Valor, Verdad y Virtud
a) La verdad como bien del intelecto
La verdad es lo que es, la realidad misma, las cosas como realmente son fuera de nuestra mente. Los clásicos llamaban a esto “verdad ontológica”. Y llamaban “verdad lógica” a la adecuación del entendimiento a la realidad. De tal modo que uno está en la verdad de algo cuando lo que piensa coincide objetivamente con la cosa en la que piensa. Y dice la verdad no sólo cuando dice lo que piensa, sino cuando lo que piensa se ajusta a la realidad. Pues una cosa es el error, y otra la mentira: uno comete un error cuando dice lo que piensa, pero su pensamiento no se ajusta a la realidad; y miente cuando ni siquiera dice lo que piensa.
Quizá mucha gente no comprende la noción de verdad porque la confunde con la opinión, y a veces, también con la certeza. La opinión es el juicio que cada uno emite sobre la realidad, con cierta pretensión de verdad. La certeza, por su parte, es el convencimiento de estar en la verdad, aunque uno esté de hecho equivocado. Tanto la opinión como la certeza son estados subjetivos del todo relativos al sujeto pensante. En cambio, la verdad es una adecuación a la realidad objetiva. La verdad no es ni tuya ni mía. La opinión sí que es mía o tuya. En rigor, nadie puede tener la exclusiva de la verdad: es de todos aquellos que piensen conforme a la realidad. Aunque ni siquiera esto, porque la realidad nadie puede captarla en toda su amplitud desde una sola perspectiva: conocemos con verdad aspectos parciales de la realidad.
En cualquier caso, lo importante es subrayar que si algo es verdad, lo es con entera independencia de lo que yo diga o de que lo diga quien sea, ya sea Einstein o el Papa. El resultado de un conocimiento verdadero tiene valor con entera independencia de quien haya llegado hasta él. Por ejemplo, el teorema de Pitágoras es completamente independiente de la persona de Pitágoras, no es su verdad: es de todos, sencillamente porque la realidad es así.
La verdad es el bien del intelecto. Santo Tomás decía que el entendimiento se adecúa a la realidad como la materia a la forma. Y añadía: «Debe decirse que una opinión falsa es cierta operación deficiente del intelecto, así como el dar a luz a una criatura deforme es cierta operación deficiente de la naturaleza». Por eso, quien tiene un conocimiento erróneo, en realidad no tiene conocimiento ninguno sobre aquello que cree conocer.
b) Rectitud de vida y verdad moral
La verdad moral, la verdad sobre lo que está bien y lo que está mal, requiere, además de una cabeza que funcione correctamente, una cierta rectitud de vida, porque es difícil, por ejemplo, admitir que uno debe ser fiel a su cónyuge cuando le está engañando y no quiere rectificar. La verdad moral se abraza no sólo con la mente, sino también con la vida. Buena parte del relativismo imperante se debe precisamente a la relajación de las costumbres.
Quien vive instalado en la mentira difícilmente admitirá o se planteará la inmoralidad de su deslealtad, precisamente porque admitirla supondría cambiar de vida o vivir en contradicción consigo mismo. Está mal que alguien se engañe a sí mismo diciéndose que está bien lo que realmente está mal, pero es perverso que se dedique a difundir teorías escépticas o relativistas con el fin de intentar dar soporte intelectual a la propia debilidad.
c) La verdad es la necesidad más profunda del hombre
El hombre no puede vivir sin verdad, precisamente porque es un ser libre. En la Apertura del Curso Académico de la Universidad de Berlín, el 22 de octubre de 1818, Hegel pronunció un discurso sobre la necesidad de la verdad que tiene el hombre. Allí dijo:
«La necesidad más seria es la de conocer. Es aquella por la cual el ser espiritual se distingue del ser puramente sensible, y por esto, es la necesidad más profunda del espíritu, y, por lo tanto, una necesidad universal. (…) hay hoy todavía quienes afirman y pretenden demostrar que no hay conocimiento de la verdad, que Dios, la esencia del mundo y del espíritu, es un ser inconcebible e incomprensible. Se debe, en su opinión, atenerse a la religión, y ésta debe atenerse a la creencia, al sentimiento, a un presentimiento oscuro de su objeto y no aspirar a un conocimiento racional de la verdad».
Un poco más adelante trae a colación a Poncio Pilato, pero esta vez, al contrario que Kelsen, no para alabar su ecuanimidad, sino para criticar su cinismo:
«Han ido tan lejos como Pilatos, el procónsul de Roma, que, oyendo a Cristo pronunciar la palabra “verdad”, le preguntó: ¿Qué es la verdad? como quien sabe a qué atenerse en este punto, como quien sabe, quiero decir, que no hay conocimiento de la verdad».
Acto seguido, Hegel declara que es absurdo jactarse de una posición relativista:
«Y así, este abandono de la indagación de la verdad, que en todo tiempo ha sido mirado como señal de un espíritu vulgar y estrecho, es hoy considerado como el triunfo del talento. Antes, la impotencia de la razón iba acompañada de dolor y de tristeza. Pero pronto se ha visto a la indiferencia moral y religiosa, seguida de cerca de un modo de conocer superficial y vulgar, que se arroga el nombre de conocimiento explicativo, reconocer francamente y sin emoción, esa impotencia y cifrar su orgullo en el olvido completo de los intereses más elevados del espíritu. (…) Este pretendido conocimiento se ha atribuido, no obstante, el nombre de filosofía y nada ha alcanzado mayor éxito cerca de los talentos y caracteres superficiales, nada que acojan con más entusiasmo que esta doctrina de la impotencia de la razón, por la cual su propia ignorancia y nulidad adquieren importancia y vienen a ser como el fin de todo esfuerzo y de toda aspiración intelectual (…) Sostengo que la filosofía tiene un objeto, un contenido real, y este contenido es el que quiero exponer a nuestra vista. (…) El amor a la verdad y la fe en el poder de la inteligencia, son la primera condición de la indagación filosófica».
d) Distinguir entre racionalidad práctica y especulativa
La racionalidad práctica es relativa. Kelsen tiene razón cuando afirma que la verdad sobre los valores es diferente de la verdad sobre los hechos, pero eso no significa que la verdad sobre los valores sea relativa a los sentimientos de cada cual. Decir que el hombre es un ser vivo es una verdad especulativa, que se logra abriendo los ojos y comprendiendo lo que es la vida y lo que es el ser. En cambio, afirmar que el hombre tiene que decir siempre la verdad, o que tiene que ser fiel a sus compromisos, es una verdad moral, que tiene una estructura distinta.
¿Cuál es esa estructura del razonamiento moral? La afirmación de un deber ser presupone el conocimiento de un fin que se desea conseguir. Pero un fin es valioso, no porque se desea, sino porque objetivamente el hombre se hace mejor al conseguirlo. Lo cual presupone una idea de progreso en la vida humana. En el plano físico e intelectual nadie discute que el hombre está en un continuo proceso de desarrollo, pero en el moral muchos dudan de que haya un paradigma o un modelo de hombre bueno o realizado (y, por tanto, no tendría sentido hablar de progreso moral).
El razonamiento moral tiene la estructura común a todo razonamiento práctico: una premisa mayor, que es un fin que hay que conseguir mediante la acción, una deliberación sobre los medios adecuados para conseguir el fin, y una elección o decisión por la que elegimos uno entre los diversos medios para conseguir el fin. El razonamiento práctico será correcto si el medio elegido es el más apto para lograr el fin deseado. Hay, por lo tanto, una relatividad propia del razonamiento moral que no debemos confundir con el relativismo.
En el ámbito de la razón práctica, la correcta elección entre diversos medios legítimos para lograr un fin bueno es algo por definición relativo al fin. Y es opinable en la medida en que haya más de un medio posible y legítimo para conseguir éste. Y esto sucede precisamente con la praxis política, donde muchos medios legítimos pueden ser discutidos para lograr el fin del bien común. Por eso habitualmente no existe una única opción política que sea la correcta. Pero esto no ha de confundirse con el relativismo. Kelsen no tiene razón cuando afirma que los que no defienden el relativismo postulan la existencia de una verdad política única. La verdad política sí que es relativa, y la moral lo es sólo hasta cierto punto.
e) La verdad de los valores: valores y virtudes
Antes hemos hecho referencia a los inconvenientes de utilizar la expresión valores morales, sin embargo, dado que su uso está ya tan extendido, no tenemos más remedio que aceptarlo, pero matizando bien qué entendemos por valores. Los valores son los fines que nos proponemos conseguir en nuestra vida. El relativismo defiende la igual legitimidad de todos los fines que los hombres se propongan con sus vidas, “siempre que no afecten a los derechos de los demás”. Los fines se convierten en valores por el simple hecho de ser elegidos por los hombres: y, cuanto más deseados por los hombres, tanto más valiosos.
¿Es realmente así? ¿Los fines son valiosos porque los elegimos o los elegimos porque son valiosos? El sentido común nos da una primera respuesta: si todos los fines que los hombres se proponen con sus vidas fueran igualmente legítimos, tan valiosos serían los apetitos complementarios de dos sadomasoquistas en el momento de sus relaciones sexuales, como el de la madre Teresa de Calcuta a la hora de atender enfermos.
Frente al relativismo, podemos decir que los valores no son valiosos por el simple hecho de ser deseados por la voluntad, sino porque su consecución nos hace realmente mejores personas. Dicho más claramente, los valores derivan su validez del hecho de ser verdaderos y corresponder a exigencias verdaderas de la naturaleza humana. Por lo tanto, podemos entender el valor como aquella verdad sobre el hombre que inspira el comportamiento de una persona, y el valor será tanto más valioso cuanto mejor persona le haga.
¿Qué relación tienen los valores con las virtudes? Si los valores son los fines, las virtudes son las fuerzas que nos capacitan para lograr los fines. Hay gente con valores verdaderos, con nobles deseos, pero sin fuerza para hacerlos realidad en sus vidas. Hay gente con valores pero sin virtudes morales. Pero lo que no hay es gente con virtudes y sin valores, porque la capacidad para lograr un fin presupone siempre el conocimiento del fin para el que se tiene dicha capacidad. La educación moral consiste, precisamente, no sólo en inculcar valores, sino también en ayudar a forjar las disposiciones que nos capacitan para lograrlos.
¿Y por qué esta reflexión, que parece una obviedad? Porque en este punto, como en tantos otros, el relativismo lleva a situaciones absurdas por contradictorias: la gente se escandaliza de tantos delitos, abusos sexuales, maltratos, corrupción, etc., pero no quiere oír hablar de las virtudes que nos capacitan para evitarlos: castidad, templanza, sinceridad, sobriedad…
f) Instrumentalización de la filosofía: la filosofía se convierte en ideología
En el fondo hay muchos que piensan que si uno está de un lado, se equivoca seguro, diga lo que diga. En cambio, si dijera lo mismo pero adscrito a determinado partido o ideología, su discurso merecería un cierto respeto. Y así ya no se pregunta a nadie qué piensa sobre determinado tema, sino de qué partido es, y entonces se prejuzga su pensamiento.
Como consecuencia del relativismo se politiza el conocimiento: el filosófico, por supuesto, pero también el científico-experimental. Pero lo cierto es que una afirmación sobre la existencia de una realidad será verdadera si esa realidad existe, y falsa, si no existe. Y no es por eso una afirmación de derechas ni de izquierdas, democrática o antidemocrática.
En la bioética, por ejemplo, a veces se ha llegado al extremo de pensar que los que defienden la posibilidad de experimentar con células madre embrionarias son de izquierdas, mientras que los que dicen que es mejor experimentar sólo con células adultas, son de derechas. Esto es un insulto a la inteligencia, a la capacidad de juzgar sobre la verdad o falsedad de las cosas. Lo mismo pasa con la existencia de Dios: o existe o no existe, pero es absurdo pensar que “para mí no existe, mientras que para ti, sí”; o peor todavía, decir que es de derechas afirmar que existe Dios, y de izquierdas negarlo. La verdad no es de izquierdas ni de derechas, no es progresista ni conservadora, no es moderna ni antigua: es sencillamente la adecuación de la mente con la realidad.