¿Existen las leyes de la naturaleza? ¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿Existe la justicia? ¿Existe el amor? ¿Qué es el amor?
Hay una rama de la filosofía que trata de responder estas difíciles cuestiones. Es una rama un poco extraña y difícil y, para algunas personas, ni siquiera existe. Se puede decir que la metafísica es una “ciencia buscada”, un saber anhelado por la humanidad, pues trata cuestiones que todas las personas nos hacemos pero que, lamentablemente, no podemos llegar a responder de un modo definitivo, pues sobrepasan nuestras facultades cognoscitivas.
La metafísica se ocupa de una gran variedad de preguntas muy generales acerca de la estructura del mundo.
Origen del término metafísica
Se dice, y se acepta tradicionalmente, que fue Andrónico de Rodas (siglo I a. C.) quien acuñó el término metafísica. Cuenta la leyenda que, al ordenar los libros de Aristóteles, Andrónico se encontró con una serie de obras inclasificables, ya que no trataban cuestiones de filosofía natural, ni de lógica, ni de ética. Decidió colocar estos libros a continuación de los libros de física y agruparlos bajo un mismo título que hiciese referencia al lugar que ocupaban en la biblioteca; esto es, τὰ μετὰ τὰ φυσικά [tá metá tá physiká], es decir, “los que están detrás de la física” o, más exactamente, “las cosas que están detrás de las cosas físicas”. Detrás o “más allá”.
En definitiva, según nos indica el propio nombre, la metafísica será un estudio o saber de la realidad, pero de la realidad entendida, no como lo hace la ciencia, sino en un sentido más amplio y profundo.
La realidad y sus concepciones
¿Qué es la realidad? ¿Qué es real? Una definición intuitiva de la realidad nos llevará a decir que la realidad está constituida por el conjunto de todo lo que existe o es. Esta afirmación, por otra parte, no deja de ser problemática, pues: ¿existen los unicornios? ¿y los dragones? ¿y el amor? ¿y la belleza o la justicia, existen?; aunque no podamos verlos a simple vista, ¿existen los átomos de la misma manera que existen los árboles o los caballos?
Responder a estas preguntas no es fácil pues, aunque parece claro que los unicornios o los caballos no existen de la misma manera, tampoco podemos negar que ambos tienen algún tipo de existencia. Clarificar y precisar estas intuiciones que tenemos acerca de la realidad ha sido, desde siempre, una de las pretensiones fundamentales de la metafísica, por lo que contamos con muchas y diversas teorías acerca de ello. Por el momento, nosotros vamos aquí a señalar, de modo general, dos concepciones básicas de la realidad:
- En un sentido restrictivo, la realidad es todo aquello que nos rodea y de lo que podemos tener experiencia; bien porque se trate de seres observables por los sentidos (árboles), bien porque puedan observarse gracias a instrumentos como microscopios o telescopios (átomos, planetas), o porque podamos constatar su existencia (ley de gravitación universal). Esta concepción de la realidad coincide con la concepción científica de la realidad física o material.
- En un sentido amplio, se considera que no solo tienen existencia los seres materiales y observables de la ciencia, sino también realidades subjetivas que conocemos íntimamente (sentimientos, ideas, creencias, …), productos culturales (personajes literarios, mitológicos…), realidades inmateriales o espirituales (la mente, Dios, la libertad, la justicia…). Incluso, se puede considerar real la esencia misma de las cosas; esto es, aquello que no podemos observar pero que dota de sentido a la realidad material.
El amor desde la perspectiva filosófica
Por ejemplo, ¿qué es el amor? Una posible respuesta -restrictiva- sería la siguiente: “la concentración de las hormonas oxitocina y vasopresina, que actúan sobre numerosos sistemas del interior del cerebro, interactuando sobre todo con el sistema de recompensa dopaminérgico y pudiendo estimular la liberación de dopamina por el hipotálamo. Las vías dopaminérgicas activadas durante el amor romántico crean una sensación placentera gratificante”. Pero, ¿nos parece suficiente esta explicación?. Sobre el amor los filósofos y filósofas han reflexionado mucho. El primero que utilizó la idea del amor en un sentido cósmico-metafísico fue Empédocles de Agrigento (495-444 a. C.), que consideró el amor y el conflicto o lucha (odio) como principios de unión y separación de los elementos que constituyen el universo. En Platón, por otro lado, el amor a las cosas particulares y a los seres humanos particulares no es sino un reflejo, una participación, del amor a la belleza absoluta, que es la idea de lo Bello en sí.
La metafísica y su relación con la realidad
La metafísica es, pues, un tipo de saber más global y ambicioso que el científico, porque trata también de dar cuenta de aquellos aspectos de la realidad que, por no ser observables, quedan fuera de las consideraciones científicas. Aristóteles describe este saber -esta ciencia buscada-, como hemos visto, con las siguientes palabras: “hay una ciencia que estudia lo que es, en tanto que algo que es, y los atributos que, por sí mismo, le pertenecen”.
¿Qué significa la expresión “lo que es”? Desde luego que todo esto suena un tanto extraño… Aristóteles explica en el Libro IV de la Metafísica que “la expresión ‘algo que es’ se dice en muchos sentidos, pero en relación con una sola cosa y una sola naturaleza”. Es decir: para Aristóteles hay varias formas de “ser”, pero todas ellas se refieren a una forma primordial de ser, al “ser” propiamente dicho: lo que él llama la substancia o entidad.
La substancia (la “entidad”) es el “ser” propiamente dicho. Aristóteles reprocha a su maestro Platón el haber afirmado que lo verdaderamente real -el “ser” propiamente dicho o la substancia- era la Idea (esas Ideas que, como mencionamos en el tema/vídeo 1 -y comentaremos luego en este-, existen “separadas” de las cosas individuales). Para Aristóteles, substancias son únicamente los individuos concretos, como Sócrates, esta oliva o esta mesa. Aún así, Aristóteles concede también la existencia de lo que llama “substancias segundas” (las especies y los géneros: “hombre”, “animal”, “oliva”, “árbol”…): sobre ellas -y no sobre los individuos particulares- trata la ciencia. Los individuos perecen y solo la especie y el género subsisten; y la ciencia estudia lo universal y no lo particular. Pero estos “universales” no existen “separados” de las substancias (como las Ideas platónicas), sino únicamente en ellas. En definitiva, para Aristóteles la substancia primera es lo verdaderamente real.
Pero, para Aristóteles, hemos dicho, “la expresión ‘algo que es’ se dice en muchos sentidos”; es decir: para Aristóteles hay varias formas de “ser”. La primordial es la substancia (el individuo concreto). Las otras formas de “ser” son modificaciones o accidentes de la substancia: cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, posición, estado, acción y pasión. Los accidentes, para existir, deben apoyarse en la substancia. Aristóteles los llama “categorías”.
La realidad espiritual y el materialismo
Existen una serie de fenómenos que pueden llevarnos a pensar que existe un tipo de realidad distinta a la realidad que nos muestran nuestros sentidos. Pensemos en nosotros mismos haciendo introspección, es decir, mirando nuestro propio interior y nuestro propio estado de ánimo: ¿qué es lo que hay ahí dentro? Podemos llamar a eso que experimentamos nuestras vivencias, nuestros sentimientos. A esas vivencias y a esos sentimientos solo tengo acceso yo. Es cierto que, mientras yo estoy feliz o melancólico, ciertos procesos ocurren en mi cabeza con mis neuronas. De hecho, la comunicación entre seres humanos es posible porque presuponemos que nuestras vivencias son similares; pero esto es algo que no puede comprobarse, pues nadie puede “meterse dentro de mi cabeza” para experimentar lo que yo estoy experimentando. Mi vivencia es solo mía, solo yo tengo acceso a ella. Este hecho, por ejemplo, ha podido llevar a pensar que “hay algo diferente” dentro de nosotros; algo diferente a la realidad objetiva y material exterior; algo radicalmente subjetivo que, tal vez, sea inmaterial, espiritual.
Es difícil definir la postura espiritualista. Pero podemos intentarlo: si piensas que la realidad exterior que percibimos por nuestros sentidos es solo una apariencia, una ilusión producida por nuestra particular y deficiente capacidad de experimentar el mundo; si estás convencido de que, por debajo de las confusas y cambiantes apariencias, existe una realidad auténtica que, a pesar de no poderse captar por los sentidos, constituye el verdadero soporte de la información que nos transmiten… Si piensas que tus ideas, sentimientos y creencias no se pueden identificar con estados neurofisiológicos de tu cerebro. Si las explicaciones de la ciencia no te dejan del todo satisfecho porque necesitas creer en la existencia de algo más que dé sentido a nuestras vidas y al mundo. Si crees que existe un Dios. Ahora bien, ¿en qué consiste esa realidad espiritual? Las diferentes maneras de responder a esta pregunta nos lleva a hablar de diferentes planteamientos espiritualistas.
El idealismo platónico
Platón no solo defiende la existencia de una realidad espiritual más allá de la material, sino que mantiene su primacía respecto a esta. Este mundo en el que habitamos, imperfecto y cambiante, imprevisible, es tan solo una sombra, un pálido reflejo del mundo ideal. La primera realidad o mundo de las ideas está formado por ideas eternas (ni nacen ni mueren), inmutables (no cambian) y perfectas. Hay Ideas de todas las cosas (el cabello, el barro, …), Ideas morales (el Bien, la Justicia, …), estéticas (la Belleza), matemáticas (Unidad, …), etc. Estas Ideas constituyen la auténtica realidad, el Ser, y son imperceptibles por los sentidos, pues solo puede captarlas el entendimiento.
Las Ideas son “esencias”, es decir, aquello por lo que una cosa particular es lo que es. Así, por ejemplo, la Idea de belleza es la Belleza en sí, esto es, aquello por lo que las cosas bellas son bellas. Estas Ideas existen separadas de las cosas particulares. El objeto de la ciencia solo pueden ser las Ideas; por otro lado, los gobernantes han de ser filósofos que se guíen, no por su ambición política, sino por ideales (las Ideas) transcendentes y absolutos. Entre las Ideas y las cosas hay una relación de participación o imitación: las personas y las acciones que consideramos justas, por ejemplo, lo son porque participan de la Idea perfecta de Justicia. La teoría implica, pues, una duplicación del mundo: por un lado, el mundo visible de las cosas particulares; por otro, el mundo inteligible de las Ideas.
El materialismo
Definir en qué consiste la materia o lo material no es algo fácil. En una primera aproximación general, la materia es aquello de lo que están hechas las cosas que percibimos por los sentidos (aquello que vemos, oímos, tocamos, olemos o saboreamos). A pesar de la diversidad de cosas que podemos observar, decimos, por lo que nos han enseñado en la escuela, que la realidad está compuesta, “en el fondo”, por átomos y estos, a su vez, por partículas subatómicas, las mismas para todas las cosas, que, sin embargo, no resultan ya directamente accesibles a nuestros sentidos.
Desde la filosofía se ha entendido la materia, fundamentalmente, como sustrato de los cambios (algo que puede llegar a ser numerosas cosas potencialmente), como elemento del que se componen las cosas y como aquello que se percibe por los sentidos.
Pero, ¿qué es ser materialista? De nuevo, no se trata, en absoluto, de una cuestión fácil ni exenta de polémica. Además, no hay un solo tipo de materialismo. Pero bueno, vamos a tratar de señalar algunas notas que pueden servir para definir una postura materialista. Un materialista es alguien que solo da crédito a los conocimientos probados que proporcionan las ciencias; para un materialista, lo único seguro y garantizado es aquello de lo que tenemos experiencia. Es una ilusión pensar que somos algún tipo de seres privilegiados, dotados de un alma inmortal independiente de nuestro cuerpo. Un materialista, en principio, no cree en la existencia de un ser superior. Bajo la etiqueta “metafísicas materialistas” englobamos a algunos heterogéneos pensadores que niegan la existencia de realidades de tipo espiritual o, al menos, conceden primacía a la realidad material.