LA DOCTRINA MORAL DE Kant
Si la teoría del conocimiento kantiana buscaba determinar los límites del conocimiento fundado, la filosofía moral se inicia con el cometido de responder a las más vitales cuestiones sobre el hombre, así como a intentar cubrir el hueco dejado por el abandono de metafísica como ciencia teórica. El universo de lo humano, presenta dos elementos que no pueden ser estudiados por los medios interpretativos. Por tanto, si el hombre tiene la necesidad de construirse un mundo honroso para sí, se hace necesaria una disciplina que busque averiguar cuál es el camino más digno. Llamaremos a esta parcela de saber, indistintamente, ética o moral.
Kant resume las grandes preocupaciones del hombre en tres preguntas, la primera (¿Qué puedo saber?), la segunda y la tercera (¿Qué debo hacer?, ¿Qué puedo esperar?). Hemos dicho que la moral ha de cimentar su base sobre algo universal.
Tal punto debe ser a priori y del que no quepa dudar. Las éticas materiales son aquellas que justifican la acción en función de una idea previa. Se trata de éticas que explicitan con detalle cuales son los actos correctos y cuales no lo son. Kant quiere establecer una moral formal que investigue no un listado de mandatos, desde fuera de la voluntad, la muevan a actuar. Esta distinción entre ética material y ética formal, está íntimamente ligada a la distinción voluntad heterónoma y autónoma. Voluntad heterónoma es aquella que se mueve en función de impulsos. Voluntad autónoma es aquella que se determina a obrar desde sí misma.
Una moral universal debe estar basada en algún principio a priori interno a ella misma. ¿Cuál es el principio que debe determinar a la voluntad y que garantiza la moralidad de toda actuación? Este principio es el deber. Obrar por deber es actuar por el puro respeto a la ley.
Una cosa es obrar conforme al deber (legalmente) y otra obrar por deber (moralmente). Un comerciante, obra, efectivamente, conforme al deber, pero puede que lo haga por interés propio (para aumentar su clientela). Para obrar por el deber debe realizar tal acción por el puro principio universal de la honradez. De este modo, una persona actúa por deber cuando su voluntad se ve determinada únicamente por la ley.
La noción de deber está íntimamente relacionada con la de buena voluntad. Definimos la buena voluntad como el querer hacer lo que se debe, como aquella que actúa por deber. Hemos dicho que el puro respeto a ley ha de ser lo único que determine a una voluntad buena, dado que la moral kantiana es formal. La ley moral o principio formal practico simplemente dice así: yo debo obrar de tal manera que pueda querer que todos los demás actúen del mismo modo.
La ley moral nos ofrece un desiderátum de nuestra actuación. Pero lo cierto es que, en muchas ocasiones, nuestra voluntad se ve determinada no por la ley moral sino por máximas. Una máxima es un principio práctico pero que tiene un valor subjetivo. Estas no coinciden a veces con el principio formal práctico. Por eso, la ley moral se presenta como un mandato, un imperativo que nos ordena adecuar nuestras máximas al principio formal practico.
Al analizar los distintos tipos de mandatos imperativos, Kant distingue dos: imperativos hipotéticos y categóricos. Los primeros ordenan lo que debe hacerse para alcanzar un determinado fin. La ley moral ha de venir expresada bajo la forma de imperativo categórico pues es el único modo de que no dependa de condiciones extremas. Kant da tres formulaciones distintas de dicha ley:
– Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal
– Obra como si la máxima du tu actuación debería tornarse, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza.
– Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro siempre como un fin y nunca como un solo medio.
Hemos dicho que, frente a la diversidad de las éticas materiales, Kant pretende fundamentar una ley moral universal basada en un principio que mueva a la buena voluntad ha de ser distinto a las máximas, se nos presenta bajo las forma de imperativo categórico. Se trata de formalismo moral.
Una triple consecuencia de todo lo dicho: los postulados de la razón práctica. Es un hecho que en todas las culturas existen una serie de códigos, en ningún momento se ha negado la existencia misma de tales códigos. Allí donde hay hombres, podemos decir, hay moral. Pues bien, este hecho moral y, por añadidura, toda la nueva fundamentación kantiana del mismo, exige la existencia de tres realidades: la libertad, la inmortalidad del alma y Dios.
Kant los llama postulados porque, aunque incognoscibles para la razón teórica, pueden y deben ser admitidos por la razón práctica ya que son las condiciones de posibilidad de un hecho innegable: la moralidad. El que no sean demostrables por el conocimiento teórico es indicio de las limitaciones de este, no de la imposibilidad de ellos.
La libertad es la condición de posibilidad de la ley moral, y sin la primera no existiría la segunda. Si no pudiéramos elegir, sería absurdo el mandato del imperativo moral. Sin embargo ni la absoluta virtud es posible, ni, en esta vida, la virtud conlleva necesariamente la felicidad pues muchas veces los perversos triunfan. Esto significa que el bien supremo, esto es, la uníón entre la virtud y felicidad. La razón práctica, analizando este problema, exige la existencia de la inmortalidad del alma y de Dios como solución a el. Una existencia inmortal amparada por un Dios infinitamente bueno y justo garantiza la consecución plena de la virtud en conexión. Si en la Crítica de la razón pura se había negado el carácter científico de la metafísica por ser suprafenomenica, en la Crítica de la razón práctica se accede a lo neumónico, a lo que está más allá de la experiencia.