiento del Ser. Este conocimiento no es estrictamente matemático ni lógico. ¿Existen dos tipos de razón para Platón? También en la República aporta una representación de esta alegoría en el mito de la caverna, en donde narra la ascensión dialéctica desde la profundidad de una cueva hasta el sol, es decir, la idea del Bien. Ambas alegorías, al ser simbólicas, están sujetas a numerosas interpretaciones.
El Ser Humano: Cuerpo y Alma (Antropología y Psicología)
Por otro lado, su antropología también se sitúa dentro de su dualismo ontológico: el hombre es cuerpo y alma (psyche), pero esta, al pertenecer al mundo de lo inmutable, es más necesaria que el cuerpo, que será visto como la cárcel del alma, y la muerte, una liberación. En efecto, el alma no solo será un «principio vital», sino que es inmortal y transmigra (metempsicosis) de unos cuerpos a otros y es, además, el principio de todo conocimiento, idea recogida, sin duda, de la filosofía pitagórica. El alma para los griegos es un principio vital, pero no inmortal, por lo que Platón debe demostrar su inmortalidad, tal y como plantea en el Fedro, donde el alma es el origen de todo movimiento, estableciendo una relación entre vida y movimiento: la única realidad que tiene capacidad para generar un movimiento sin un principio externo a ella es, por tanto, inmutable. De esto se dice que debe ser simple, una e indisoluble, pero tiene tres funciones, es decir, posee a su vez una naturaleza tripartita. Esta naturaleza se expresa dentro del mito del carro alado, y posteriormente se verá reflejado en su política. En este mito, el alma es comparada con un carro tirado por dos caballos, controlado por un auriga. El auriga representa la parte racional del alma, encargada de dirigir el conjunto hacia sus fines más nobles, es decir, hacia el conocimiento del Bien. Conduce un caballo bueno, dócil, noble y otro malo, díscolo, que dificulta el rumbo ascendente del carro. El primero representa las emociones y el segundo, las pasiones materiales. El auriga representa el raciocinio, que deberá controlar la parte más tosca del ser humano para llegar a su fin último.