Con este experimento, Milgram mostró que la maldad de los actos de una persona depende más de la situación que del carácter, por lo cual tendemos a obedecer a una figura de autoridad, en este caso el doctor. Esto mismo ocurre desde la Roma Clásica con la división del poder entre *auctoritas* y *potestas*. La *auctoritas* es un poder moral, no concedido por la ley, que se basaba en el reconocimiento o prestigio que ganaba una persona demostrando que es digna de respeto. Asimismo, era obedecido porque sus decisiones eran sabias y justas, ya que tenían la capacidad moral para emitir una opinión cualificada sobre un asunto, aunque esta no podía ser impuesta. Sin embargo, la *potestas* era el poder capaz de imponer decisiones mediante la coacción y la fuerza; esta era propia de los magistrados nombrados y dependientes del poder establecido y se basaba en un poder que no se cuestiona, se tiene y se ejerce.
El experimento nos enseña que personas normales, si no reflexionan, pueden acabar cometiendo maldades anulando su reflexión bajo personas de autoridad. Una actuación diaria, sin reflexión, nos puede llevar de manera inconsciente a crear víctimas antes de que sucedan los hechos. Un ejemplo de mal moral es el caso del batallón 101, en el que un comandante recibió la orden de matar a 1500 mujeres, hombres y niños judíos. Sin embargo, él mismo, al darse cuenta de la crueldad de la tarea, decidió proponer que si alguien no quería hacerlo, era el momento de retirarse, y que no lo consideraría desobediencia. Para construir una víctima, lo primero que hacemos es deshumanizarla, es decir, en el caso de un violador, antes ha pensado que la mujer tiene que obedecer al hombre, ha fantaseado con violar a una mujer, ha bromeado sobre el tema… Así, lo que está haciendo es construir su víctima.
Pero, además, la víctima también se puede construir con el lenguaje, con los motes despectivos o como un chivo expiatorio, que consiste en acusar a una persona o grupo más débil que tú de un mal que has ejercido. Incluso hay veces que elaboramos racionalizaciones en las que pensamos que no pasa nada porque ejerza un mal, ya que si no lo hago yo lo hará otro. Esto es consecuencia de creer que el mundo es un lugar justo y que por ello existen en él personas que deben ser castigadas y castigadores. Tendemos a colocarnos como castigadores y así justificamos el daño infligido como algo bueno. En el momento de la agresión a la víctima, la acción se ve favorecida con la desindividualización. En esta, dejamos de ser individuos para formar parte de un grupo y así resguardarnos en el “todo el mundo lo hace”. También, la conformidad interviene en este tipo de acciones grupales al pensar que lo que hace todo el mundo es lo correcto.
Este mecanismo de construcción de la víctima también opera en lo que Levi definió como la zona gris. Afirmó que esta zona es un perfil moral indefinido en la que observó las siguientes características:
Las personas dentro de la zona gris son víctimas del mal, de la misma manera que ellos también ejercen el mal sobre otra persona y están bajo una amenaza para ejercer el mal. De esta manera, al contrario que los perpetradores del mal diabólico, que son aquellos que incitan a otro a realizar un mal, estas personas pueden llegar al arrepentimiento y a pedir perdón, pues están coaccionados a la realización de ese mal bajo el instinto de supervivencia.
La fascinación de muchas personas por visualizar el mal se debe a tres factores: primeramente, nos encontramos a salvo de poder vivir los peores horrores, pero sin riesgos; tenemos la sensación de poder sobrevivir a todas las atrocidades porque realmente estás a salvo.
El segundo factor es que la contemplación del mal es atractiva, porque pese a la repugnancia que provoca, genera en mucha gente la admiración del poderoso. Y, por último, identificamos la transgresión simbólica, lo que quiere decir que la persona se puede identificar con el creador del mal, ya que pueden saltarse simbólicamente todas las normas. Sin embargo, es importante señalar que pensar en la violencia, aunque sea ficticia, nos acostumbra a ella y nos predispone a ejercerla. El mal se ha instaurado en nuestra psique y seguirá así si no nos prevenimos ante él. Podemos prevenirnos de distinta manera:
En primer lugar, luchando contra las instituciones que lo promueven como la tortura permitida por el ejército, las políticas de exclusión basadas en la etnia…
En segundo lugar, siendo conscientes de los mecanismos que promueven la conformidad y la obediencia, como hemos podido ver en el mencionado experimento de Milgram y algunos otros como el de Zimbardo, en el que metían a personas en una prisión falsa, pero con condiciones reales para observar si una persona “buena” podría cambiar su forma de ser según el entorno en el que estuviese.
En tercer lugar, evitando la imagen maniquea del enemigo, lo que quiere decir que alguien no tiene que ser completamente bueno o completamente malo.
En cuarto lugar, es necesario combatir la culpabilización de la víctima. Esto consiste en pensar que las víctimas han hecho algo para serlo y se merecen un castigo. Podemos desarrollar, como dice David Hume, el sentimiento de Simpatía, sentir con el otro. Por último, es importante forjar un carácter, hacer lo que uno cree en vez de obedecer lo que nos dicen. No hay nadie completamente bueno, ni completamente malo. Esto depende de nosotros y hacia dónde nos decanten nuestras reflexiones.