El pensamiento de Habermas estará ligado a la Escuela de Francfort y surge con la pretensión de sacar a la teoría crítica del callejón sin salida en que se encontraba para darle una nueva fundamentación.
El diagnóstico de esa situación había sido ya hecho por los miembros de la primera generación. Marcuse, por ejemplo, denuncia la amputación que la alienada sociedad industrial ha practicado con las posibilidades de la razón humana reduciéndola a razón unidimensional. La razón técnica se ha adueñado de todas las relaciones sociales y ha impuesto sus criterios de rentabilidad y productividad a todos los ámbitos de la vida, lo que ha eliminado todo tipo de valoración moral de los proyectos políticos y técnicos, y ha hecho perder a los hombres su capacidad crítica para concebir las propias relaciones humanas desde otras dimensiones y posibilidades.
En la misma línea, y en la que quizá sea la obra más célebre de esta escuela: Dialéctica de la Ilustración, Horkheimer y Adorno señalan como el pensamiento ilustrado ha perseguido desde sus inicios el sueño de liberar al hombre de sus miserias y servidumbres, pero ese sueño de la razón produce monstruos y la tierra entera resplandece bajo el signo de una fatal calamidad. La idolatrada Razón ilustrada ha desencadenado ella misma, como algo que llevara incoado dentro de sí, la sinrazón y la barbarie; la razón ha acabado por alumbrar fatídicamente lo irracional. Una razón que es presa desde sus inicios de la “lógica del dominio”; lógica que implica que primero el hombre se sirve de su razón para dominar el medio y la naturaleza para posteriormente acabar dominando al propio hombre. Esta deriva perversa y atroz de la razón genera la desconfianza en sus posibilidades y el temor ante sus realizaciones. Toda posición de regeneración a través de la razón parece una tentativa potencialmente demoniaca condenada al fracaso. La posición de la teoría crítica es, por lo tanto, en los últimos años, una postura «trágica» que no puede pensar, desde la propia razón, en un futuro mejor.
Esta será la tarea de Habermas, rehabilitar las posibilidades de la razón humana y del proyecto ilustrado sacándolo del barro donde había quedado arrojado tras los análisis de los primeros representantes de la Escuela y haciendo frente a una posmodernidad que, desde la bandera de la diferencia, niega cualquier posibilidad al universalismo moral. Para ello será necesario, en primer lugar, dar cuenta de los diferentes intereses que alberga la razón humana, denunciando los deliberados intentos por reducir sus posibilidades, confinándolas interesadamente en la racionalidad instrumental-técnica.
Los intereses del conocimiento
La respuesta de Habermas es distinta de la que dan los miembros de la primera generación de la Escuela de Francfort. Para estos, se trataba de poner de relieve el uso exclusivo y reductivo que el capitalismo hace de la razón como “razón instrumental”. Habermas, sin embargo, se centrará en resaltar todo el conjunto de intereses que anidan en la razón humana para así ampliar el marco de la racionalidad más allá de los estrechos e interesados horizontes de la razón instrumental. Y se trata, en cualquier caso, de intereses universales o comunes a toda la razón humana, no de los exclusivos y particulares intereses personales.
Estos tres tipos de intereses serían; el interés técnico, que interviene en las ciencias empírico-analíticas; el interés práctico, que dirige las ciencias histórico-hermenéuticas; y el interés emancipatorio, que orienta las ciencias críticas de la sociedad.
El interés técnico
Es el que orienta la actividad de las ciencias de la naturaleza y la técnica. Estas son las que permiten que el ser humano transforme la naturaleza para la satisfacción de sus necesidades vitales y la mejora de sus condiciones de vida. Este interés es el que predetermina el tipo de objetos de investigación de la ciencia empírica. El objeto de las ciencias empíricas no es la naturaleza como algo externo al propio sujeto que conoce y que únicamente ha de describir. El objeto de estas ciencias es la naturaleza en cuanto que puede ser dominada y manipulada por la técnica. El interés técnico es pues aquel que está estrechamente vinculado a la racionalidad instrumental. Simplemente establece cuáles son los medios que llevan de manera más efectiva a la realización de un fin propuesto. Si los medios de los que nos servimos o los fines que nos proponemos son éticos o no es algo que queda como un ángulo ciego para este interés o uso de la razón. Un uso que se atiene exclusivamente a la consumación exitosa de un fin.
El interés práctico
Es el que se da en las ciencias histórico-hermenéuticas y se refiere a las relaciones que los hombres establecen entre sí. Este «interés» permite al ser humano transformar y establecer las normas de convivencia para entenderse mejor. Está enraizado en la necesidad que tenemos de comunicarnos y, consecuentemente, atenderá a una dimensión de la racionalidad que Habermas denomina comunicativa. Aquí es donde tiene lugar el uso de la razón práctica, es decir, la capacidad humana de establecer consensos normativos de manera cooperativa e intersubjetiva mediante el examen racional de los argumentos expresados lingüísticamente por otros.
El interés emancipatorio
Supone el interés por la liberación de todo poder y la afirmación de la autonomía del individuo y de la comunidad humana a la que se haya indeleblemente vinculado. Esta aspiración está presente en casi toda la historia del pensamiento. En especial, Habermas continúa una tradición que se inaugura en la Ilustración, con su premisa del Sapere aude! y, a través de las reflexiones desenmascaradoras de Marx y Freud, se prolonga en las Ciencias Sociales Críticas. Cumple una función terapéutica; la de liberar a los humanos de la opresión y la represión, denunciando las patologías y servidumbres que aquejan a la humanidad y transformándolas para ajustarlas al ideal regulativo de la justicia social.
Vistos los intereses del conocimiento y superado el reduccionismo en el que había quedado confinada la razón en tanto que racionalidad meramente técnico-instrumental, el problema radica ahora en que, en el mundo actual, la comunicación entre los seres humanos está manipulada desde el sistema de poder-dinero. Por ello, será preciso comprobar qué posibilidades reales existen de comunicarse libremente para fundar un mundo nuevo. Esta tarea es desarrollada en la teoría de la acción comunicativa.
La Teoría de la Acción Comunicativa
Habermas realiza un estudio del lenguaje en su perspectiva pragmática. Desde este punto de vista, el lenguaje es una conducta social más, regida por normas, que se manifiesta en los actos de habla como unidades mínimas de comunicación. Habermas se propone constituir los principios generales de una comunicación imparcial y objetiva. Esta teoría se basa en una concepción del lenguaje desde la perspectiva del «giro lingüístico», que le dará una nueva visión de los problemas sociales. Habermas establece así la necesidad de reconstruir las «condiciones ideales del habla» que posibiliten una auténtica comunicación entre humanos y eviten que la comunicación social sea manipulada como un instrumento al servicio del poder. A través de esas condiciones ideales de habla y de los actos de habla de los hablantes, tiene que ser posible establecer un discurso compartido e intersubjetivo del cual brote un consenso en torno a lo que tenemos por “correcto”.
La Ética del Discurso
La presuposición de que toda relación intersubjetiva lleva implícita una tendencia al entendimiento y al acuerdo es la base de la ética habermasiana, que hunde sus raíces en el universalismo kantiano. El problema ético fundamental es saber si todavía podemos realizar una justificación racional de las normas morales y si estas pueden ser válidas para todos siendo así universales.
Una respuesta negativa nos conduciría a afirmar el carácter arbitrario y subjetivo de las normas abriendo la puerta al subjetivismo y el relativismo y, por lo tanto, a la imposibilidad de justificación universal, pero, a la vez, a negar la posibilidad de emancipación de la humanidad: si no podemos tener una base racional y universal que respalde la liberación del ser humano en la sociedad actual, entonces, esta no se podrá llevar a cabo.
Características de la ética del discurso:
Como Kant, Habermas no pretende establecer cuáles son los grandes fines de la vida humana ni decir qué acciones debe preferir el hombre para llevar una «vida buena», pues esto pertenece a la vida de cada uno. El objetivo de la ética es tratar sobre la justicia de las acciones.
Es pues, como la de Kant, una ética formal, pero que supera a este porque se construye en el discurso, es decir, en el diálogo racional entre ciudadanos que buscan el acuerdo. La ética habermasiana es una ética dialógica del discurso. Pero, ¿qué significa esto?
Significa que se da una situación en la que se produce una relación simétrica entre los participantes y una posibilidad de crítica y de rectificación de los discursos, y sucede cuando los participantes no se engañan entre sí ni engañan a los otros sobre sus intenciones, está excluido todo privilegio entre los que intervienen y, sobre todo, se da el entendimiento entre los participantes. Y ése es el sentido último de toda acción comunicativa: la orientación al entendimiento y al consenso. La conclusión que se saca de esto puede ser sorprendente: el acuerdo, el consenso, es inherente a todo uso del lenguaje, puesto que todo uso del lenguaje presupone la “situación ideal del habla”, cuyo fin es el entendimiento.
Es desde estos presupuestos desde donde podemos criticar y construir el mundo en que vivimos. Un mundo, dice Habermas, donde no hay una discusión racional de los problemas morales, pues el único criterio de verdad racional es el científico y este no es aplicable a la ética que como sabemos se rige por la racionalidad comunicativa.
Una ética discursiva anclada sobre estas características y considerada así significa:
En primer lugar, que la conciencia moral es intersubjetiva, se forma en el medio social. Esta idea la extrae de las investigaciones psicológicas de Piaget, Köhlberg o Vygotski, que habían señalado la estrecha vinculación entre la formación intelectual y moral del niño y las condiciones sociales y afectivas en las que ésta se despliega.
En segundo lugar, la posibilidad y la necesidad de argumentar racionalmente sobre la corrección o la incorrección de las normas morales. Si solo pudiésemos decir que algo es «bueno» porque a alguien se lo parece sin más, no sería posible el entendimiento moral, y el relativismo impediría cualquier posible discusión sobre cuestiones éticas. La corrección moral de una norma supone que puede ser justificada con argumentos racionales. Caracterizada así, esta ética es cognitivista. Con ello, Habermas pretende eliminar el escepticismo moral que, para él, es la ideología moral más extendida y que conduce a un pragmatismo miope.
En tercer lugar, es una ética procedimental. Es decir, el procedimiento para dirimir si una norma es válida pasa porque merezca la aquiescencia o aprobación de todos los afectados por dicha norma y toda vez que la han examinado racionalmente.
En cuarto lugar, significa que todo juicio moral se rige por las normas de la comunicación y ningún sujeto puede sustraerse a ellas cuando realiza juicios morales. Por ello, el procedimiento racional de justificación es universal. No expresa una concepción concreta de la razón, sino la estructura misma de la forma del argumentar racional.
Como hemos visto, la Escuela de Francfort denunciaba en su primera generación que la racionalidad actual se había convertido en una racionalidad instrumental que dominaba y reprimía aún más al ser humano. Lo que intenta la ética habermasiana es restablecer las legítimas pretensiones del proyecto ilustrado y plantear, a partir de una base de comunicación racional universal, los procedimientos a seguir cuando se emite un juicio moral. La ética no es ya una cuestión de expertos, pues toda persona capaz de lenguaje y acción es competente para discutir sobre la corrección o no de las normas morales.