Libertad y Moralidad en la Filosofía de Descartes
Esquema argumentativo:
Introducción: ¿Puede haber moral sin libertad? ¿Y es posible la libertad en un universo mecanicista?
Desarrollo:
- La teoría mecanicista del universo
- El dualismo antropológico
- Las pasiones humanas
- La voluntad o libertad
- La necesidad de la moral y sus máximas
Conclusión: Distinción entre razón teórica y razón práctica. Certeza moral y certeza metafísica. Conveniencia de actuar con decisión y firmeza en el campo de la moral, aunque carezcamos de certezas absolutas.
Introducción
¿Puede haber moral sin libertad? Y, ¿es posible la libertad en un universo mecanicista? Descartes superará este dilema mediante su teoría del ser humano como un compuesto de dos substancias: el cuerpo (res extensa) y el alma (res cogitans). Aunque el cuerpo es una máquina determinada por las leyes inmutables de la física, como alma o pensamiento el ser humano no puede reducirse a una explicación mecánica. Como substancia pensante poseemos razón y voluntad, y no solo extensión. La moral de Descartes supone el desarrollo de una metafísica de la libertad: propone la conquista de la propia libertad mediante el cultivo de la razón para alcanzar la verdad. La verdad no es algo meramente teórico, también incluye una sabiduría que nos permita guiarnos con seguridad en la vida.
Desarrollo
La Teoría Mecanicista del Universo
(1) La concepción cartesiana del universo es mecanicista. La teoría mecanicista de la naturaleza explica los fenómenos naturales como movimientos mecánicos de cuerpos en el espacio. Concibe la naturaleza como una gran máquina. Dios ha creado el universo material, la res extensa, y la ha dotado de movimiento. La cantidad de materia y de movimiento permanecerá constante e inalterable, puesto que Dios es inmutable y desde el momento de la creación no vuelve a intervenir. La materia extensa es divisible indefinidamente dando lugar a todas las clases de seres materiales existentes. No existen diversidad de materias. El choque y el roce de los cuerpos hace que se produzcan unas “limaduras” muy sutiles de materia que llenan todos los huecos. Al no existir el vacío, el movimiento se transmite necesariamente de un cuerpo a otro por contacto. La física cartesiana es una física de la cantidad y del movimiento, los cuales se representan geométricamente. También el mundo orgánico: plantas, animales y el propio cuerpo humano, son también máquinas que se rigen por las leyes universales y necesarias de la física.
El Dualismo Antropológico
[2] Desde esta perspectiva, el dualismo antropológico cuerpo-alma es fundamental para Descartes, puesto que le permitirá salvar la libertad del ser humano dentro de un universo mecanicista. Así pues, el ser humano es un compuesto de dos sustancias: el alma (res cogitans), cuyo atributo esencial es el pensamiento, y la materia (res extensa), cuyo atributo esencial es la extensión. Para Descartes el yo, entendido como cosa que piensa, está unido íntimamente al cuerpo, tan unido como si fueran “una sola cosa”, pero al mismo tiempo el alma es completamente diferente e independiente del cuerpo y puede existir sin él (es inmaterial e inmortal). Por ello, el alma no se encuentra sometida a las leyes necesarias del universo mecanicista. Nuestro cuerpo es una máquina muy compleja, pero está sujeto a las mismas leyes de la materia, por lo que carece de libertad. Descartes considera que la unión del cuerpo-alma y su acción recíproca es muy difícil de explicar. Recurre a una explicación fisiológica: en la parte más baja del cerebro se encuentra una glándula llamada pineal que es donde se produciría el contacto o interacción cuerpo-alma. Esta explicación es muy poco satisfactoria y es uno de los puntos débiles del pensamiento cartesiano.
Las Pasiones Humanas
[3] Descartes entiende la relación del alma con el cuerpo como un combate entre los apetitos naturales o pasiones, que son propios del cuerpo, y las facultades propias del alma, es decir, la razón y la voluntad. Las pasiones son percepciones y sentimientos que afectan al alma, pero son causadas por las fuerzas vitales y las tendencias del cuerpo.
Al ser generadas por el cuerpo, las pasiones se caracterizan por ser involuntarias, pues no dependen del alma racional, e irracionales, ya que no proceden del dictamen de la razón y obligan a la voluntad a establecer una lucha contra ellas para tenerlas bajo control. Para Descartes las pasiones no son buenas ni malas, pero su exigencia de ser satisfechas de forma inmediata y su fuerza obligan a la voluntad a encauzarlas racionalmente. Por tanto, serán buenas o malas en función del uso que se haga de ellas. En este combate, la razón es la encargada de proporcionar el conocimiento y los juicios para que la voluntad pueda conducir adecuadamente las acciones de la vida.
La Voluntad o Libertad
[4] La razón y la voluntad son dos funciones del alma. La razón o buen sentido es la facultad de juzgar y de tener intuiciones de las verdades claras y distintas. La voluntad o libertad es la facultad de afirmar o negar, es decir, de elegir. En esta segunda facultad es donde reside la posibilidad del error, puesto que a veces puede afirmar con precipitación, mientras que otras puede negar por prevención ideas claras y distintas. Descartes sostiene que la existencia de la libertad es algo evidente y es la máxima perfección del ser humano. Es la que nos puede llevar a la verdad o al error, al bien o al mal, según la utilicemos. La plena libertad consiste en que la voluntad elija aquello que la razón le presenta con claridad y distinción, es decir, en el sometimiento de la voluntad a la razón, tesis central de la moral cartesiana.
La Necesidad de la Moral y sus Máximas
[5] Cuando Descartes somete a duda todos sus conocimientos, su mayor preocupación es saber qué principios morales van a guiarle en la vida diaria mientras encuentra principios absolutamente verdaderos. Nosotros podemos suspender nuestros juicios, pero no podemos suspender nuestros actos, no podemos dejar de tomar decisiones en nuestra vida diaria. Por ello, hemos de proveernos de una moral: precisamos normas para dar respuesta a una necesidad que no podemos suspender: “vivir con la mayor dicha que pudiera”. La moral cartesiana tiene tres reglas y una conclusión.
- La primera regla es “obedecer las leyes y costumbres de mi país” y “rigiéndome en todo lo demás con arreglo a las opiniones más moderadas y más alejadas del exceso”. Recogiendo la prudencia aristotélica del término medio, debemos imitar a los moderados y sensatos antes de dejarnos llevar por el amoralismo o la falta de normas. Esta máxima nos alerta para que nos mantengamos a salvo de todo compromiso que enajene nuestra libertad y nos induce al ejercicio de un pensamiento independiente.
- La segunda “era ser en mis acciones lo más firme y lo más resuelto que pudiese”. Recogiendo el consejo del estoicismo de Séneca, Descartes nos exhorta a realizar decididamente lo que hemos elegido, aunque no estemos del todo seguros, es decir, actuar aunque cometamos un error antes que la indecisión paralizante e improductiva. En ella se acentúa el poder de la voluntad, de manera que el disfrute de la libertad constituye “la principal perfección del hombre”.
- La tercera regla era “acostumbrarme a creer que no hay nada que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros pensamientos”. Regla claramente estoica que diferencia entre lo que depende de nosotros, puesto que lo podemos controlar y modificar, nuestros juicios, y el mundo, la sociedad, nuestro cuerpo, la riqueza, el poder que se encuentra más allá de nuestra voluntad. Si conseguimos hacernos dueños de nuestros pensamientos y a no vernos afectados por la realidad, alcanzaremos la felicidad (imperturbabilidad del alma). Para Descartes no debemos desear lo que no podamos alcanzar, es decir, debemos ajustar nuestra voluntad a lo que el entendimiento nos presenta como posible.
Finalmente, Descartes establece como conclusión de su moral que de las diversas ocupaciones de los hombres debemos elegir la mejor, que es: “emplear toda mi vida en cultivar mi razón y avanzar, tanto cuanto pudiese, en el conocimiento de la verdad siguiendo el método que me había prescrito”, puesto que conocimiento es virtud. En este punto Descartes recoge el intelectualismo moral de Sócrates y Platón. Por último, destaca que la libertad es el bien más propio y el que más nos interesa salvaguardar, ya que solo de ella nos cabe esperar las mayores satisfacciones.
Conclusión
Cabe destacar, como síntesis de esta exposición, la distinción que la filosofía cartesiana realiza, en todo momento, entre “la investigación pura o indagación de la verdad” (razón teórica) y la “indagación relativa a las costumbres o la regulación del obrar” (razón práctica). En el primer grupo de cuestiones, cabe suspender el juicio y aplicar la duda metódica para encontrar lo evidente (certeza metafísica); pero cuando se trata de vivir, puesto que las circunstancias concretas nos urgen a actuar, nos conformamos con lo probable, puesto que no podemos suspender las acciones (certeza moral). Aunque no tengamos certeza absoluta en el campo moral, debemos actuar con decisión y firmeza. La moral cartesiana es un seguro contra el amoralismo, puesto que el individuo que no sigue una norma firmemente es un hombre irresoluto, gobernado por el azar y las pasiones, que no puede ejercer plenamente su libertad. Es la razón la que debe guiar la voluntad para alcanzar la libertad y la felicidad, una sabiduría de corte estoico que también persigue la filosofía cartesiana.