Los Filósofos Presocráticos: Arjé, Physis y la Búsqueda del Principio

Dos sentidos de physis:

Los griegos utilizaban el término physis en los mismos dos sentidos en que nosotros usamos hoy la palabra “naturaleza”:

  1. Conjunto de todo lo que hay en el universo, pero que no ha sido fabricado por el hombre, sino que es lo que es de forma espontánea, en virtud de una fuerza interior que lo hace ser así.
  2. Nos referimos al modo de ser de las cosas, en cuanto que es el principio de sus actividades y manifestaciones.

Los primeros filósofos griegos (los “arcaicos”) hablaban de physis en estos mismos dos sentidos, pero con una diferencia: nosotros nos referimos a la naturaleza o modo de ser de tal o cual cosa, mientras que ellos se referían a la naturaleza o modo de ser de todas las cosas a la vez.

Los tres sentidos de arché (principio):

Cuando los filósofos griegos se preguntaban por el “principio” de todas las cosas, lo hacían generalmente en varios sentidos de esta idea de “principio”, sentidos que tenían cierta relación entre sí:

  1. El principio en el sentido del origen a partir del cual se genera todo (o sea, en el sentido de “lo que había al principio”).
  2. El principio en el sentido del sustrato del que todo está hecho, o sea, el constitutivo último de todas las cosas.
  3. El principio en el sentido de la causa generadora de todos los procesos, el motor que produce todas las transformaciones.

Tales de Mileto (s. VII-VI a. C.):

Según él, la arché de todas las cosas es el agua. Dijo esto porque vio que el agua es el principio de la vida: la vida empieza en el agua (el semen animal y humano es húmedo) y los seres vivos necesitan agua para vivir y crecer.

Otra idea suya es que «todo está lleno de dioses». Esto puede entenderse de varias maneras:

  1. Animismo: todas las cosas, incluso las que parecen inanimadas, están animadas por un alma oculta, un espíritu interior.
  2. Hilozoísmo (de hyle, “materia”, y zoon, “animal”): el conjunto del mundo material es como un gran animal, un único gran ser dotado de alma.
  3. Quizá Tales quiso decir (y esto sería una interpretación más acorde con el otro aspecto de su filosofía) que por todas partes brilla una presencia que se oculta, o sea, que todo es, en el fondo, physis, “naturaleza”, “salir a la luz”.

La importancia de Tales (su “significación” histórica) consiste en el hecho de haberse planteado la pregunta por la arché de todas las cosas.

Anaximandro:

Para él, la arché no es «lo indeterminado» (ápeiron), del cual van surgiendo las determinaciones: lo frío y lo caliente, lo húmedo y lo seco; y luego, a partir de aquí, las diferentes combinaciones de estas primeras determinaciones. Así se forman infinitos mundos, que constituyen en conjunto un cosmos, un todo ordenado.

Significa que todas las cosas, cuando nacen, se desprenden del ápeiron primordial, y cuando mueren, se reintegran dentro del mismo.

Llama “justicia” (díke) a la presencia de todas las determinaciones en la unidad del ápeiron primordial, en el que todo estaba reunido y ajustado, y también al hecho de que los seres humanos reconozcan que así es la realidad, o sea, que en el fondo todo es ápeiron; y llama “injusticia” (adikía) a la presencia de las determinaciones como tales (lo frío, lo amargo, este hombre, aquella vaca…), que tiende a oscurecer ese reconocimiento.

Cuando una determinación (por ejemplo, la luz) muere y se reintegra en el ápeiron, es como si “pagase” por la injusticia cometida, reconociendo ahora su verdadera realidad, que consiste en ser ápeiron.

La importancia de Anaximandro estriba en lo siguiente:

  1. En su alto grado de abstracción al considerar el ser (no privilegia como tal a ningún elemento determinado, sino que prescinde de todos ellos y se queda sólo con la idea abstracta de lo indeterminado).
  2. En que es la primera doctrina que habla de la unidad de los contrarios, presentándolos superados, fundidos y como “reabsorbidos” en una realidad unitaria. Es una idea que reencontraremos luego, aunque de diversas maneras, en otros filósofos.
  3. En la mencionada dualidad de planos y de actitudes: la del filósofo y la del que renuncia a hacer filosofía.

Doctrina del número como arché:

La arché es el número. Partieron de observaciones muy simples: armonías y regularidades en la música y en el movimiento de los astros. Recordemos que el ser es “salir a la luz”, y para un científico una cosa sólo “sale a la luz” cuando se llega a expresar matemáticamente sus relaciones.

Cada número tenía un valor propio, no sólo cuantitativo, sino cualitativo: 1, 2, 3, 4, 10, etc., con significaciones geométricas para los cuatro primeros.

El 1, la unidad, era el punto, y constituía la arché por excelencia, ya que era el origen de todos los demás números, los cuales, además, se van formando agregando una unidad al anterior. El 2 era la oposición a la unidad y representaba la línea, entendida como separación entre dos puntos. El 3 era la superficie y la recuperación de la unidad, pues con tres puntos se puede formar el polígono más sencillo, el triángulo, y además toda superficie puede reducirse a una yuxtaposición de triángulos. El 4 era el volumen, ya que cuatro puntos en el espacio determinan la figura voluminosa más simple, que es la pirámide triangular, y además cualquier volumen se reduce, en último término, a una yuxtaposición de pirámides triangulares. En fin, la suma de los cuatro primeros números da 10 (1 + 2 + 3 + 4 = 10), y con este número se podía formar la figura llamada tetraktys, que era igual mirada por cualquiera de sus tres lados, y que estaba considerada como sagrada:

Parménides: El poema “Sobre la naturaleza”: la introducción y las dos vías

Escribió un poema, titulado Peri physeos (“Sobre la naturaleza”). Comprende dos partes:

  1. Trata de la vía de la verdad (aletheie): la que sigue el filósofo, que busca el ser de todas las cosas.
  2. Trata de la vía de la opinión (dóxa): la que siguen “los mortales”, o sea, la mayoría de los seres humanos, que se despreocupan del ser y se quedan en las cosas.

A) La vía de la verdad:

Aquí hay dos afirmaciones importantes, oscuras y aparentemente contradictorias:

  1. “Que es, y no es no ser”. O sea, que el ser es, el no-ser no es, y el ser es la negación del no-ser. El ser “es” significa que aparece, se manifiesta, sale a la luz. El no-ser no es significa que el no-ser no aparece, que no existe. Además, el ser es siempre negación del no-ser: así, la luz es negación de la oscuridad, lo vivo es negación de lo no-vivo, etc.
  2.  “Que no es y que no-ser es preciso”. Significa que el no-ser, la nada, no es, no existe; y sin embargo… llevamos un rato hablando del no-ser. ¿Por qué? Porque para entender lo que algo es, hemos de referirlo a su contrario: así, para hablar de la luz, hemos de referirnos a la oscuridad; para hablar de la vida, hemos de referirnos a lo que no está vivo, etc. Pues bien, para hablar del ser hemos de referirnos al no-ser, o sea, de alguna manera es preciso que el no-ser “sea”, “aparezca”, “salga a la luz”, no en la realidad de las cosas, pero sí al menos en nuestro pensamiento.

Interpretación de Parménides y comparación con Heráclito

  1. Literalmente to eón, participio de presente del verbo einai (“ser”), en género neutro, es “lo que es”, “lo ente”, “lo existente”.
  2. Pero el neutro puede significar a veces en griego la cualidad abstracta correspondiente a la idea representada por una palabra (to kalón, por ejemplo, puede significar “lo bello”, pero también “la belleza”). Según esto, to eón puede significar también “el ser”, es decir, “lo que tienen los entes” (igual que las cosas redondas tienen “redondez”, o los seres vivos tienen “vida”, así también las cosas que existen tienen “ser”).

a) Si to eón se traduce como “el ente” o “lo ente”, entonces, como Parménides dice que to eón es único e inmóvil, eso significaría que Parménides habría negado que existiesen muchas cosas, y habría dicho que, aunque parece que en el universo hay muchas cosas, y que éstas se mueven, en realidad sólo existe una sola cosa, un solo ente, que es inmóvil, sin movimiento alguno. La multiplicidad y el movimiento de los entes serían, según esto, puras apariencias.

En este sentido, Parménides se opondría a Heráclito, el cual a su vez puede ser entendido de dos maneras. Según una de ellas, la afirmación principal de Heráclito sería que “todas las cosas fluyen” o sea, que todo está en constante movimiento, como la corriente de un río.

b) Pero si to eón se traduce por “el ser”, eso significa que Parménides, aunque no dijo expresamente que hubiera muchas cosas en el mundo y que éstas se mueven, tal vez pensó que esto era tan evidente que no hacía falta decirlo; y en cambio, lo que él quiso decir es que todas las cosas coinciden en el hecho de que son ser, o sea, que el ser lo unifica todo, y en este sentido el ser es uno (aunque haya muchos “entes”, muchas cosas).

Si en una pantalla de ordenador pudieran pintarse todas las cosas del universo, con sus movimientos y cambios, y luego pintáramos del mismo color, por ejemplo, de blanco, todo lo que tuviera ser: rocas, agua, plantas, animales e incluso el aire o la misma luz… entonces no veríamos cosas diferentes, ni movimiento alguno, sino sólo una gran pantalla blanca (como cuando, al escribir, les damos a las letras el mismo color del fondo). Algo parecido ocurre con los entes: si nos fijamos en que todos ellos son “ser”, entonces todo aparece unificado, con el mismo “color de ser”, y en ese “ser” no se aprecia ningún cambio, ningún movimiento: sólo se ve una gran “mancha de ser.

B) La vía de la opinión

Después la diosa (Parménides) se pone a hablar de la vía de la opinión, que es la que siguen la mayoría de los mortales, los cuales se fijan sólo en que hay muchas cosas diversas, y no profundizan en el hecho de que todas ellas coinciden en “ser”. Parménides los llama “turba sin entendimiento” y les dedica otros calificativos desfavorables. Esta parte del poema es mucho más breve.

Heráclito (el logos):

El Logos, la razón o ley que lo rige todo, y que pone un orden y un ritmo en ese incesante acontecer: después del día viene la noche, después de la primavera el verano, los perales siempre dan peras. Todo se produce según este Logos universal, que es uno y el mismo para todas las cosas, y que es siempre, eterno.

Y, sin embargo, los hombres no se dan cuenta de él, pasando por su lado como si estuvieran dormidos, porque… la naturaleza de las cosas tiende a permanecer oculta: “A la naturaleza le gusta ocultarse”. Este Logos, es simbolizado por el fuego, ya que la naturaleza es un “nacimiento”, un “salir a la luz” a partir de algo oscuro.

Así pues, Heráclito podría interpretarse de otra manera: no como el filósofo del movimiento o cambio incesante de todas las cosas, sino como alguien que afirmó que hay un Logos único que permanece y que no cambia. Heráclito está llamando Logos a lo mismo que Parménides llamaba “el ser”.

Demócrito:

Doctrina sobre la realidad

Su visión de la realidad se resume en tres conceptos clave: los átomos, el vacío y el movimiento.

Teoría de los átomos

El ser de las cosas consiste en los átomos. Estos átomos son espaciales, eternos, indestructibles, infinitos en número, sin cualidad alguna, se diferencian unos de otros sólo por diferencias cuantitativas:

  1. forma o figura
  2. tamaño
  3. orden o posición respectiva en que se hallan unos en relación con los otros.

Los átomos cambian constantemente de posición. Las cualidades de las cosas son algo subjetivo: lo único que existe de verdad son los átomos, que guardan entre sí tan sólo diferencias cuantitativas.

Anaxágoras:

a) Por un lado, afirmó que el principio constitutivo de las cosas eran los spérmata o «gérmenes«. Son partículas muy pequeñas, cualitativamente distintas (de aire, de vino, de madera, de agua, etc.) y que son semejantes a las cosas tomadas en grande, aunque en cada cosa hay también algunos gérmenes de las demás. Es un concepto parecido a lo que hoy llamamos moléculas.

b) Por otro lado, señaló que el orden del universo procede de una Nous o Inteligencia ordenadora, que es algo infinito, autosuficiente, existe por sí, lo conoce todo, lo puede todo y lo domina todo.

Concepto muy notable, que por sus características se aproxima mucho al concepto de Dios como autor del universo (si bien la Nous es sólo «ordenadora» de una materia preexistente, y no propiamente «creadora» de la totalidad del ser de las cosas, con materia y todo).

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