LA CRÍTICA DE NIETZSCHE A LOS FILÓSOFOS:
La filosofía de Nietzsche es el intento de hacer de la vida lo absoluto. Nietzsche, como Marx, será un filósofo crítico, pero él está interesado en hacer una crítica a la cultura occidental sobre la base de que los valores que sustentan nuestra civilización revelan una vitalidad decadente, enfermiza, incapaz de encontrar nuevas y más elevadas metas a la humanidad, y que, por detrás de este progreso, no hay más que estancamiento y mediocridad espiritual. Esto lo expresa Nietzsche hablando de la “decadencia de occidente”. A Nietzsche le parece que la moral occidental es la moral judeocristiana y esta “moral de esclavos” ha surgido como inversión de la “moral de señores” que ha surgido según Nietzsche del resentimiento, del odio al superior, del espíritu de venganza. Es una moral reactiva, expresión de un hombre que en lugar de afirmarse a sí mismo o a la vida, niega, dice “no” a lo distinto, a todo lo que la “moral de señores” había establecido como bueno. Nietzsche critica el monoteísmo (el «monótonoteísmo») que representa para él el extravío de los sentidos, el invento de un transmundo, la desvalorización del verdadero mundo y la máxima hostilidad a la naturaleza y a la voluntad de vida, además, dirige en especial su crítica al cristianismo. En Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral Nietzsche aborda la crítica desde un plano epistemológico. Aborda aquí Nietzsche el problema de la verdad. La investigación sobre la verdad está estrechamente unida a la investigación acerca del entendimiento (verdad y falsedad se producen en el juicio que constituye el acto del entendimiento) y es preciso referirse a su naturaleza y funciones. El entendimiento y el conocimiento es el principal objeto de orgullo y vanagloria parta el hombre. Éste los cree el centro del mundo pero en realidad no hay misión ulterior para el intelecto, ha habido momentos en que no ha existido y nada va a pasar cuando deje de existir. El hombre sólo conoce la superficie de las cosas, no se conoce ni así mismo ni a su cuerpo. El individuo, en la medida en que quiere conservarse frente a lo demás tiende a fingir, pero puesto que el hombre tiende a vivir en sociedad ha de evitar esta guerra de todos contra todos y para ello acepta un lenguaje. El lenguaje proporciona el primer paso para la consecución del impulso a la verdad ya que proporciona las primeras leyes de la verdad al establecer designaciones uniformemente válidas y obligatorias. Cuando no se usan las designaciones válidas del lenguaje, cuando no se respetan las convenciones hay mentira. Según Nietzsche, al hombre no le molesta la mentira, sino la mentira que perjudica, tampoco ansía la verdad en sí, sino la verdad que tiene consecuencias agradables. El lenguaje no expresa la realidad ni las designaciones las cosas, sino las relaciones de las cosas con los hombres y convierte estas designaciones en válidas para todos los individuos. Las cosas fuera de nosotros nos producen una excitación nerviosa que se traduce en una imagen mental para cuya designación el hombre hace uso de un sonido articulado o término. Esta designación supone, por lo tanto, primero, la transposición de una excitación nerviosa a una imagen (primera metáfora) y luego, una nueva transformación de la imagen en un sonido articulado (segunda metáfora). Toda palabra se convierte en un concepto en cuanto no designa la experiencia singular en la que ha tenido su origen, sino innumerables experiencias parecidas pero diferentes. Al olvidar las diferencias se supone la existencia de una forma, de una esencia, un arquetipo del cual las cosas individuales son copias imperfectas y que es su causa. Ahora bien, la naturaleza no conoce formas, conceptos ni géneros; sólo cosas inaccesibles para nosotros. Formados los conceptos, el hombre puede instituir un orden piramidal de castas y grados, subordinar unos a otros, delimitar perfectamente unos de otros. Pero esta verdad es antropomórfica y no contiene en sí un solo punto que sea verdadero independientemente de los hombres. La verdad es sólo un conjunto de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en definitiva, ilusiones de las que se ha olvidado que lo son. La verdad se basa en el olvido de que las metáforas intuitivas originales no son más que metáforas y las toma por las cosas mismas. Gracias a que el hombre olvida que él ha sido el sujeto artísticamente creador del sistema de conceptos vive con calma y seguridad. Al hombre le cuesta reconocer que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente y que no se puede establecer cuál es la percepción correcta. La consideración de que la verdad no es más que una ilusión, es algo que permanece prácticamente sin cambios a lo largo de la obra de Nietzsche; se trata, pues, de una ficción útil, esto es, justificada desde el punto de vista biológico. Nietzsche llama a estas ficciones útiles perspectivas: el nacimiento y el desarrollo de la Lógica. Puesto que el conocimiento discursivo y el devenir constante se excluyen entre sí, el hombre se ha visto obligado a mantener como hipótesis la existencia de cosas idénticas y el nacimiento de la Lógica ha sido posible gracias a un instinto de falsificación consistente en el olvido de las diferencias en favor de lo común y de lo igual, y en el supuesto de que esos casos comunes existen, es decir, en la creencia de que hay casos idénticos. En esto consiste la voluntad de verdad: en la voluntad de engaño y, al mismo tiempo, de olvidar el origen de tales ficciones. Pero, puesto que la vida es “lo que tiene que superarse a sí mismo”, la utilidad de la ficción no es eterna y aquel olvido tendría que durar sólo lo que dura la utilidad de la ficción. El hombre ha de darse cuenta de que la realidad auténtica es el devenir y de que la razón humana no podría jamás abarcarlo, totalizarlo, ni simplificarlo en sus categorías. En El crepúsculo de los ídolos Nietzsche ataca el aspecto ontológico. Nietzsche resume los rasgos de la imagen de Sócrates afirmando que éste procede del pueblo bajo, que es plebeyo de origen y de sentimientos, que es feo. Sócrates es, exteriormente, un monstruo, y tuvo que convertirse en un monstruo también interiormente, según piensa Nietzsche. Nietzsche interpreta la muerte de Sócrates incluso como una voluntad de autoaniquilación. En el capítulo titulado La razón en la filosofía, Nietzsche hace una crítica global a la filosofía occidental de raíz platónica, pues, como consecuencia de su equivocada hipervaloración de la razón y del concepto, ha sido víctima de una doble confusión: a) La filosofía occidental ha considerado como lo verdaderamente real lo que no es sino un mundo imaginado, y ha considerado lo que efectivamente constituye lo real como aparente.
Nietzsche dice que es idiosincrasia de los metafísicos, en primer lugar, “su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo”. Significa la tendencia a la permanencia estática, a la intemporalidad, a la petrificación, y alude también con esto a que Platón fue seducido en Egipto por los sacerdotes y hecho extraño a la auténtica esencia helénica. El egipticismo de los filósofos es su odio a la noción misma de devenir. Nietzsche denuncia el desprecio de la metafísica por los sentidos. Los metafísicos consideran que los sentidos muestran lo pasajero y ven en ellos y en la sensibilidad en general los enemigos del pensar, algo mentiroso que nos aturde; por esto los metafísicos opuestos a los sentidos y su testimonio, han afirmado un mundo suprasensible y lo han adornado con los predicados más elevados, como el ser eterno, imperecedero e intemporal. b) La filosofía occidental ha considerado el concepto, lo último que aparece en el proceso del conocimiento, y por ello lo más alejado de la realidad, como lo primero, y ha pretendido comprender la totalidad de lo real a partir de los conceptos, cuando el concepto sólo puede entenderse a partir de lo real sensible. Nietzsche afirma que la otra idiosincrasia de los filósofos es confundir lo último y lo primero, es poner como comienzo, lo que viene al final, los conceptos más generales. Esto es, colocan estos conceptos, que no son sino el último humo de la realidad que se evapora, como lo primero, como lo absolutamente real, como la base del orden jerárquico de la realidad. Los conceptos se originan por abstracción, es decir, eliminando diferencias, a partir de las percepciones sensibles que son siempre distintas, a medida que ascendemos en la generalización del concepto, más diferencias quitamos y el concepto más vacío resulta; cuando llegamos a los conceptos más generales como son los conceptos de ser, de lo uno, de lo bueno, de lo perfecto, de lo verdadero, etc., entonces en ellos no queda nada de la realidad, son puros esquemas mentales vacíos de contenido. Por otra parte, los filósofos, al conferir a estos conceptos el grado supremo de realidad, piensan que no pueden venir de lo inferior, de ahí que los consideren como incausados, y no sólo eso sino que tienden a identificarlos. Así construyen el concepto de Dios, que es el ser uno, perfecto, bueno, verdadero. Nietzsche resume en cuatro tesis toda la crítica a la metafísica tradicional al final de este capítulo desarrollada en los parágrafos precedentes, que no es otra que su crítica a la división de la realidad en dos mundos distintos: el mundo verdadero, uno, eterno, inmutable, objeto de la razón y criterio último del ser, de la verdad y del bien, y el mundo aparente, múltiple, temporal y cambiante, objeto de los sentidos, subordinado a aquél otro respecto del cual es aparente. Desde Platón se ha considerado que la razón (El Bien, Dios) era el principio y fundamento de todo lo real y, en consecuencia, de la vida humana; Nietzsche piensa justamente lo contrario: el ser, lo que existe, es voluntad de poder, un conjunto de fuerzas ciegas que pugnan por imponerse unas sobre otras, voluntad de ser más, de superarse, de demostrar una fuerza siempre creciente. La razón es un mero instrumento de sólo uno de los innumerables seres vivos que existen, el hombre, que, como las garras en el depredador, ha surgido al servicio de la vida propia de éste, pero no para someterla, sino para impulsarla, para hacerla más plena; es, por tanto, ilusorio creer que la razón capta la verdad objetiva, y es signo de vida decadente, enferma, someter los impulsos vitales a la razón, en lugar de utilizarla para plenificarlos.