La Naturaleza y la Felicidad según Aristóteles: Una Visión Teleológica

La Naturaleza según Aristóteles

La palabra griega para naturaleza es physis. La Física o Naturaleza fue el principal objeto de estudio de los filósofos jonios (Tales, Anaximandro y Anaxímenes) y de otros como Empédocles, Anaxágora y los atomistas (Demócrito).

Parménides consideró a la Naturaleza fuente de conocimiento engañoso (mera “opinión”), pues su filosofía del Ser implicaba una negación de la naturaleza misma.

Para Platón, la Naturaleza no podía ser objeto de ciencia estricta, porque la verdadera ciencia sólo puede ocuparse de Ideas (esencias); la consideraba simplemente fuente de conjeturas o creencias.

Fue Aristóteles quien dio a la Naturaleza su auténtico valor de fuente para el conocimiento científico. Para este autor, la Naturaleza nos muestra seres en movimiento, compuestos de materia y forma. Es una fuente de conocimiento valiosa por sí misma, tanto como puedan serlo las matemáticas (estudian sólo formas abstraídas de la materia) o la Teología (estudia formas puras que existen independientemente de la materia).

Las ideas de Aristóteles sobre la naturaleza se encuentran en sus libros de Física y de Metafísica.

La noción popular griega de naturaleza incluye ideas como perpetua generación, fuerza que surge y se expande, etc. Para un griego, la physis es el seno de donde todos los seres surgen. Es energía, fuerza, movimiento, vitalidad. Todos estos rasgos los incluye Aristóteles en su concepción.

La Physis Aristotélica

Así, la noción aristotélica de physis posee los siguientes significados:

  • Origen (arjé): La physis es el origen de donde brotan los seres.
  • Esencia: “Lo que hace que esa cosa sea lo que es”. Es decir, lo que permanece a pesar del cambio. Por ejemplo, cuando de un oso decimos que «su naturaleza es salvaje» queremos decir que, por más esfuerzos que hagamos en su domesticación, siempre permanecerá un fondo de salvajismo en su ser, y no nos extrañará que alguna vez, por ejemplo, ataque a su domador.
  • Movimiento: Para Aristóteles nada hay tan evidente como que las cosas se mueven. Naturaleza sería el conjunto de los seres que tienen en sí mismos el principio de movimiento.

Es importante notar que la palabra «movimiento» abarca más cosas para Aristóteles que para nosotros. Por movimiento, Aristóteles entiende todo cambio. El agua que se hiela experimenta un movimiento. También incluye el cambio de lugar.

La Naturaleza tiene en Aristóteles carácter divino; los cambios en ella se producen de modo armónico, con regularidad y ritmo. Al día le sucede la noche, al verano el otoño, el pájaro sale del huevo, la planta de la semilla. No sólo eso, sino que cada elemento material del mundo tiene su lugar: la tierra en el centro, encima el agua, encima el aire, arriba de todo el fuego. Los animales se organizan, como en los hormigueros, en las colmenas y, en el caso del animal racional, en ciudades. Todo está ordenado en la naturaleza, y bien ordenado. Sin postular que la naturaleza tiene algo de divino no se podría explicar el orden del mundo, que hace que éste sea un cosmos en lugar de un caos. Hay que tener mucho cuidado en distinguir lo siguiente: Aristóteles no dice que la naturaleza sea Dios (eso sería panteísmo, como le ocurrirá a Spinoza), sino que tiene un carácter divino (no porque sea creación de Dios, como dirá más tarde el cristianismo).

Además, todo cambio de la Naturaleza tiende hacia un Fin => Telos => De ahí que su Filosofía es Teleológica.

Teleología

La palabra viene de «lógos» (razón) y «télos» (fin). Para él, la naturaleza es teleológica, es decir, en la naturaleza todo tiene una finalidad. Con la finalidad o teleología se explica por qué existen los movimientos de los seres naturales. Los animales se mueven para conseguir comida, las piedras caen para volver a su lugar natural, el hombre actúa para ser feliz. Así pues, la naturaleza no obra inútilmente. Precisamente porque la naturaleza no hace nada en vano, sino con vistas a un fin, existe ese orden divino en ella.

Conviene decir que Aristóteles hereda de Platón la concepción teleológica, aunque para Platón la finalidad del ser humano es conocer la Idea de Bien y para Aristóteles lograr la felicidad.

La Felicidad según Aristóteles

La felicidad, actividad del alma conforme a la virtud, es el único bien o fin que se busca por sí mismo, mientras que los otros fines o bienes se buscan para conseguir la felicidad. Como en griego felicidad se dice eudaimonía, la ética de Aristóteles recibe el nombre de eudemonista.

Una vez que ha decidido que la felicidad es el fin último y el bien supremo que busca alcanzar el hombre con su actuación, Aristóteles se pregunta en qué consiste en concreto la felicidad. Rechaza que la felicidad consista en la acumulación de riquezas, porque se trata de bienes que no se buscan por sí mismos, sino como medios para lograr otros bienes; y también que la felicidad consista en el disfrute de los placeres o de los honores, porque no son bienes apropiados a la naturaleza humana.

En efecto, Aristóteles, de acuerdo con su teoría general sobre el ser, dice que los seres obran buscando un fin, pero ese fin no es igual para todos, sino que depende de la naturaleza de cada uno. Es distinto el fin de los seres no vivos que el de los seres vivos, es distinto el fin de las plantas del fin de los animales. ¿Cuál es, pues, el fin último de los seres humanos? El que está de acuerdo con su naturaleza. Como el hombre se distingue de los demás seres por su racionalidad, el fin del hombre, y por lo tanto su felicidad, la logrará el hombre usando la facultad que le es propia: la razón. Es decir, cada ser es feliz realizando la actividad que le es propia y natural; en el caso del hombre esta es la actividad intelectual.

La actividad intelectual es, pues, la que proporciona al hombre la felicidad. Ahora bien, entre las actividades intelectuales las más perfectas para Aristóteles son las teoréticas, porque buscan el conocimiento por sí mismo y no en orden a otra cosa, por lo tanto el conocimiento teorético es el más perfecto y el que proporciona la máxima felicidad.

Como se trata de algo difícil de conseguir, Aristóteles parece conformarse con una felicidad más limitada, la que se consigue viviendo una vida virtuosa, que es la que nos permite acercarnos a la perfección deseada de la contemplación de la verdad. El hombre debe desarrollar hábitos o costumbres buenas, que son los que perfeccionan su naturaleza, es decir, las virtudes, y huir de los hábitos malos, es decir, de los vicios.

Virtud es definida como areté, excelencia, capacidad, habilidad. El objetivo de la virtud es alcanzar la felicidad.

Entre las virtudes, unas perfeccionan nuestro carácter: son las virtudes morales; otras perfeccionan nuestra inteligencia: son las virtudes intelectuales o dianoéticas. Las Virtudes Éticas tratarían, puesto que el ser humano tiene también apetencias sensibles, de crear un cierto “hábito” mediante el cual se trataría de evitar los excesos, manteniéndose el comportamiento en el justo medio entre dos extremos. Por ejemplo, el valor es el justo medio entre la temeridad y la cobardía.

Las virtudes intelectuales o dianoéticas perfeccionan el entendimiento teorético (como la sabiduría y la ciencia) y el entendimiento práctico (como el arte y la prudencia).

La actividad intelectual teorética, de acuerdo con la virtud de la sabiduría, es la que proporciona al hombre la máxima felicidad.

Ahora bien, el hombre, para ser feliz, nos dice Aristóteles, no sólo debe llevar una vida virtuosa, necesita igualmente disfrutar de algunos bienes corporales, como la salud, y de algunos bienes exteriores, como los medios económicos.

En resumen, la ética aristotélica nos propone como fin y perfección de la vida humana la felicidad, que se consigue procurando conocer la verdad teorética y, como medio de conseguirlo, vivir virtuosamente, lo que se consigue desarrollando hábitos buenos intelectuales y morales.

Ahora bien, esa felicidad sólo puede alcanzarse viviendo con otros hombres, en la ciudad, en la polis. Para Aristóteles, por lo tanto, la ética depende de la política.

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