La Ilustración y Rousseau: Razón, Sociedad y el Contrato Social

Contexto filosófico

La Ilustración no es una única doctrina, sino una actitud intelectual que se dio en el siglo XVIII. Se caracteriza por el optimismo en el poder de la razón y la creencia de que se puede mejorar la sociedad y la política usando principios racionales. Por eso, se la conoce también como el Siglo de las Luces.

En este contexto, tuvieron una especial relevancia los enciclopedistas franceses: escritores, hombres de ciencia y filósofos que participaron en la redacción de una gran obra común liderada por Diderot, la Enciclopedia. Entre ellos figuraban pensadores como Montesquieu, Voltaire y Rousseau. Los enciclopedistas aceptaron el principio de solidaridad de todas las ciencias, gracias al cual, el avance en las ciencias naturales implica el progreso de las demás.

Estos pensadores trataron de fundamentar la unidad del saber en principios procedentes de la observación. De este modo, la filosofía se alejó de la metafísica tradicional, convirtiéndose en un sistema racional capaz de demostrar la relación entre los fenómenos y las leyes por las que se rigen.

El pensamiento político de Rousseau no fue ajeno a las circunstancias políticas y sociales de su tiempo. Se mostró contrario al absolutismo y trató de fundamentar el Estado democrático a partir de la necesidad de un contrato social en el que la libertad personal se integra hasta su identificación con el bien común.

El Siglo de las Luces

La Ilustración es un movimiento cultural que surgió entre dos revoluciones políticas: la inglesa de 1688 y la francesa de 1789. Nació en Inglaterra, pero tuvo su máxima expresión en Francia y conoció también un notable desarrollo en Alemania.

Este movimiento, aunque contaba con elementos filosóficos de fondo, no era exclusivamente filosófico, sino también religioso, político, jurídico, literario y artístico.

El pensamiento ilustrado se basa en la convicción de que la razón es capaz de iluminar a la humanidad, liberándola de trabas de épocas anteriores como la autoridad, la religión o la tradición.

El espíritu de la Ilustración

La principal característica de la Ilustración es la confianza que deposita en la razón, esto es, en un saber puramente natural, construido por entero por el ser humano.

Cuando Kant se pregunta qué es la Ilustración, responde que es el abandono del estado de minoría de edad por parte del ser humano. Por minoría de edad se entiende la incapacidad de valerse de la propia razón sin la guía de otro. De ahí el famoso lema de los ilustrados: sapere aude, es decir, ‘ten el valor de servirte de tu propia razón’.

La unión del racionalismo con el naturalismo hizo que el hombre tuviera una conciencia cada vez más profunda de su valía y de su dignidad, si bien ahora cifra su poder en el desarrollo de las nuevas ciencias físicas y matemáticas. Todo esto favoreció el surgimiento de una actitud optimista ante la vida.

  • La confianza ilimitada en las fuerzas del ser humano tuvo el efecto de fomentar las instituciones, la educación, las ciencias, las artes y la economía. Se aspiraba a lograr una sociedad más perfecta y feliz.
  • Otro de los rasgos de los ilustrados es su exaltación de la libertad frente a toda forma de autoritarismo, ya sea de carácter religioso o político.
  • La autonomía de la razón consistió en una función de crítica, de análisis y crítica a todo conocimiento recibido, con el fin de liberarla de todos los prejuicios y lograr, así, que su autoridad sustituya a la autoridad de la tradición.
  • La época de la Ilustración también se denominó Siglo de las Luces, pues se defendía que la razón era el gran instrumento del ser humano para disipar las tinieblas del error y las supersticiones. La razón es la liberadora del individuo y la única norma verdadera e infalible para conocer y obrar. El criterio cartesiano de las ideas claras y distintas se universaliza ahora hasta tal punto que solamente será admisible lo que es evidente o lo que se puede demostrar.
  • La Ilustración pretendió conjugar el racionalismo con el empirismo, volcando la razón sobre la experiencia con el objetivo de conquistar los conocimientos.
  • El optimismo y la confianza en el poder del ser humano, la razón y la ciencia, se traducen en la aspiración a un porvenir mejor, en un progreso indefinido.

Los ilustrados confiaban mucho en la razón humana. Creían que una de sus principales tareas era entender la naturaleza para poder controlarla. Esto es lo que se llama humanismo naturalista.

Transformaciones socioculturales

Fue entonces cuando surgieron las academias y las sociedades científicas, en las que se fomentaba el progreso del saber y se facilitaba la comunicación de los conocimientos.

La educación fue una de las áreas más importantes en esa época. Filósofos como Rousseau se interesaron mucho por ella, y se publicaron muchos tratados sobre el tema. También hubo un enfoque en ayudar a los más necesitados, permitiendo que los hijos de familias pobres pudieran estudiar. Además, se crearon nuevos métodos de enseñanza para personas ciegas y sordas.

La prensa escrita creció mucho en esa época, con más variedad de temas y publicaciones más frecuentes. Además, hubo un gran interés por conocer el mundo, lo que llevó a la creación de muchos libros de viajes con descripciones interesantes y observaciones curiosas.

Jean-Jacques Rousseau

El ser humano

La tesis fundamental de la antropología de Rousseau es la consideración de que la naturaleza ha hecho al ser humano feliz y bueno, pero la sociedad lo deprava, convirtiéndolo en alguien malo y miserable.

Rousseau decía «volvamos a la naturaleza», ya que creía que la vida natural era pura y perfecta. Pensaba que, al vivir en armonía con la naturaleza, el ser humano podría ser feliz y alcanzaría la perfección. Para él, la naturaleza también representaba lo divino y el criterio más importante de lo que está bien.

El mito del «buen salvaje«, que surgió en la literatura francesa desde el siglo XVI, influyó mucho en Rousseau. Este mito idealiza a los pueblos primitivos y defendía la vida salvaje, especialmente después de los grandes descubrimientos geográficos.

Aunque Rousseau contempló con nostalgia ese pasado primitivo, su atención se dirigió hacia el hombre actual, al que consideraba corrompido e inhumano. Al comparar esos dos estados, pretendía estimular a la humanidad para que realizase un cambio saludable.

Originariamente, el ser humano estaba sano, pero ahora se encuentra desfigurado, pues ha seguido un camino de decadencia. En estado de naturaleza, el hombre es un ser sometido a las leyes mecánicas de la naturaleza y a las necesidades más elementales, pero gracias a su libertad puede sobreponerse a ellas y conducir una vida racional.

En el estado de naturaleza, el hombre tiene la capacidad de perfeccionarse a sí mismo y se mueve por un sentimiento innato: el amor de sí. Este es el impulso que lo lleva a poner los medios necesarios para preservar su vida. Junto a este, posee el sentimiento de compasión, una sensación espontánea de disgusto ante el sufrimiento de sus iguales. Así pues, el estado de naturaleza no es un estado de instinto violento y de afirmación de la vitalidad incontrolada.

Sin embargo, en el estado actual, en la vida en sociedad, el individuo tiene un espíritu competitivo y conflictivo, que no es algo originario, sino derivado, porque es fruto de la historia. Rousseau consideraba que las letras, las artes y las ciencias, a las que los enciclopedistas atribuían la causa del progreso, eran las responsables de los males de las personas y de la sociedad. Rousseau tiene una visión pesimista de la historia y de los productos culturales que le son inherentes.

Entre naturaleza y cultura existe una radical antítesis, al igual que la hay entre estado primitivo y estado civilizado en su configuración social, política y económica. Opone al hombre civilizado el hombre en estado de naturaleza, es decir, el ser humano primitivo, que no es ni bueno ni malo, sino inocente; todavía no está contaminado por los vicios, frutos de la vida civilizada.

Cuando Rousseau habla del estado de naturaleza, no cree que sea algo real, es decir, histórico. Se trata más bien de una hipótesis que le sirve de término de comparación para explicar la corrupción actual del individuo, si bien concibe la naturaleza humana como algo esencialmente social.

La idea fundamental de la antropología rousseauniana es que el ser humano es naturalmente inocente, de tal modo que la civilización lo hace malo. De ahí su condena de las ciencias y las artes.

La sociedad y el poder

Según Rousseau, el ser humano, en su estado natural, es libre y feliz, sin depender de los demás. Sin embargo, al convertirse en parte de la sociedad, pierde esa libertad y queda «encadenado» por las reglas y las relaciones sociales.

El filósofo afirmó que la escasez, provocada por alguna catástrofe natural casual, con el consiguiente desarrollo de la propiedad privada, fue la causa de la aparición de la sociedad. En ese momento surgieron desigualdades entre los seres humanos, así como dos nuevas pasiones: la ambición de poder y el deseo de riqueza.

El contrato social

Dado que retornar al estado de naturaleza resulta imposible, Rousseau abogó por la necesidad de reconstruir la sociedad a partir de bases nuevas. Dichas bases hacían referencia a un acuerdo: el contrato social.

El pacto es indispensable, porque ningún ser humano puede ejercer su autoridad sobre otro sin que este último le preste su consentimiento. Sin embargo, a diferencia de Hobbes, que propuso un pacto de sumisión a una tercera persona, Rousseau sostuvo que el pacto es entre iguales.

A través del contrato social, el individuo pierde la libertad natural, pero gana la libertad civil. De la unión entre individuos surge la voluntad general. Esta voluntad no corresponde a la suma de voluntades de cada uno de los componentes de la sociedad civil, sino que constituye una voluntad única. Es una idea normativa.

La voluntad general es la voluntad del cuerpo social, es decir, de la sociedad entera considerada como un único individuo. Implica un cambio que renueva toda la sociedad y, al final, transforma a cada persona, cambiando su naturaleza.

La voluntad general se muestra en las leyes, que todos deben seguir. Obedecer las leyes es como obedecerse a uno mismo, y eso es lo que significa tener libertad civil. La colectividad nacida del pacto social se denomina pueblo.

El gobierno

Para este filósofo, el contrato se establece exclusivamente entre los miembros de la sociedad, sin sometimiento a ningún soberano exterior. En este aspecto, se distanció de otras teorías del contrato o pacto social.

Rousseau distingue entre la soberanía, que es colectiva y a la cual corresponde el poder legislativo, y el gobierno, al cual compete el poder ejecutivo.

La soberanía reside en las partes contratantes, es decir, en el pueblo que es soberano. Gobernar no es parte del contrato, sino una tarea dada por el soberano, que son todos los ciudadanos. La voluntad general representa y se mezcla con las voluntades individuales.

El gobierno es un cuerpo intermedio entre los súbditos y el soberano para su mutua correspondencia. Se encarga de la ejecución de las leyes y del mantenimiento de la libertad, tanto civil como política.

Rousseau dijo que no hay una forma de gobierno ideal para todos los pueblos. Sin embargo, señaló que los gobiernos democráticos son buenos para los Estados pequeños y los gobiernos monárquicos para los grandes.

Los gobiernos se diferencian por cómo combinan soberanía y gobierno. Sin embargo, todos tienden a corromperse, lo que ocurre cuando el gobernante impone su voluntad sobre la voluntad general.

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