Marx 1
1. Alienación e Ideología
Karl Marx (1818-1883) es un filósofo, sociólogo, economista y activista político que, en el siglo XIX, se inserta en su contexto histórico no sólo para interpretarlo sino, ante todo, para transformarlo. Con este objetivo configuró una teoría bebiendo en fuentes tan diversas como la filosofía alemana, el socialismo utópico francés y la economía inglesa. Marx entregó plenamente su vida a esta teoría, tanto a su expresión literaria como a su realización práctica. Como Rousseau, Marx quería superar las desigualdades y divisiones de la sociedad de su tiempo y establecer una verdadera comunidad. Y como Rousseau, situó la barrera que le separaba de su objetivo en las divisiones circunstancialmente desarrolladas entre los hombres, en especial en la división del trabajo que tiene su base en la propiedad privada de los medios de producción por parte de la burguesía. Marx elaboró un programa para la creación de tal comunidad que utilizaría los mismos antagonismos de la sociedad burguesa para provocar su caída. Marx solía decir que la sociedad burguesa produce sus propios sepultureros. Ningún grupo sufre más la limitada naturaleza de la emancipación burguesa que los proletarios, insertos en un modo de producción que configuraba un nuevo tipo de esclavitud que Marx denunció con vehemencia. En el capitalismo se produce una reducción del hombre a mero medio y la violación de su verdadera naturaleza: de ahí la alienación de los individuos y la desnaturalización que sufren al vender su fuerza de trabajo. Esta alienación del trabajador encuentra apoyo y justificación en un conjunto de ideas: la superestructura ideológica tiene como objetivo defender los estrechos intereses de la clase privilegiada.
Hay que precisar que, para Marx, el hombre se realiza a través de su actividad práctica, de su trabajo. Pero, en el modo de producción capitalista, una clase social es la propietaria de los medios de producción (burgueses), mientras que otra, al no poseer dichos medios de producción, sólo puede vender su fuerza de trabajo (proletarios). De este modo el sistema capitalista hace que el trabajo, en lugar de realizar al hombre, le enajene, le aliene, de diversos modos:
- Respecto al producto de su trabajo, que pasa a ser un objeto que no pertenece al trabajador.
- La misma actividad del trabajo también es alienante en el capitalismo porque aparece como una actividad exterior al trabajador, un «trabajo forzado» que no realiza al hombre.
- Respecto a otros hombres, dado que en este sistema aparecen clases sociales diferentes y opuestas, con intereses antagónicos.
- Respecto a la misma naturaleza: el hombre ejerce su trabajo sobre la naturaleza y, cuando queda alienado del producto de su trabajo, queda también alienado de la naturaleza.
Esta situación podría transformarse, decía Marx, sólo si llegaba a abolirse la propiedad privada de los medios de producción para saltar más allá de los limitados derechos burgueses propuestos por la Revolución Francesa hasta el dominio de los derechos universales del comunismo. Para Marx los hombres producen insertos en un modo de producción formado por una infraestructura (en la que se encuentra las fuerzas productivas y las relaciones de producción), sobre la que aparece la superestructura. En el modo de producción capitalista unos pocos hombres (los burgueses) poseen la propiedad de los medios de producción y sustraen la plusvalía a los que no los poseen (los proletarios, que venden su fuerza de trabajo). Se produce así una alienación del trabajador y, sobre esta infraestructura explotadora, aparece el conjunto de la ideología, la superestructura, que obedece a los intereses de la clase privilegiada. De acuerdo con el materialismo histórico de Marx, en el modo de producción capitalista tanto la religión, como el Estado, o la filosofía, constituyen ideologías que justifican la explotación. La ideología es, para Marx, un conjunto de invenciones, tergiversaciones o fantasías que ejercen una función de ocultación y de enmascaramiento de una estructura económica explotadora.
Marx 2
2. Materialismo Histórico y Comunismo
En el modo de producción capitalista unos pocos hombres (los burgueses) poseen la propiedad de los medios de producción y sustraen la plusvalía a los que no los poseen (los proletarios, que venden su fuerza de trabajo). Se produce así una alienación del trabajador y, sobre esta infraestructura explotadora, aparece el conjunto de la ideología, la superestructura, que obedece a los intereses de la clase privilegiada. Desde el materialismo histórico de Marx, desde la base económica de un modo de producción alienante (p.ej. el capitalismo), emerge una superestructura ideológica (p.ej., religión, Estado, filosofía…) que justifica esa alienación. La ideología es, para Marx, un conjunto de invenciones, tergiversaciones o fantasías que ejercen una función de ocultación y de enmascaramiento de una estructura económica explotadora Marx veía en el proletario no sólo a las víctimas del capitalismo, sino también a los agentes de su transformación. El argumento de Marx no es sólo moral, sino también predictivo. Así sostuvo que el proletariado desarrollaría, con el tiempo, tanto la voluntad como la capacidad de originar una revolución social: el proletariado se convertiría en mayoría numérica, ocuparía los puntos de productividad económica, realizaría sus intereses comunes y se organizaría para tomar el control por la fuerza. Cuando Marx descubrió en el proletariado el agente del cambio, se orientó al estudio de la economía a fin de comprender la dinámica de la formación de clases. Para Marx los hombres producen insertos en una infraestructura formada por las fuerzas productivas y las relaciones de producción, sobre la que aparece la superestructura. Marx denominó modo de producción de la sociedad a la combinación de fuerzas productivas y relaciones de producción en un determinado momento, así como a la superestructura correspondiente. Las fuerzas productivas son dinámicas, mientras que las relaciones de producción son defendidas por la clase privilegiada. Este antagonismo en el seno de un modo de producción y la transformación de un modo en el siguiente se lleva a cabo merced a la acción de las clases sociales, representante una los pasados y estrechos privilegios, y la otra la futura y creciente emancipación. En el capitalismo unos pocos hombres (los burgueses) poseen la propiedad de los medios de producción y sustraen la plusvalía a los que no los poseen (los proletarios, que venden su fuerza de trabajo). En cada sociedad está necesariamente presente un ingrediente subversivo, cuyos intereses son opuestos a los de la clase dominante. Cuando la clase explotada alcanza su madurez sobreviene la revolución. Así ha ocurrido en los pasos de uno a otro modo de producción en la historia (asiático, antiguo, feudal y burgués), hasta que finalmente la revolución proletaria desembocará en un orden libre de antagonismos: el comunismo. Entonces los expropiadores serán expropiados y se cerrará la «prehistoria de la humanidad». No obstante, la venida del comunismo tras la revolución proletaria triunfante requerirá un periodo de consolidación por la fuerza en el cual se desarraiguen las prácticas burguesas residuales, la dictadura del proletariado.
Nietzsche 1
1. Crítica de la Cultura Occidental
El nihilismo es, para Nietzsche, el concepto que define la historia de la cultura europea: para este filósofo la historia de Occidente es la historia de una decadencia de los auténticos valores de la vida. De este modo el nihilismo no se asienta sólo en la visión cristiano-moral del mundo, sino va más allá y se encuentra en toda la cultura occidental, en la filosofía, la política, el sistema social e incluso en la ciencia. En su crítica de la cultura occidental, Nietzsche despliega toda su capacidad crítica contra la moral tradicional, encarnada en la moral cristiana, que él considera la mayor decadencia, la mayor negación de la vida. De acuerdo con el análisis de Nietzsche, se ha producido una situación paradójica, puesto que la moral de los esclavos de ha impuesto sobre la moral de los señores. Esta inversión moral lleva a que los auténticos valores morales hayan sido suplantados (invertidos). Esta inversión es llamada por Nietzsche la «rebelión de los esclavos», y revela —muestra- la moral como reacción, como resentimiento que se vuelve creador y engendra valores. Nietzsche ve en el judaísmo el inicio de esta rebelión de los esclavos. El cristianismo continuó la rebelión hasta universalizarla, y convertirla en una «idea fija» de la moral europea: la vida ascética quedará así encumbrada. Ocurre que precisamente este ideal de vida ascética es un ideal de negación de la vida, un ideal de nada, un verdadero nihilismo. También la filosofía ha desarrollado este nihilismo negador de la vida: si bien la tragedia griega afirmaba la vida en su totalidad, pronto aparecen síntomas de decadencia. La grandeza del pueblo griego estribó en la conjunción de los elementos apolíneos y dionisíacos, frente a la reducción socrático/platónica. Así pues, Nietzsche ve en Sócrates en síntoma de degeneración: la razón fría y calculadora socrática, y su identificación entre virtud y felicidad, se oponen a la espontaneidad del instinto. Si Sócrates fue el inicio de esta decadencia, Platón lo culminó puesto que no sólo inventó otro mundo -el de las Ideas-, sino que lo propuso como verdadero. Esta caída de los auténticos valores de vida fue interiorizada por toda la cultura occidental a través del cristianismo. La crítica nietzscheana a la cultura occidental también afecta a la ciencia: la abstracción racional que crea conceptos supone sustituir la auténtica realidad: los conceptos son las necrópolis de las intuiciones. Los hombres olvidan el verdadero origen de los conceptos y toman a éstos como verdaderos, olvidan que no cabe un conocimiento objetivo del mundo, sino simplemente una interpretación, una valoración del mismo desde perspectivas múltiples. El mundo de la verdad científica o filosófica en occidente encumbra una mecánica del conocimiento como proceso de abstracción y de simplificación que, para Nietzsche, no es más que una gran fabulación. Ante esta decadencia en todos los ámbitos de la cultura occidental, Nietzsche aboga por la superación del nihilismo, a partir de la creación de valores que den de nuevo sentido al hombre a partir del único y auténtico valor, la vida. La historia de la «nada» en occidente, culminada en la «muerte de dios», abre todo un mundo de posibilidades en la creación de nuevos valores. Dos caminos se abren ante el ser humano: permanecer en ese vacío (en esa nada, en ese nihilismo), o bien llenarlo con nuevos valores que, al igual que la moral originaria del señor, afirmen la vida en su totalidad.
Nietzsche 2
2. El Superhombre, el Eterno Retorno y la Voluntad de Poder
La historia de la «nada» en occidente, culminada en la «muerte de dios», abre todo un mundo de posibilidades en la creación de nuevos valores. Dos caminos se abren ante el ser humano: permanecer en ese vacío (en esa nada, en ese nihilismo), o bien llenarlo con nuevos valores que, al igual que la moral originaria del señor, afirmen la vida en su totalidad. En Así habló Zaratustra, Nietzsche aboga por la superación del nihilismo a partir de la creación de valores desde el único y auténtico valor, la vida. Se debe llevar así a cabo una transvaloración de aquellos valores que condujeron a la nada. Es una tarea de creación, una tarea propia de la «voluntad de poder», con la mirada puesta en un nuevo tipo de hombre, el «superhombre». El nihilismo de la cultura occidental, la historia de la nada, ha dejado al hombre sin valores supremos. Es por tanto ahora posible la transvaloración de aquellos valores que condujeron a la nada, que aparezca el superhombre como auténtico creador de valores, encarnación de Dionisos desbordante de vida (la grandeza del pueblo griego estribó en la conjunción de los elementos apolíneos y dionisíacos, frente a la reducción socrático/platónica). La más absoluta y radical autonomía moral será, pues, el ideal realizado por el superhombre. En Así habló Zaratustra se presentan las tres transformaciones del espíritu, camello, león y niño el camello simboliza a los que se contentan con obedecer ciegamente, arrodillándose y recibiendo la carga de la moral tradicional, o las tradiciones religiosas, incluso con la esperanza de una vida después de la muerte (así bajo el cristianismo, que domestica al hombre y lo convierte en mezquino, prudente, servil, perezoso, dócil…). El camello se convierte en león cuando rechaza los valores tradicionales. En esta etapa el espíritu experimenta su «voluntad de poder», ensalza el «yo quiero» y abandona el «yo debo», asume su vida propia y se revela contra las ficciones que esclavizaban al camello. El león se convierte en niño, completando así este proceso de transformación hasta llegar a un espíritu absolutamente libre, con la inocencia y el «santo decir: sí a la vida» del niño. (vemos así cómo el superhombre tiene mucho más que ver, leyendo a Nietzsche, con el niño que juega, con el bailarín que baila, con la inocencia creadora de valores y afirmadora de la vida, que con la «bestia rubia» nazi). Nietzsche elige la imagen del eterno retorno como indicio de supremo amor a la vida, de la superación que lleva desde el hombre hasta el superhombre: con esta imagen Nietzsche pretende superar la voracidad del tiempo lineal a partir de la eternización del presente. Nietzsche entiende que este eterno retorno es la afirmación más extrema de la vida.
Feminismo en la época contemporánea
El feminismo en la época contemporánea ha sido un movimiento fundamental en la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. A lo largo de los siglos, ha evolucionado en distintas etapas, conocidas como «olas», y ha contado con el aporte de filósofas y pensadoras que han cuestionado las estructuras de poder y han reivindicado la participación femenina en la sociedad. Durante la Ilustración, el pensamiento racionalista y los ideales de libertad e igualdad promovidos por filósofos ilustrados no incluían a las mujeres, lo que llevó a algunas pensadoras a cuestionar esta exclusión. Olympe de Gouges fue una de las primeras en denunciar esta contradicción con su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791), donde exigía que las mujeres tuvieran los mismos derechos políticos que los hombres. Su activismo le costó la vida, pues fue guillotinada en 1793 durante la Revolución Francesa. De manera similar, Mary Wollstonecraft, escribió Vindicación de los derechos de la mujer (1792), en la que argumentaba que la falta de educación era la causa principal de la desigualdad femenina. Para ella, las mujeres no eran naturalmente inferiores, sino que la sociedad las mantenía en un estado de ignorancia. El feminismo tomó fuerza en el siglo XIX con la llamada primera ola, centrada en la lucha por los derechos civiles y el sufragio femenino. En 1848, tuvo lugar la Convención de Seneca Falls, considerada el primer gran congreso feminista, donde se redactó una declaración que reclamaba la igualdad de derechos. Gracias a esta lucha, a principios del siglo XX las mujeres lograron el derecho al voto en varios países, como Estados Unidos en 1920 y España en 1931. A mediados del siglo XX, surgió la segunda ola del feminismo, que amplió su enfoque más allá de los derechos legales. Aunque la lucha sufragista tuvo como resultado importantes avances sociales, incluyendo el voto femenino en algunos países, la desigualdad entre hombres y mujeres continuaba siendo una constante en las sociedades del siglo xx, incluso en las más avanzadas, como la francesa. La filósofa Simone de Beauvoir consideraba intolerable esa situación de inferioridad y dependencia hacia el hombre y defiende desde posiciones existencialistas un feminismo de la igualdad, que incorpora plenamente a la mujer en todos los derechos civiles, sociales o sexuales que el hombre ya posee y que le permiten disfrutar de una existencia íntegra como persona. En El segundo sexo (1949) argumentó que la feminidad no es una esencia natural, sino una construcción social impuesta a las mujeres. Su frase «No se nace mujer, se llega a serlo» sintetiza esta idea y marca el desarrollo del feminismo existencialista.
Feminismo en la época contemporánea
Simone de Beauvoir separa los aspectos biológicos y corporales de la mujer (sexo) y la construcción y expectativas sociales que se producen por la supuesta «esencia» del ser mujer (lo femenino). Entendiendo esto, la mujer puede tomar las riendas de su vida para ser libre y dejar de ser «extranjera de sí misma». Considera que el mecanismo de sometimiento es el matrimonio como institución burguesa, que reduce a la mujer al hogar y la reproducción. Esta institución anula la libertad de la mujer – y del hombre- convirtiéndola exclusivamente en esposa y madre, en un ser definido por los hombres a los que cuida y a los que se entrega. Frente a esto, Simone de Beauvoir busca una mujer que pueda trascender su propia condición y ser un ser humano plenamente libre. La maternidad, por ejemplo, tiene que ser siempre elegida; por otra parte, la mujer libre ha de tener la posibilidad de ser productiva y conquistar un mundo similar al del hombre, trabajando y desempeñando como él tareas intelectuales. Por último, para conquistar la plena libertad, la mujer debe poder entender su propio placer y ser dueña de él, separando sexualidad y reproducción. En Estados Unidos, Betty Friedan publicó La mística de la feminidad (1963), donde criticaba la imposición del rol de ama de casa como única vía de realización para las mujeres. Fue una de las fundadoras de la Organización Nacional de Mujeres (NOW), que luchó por la igualdad salarial y los derechos reproductivos. La tercera ola del feminismo, que surgió en la década de 1990, cuestionó la visión homogénea del movimiento y puso el foco en la diversidad de experiencias según la raza, la clase social y la identidad de género. Angela Davis, filósofa y activista, vinculó el feminismo con el antirracismo y la lucha de clases. En Mujeres, raza y clase (1981), mostró cómo el feminismo tradicional ignoraba las experiencias de las mujeres negras y trabajadoras que se enfrentan a formas de discriminación diferentes a las de las mujeres blancas de clase media y proponiendo un enfoque interseccional, es decir, mostrando que las luchas feministas no podían centrarse solo en el género, sino que debían considerar también el racismo y la explotación económica. Judith Butler, con su obra El género en disputa (1990), planteó que el género no es una esencia biológica, sino una construcción social performativa. Es decir, no «somos» un género, sino que lo «performamos» siguiendo normas sociales. Butler sostiene que incluso la categoría de «sexo» es una construcción cultural, lo que desafía la noción de una identidad estable basada en lo masculino y lo femenino. Esta perspectiva abrió el camino al feminismo queer y a una comprensión más amplia de las identidades de género. En la actualidad, la cuarta ola del feminismo se ha consolidado con el auge de las redes sociales y el activismo digital, lo que ha permitido visibilizar la violencia machista y la desigualdad persistente.
Feminismo en la época contemporánea
En 2017, el movimiento #MeToo tuvo un impacto global al denunciar el acoso y el abuso sexual, generando cambios en las leyes y en la percepción social del problema. El feminismo en la época contemporánea ha demostrado ser un movimiento en constante evolución, adaptándose a los desafíos de cada época. Gracias a la lucha de sus principales pensadoras y activistas, se han logrado avances significativos en derechos civiles, laborales y reproductivos, aunque todavía persisten desigualdades que mantienen vigente la necesidad de su acción.
Comentario de texto
NIETZSCHE
1.
Nietzsche es un pensador esencial que ejerció una enorme influencia en el pensamiento del siglo XX. Su pensamiento supone una crítica demoledora a conceptos centrales de la historia de Occidente en todos sus ámbitos. El nihilismo es para él el concepto que define la historia de la cultura europea; para este filósofo la historia de Occidente es la historia de una decadencia de los valores de la vida.
2.
Nietzsche distingue entre tres transformaciones del espíritu humano:
- El camello representa la carga de los valores tradicionales y el sometimiento a la moral heredada.
- La transformación en león, representa la lucha contra la autoridad del “tú debes” a la afirmación de la voluntad de poder “yo quiero”.
- El niño como nueva etapa del espíritu, la superación de la negación, la inocencia creadora y el nacimiento de nuevos valores.
3.
En la primera idea, el nihilismo de la cultura occidental, ha dejado sin valores supremos al hombre. Es por tanto ahora posible la transvaloración de aquellos valores que condujeron a la nada, que aparezca el superhombre como auténtico creador de valores, encarnación de Dionisos. La más absoluta y radical moral será, pues, el ideal realizado por el superhombre. En Así habló Zaratustra se presentan las tres transformaciones del espíritu, león y niño. El camello simboliza a los que se contentan con obedecer ciegamente, arrodillándose y recibiendo la carga de la moral tradicional, o las tradiciones religiosas, incluso con la esperanza de una vida después de la muerte.
NIETZSCHE CT
En la segunda idea, el camello se convierte en león cuando rechaza los valores tradicionales. En esta etapa el espíritu experimenta su “voluntad de poder”, ensalza el “yo quiero” y abandona el “yo debo”; asume su vida propia y se revela contra las ficciones que esclavizan al camello. En la tercera idea, el león se convierte en niño, completando así este proceso de transformación hasta llegar a un espíritu absolutamente libre, con la inocencia y el “santo decir sí a la vida” del niño. Vemos así cómo el superhombre tiene mucho más que ver, leyendo a Nietzsche, con el niño que juega, con el bailarín que baila, con la inocencia creadora de valores y afirmadora de la vida, que con la “bestia” nazi
Comentario de texto
MARX
1
El autor del texto es Karl Marx, un filósofo, sociólogo, economista y activista político del siglo XIX que quería superar las desigualdades y divisiones de la sociedad y establecer una verdadera continuidad. Para él era necesario abolir la propiedad privada de los medios de producción para pasar de los derechos limitados burgueses a los derechos universales del comunismo.
2
- La primera idea es la alienación del trabajo que consiste en que el trabajo es externo al trabajador, no se siente feliz ni libre en él.
- La segunda idea es el trabajo no voluntario, puesto que es forzado, ya que solo es un medio para satisfacer las necesidades y supone autosacrificio y mortificación.
- La tercera idea es que el trabajo no pertenece al trabajador, sino al capitalista que posee los medios de producción, por lo que el trabajador no es dueño de sí mismo, pertenece a otro.
3
En cuanto a la primera idea, uno de los principales conceptos de la filosofía marxista es la alienación, que es la pérdida de la libertad del ser humano en el modo de producción capitalista, la cual encuentra apoyo y justificación en la superestructura ideológica que tiene como objetivo defender los intereses de la clase privilegiada. El trabajador no se siente ni feliz ni libre en el trabajo.
MARX CT
En la segunda idea, Marx piensa que el hombre se realiza a través de su actividad práctica, de su trabajo. Pero, en el mundo capitalista, el trabajo es externo al trabajador, es decir, exterior a su ser, ya que una clase social es la propietaria de los medios, mientras que otra, al no poseer dichos medios, solo puede vender su fuerza de trabajo. De este modo llegamos a la tercera idea, el sistema capitalista hace que el trabajo, en lugar de realizar y llevar a la felicidad y libertad del hombre, los enajena, los aliena, supone su infelicidad.