1.
Siglo XVII: la edad de la razón
El Renacimiento (s.XVII) surgíó a partir de las crisis, guerras civiles y guerras religiosas.
La unidad religiosa europea se rompíó con la Reforma protestante. La Iglesia católica reacciónó con el movimiento de la Contrarreforma y establecíó la Inquisición. Estos conflictos religiosos provocaron la guerra de los Treinta Años. En 1648 se firmó la Paz de Westfalia, donde se asentó el principio de la tolerancia religiosa.
Políticamente, el s.XVII fue una época de monarquías absolutas, sin embargo, comenzaron a tomar fuerza los movimientos ilustrados, que trataron de limitar el poder de estas monarquías y reclamaban los derechos individuales. España e Italia se estancaron política y económicamente y perdieron su hegemonía, mientras que Francia e Inglaterra se afianzaron como grandes potencias europeas. Países
Bajos fue otro importante centro económico que se consolidó.
En el terreno cultural, la proliferación de libros impresos facilitó que la filosofía entrase en los salones e interesase a las clases cultas. Las universidades, tenían un pensamiento anquilosado y entraron en decadencia. La revolución científica (de Copérnico a Galileo) será la que determine el camino de la filosofia en el Siglo XVII.
El triunfo de la nueva ciencia acabó con la concepción aristotélica del universo y el antropocentrismo.
Además, nacíó el escepticismo que indujo a pensar que nada es lo que parece y que la vida es ilusión.
Este pesimismo tuvo su expresión artística en el arte Barroco: En España, La vida es sueño de Calderón de la Barca (literatura), o el arte de Velázquez (Las meninas) y
Rembrandt, son una muestra de cómo esa apariencia, la duda y el engaño de los sentidos expresan el escepticismo ambiental.
En música destacan Bach, Vivaldi y Pachelbel.
En este contexto, surgirán dos grandes sistemas filosóficos, caracterizados por la búsqueda de certezas y el conocimiento, que se convertirá en el gran problema de la filosofía moderna:
Racionalismo (Francia, Alemania): su modelo era el método matemático;
confiará en la razón como fuente de conocimientos y afirmará que los principios del conocimiento son innatos. Descartes es su fundador.
Empirismo (islas británicas): negará la existencia de ideas innatas y considerará que la experiencia es la fuente y el limite del conocimiento humano
3. René Descartes y el método
3.1 Vida y obra
Descartes, nacido en 1596, en el seno de una familia noble francesa, se propuso encontrar un método como el matemático. Que hiciera de la filosofía un saber definitivo. La finalidad que persigue es convertir a la filosofía en una fundamentación para todo el saber, una ciencia en la que no quepa el error y que acabe con la diversidad de teorías. Cuando estalló la guerra de los Treinta Años, se alistó como voluntario, deseoso de tener nuevas experiencias. Un año después, (en 1619) tuvo en sueños la intuición del método que buscaba y lo interpretó como un llamamiento divino a su vocación filosófica.
Durante años residirá en París, pero en 1629 se retiró a Holanda, buscando la tolerancia y el alejamiento de la vida social que le permitiesen trabajar. Escribíó por entonces un tratado sobre el mundo en el que aceptaba las tesis del heliocentrismo, y que no llegó a publicar al conocer la condena de Galileo por la Inquisición (1633). Esta condena es una muestra del conflicto de la época entre la autoridad y la libertad de pensamiento de la sociedad, dictada por la religión.
Su obra más importante fue el Discurso del método (1637).
En 1649 abandonó Holanda, llamado a la corte de Cristina de Suecia, que deseaba ser instruida en su filosofía. La dureza del invierno sueco y la costumbre de la reina de conversar a las cinco de la mañana hicieron enfermar a Descartes, que murió en 1650.
La filosofía cartesiana (racional) supondrá el comienzo de la filosofía moderna.
3,2 El proyecto cartesiano; la unidad del saber
El proyecto de Descartes consiste en construir mediante la razón un sistema de proposiciones ciertas, fundamentado en principios verdaderos e indudables. El modelo tiene como referente a las matemáticas, una ciencia en la que la mente pasa de verdades evidentes a otras deducidas a partir de las primeras. Descartes consideraba que era posible conseguir una representación matemática del mundo por este procedimiento, y llegó a plantear en sus Principios una ciencia general que explique todo lo que podemos preguntarnos sobre el orden y la medida (mathesis universal). La premisa dice que existe un método científico universal, porque la razón es una y la misma para todos los seres humanos. Este principio de la unidad de la razón garantiza que el saber sea también uno: hay una sola ciencia con diversas ramificaciones y, por tanto, un único método científico aplicable a todas las ramas del saber.
3.3 El método (objetivo-›metafísica)
En su búsqueda del método, Descartes se plantea, la necesidad de conocer la razón para aplicarla correctamente.
La razón conoce gracias a dos operaciones fundamentales: la intuición, instinto natural que permite conocer un concepto con total claridad y distinción; y la deducción, cadena de conexiones necesarias que se establece a partir de intuiciones.
El método consistirá, en una serie de reglas que garanticen el empleo correcto de estas dos operaciones de la mente:
–
Evidencia:
No precipitarse ni admitir únicamente como verdadero aquello que se presente a nuestra razón como evidente.
La carácterísticas de la evidencia son la claridad y la distinción: una idea es clara cuando la mente la percibe sin obstáculos, y es distinta cuando la percibe separada de cualquier otra idea.
Análisis:
Descomponer los conocimientos hasta llegar a los elementos más simples, de manera que podamos llegar a percepciones claras (intuiciones).
–
Síntesis:
A partir de las ideas simples y evidentes (percibidas por intuición), empezar un proceso de deducción hasta llegar a reconstruir los conocimientos más complejos.
–
Enumeración:
Revisar y comprobar todo el proceso de análisis y síntesis (hasta que estemos seguros de no omitir nada).
Las reglas del método que propone Descartes suponen poner en duda todo el saber tradicional y aceptar únicamente aquel principio que resista toda crítica. De ahí que la duda sea el punto de partida de toda la filosofía cartesiana:
La duda metódica
La duda es una exigencia del método en el momento del análisis: al buscar los elementos más simples del conocimiento para encontrar verdades evidentes que resistan toda duda, Descartes pone en cuestión todo conocimiento comúnmente aceptado, contra
la razón. La duda cartesiana tiene características propias:
–
Es universal y radical:
afecta a todo lo que permite una duda, y cuestiona todas las certezas, por evidentes que paparezcan.
–
Es metódica y no escéptica
La duda escéptica es una duda permanente, mientras que la cartesiana es provisional y un punto de partida para buscar la certeza. Es una duda metódica porque forma parte del método: un instrumento para alcanzar la verdad y construir la filosofía.
–
Es teorética:
sólo debe afectar al nivel de la reflexión filosófica, y no al de las creencias y la conducta.
Para justificar la necesidad de esta duda universal, Descartes argumenta con una serie de razones:
–
El engaño de los sentidos
Debemos dudar del conocimiento sensible, puesto que los sentidos nos engañan a veces y no seria prudente fiarnos de ellos.
–
La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño
Descartes recurre a uno de los tópicos del Barroco, la vida como sueño: podríamos estar soñando lo que creemos estar viviendo y confundir sueño y realidad.
-La hipótesis de un genio maligno que nos engaña y nos hace equivocarnos en nuestros propios razonamientos, incluso los que parecen evidentes, ya sea dormidos o despiertos. Sin embargo, la duda cartesiana no puede cuestionar la propia existencia del sujeto que
piensa y duda, pues la duda es origen de éste individuo.
3.4 La moral provisional
Mientras Descartes elabora el método, propone para si mismo una moral provisional que pueda servirle como filosofía práctica (ética). Consiste en 4 máximas:
–
Obedecer las leyes y costumbres del país, seguir la religión tradicional y, en general, las opiniones más aceptadas y moderadas.
• Una vez que se ha aceptado una opinión, ser firme y resuelto en seguirla.
– Vencerse a sí mismo antes que a la fortuna (acontecimientos que no siempre podemos controlar).
– Revisar todas las ocupaciones posibles para elegir la mejor. Descartes opina que la razón, es la ocupación más propia del hombre.
Se trata, pues, de una ética del sentido común, que renuncia a ser crítica con la moral tradicional, la religión o la política. Descartes nunca llegó a formular dicha moral definitiva.
3.5 La metafísica: las tres sustancias
Una vez formuladas las reglas del método y la moral provisional, Descartes está ya en condiciones de construir los cimientos del saber, es decir, la metafísica.
La sustancia pensante: «Pienso, luego existo»
Es posible que nos engañemos (dice Descartes) en todo cuanto pensamos, pero, por el hecho mismo de pensar y dudar, es necesario admitir que yo, que pienso y dudo, existo: «Pienso, luego existo» (cogito, ergo sum). Descartes aplicará un criterio de verdad a partir de ahora: aceptará como verdadero todo aquello que se le presente a la mente con la misma claridad y distinción.
A partir de aquí, empieza la fase deductiva del sistema cartesiano
Descartes solo puede partir del pensamiento para demostrar la realidad. En el pensamiento, encuentra las ideas que piensa el yo.
Descartes entiende que todas las ideas son igualmente reales pues son actos mentales (realidad subjetiva). Pero no todas tienen la misma realidad si se considera que la idea representa un objeto (realidad objetiva). Así, por ejemplo, no tiene la misma realidad objetiva la idea de árbol que la idea de caballo con alas.
Pensar, garantiza la realidad subjetiva de las ideas puesto que existen en mi mente, pero pueden no tener realidad objetiva.
Para llegar a saberlo, Descartes investiga el origen de las ideas, y en función de ese origen las divide en tres tipos:
Adventicias
Las que me llegan de la experiencia externa (ideas de las cosas naturales, como la de árbol o caballo).
–
Facticias
Las que construye la mente a partir de otras ideas (ideas que crea la fantasía-›caballo con alas).
–
Innatas
Ideas claras y distintas cuyo entendimiento parece encontrarse en si mismo, pero no las construyen la mente ni proceden de la experiencia, se nace sabiéndolas (idea de infinito).
La sustancia infinita: Dios
Entre las ideas innatas, Descartes encuentra la idea de infinito, porque se percibe a si mismo como un ser limitado, imperfecto, y finito. Según él, el concepto de finito proviene de la idea de infinito, innato: «ha tenido que ser puesta en mi por una naturaleza más perfecta que yo, porque la causa de la idea de una sustancia infinita solo puede ser una sustancia infinita (Dios)». A partir de la presencia de la idea de Dios en la
mente, Descartes prueba su existencia mediante dos argumentos fundamentales:
–
El argumento de la objetividad de las ideas
Las ideas requieren una causa real proporcionada. Por ejemplo, la idea de un ser más perfecto que yo, solo puede haber sido puesta en mi, por un ser que reúna todas las perfecciones que yo pueda pensar (Dios).
–
El argumento ontológico que Descartes toma de san Anselmo:
todos tenemos la idea de Dios como un ser que reúne todas las perfecciones. Una de las perfecciones es la existencia; por tanto, Dios ha de existir (si no, no seria un ser perfecto).
Una vez demostrada la existencia de Dios, queda garantizado el principio de evidencia, porque Dios, en su infinita bondad, no permitiría que me equivocara al percibir algo con absoluta claridad y distinción. Dios encuentra así, su papel fundamental en la filosofía cartesiana: ser la garantía de toda verdad. Es la veracidad de Dios (y no ya la evidencia), lo que va a sostener la filosofía cartesiana. Gassendi, uno de los adversarios de Descartes de la época, lo acusó de incurrir en un circulo vicioso: no es posible poner a Dios como garantía del principio que se ha seguido para llegar a la propia existencia de Dios.
La sustancia extensa: el mundo
A partir del cogito (pensamiento), Descartes no ha podido demostrar la existencia de la realidad.
Sin embargo, para él, la veracidad de Dios garantiza que la realidad existe: si el mundo que causa nuestras sensaciones fuese falso, Dios nos estaría engañando pues él nos ha dado la inclinación al pensamiento de que sí existe, y en consecuencia, no seria Dios, sino un genio engañador.
Descartes demuestra que Dios no puede engañarnos pues es un ser perfecto. Esto es fundamental para confiar en su veracidad como garantía de la existencia de la realidad.
Ahora bien, lo que Dios garantiza del mundo son las cualidades primarias: extensión* figura y movimiento; cualidades objetivas sobre las que es posible tener un conocimiento claro y distinto.
*La extensión es medible y cuantificable y todo cuerpo es extenso-›Descartes geometriza los cuerpos.
Las cualidades secundarias, como el color, el olor o el sonido, son subjetivas (las cosas las causan en nosotros). En consecuencia, Descartes elimina cualquier «fuerza» que actúe desde el interior de los cuerpos.
El movimiento del universo se explica recurriendo a Dios como causa primera: Dios creó la materia y con ella el movimiento, que se conserva invariable en el universo. Descartes deduce esto de la inmutabilidad divina.
Las leyes fundamentales de la física se deducen también de la inmutabilidad divina:
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Primera ley: principio de inercia
Un cuerpo se conserva en el mismo estado y solo cambia por la acción de una causa externa.
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Segunda ley:
principio de dirección del movimiento. Todo cuerpo en movimiento tiende a moverse en línea recta.
–
Tercera ley
Principio de conservación del movimiento, Si un cuerpo en movimiento se encuentra con otro cuerpo, cambia de dirección o arrastra al otro cuerpo si tiene más fuerza, pero la cantidad de movimiento permanece constante en cualquiera de los dos casos.
En el universo de Descartes no hay causas finales: todo se explica por leyes mecánicas.
El mundo, una vez creado, marcha solo según estas leyes.
Esta concepción del mundo como una máquina recibe el nombre de mecanicismo. Con sus tesis mecanicistas, Descartes intenta fundamentar la física moderna y explicar todos los fenómenos del universo y su estructura.
El mecanicismo cartesiano se extiende incluso a los cuerpos vivos: plantas, animales y hombres. Los animales no son otra cosa que materia en movimiento. Descartes los concibe como autómatas sin alma, aunque perfectos, pues han sido creados por Dios.
Los fenómenos biológicos quedan reducidos a los físicos, y ese mecanicismo se aplica también al cuerpo humano.
La comunicación de las sustancias
A partir del pensamiento, Descartes llega a la existencia de tres sustancias, cada una definida por una cualidad que es inseparable de la misma sustancia:
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Sustancia pensante (res cogitans) -el yo o el alma-, a la que corresponde el atributo del pensamiento,
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Sustancia infinita (res infinita) -Dios-, a la que corresponde la perfección.
–
Sustancia extensa (res extensa) -los cuerpos, la materia-, a la que corresponde la extensión.
Descartes define el concepto de sustancia como aquello que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para existir. En un sentido absoluto esa definición corresponde únicamente a Dios, que es la única que verdaderamente no necesita de nada más para existir pues es perfecto. Ahora bien, podría aplicarse también a las otras dos sustancias que son independientes la una de la otra.
Por conclusión, en el ser humano hay dos sustancias separadas: cuerpo y alma (dualismo antropólógico).
Esta independencia se justifica como una de las primeras ideas innatas, puesto que la mente la percibe con absoluta claridad y distinción.
Sin embargo a pesar de ser diferentes, es evidente que entre el alma y el cuerpo hay una comunicación que Descartes se ve obligado a justificar. Recurrirá entonces a la glándula pineal, situada en el cerebro, como el punto en el que el alma acciona sobre el cuerpo como desde un puesto de mando.
Descartes no tenía una idea clara y distinta sobre esto y el problema de la comunicación de las sustancias quedará, abierto, hasta que otros filósofos racionalistas lo intentasen
salvar.
El dualismo cartesiano separa el alma del cuerpo de manera mucho más radical que
Platón, al considerarlos sustancias autónomas e independientes.